domingo, 9 de agosto de 2015


G I N E B R A   E N   P I N C E L A D A S

La ciudad de Calvino, del Jet d’eau, el lugar donde asesinaron a Sissi, la sede de la Sociedad de Naciones y la europea de la ONU, capital del cosmopolitismo, escaparate mundial de la relojería, de la banca y de los seguros… todo eso y mucho más es Ginebra, una de las ciudades suizas más helvética y a la vez más internacional.
Si duro fue relatar los años que viví en Estambul y en Los Ángeles, más arduo aún va a ser llevar a buen puerto este barco que me propongo ahora, que es dar cuenta de los casi seis años (1 de diciembre de 1975 a 30 de septiembre de 1981) que estuve destinado en Ginebra.

Yo había conocido de estudiante la ciudad en la segunda mitad de los años 60 del siglo pasado, durante el destino allí de mi padre. En aquellas fechas, la distancia entre Suiza y España, y más en concreto entre Ginebra y Madrid, era sideral. Recuerdo como si fuera hoy la emoción que sentí aquel verano de 1968 cuando aterricé en el aeropuerto de Cointrin.
Luego, a finales de 1975 (tomé posesión de mi puesto diez días después del fallecimiento del entonces jefe del estado, el general Franco) me cayó la “lotería” y me encontré destinado entre los funcionarios que conformábamos la que coloquialmente designábamos como oficina comercial de España en Ginebra (la verdadera oficina comercial estaba en Berna), y oficialmente era la Representación Permanente de España para Asuntos Comerciales.

Mi anterior destino había sido la Delegación de Comercio (hoy en día, Dirección Territorial) de Las Palmas de Gran Canaria, donde habíamos vivido tres años, de modo que el cambio fue grande, más para mi esposa Eloísa que para mí, que a fin de cuentas volvía a un lugar que había amado en mi época de estudiante. En cuanto a los niños, eran demasiado pequeños para constatar la mudanza.
¿Cómo voy a hacer para relatar mi vida en esta ciudad? Trataré de realizar algo parecido a lo que hice con Los Ángeles y Estambul. A ver cómo me sale. También en este caso cuento con la ventaja de las numerosísimas fotografías que realicé, y que van a ser de una preciosa asistencia para el desempeño que me he propuesto, ayudándome a recordar los momentos, las situaciones vividas.

 
Las fotos de este relato
Como hago siempre, para los curiosos, indico la ficha técnica de las fotos. Las que incluyo fueron tomadas entre 1970 y 1984 (año en el que pasamos nuestras vacaciones veraniegas en Ginebra, en la casa que en Carouge nos cedió cariñosamente nuestro amigo Fernando Jiménez). Las cámaras con las que las hice fueron varias: dos aparatos de telémetro profesionales, una Contax IIIa con objetivo Zeiss Sonnar 50mm f/1,5 y una Voigländer Prominent I con objetivo Nokton 50mm f/1,5; dos Contax reflex, una profesional RTS I y una 139Q, con objetivos Zeiss, Distagon 28mm f/2,8, Planar 50mm f/1,4 y Sonnar 135mm f/2,8. Además, una pequeña Agfa Optima 1035 con objetivo fijo Solitar S 40mm f/2,8.
Transcribo aquí las mismas palabras que ya escribí en mis relatos de Estambul y de Los Ángeles, con más razón si cabe aún en este caso, ya que la gran mayoría de las fotos rondan los 40 años. Alguna de las imágenes, acusan el paso del tiempo en los negativos, pese al mucho cuidado que siempre he puesto en conservarlos adecuadamente, y al mimo con que procedí a escanearlos. Es más que posible que su revelado no fuera el adecuado, y aunque he procurado restaurar aquellas más deterioradas, no siempre el resultado ha sido el que me habría gustado.

Un poco de historia acerca de Ginebra
El nombre de Ginebra aparece escrito por vez primera en La guerra de las Galias de Julio César en el año 58 a.C. En el 444 finaliza la dominación romana con las invasiones bárbaras, el reino de Borgoña y la dominación de los francos. En el 1032 Ginebra es villa imperial bajo la soberanía de los emperadores germánicos, reyes de Borgoña. En 1124, el emperador nombra al obispo de Ginebra príncipe del imperio y soberano de la villa.

En 1533 el príncipe-obispo, Pierre de la Baume, abandona la ciudad y no regresará jamás, dejando vacante el trono episcopal.
Llegamos a un año clave, 1536. En él, el pueblo ginebrino ratifica los Edictos de la Reforma y Ginebra se convierte en una república independiente. Ese mismo año llega Calvino a la ciudad. En 1559 funda el Colegio y la Academia (que se convertirá en 1873 en la Universidad).
Otra fecha histórica en los anales ginebrinos es el 12 de diciembre 1602, en que el duque de Saboya trata de conquistar la ciudad, sin previa declaración de guerra, en época de paz, y es rechazado en lo que ha pasado a la historia como la noche de la Escalada.
Por un corto periodo, 15 años, desde 1798 a 1813, la República de Ginebra se integra en Francia, convirtiéndose la ciudad en la capital del departamento de Leman.

 
En 1813 los ginebrinos proclaman la restauración de la República, y en 1815 es admitida en la Confederación Helvética. Ginebra se convierte en el cantón 22 de la Confederación.
En 1863 y a propuesta del ginebrino Henry Dunant se firmó la Constitución del primer Comité Internacional de la Cruz Roja.

En 1919, Ginebra es elegida como la sede de la recién creada Sociedad de Naciones. En 1946 es designada como emplazamiento europeo de las Naciones Unidas (ONU).
En 1953 Ginebra es escogida como ubicación de la Organización Europea para la Investigación Nuclear (CERN).

Además de las organizaciones citadas, Ginebra es sede de otro buen número de instituciones, entre las que podríamos destacar la Organización Internacional del Trabajo (OIT), la Organización Mundial del Comercio (OMC), la Organización Mundial de la Salud (OMS), la Conferencia de las Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo (UNCTAD) o el Comité Internacional de la Cruz Roja.

Mi ginebrina abuela Máxima
Mi relación con Ginebra se remonta al siglo XIX. Me explico: mi abuela materna, Máxima Torbado de las Cuevas. Mi bisabuelo Quirino, abogado que vivía de su fortuna particular, se paseó por media Europa dilapidando poco a poco su patrimonio en los más afamados casinos europeos. Cuando le tocó el turno a Divonne, a 17 Km de la ciudad de Calvino, aquí, en Ginebra, se alojó con su esposa, mi bisabuela Odila, y aquí en la década de 1880 nació mi abuela, hija única, que fue bautizada en la vecina iglesia de San José. Tengo un especial aprecio por una fotografía que realicé a mis padres en 1970 delante de la casa en que nació Máxima Torbado, en el 18 de la Avenue de Frontenex. Un año más tarde, el edificio sería derruido.


Para acabar con la historia de mi bisabuelo, con casa solariega en Sahagún de Campos, al fin, entre los años y la merma de su fortuna, acabó recalando a 7 Km de Astorga, Castrillo de las Piedras, donde adquirió una finca y edificó una casa a la que puso por nombre Villa Odila. La proximidad con la capital maragata le permitía estar cerca de su única hija, que en un viaje por la comarca había conocido  a quién se convertiría en mi abuelo, Moisés Panero, cuya familia, muy renombrada por ser propietarios de una afamada confitería, radicaba en Astorga.
En la finca, que familiarmente conocíamos como El Monte, vivieron mis bisabuelos hasta su fallecimiento en los años 30 del pasado siglo, y ahí, también, en 1962 falleció mi tío, el poeta Leopoldo Panero.

De niño, siempre me produjo una extraña sensación cuando oía que mi abuela Máxima había nacido en Ginebra, Suiza. No acababa de asociar en mi pequeño cerebro el porqué de aquel hecho, que me fue explicado años después.

Mis años de estudiante
Además del episodio anterior, y antes de adentrarnos en mis años vividos en la ciudad suiza, tengo que hablar de mis viajes de estudiante.

Mi padre había sido destinado como Consejero Comercial en 1967 a la ciudad de la que hablamos, y durante 5 años, los veranos y en Semana Santa, mi hermano Paulino y yo, estudiantes en Madrid (nuestras hermanas Marisa y Charo vivían con nuestros padres) nos desplazábamos a Suiza en la época de vacaciones.
Recuerdo con un maravilloso cariño aquellos años estudiantiles y el deslumbramiento que para un españolito de esa época producía la ciudad de Calvino.


La distancia con la España de  esos años era sideral. Nuestros padres vivían en una de las mejores zonas de la ciudad, en Champel, en concreto en el nº 45 de la Avenida del mismo nombre.


La casa, que hacía esquina con la calle de Miguel Servet (sí, a quien envió a la hoguera Calvino), tenía justo enfrente la parada del trolebús 33 que te llevaba hasta el mismo centro de la ciudad. Me asombraba el hecho de que ya entonces no existían los revisores. Se sacaba el billete en las máquinas de la parada y se montaba en el trolebús.

Todo lo que me rodeaba en la pequeña ciudad, unos 200.000 habitantes, contrastaba con el Madrid de esos años y me encandilaba: calles, tiendas, supermercados deslumbrantes, las vestimentas alegres de los ciudadanos, la limpieza de las calles, la ausencia de ruidos, el parque automovilístico moderno y con las mejores marcas, algo que resaltaba enormemente si lo comparábamos con la pobreza del español (donde aún algunos taxis funcionaban con bombonas de butano que llevaban en el maletero), los trolebuses, incluso los tranvías, nada tenía que ver con el Madrid de esos años, mucho mayor pero mucho más provinciano, como anclado en un pretérito imperfecto, como habría dicho Castilla del Pino.

En aquel verano de 1968 ocurrió un hecho muy importante, al menos para mí. Nuestro padre nos apuntó a los cuatro hermanos a un curso intensivo de francés que daba la MIGROS, una de las dos grandes cadenas de alimentación suiza (la otra era la COOP), con diversas ramificaciones, entre ellas, la cultural.
El profesor de francés que tuvimos en aquella pintoresca clase donde había estudiantes de varias nacionalidades (italianos, españoles, alemanes, ingleses, americanos, japoneses…) es el mejor maestro que he conocido en mi ya larga vida. Partiendo de cero, me enseñó la lengua de Molière con precisión y sobre todo, cariño. Años después me enteré que nuestro instructor era español, exiliado de la guerra civil, de la que entonces aún no se cumplían los 30 años de finalizada.

En este punto no puedo dejar de hacer mención a los veranos de mi hermano Paulino, entonces un auténtico hippy, que recorría Ginebra descalzo, buscando las sombras para no quemarse los pies. Verídico.
 

En esos años de estudiante recorrí bastantes rincones de Suiza, utilizando el coche de mi padre, y casi siempre en unión de mi amiga Lourdes, a la que había conocido allí. Tengo infinidad de fotos de esa época, pero para ilustrarla me voy a limitar a insertar un par de ellas, una en que aparecemos los dos en Ouchy, Lausana, en la verja de la casa, Vieille Fontaine, en la que habitó la reina de España Victoria Eugenia, que había fallecido en 1969. La foto es de 1970. La otra, del mismo día, tiene como protagonista de fondo al castillo de Chillon. 

Mi destino a Ginebra
Estamos ya en 1975. Como ya he dicho, yo estaba destinado en Las Palmas. Se convocó fuera del plazo ordinario la oficina de Ginebra, y por circunstancias a veces difíciles de explicar, me encontré con el destino en la mano, algo parecido a lo que muchos años después me ocurriría con Estambul.


Nuestra casa
 
Mi mujer le echó mucho valor, pues en esa época apenas hablaba francés, y fue ella, quien con la inestimable ayuda de un gran amigo (que saldrá más de una vez en este relato), Fernando Jiménez, persona clave en el funcionamiento de la oficina comercial, se atrevió a coger la que sería nuestra casa durante nuestra estancia en Ginebra.

 
 
Pensando en los niños, Eloísa eligió una urbanización moderna en las afueras con espacio para juegos. En concreto, en la 3ª planta del nº 7 de la Avenue François-Besson. Se encontraba en la comuna de Meyrin, muy cercana al aeropuerto de Cointrin, así como al CERN, a tiro de piedra de casa.
 
 
La vivienda tenía 120 metros cuadrados, tres dormitorios, un gran salón comedor, una espléndida cocina donde cabía una mesa para comer a diario y dos baños, además de una espaciosa terraza, desde la que se podía “vigilar” el juego de los niños en el jardín de la urbanización.
 
 

La principal “atracción” de la casa era, como mínimo sui generis: el refugio anti atómico que se encontraba en los sótanos del edificio y cuyas puertas de acero blindado eran auténticos muros como los de las grandes cajas de seguridad bancarias. Todos los compañeros, amigos y familiares que visitaban Ginebra, lo primero que pedían era ver el refugio anti atómico, del que disponían, por Ley, todos los edificios suizos levantados después de la II Guerra Mundial. En este punto tengo que confesar un grave error. Nunca se me ocurrió hacer una fotografía del refugio.


A poco más de un kilómetro, ya en Francia, se situaba el pueblecito de Ferney-Voltaire. Con la bicicleta suiza Treestar que me compré, con cambio de marchas de tambor Sturmey Archer (como mi Humber inglesa de los años juveniles), me acercaba muchas veces en mis paseos por esos parajes. Meyrin y el campo que lo rodeaba, con algún pequeño bosque incluido, tenía la ventaja de ser muy llano.


En primavera/verano, solíamos adquirir fresas “in situ”, cosechadas a la vista de uno. Entrábamos en la zona acotada, y allí, íbamos recogiendo manualmente las fresas que depositábamos en cestas dispuestas al efecto. Los niños disfrutaban de lo lindo recogiendo fresas. En la salida pesaban las cestas (las que nos habíamos comido, sobre todo los niños, no contaban) y de acuerdo con el peso, pagábamos. Divertido e instructivo.

Meyrin
La comuna de Meyrin, donde habitamos, se encontraba a unos 8 km del centro de Ginebra, a una altitud de 450 metros y con una extensión de 10 Km2. Su desarrollo se remonta a los años 20 del pasado siglo, cuando se inició la construcción del ginebrino aeropuerto de Cointrin. La presencia del aeropuerto internacional, y luego en los años 50 la creación del CERN, que se instaló en el territorio de la comuna, extendiéndose a la frontera franco-suiza, ha sido clave en el desarrollo de Meyrin, elegida por las autoridades ginebrinas para convertirse en la primera ciudad satélite de Suiza, construida según las ideas urbanísticas inspiradas por Le Corbusier. De esta forma, Meyrin sufrió una completa metamorfosis, pasando de ser un pequeño pueblo de 3.000 habitantes en los años 60 del pasado siglo, a una pequeña ciudad de unos 20.000 en la época que nosotros la habitamos, 20 años más tarde.
 

En la actualidad, de acuerdo con los datos que nos proporciona la Web del ayuntamiento, su población está compuesta por un 29% de ginebrinos, un 27% de nacionales suizos y un 44% de extranjeros. Ya en nuestra época, casi la mitad de residentes éramos extranjeros, fundamentalmente funcionarios de los organismos internacionales, representaciones permanentes, así como del vecino CERN.

 
Más de 1.500 empresas tienen su sede en Meyrin, entre otras Hewlett Packard, que mantiene aquí su central europea. Destacan también Bacardi, Chopard, Cartier, Dupont de Nemours y el Hospital de La Tour, sin olvidarnos, por supuesto, del Aeropuerto Internacional de Ginebra o el CERN. La fuerza laboral de Meyrin está compuesta por unas 25.000 personas, el 90% de ellas en el sector servicios.


Nuestro día a día
Durante dos años largos, Eloísa estuvo contratada en la Representación Permanente de España. Luego, en 1978, decidimos que era mejor que se dedicara en exclusiva a los niños y hacer valer su tiempo de ocio, con, entre otras actividades, tomar clases de francés.
 


Mariano y Marisa fueron a una guardería muy cercana a nuestra casa, cuya directora se llamaba Mme. Pingeon. Luego, los dos últimos años iban a un colegio de monjitas, el “Externat St. Marie”, que se encontraba en la rue de Lausanne, frente por frente con la Embajada.

Eloísa y yo bajábamos en coche al trabajo, aunque si había nevada fuerte, preferíamos utilizar el magnífico transporte público de la ciudad. Desde Meyrin al centro cogíamos el trolebús X, amplio, limpio y rápido.
Ahora me gustaría relatar en unas pocas líneas nuestros fines de semana ginebrinos, al menos lo que más habitualmente solíamos hacer: en otoño e invierno, como no podía ser menos en una ciudad rodeada de montañas, ir a la nieve, y en primavera y verano, al campo.

La nieve

 
 
En Ginebra, en cuanto uno recorría 15 ó 20 kilómetros ya estaba en la montaña, que en buena lógica, por su altitud, y en temporada, se encontraba nevada. Había varias estaciones a nuestra disposición. Nosotros, solíamos ir con más frecuencia a Saint Cergue, donde además de las pistas de esquí, se comía estupendamente, y a Les Brasses.


 

Nuestros hijos tomaron lecciones de esquí, mientras quien escribe estas líneas se dedicaba, sobre todo, a resolver problemas de ajedrez…

Inserto unas cuantas fotografías que dan cuenta de la actividad de nuestros hijos y de la magnífica panorámica que disfrutábamos
 
 
En nuestras excursiones a la nieve nos solían acompañar algunos de los amigos que hicimos y que mencionaré en el apartado oportuno.

El campo

 
Lo mismo podría decir del campo. Aquí, siempre fui más participativo. Nuestras excursiones, en los alrededores ginebrinos, Rolle, Satigny… donde solíamos hacer barbacoas, en lo que a mí respecta, solo tuvieron un lado negativo. En una época en que todavía no había vídeos, me perdí más de una final de Roland Garros y de Wimbledon, pero no me quedó otra. La jefa, Eloísa, mandaba y ordenaba que, “los niños tenían que tomar el aire puro del campo”. Faltaría más.

 
 
 
Hay multitud de fotos de nuestras salidas campestres, en grupos o individuales, de las que inserto un pequeño ramillete. Pero sobre todo quiero resaltar una, la que se encuentra al inicio de este capítulo, porque creo que es especial en todos los sentidos, hasta tal punto que nunca nos pusimos de acuerdo mi mujer y yo sobre quién de los dos tomó la instantánea; Eloísa decía que había sido ella. Yo, aún sigo convencido que fui yo. Ocupa un lugar muy especial en mi casa de Las Rozas.

 
 

 
Las compras
No me puedo olvidar de un aspecto esencial. El avituallamiento familiar. La verdad es que en Meyrin había de todo. No se necesitaba acercarse a Ginebra para reponer la despensa y lo necesario para el día a día. Desde la estafeta de Correos (a través de este servicio, que funcionaba como un reloj suizo, se pagaban todas las facturas) a la oficina de la Union de Banques Suisses, la UBS donde teníamos cuenta. De supermercados teníamos la MIGROS (un 3M) y la COOP, además de UNIP o una librería de la cadena Naville. No faltaba nada.




Si de Grandes Almacenes hablábamos, entonces había que desplazarse a la capital, bien al más sofisticado Grand Passage, que había abierto sus puertas en 1907 o a la más popular Placette, muy cerca de la estación de Cornavin. Tampoco puedo olvidarme del Bon Génie, situado en la rue du Marché.
Otro lugar que frecuentábamos, sobre todo en invierno o en días de mala climatología era el Centro Comercial de Balexert, cubierto, de reciente creación, y en el que tenía un hermoso local el Gran Passage. Allí solíamos pasar alguna tarde, los niños entreteniéndose en los diversos artilugios dispuestos al efecto, y degustando alguna que otra crepe.
 

Las amistades
Ginebra era, es, una ciudad donde además de los estamentos oficiales españoles allí establecidos (Representación Permanente, consulado, oficina comercial, de turismo, laboral, Iberia) nos encontrábamos con las organizaciones internacionales con sede en la ciudad, y por ende, con muchos funcionarios españoles y de habla española, trabajando en ellas. Por ello, nuestras amistades se nutrieron un poco de todos estos organismos.


Como tengo que citarlos, pues saldrán más veces, comenzaré por los más próximos, y ahí se encontraban Fernando Jiménez (y sus dos hijos Alejandro y Ricardo), que ya he dicho era el factótum de la oficina comercial; los Castilla, él, Fernando, agregado laboral, y ella, Nieves, trabajando, igual que Eloísa, en la embajada. Tenían dos hijos algo mayores que los nuestros, Fernando y Julio. Estaban también Encarnita y Juan Fernández, él delegado de la Confederación de Cajas de Ahorros, con otros dos hijos, Ana y Jorge de la edad de los nuestros, a los que se uniría más adelante un tercero, David. Habitaban en nuestra propia urbanización Ettore y María José Zamproni, él, italiano del norte, funcionario de la delegación de la Comunidad Europea, hablaba un perfecto español; ella cordobesa. También tenían dos niños de la edad de los nuestros, Tania y Jonathan. En ellos se daba la paradoja que él hablaba a sus hijos, trilingües, en español, mientras que Mari Jose lo hacía en italiano.

Podría citar bastantes nombres más, pero los que he mencionado fueron los auténticos amigos, aquellos con los que convivimos día a día, semana a semana durante años, en comidas, cenas, momentos especiales, reuniones en el campo o en la nieve, en definitiva, los que nos dieron su cariño y amistad desinteresada, aquellos a los que podíamos llamar amigos, y que aún lo siguen siendo hoy en día, pese al paso de los años.
 
La oficina comercial
La oficina estaba situada entonces en la rue du Jeu-de-l’Arc. Frente a ella había una pequeña plaza que un día a la semana albergaba un mercadillo de productos frescos, como mantequilla, quesos y otros derivados de la leche, frutas y verduras.

Muchos fueron los funcionarios (hasta 5 a la vez coincidíamos en plantilla) que conocí en los casi 6 años que presté mis servicios en Ginebra. Espero que no se me olvide ninguno. Desgraciadamente, muchos de ellos ya no se encuentran entre nosotros. Cuando aterricé, el jefe era Huberto Villar, que ya había coincidido con mi padre en los años de éste en Ginebra, Álvaro Iranzo, Juan Antonio Castro, Miguel Ángel Díaz Mier, José Jiménez Rosado, Luis María Esteban y José Manuel Sanz Piñal.

De todos ellos tengo que citar a Pepe Jiménez Rosado. De la misma promoción que mi padre, era una persona maravillosa, con una educación exquisita y un don de lenguas especial (hablaba maravillosamente el inglés, francés e italiano). Sucedió a Álvaro Iranzo en la jefatura de la oficina. Su saber estar, sus aires de caballero español de otra época, marcaron sus años de estancia en la oficina. Pepe era el abuelo materno de Alberto Ruiz Gallardón, al que tuve oportunidad de conocer en su casa recién acabada la carrera.

 
La casa de Pepe Jiménez Rosado, decorada con auténtico gusto, con cuadros de firma donde destacaban dos pequeños Monet, estaba siempre abierta para todos, a todos nos trataba con gran cariño y por igual. Muchas fueron las personas conocidas a las que tuve oportunidad de tratar en su casa. De todas ellas guardo especial recuerdo del biógrafo de Alfonso XIII, Julián Cortés Cavanillas, del que creo que dado que tanto Pepe como Cortés Cavanillas nos abandonaron tiempo ha, puedo contar una anécdota.
Habíamos almorzado en casa de Pepe, en la calle de Miguel Servet, y al final de la jornada, al despedirnos, Pepe me pidió que llevara a Julián Cortes Cavanillas a su hotel. Éste era de fácil y agradable trato, y en la confianza que él había visto entre todos los comensales, y dada la gran amistad que tenía con Pepe, de pronto me dijo: “¿Bueno, cómo os trata Pepito mala leche?”. Indudablemente, Pepe tenía un carácter muy fuerte y una gran personalidad, pero en todos los años que le traté, solo le vi enfadado una única vez.


Para finalizar, cuento otra anécdota de Pepe y la absoluta confianza que depositaba en sus colaboradores. Me acerqué a su despacho para que me firmara un informe que había elaborado (todos los despachos los firmaba el jefe de la oficina), y una vez que se lo mostré, me dispuse a explicarle los pormenores del mismo. Me miró muy serio y me dijo: “como trates de explicármelo, no te lo firmo”. Ese era Pepe Jiménez Rosado.
Pepe era el dueño de un perro, Brick, ya mayor y muy bueno, del que se enamoró Eloísa. Fue el motivo por el que años más tarde, cuando falleció nuestro dálmata Sancho, se encaprichó con un foxterrier de pelo liso como Brick, y así fuimos los dueños de “una pequeña bomba” llamado Odi.

La otra persona de la que quiero hablar es Miguel Ángel Díaz Mier, muy próximo a mí en cuanto a generación, pues éramos casi de la misma edad. Miguel Ángel, soltero, hizo muy buenas migas con mi mujer. Era un sabio que no se daba importancia, y tenía una bondad extrema. Hacia obras de auténtica caridad sin que nadie se enterara. Muchas veces vino a casa a comer o cenar con nosotros y a departir de todo un poco, desde historia medieval hasta alineaciones de fútbol (era madridista, como yo), pues a todos lados llegaba su sabiduría. A mí, en mi trabajo, me ayudó muchísimo, de lo que siempre le estaré agradecido.
Mención especial, como ya he dicho, merece Fernando Jiménez Alcaraz, madrileño de pura cepa, al que conocí en mi época de estudiante, pues ya formaba parte de la oficina comercial cuando mi padre fue destinado a Ginebra. Fernando fue durante todo el tiempo que ha permanecido en la oficina comercial hasta su reciente jubilación, alguien muy especial, el auténtico factótum de la oficina, que no sabía vivir el día a día sin él. Pero por encima de todo, fue y es un maravilloso amigo.

No me puedo olvidar de las chicas, las administrativas, María Isabel, María Jesús, Montse
 
Voy ahora a tratar de describir la Ginebra monumental, lo que podríamos llamar Guía para el viajero o turista.

Pequeña guía de la ciudad
En la página Web http://www.myswitzerland.com/es/ginebra.html encontramos una fantástica guía en PDF. Cito la introducción que en ella se hace de la ciudad:
Entre los picos cercanos de los Alpes y la cordillera de las colinas del Jura se halla la ciudad de Ginebra, de habla francesa, en la bahía en la que el Ródano sale del Lago Lemán. La sede europea de la ONU y principal de la Cruz Roja se llama también "capital de la paz", combinando una tradición humanitaria con un aire cosmopolita.

 
El símbolo de la «metrópoli más pequeña del mundo» es el "Jet d'eau", un surtidor de agua de 140 metros de altura en la orilla del Lago Lemán. En la orilla derecha del lago se hallan la mayoría de los grandes hoteles y muchos restaurantes. En la orilla izquierda se encuentra el casco antiguo de la ciudad, el centro de Ginebra con su barrio de compras y comercial. Éste está dominado por la catedral St-Pierre, si bien el centro propiamente dicho del casco antiguo es la Place du Bourg-de-Four, considerada como la plaza más vieja de la ciudad. Muelles, paseos ribereños, abundantes parques, callejones animados del casco antiguo así como tiendas elegantes invitan a callejear. Una de las calles antiguas mejor conservadas es la Grand-Rue, en la que nació Jean-Jacques Rousseau. Las «Mouettes», una especie de taxi acuático, permiten navegar de una orilla a otra. Asimismo hay barcos grandes que invitan a emprender cruceros en el Lago Leman.

 

Ginebra es la ciudad más internacional de Suiza, ya que es sede europea de la ONU. También la Cruz Roja Internacional controla desde aquí sus acciones humanitarias. Ginebra no sólo es centro de congresos sino también de cultura e historia, para ferias y exposiciones. La «Horloge Fleuri», el reloj de flores en el Jardín Inglés (Englischer Garten) es un símbolo de renombre mundial de la industria relojera de Ginebra.
A nivel cultural, la ciudad tiene mucho que ofrecer. En el Grand Théâtre, la Ópera de Ginebra, se presentan artistas de renombre internacional, y los museos más diversos, como el Musée international de l'horlogerie, un museo de relojes con una colección de relojes de joyas y de música o bien el Museo Internacional de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja, que facilita informaciones sobre el trabajo de la organización humanitaria, invitan a hacer una visita.

 
Un destino atractivo es el Mont-Salève, que se halla en el cercano país vecino, Francia. En menos de cinco minutos el teleférico lleva a los visitantes a una altura de 1100 metros, pudiendo disfrutar de una vista singular de la ciudad, la cordillera alpina, el Jura y el Montblanc.

Destacamos
  • Jet d’eau – el surtidor de agua de 140 metros de altura es el símbolo visible desde lejos de Ginebra.
  • Catedral Saint-Pierre – desde la torre Norte de la basílica de tres naves en el casco antiguo de Ginebra puede disfrutarse de una vista singular de la ciudad y el lago.
  • Palacio de las Naciones Unidas – al cruzar el portón enrejado de la ONU, el visitante entra en territorio internacional.
  • Museo Internacional de la Cruz Roja – el lugar de nacimiento de la Cruz Roja Internacional acoge el único museo dedicado a la historia y a la labor de esta organización.
  • Cruceros en el Lago Lemán – un singular escenario de castillos y residencias suntuosas ante panoramas idílicos de paisajes y montañas puede admirarse desde el barco.
  • Mont-Salève – a sólo pocos minutos de la ciudad, el Mont Saléve invita a realizar unas excursiones hermosas en un paisaje maravilloso
  • El barrio Carouge y su aire bohemio – Carouge es una ciudad ubicada a pocos minutos de Ginebra.

La estación de Cornavin
Continúo, ya con mis propias palabras. ¿Por dónde comenzar la visita a Ginebra? Un buen lugar podría ser la estación de Cornavin, clásica con sabor de antaño. A dos pasos de ella se encuentra el Hotel del mismo nombre, del que siento no haber tomado nunca una fotografía (el mejor escribano echa un borrón), pues lo inmortalizó Hergé en una de las aventuras de Tintín, El asunto Tornasol. A las puertas del mismo, al menos en mis años ginebrinos, había una gran figura de Tintín que recordaba el álbum citado.
 

Las calles de Mont-Blanc y de Chantepoulet
Partiendo de la estación de Cornavin descendemos por una de las calles más emblemáticas de la “rive droite” de Ginebra, la rue de Mont-Blanc, con tiendas de lujo, joyerías, cines y el gran edificio decimonónico de Correos.
 
 
Adyacente a ella se encuentra la rue de Chantepoulet, del mismo estilo que la anterior. En esta calle, al menos en mi época se encontraban las oficinas de Iberia y un afamado restaurante español, Don Quijote.

El lago de Ginebra o de Leman
 
La ciudad no se podría concebir sin su maravilloso lago, de hecho Ginebra forma un solo cuerpo con el lago. No se concibe la una sin el otro y viceversa. En Wikipedia podemos leer:
 
 

El lago Lemán, también conocido como el lago de Ginebra (en francés: Lac Léman o Lac de Genève), es el mayor lago de Europa Occidental. Se encuentra situado al norte de los Alpes, entre Francia (orilla sur) y Suiza (orilla norte incluyendo los extremos occidental y oriental).

 
Su forma es muy alargada y curvada hacia el sur; mide 72 km de longitud y 12 km de anchura. Tiene una superficie total de 582 km², de la cual el 60% (348 km²) pertenece a Suiza y el 40% (234 km²) restante a Francia. El río Ródano se vierte en él en el extremo este, y el lago desagua en el Ródano en su extremo oeste. Un fenómeno característico de este lago es la elevación de sus aguas en su parte norte con un descenso de las mismas en su parte sur y luego, alternando, el descenso de las aguas en las costas septentrionales y el ascenso en las meridionales. Esta curiosa "marea" llamada “dranse” se debe a las variaciones de la presión atmosférica en la zona donde se encuentra el lago. Unas 20.000 embarcaciones navegan por él, y se dedican principalmente a la pesca, el transporte o el recreo.




A sus orillas están, entre las más importantes ciudades, del lado suizo, Ginebra, Nyon, Lausana, Vevey (sede de la multinacional Nestlé) y Montreux. Entre las del lado francés, Thonon-les-Bains (balneario) y Évian-les-Bains  (balneario y fuente de agua mineral).



Además de las ciudades importantes que rodean el lago, en la costa suiza se encuentra el Castillo de Chillon (cantón de Vaud), popularizado por Rousseau y por Lord Byron. Del lado francés se halla la localidad fortificada de Yvoire, llamada la Perla del Lemán,  y el Castillo de Ripaille.


 
No se puede uno marchar de Ginebra sin subirse a uno de esos maravillosos barcos del siglo XIX e inicios del XX y disfrutar de una jornada fascinante llegando hasta Montreux y visitando Chillon y su increíble castillo.
 
 

El Quai de Mont-Blanc

Al final de la rue de Mont-Blanc desembocamos en el lago. A izquierda y derecha a los pies del lago, se encuentran varios hoteles de lujo, más que centenarios la mayoría de ellos, como por ejemplo el Les Bergues. Frente a nosotros tenemos el puente que atravesaremos más tarde. De momento, giramos a la izquierda y tomamos el maravilloso quai de Mont-Blanc, que bordea el lago, llamado “de Genève” por los ginebrinos, y de Leman por los franceses del lado opuesto.
 
 
En esta gran avenida podemos ver el famoso hotel Beau-Rivage. En él se hospedaba la emperatriz de Austria, Elisabeth cuando fue asesinada en el embarcadero que se encuentra frente al hotel. Aquí, en ese mismo lugar donde acaecieron los hechos tiene Sissi un monumento elevado en su memoria.

Frente al hotel se encuentra el mausoleo de Brunswick, bienhechor de la ciudad, que legó su fortuna a su muerte en 1873 a la villa de Ginebra a cambio de que se le levantara el monumento funerario que estamos contemplando. No es precisamente un monumento de mi gusto. Lo que no cabe duda es que Carlos II, Duque de Brunswick “disfruta” de unas vistas magníficas.
 

El Jet d’eau
Frente a nosotros, al otro lado del lago, se encuentra el que podemos considerar símbolo de Ginebra, el famoso chorro de agua, en francés, Jet d’eau, que con buen tiempo alcanza los 150 metros de altitud.
 
El primer Jet d’eau vio la luz en 1886, creado por el ingeniero que tenía a su cargo el llevar el agua a la ciudad de Ginebra. Hoy en día, el chorro lanza unos 500 litros por segundo a la impresionante velocidad de 200 Km hora. La fuerza que mueve el chorro son dos bombas eléctricas de 1360 CV de potencia. El peso de la masa de agua alcanza unas 7 toneladas.

 
La mejor zona para admirar el famoso surtidor son los llamados Baños de Pâquis, la “playa” de Ginebra, aunque ciertamente el Jet d’eau es visible casi desde cualquier punto de la ciudad.

Hasta ahora, el camino recorrido lo hemos podido hacer a pie. Si queremos continuar por el quai de Mont Blanc en dirección hacia la carretera de Lausana, conviene coger el coche.

El Quai de Wilson

La continuación del quai de Mont Blanc lleva el nombre del que fue presidente de los Estados Unidos, Woodrow Wilson, impulsor de la Sociedad de Naciones, cuya primera sede, antes de la construcción del gran palacio que hoy ocupa la ONU, se encuentra justamente en este maravilloso paseo, ornado con casas y palacetes de fines del siglo XIX y comienzos del XX.
 

La perle du Lac
Al finalizar el quai de Wilson se encuentra uno de los parques más hermosos de Ginebra, La Perle du lac. El pasear entre sus centenarios árboles, sus parterres, sus recoletas veredas, es todo un lujo.


 



Remontando el lago, hay un pequeño mirador con unas vistas idílicas donde al poeta Lamartine le gustaba ir a meditar. El parque empieza en la calle de Lausanne. Aquí hay una fuente monumental de dos plantas que constituye el punto central de un jardín de dalias que florece en otoño. En la parte de abajo hay un pequeño puerto que sirve de desembarcadero a las "gaviotas ginebrinas", las pequeñas embarcaciones que comunican ambas orillas del río.



 
 

Palacio de las Naciones Unidas
 
Cercano a este parque tenemos el espléndido Palacio de las Naciones unidas. Es un complejo de edificios que fue levantado entre 1929 y 1937 como sede de la Sociedad de Naciones. En 1946 fue traspasado a la recién creada Organización de las Naciones Unidas (ONU), convirtiéndose en 1966 en su sede europea.
 
 
Siempre, desde mi época de estudiante, me llamó la atención este Palacio, inabarcable en su interior (allí asistí en 1978, en su salón central al discurso que pronunció el rey Juan Carlos I) y con unos espléndidos jardines donde se pasean, al menos se paseaban, unos sofisticados pavos reales.

Digno de mención es el monumento al promotor de la Sociedad de Naciones, Woodrow Willson, frente al que se encuentra un maravilloso ejemplar de un cedro del Líbano.


La “rive gauche” de la ciudad
Hasta ahora hemos deambulado por la orilla diestra de la ciudad. A partir de ahora vamos a cruzar, utilizando el famoso puente de Mont-Blanc, a la orilla izquierda, donde se encuentra el núcleo original de la ciudad, la Vieille Ville.
 

El puente de Mont-Blanc

 
 
El Puente de Mont-Blanc es la conexión entre dos calles principales a ambos lados de la ciudad: la rue de Chantepoulet y rue du Mont-Blanc por la derecha, y la avenue Pictet-de-Rochemont con el Quai Gustave-Ador por la izquierda. El primer puente se construye en 1862 y en 1903 lo reforman, alargándolo y ensanchándolo un poco más. En 1965 lo modificaron de nuevo añadiendo aceras para peatones, desde las cuales se tiene una magnífica vista del Jet d’eau. En ocasiones especiales, fiestas o actos fuera de lo habitual, el puente se puebla de las banderas de los diferentes cantones que forman la Confederación, y que le dan, como podemos apreciar en las fotos, un aspecto imponente.

Recuerdo la impresión que me causaba el cruzar el puente en coche cuando estaban construyendo, a tiro de piedra, un aparcamiento subterráneo bajo el lago. Una ingente obra de ingeniería.


Al cruzar el puente del Mont-Blanc a pie, en un crudo día de invierno, con nieve, y si soplaba lo que los ginebrinos llamaban la bis, el viento gélido que provenía de los Alpes,  la sensación era terrible: por muy abrigado que uno fuera, parecía que se iba desnudo. Lo comprobé personalmente en más de una ocasión. 

L’Île Rousseau

Justo enfrente del puente se encuentra la pequeña isla de Rousseau, un espacio para descansar en días soleados o pasar un rato al atardecer contemplando los cisnes que por allí merodean.


 

 

La estatua de bronce del famoso filósofo y novelista Jean-Jacques Rousseau, ginebrino de nacimiento, es obra del escultor James Pradier, de Ginebra. En 1835 fue erigida en l’Île Rousseau, que recibió este nombre especialmente con ese motivo. En 2012, Ginebra celebró el 300 cumpleaños del novelista.



 
 
El Mont-Salève

 

Aunque omnipresente, el Mont-Salève se encuentra en realidad en Francia pero se llega cómodamente en transporte público o en coche propio. El funicular nos llevará a 1.100 metros y al séptimo cielo. La panorámica sobre el Lago Lemán, el Mont-Blanc y toda su región, quita el aliento.




 

 
La Villa Diodati
Desde que la conocí por vez primera, siempre atrajo mi atención esta misteriosa mansión que tiene una historia propia que contar. Aquí concibió Mary Shelley a Frankenstein. Está situada en Cologny, un elevado “mirador” desde el que se contempla todo Ginebra a sus pies. En esta zona han tenido y tienen casa muchos famosos. En tiempos, aquí habitaron Elizabeth Taylor y Richard Burton, y el autor de Maigret, Georges Simenon.
 

La placa de la fotografía que inserto ya lo dice casi todo, pero no todo. Además de Lord Byron, aquí, en el verano de 1816 también habitaron Percy y Mary Shelley y John Polidori. Veamos lo que dice la Wikipedia al respecto:

 
El verano de 1816, en que los citados autores se reunieron a pasar sus vacaciones en esta villa, sucedió el conocido como año sin verano, producido como resultado de la violenta erupción explosiva del volcán Tambora, en Indonesia, que provocó grandes anomalías climáticas en todo el mundo. El inesperado y perseverante mal tiempo reinante, frío, húmedo y lluvioso, confinó a Lord Byron, Mary Shelley y demás en la mansión, sin apenas poder salir al exterior. Para entretenerse, decidieron escribir historias de terror. Así tuvieron su origen dos grandes mitos del terror: Frankenstein y El vampiro, que serviría de inspiración entre otros al Drácula de Bram Stoker.
 
Parques de la Grange y des Eaux-Vives
 
 

 


El Parque de la Grange es un destacado conjunto paisajístico de 12.000 m² con un rosal por m². Creado en 1945-46, esta gigantesca rosaleda alberga más de 200 variedades distintas en medio de una excepcional armonía arquitectónica: terrazas entre las escaleras de piedra natural, estanques y pérgolas. 

 





El parque des Eaux-Vives ofrece una vista directa al Lago Lemán. Es uno de los parques más antiguos de la ciudad de Ginebra y se halla directamente al lado del Parc de la Grange. La colección impresionante de rododendros, regalada a Ginebra por los Países Bajos por su compromiso humanitario, se amolda perfectamente a este mundo verde. La villa que se encuentra al final del parque acoge, además, un restaurante gourmet…
 

 
 
La Universidad

Su rectorado se encuentra en la conocida rue de Candolle. Fundada por Calvino como la Academia en 1559, inicialmente fue un seminario teológico, donde también se enseñó Derecho. A partir del siglo XVII se comenzaron a agregar otras disciplinas, mientras se convertía en un centro para Ilustración erudita. En 1873 adquirió  carácter secular ya propiamente como Universidad. Hoy desempeña un papel líder en muchos campos -su localización en Ginebra le da una ubicación privilegiada para los estudios en asuntos diplomáticos e internacionales-. Asimismo se la considera una de las universidades de vanguardia en la investigación en Europa.
 
La brasserie Landolt
En el entorno de la universidad se encuentra un famoso café-brasserie, el Landolt, que tuvo como cliente habitual a Lenin mientras preparaba su revolución. Aquí pude ver (supongo que aún sigue ahí) el nombre de Lenin grabado (supuestamente por él mismo) en una de las grandes mesas de madera de la brasserie.
 

El Muro de la Reforma 


 

En el centro del Parc des Bastions se halla el impresionante Muro de los Reformadores. Aquí, en gigantescas estatuas podemos ver en el centro a cuatro de los principales reformadores: Farel, Calvino, Bèze y Knox. En los costados se encuentran personalidades que ayudaron a difundir la Reforma por Europa. Grabado en el muro se halla el lema de Ginebra «Post Tenebras Lux» (Tras las tinieblas, la luz), una frase destacada de la filosofía calvinista.

 

Place Neuve


Muy próxima al Muro de la Reforma se encuentra esta bonita plaza, donde se ubica la estatua del general Dufour. Aquí podemos admirar el Gran Teatro, una auténtica institución ginebrina, inaugurado en 1879, sede de una de las orquestas sinfónicas de más prestigio mundial, la Orqueste de la Suisse Romande. Cuenta con 1.500 plazas.

La Vieille Ville
 
Ubicada en una zona elevada, la Vieille Ville de Ginebra tiene como puntos referentes a la catedral de San Pedro (iniciada su construcción en 1160 fue convertida a partir de 1535 en iglesia protestante;  cuenta con el número más alto de capiteles románicos y góticos de la ciudad), la place du Bourg-de-Four y la Grand Rue, su arteria principal, peatonal.
 
 
Conserva estrechas calles empedradas, entre las que uno se encuentra transportado a tiempos pretéritos, flanqueadas por históricas casas, entre ellas una que ocupa en la actualidad el lugar que en su día ubicó la casa original en la que vivió Calvino, tal como podemos ver en la placa de una de las fotos que inserto.
 
 
 
Tomé numerosas fotografías de la Vieille Ville ginebrina, y me ha costado mucho el seleccionar tan solo unas pocas para incluir en este reportaje y no cansar al lector.

 


Edificio "Forces Motrices" (antigua central eléctrica) 

 



El BFM construido en 1886 está a sólo un paso del Pont de l'Ile. Había sido concebido en primer lugar para abastecer las fuentes, los hogares y las fábricas de la ciudad con el agua del Ródano. 




La arquitectura inspirada en un estilo clásico parece "flotar" en el río. Se trata, efectivamente, de uno de los monumentos históricos más bellos de Ginebra, especialmente por la noche, cuando es iluminado por originales juegos luminosos. Cuando estaba a punto de perecer bajo la piqueta, fue declarado monumento protegido.

 
La rue du Rhône
 



 

Los escaparates de un centenar de comercios convierten la Rue du Rhône en un paraíso del buen gusto. Atraen especialmente obras maestras de la relojería creadas en Ginebra. Aquí se reúnen las marcas más célebres que portan el emblemático “swiss made”. Entre arte relojero, moda y bisutería, completado por las tiendas de algunos artesanos chocolateros, descubrimos en su recorrido todas las marcas de renombre que contribuyen a la fama de Ginebra. En pocos lugares del mundo habrá una concentración semejante de marcas nobles.



 

 
 Uno de los Grandes Almacenes más conocidos de Ginebra, el Grand Passage, se encontraba en esta calle.
 

Las rues de la Confederation, du Marché y de Rive

La continuación de la rue de la Confédération, la rue du Marché y la rue de la Croix d’Or, paralela a la rue du Rhône, se denomina rue de Rive, unas arterias, todas, que contienen una gran cantidad de conocidas firmas de moda, relojería y joyería, Entre los numerosos nombres famosos que la pueblan quiero destacar uno: Davidoff. Aquí, en esta rue de Rive, haciendo esquina con la rue de la Fontaine se encuentra la sede central de la famosísima firma. Viene al caso que cuente una anécdota.
 
Davidoff

En mis años de estudiante, con seguridad en el verano de 1968, ya que en ese tiempo yo no hablaba apenas francés, entré en la tienda con la intención de adquirir algún paquete de cigarrillos. De la forma más normal, a mí, un sencillo estudiante de 20 años, me atendió el gran Zino Davidoff, que ante mi mal o nulo francés de esa época, se dirigió a mí en un perfecto español. El gran hombre (pequeño en tamaño), en esos años ya no solía acudir de forma habitual al establecimiento, y tan solo lo hacía esporádicamente con el fin de mantener el contacto con un mundo que él había creado. Soy de los privilegiados que puede decir que el propio Zino Davidoff me atendió personalmente.
 

Place du Molard
Esta preciosa plaza se encuentra entre la rue du Rhône y la rue du Marché. Es un termómetro del pulso de la ciudad, rodeada de boutiques de renombre, hoteles, cafés y grandes restaurantes.

Durante el día, la mayoría del espacio que ocupa, está densamente poblado de puestos de flores, que le dan una fisonomía especial. Al caer la noche, la plaza adquiere vida propia. La bella fuente octogonal data de 1711. Al fondo, haciendo ángulo con la rue du Rhône, podemos ver la Torre del reloj, originalmente una dependencia militar.

 
Esta plaza, tanto en mi época de estudiante como cuando residí habitualmente en Ginebra, era uno de mis rincones favoritos de la ciudad.
Frente a la plaza, en la rue du Marché se encuentra la Grande Boucherie du Molard. Aquí compraba mi esposa la carne para la fondue. Normalmente, cada cliente tenía predilección por uno de los siete u ocho carniceros que allí servían. Eloísa se dirigía invariablemente al mismo. Las veces que la acompañé siempre quedaba prendado por el arte que ponía el carnicero al cortar los trozos de carne. Era una auténtica obra maestra hecha con el mayor cariño. Un espectáculo.

Jardin anglais


Creado en 1854 rellenando un antiguo puerto del lago, fue el primer parque de estilo inglés de Ginebra. Sus caminos sinuosos, sus bosquecillos, su césped fresco, sus árboles y su fuente monumental siguen constituyendo hoy su principal encanto. En su antiguo kiosco de música se realizan numerosos conciertos en las noches de verano.

 
 
Reloj de flores


En unión del Jet d’eau, el reloj de flores es otro de los símbolos de Ginebra. Situado desde 1955 al inicio del Jardin Anglais, y cercano al puente del Mont-Blanc, su segundero, que mide más de dos metros y medio, pasa por ser el más largo del mundo. Los motivos florales que adornan al reloj no solo se cambian, como se podía pensar, en las diferentes estaciones del año, sino que se suele hacer más a menudo.

Iglesia ortodoxa rusa


 

En 1859, la comunidad ortodoxa rusa obtiene el permiso de construir esta iglesia con la ayuda financiera de Anna Feodorovna Constancia, cuñada del Zar Alejandro I. Dostoïevski bautizó aquí a su hija Sophie, que murió a los 3 meses de edad y fue enterrada en el cementerio de Plainpalais. Está ubicada por encima del barrio de Eaux-Vives, y cercana al barrio de Champel, donde vivieron mis padres.  

La iglesia rusa fue construida en el lugar de un antiguo priorato benedictino. Su arquitectura es una obra de arte del estilo bizantino moscovita. Sus cúpulas doradas, restauradas en 1966, pueden apreciarse desde varios kilómetros y representan un brillante punto de referencia.

 
 
Champel y Plainpalais

Para finalizar no me puedo olvidar de algunos nombres importantes, unidos con cariño a mi memoria, así Plainpalais, citado por Mary Shelley en su Frankenstein, o Champel, la zona donde vivieron mis padres y conocí de estudiante. Muy cercano se encontraba un magnífico parque, el Parc Bertrand.


Desde la casa de mis padres, llegando hasta el final de la Avenue de Champel, se bajaba en dirección a Carouge, un paseo de una media hora. Recuerdo con nostalgia aquellas caminatas que nos llevaban a la magnífica piscina pública de Carouge.

 
Carouge

Carouge merece capítulo aparte. Es una pequeña villa de unos 20.000 habitantes, trazada a cuadrícula, situada a orillas del río Arve y prácticamente adosada a Ginebra, con un encanto especial. Aquí podemos encontrar tiendas de antigüedades, estudios de artistas exponiendo sus obras, pequeños mercados, entre ellos el de flores, frutas y verduras, calles con terrazas y casas de colores, boutiques de moda, talleres, restaurantes… en fin, Carouge es como un barrio romántico de Ginebra.

 
Alrededores de Ginebra, Annecy


Algunas localidades ya las he citado en estas páginas, pero antes de finalizar quiero hacer hincapié en una maravillosa ciudad, situada a unos 40 Km de Ginebra, en Francia, conocida como la Venecia francesa. Hablo de Annecy, sugestivo lugar, con un soberbio lago, y unas calles que bordean los canales de un romanticismo sin igual. En esta ciudad hice en 1980 una de mis fotos más queridas. Aquel día nos acompañaba una ligera lluvia que a priori parecía ser un aspecto negativo a la hora de plasmar lo que yo buscaba. Fue justamente al contrario. La foto, tomada con un objetivo estándar, sin ningún tipo de filtro, creo que, si se me permite la inmodestia, reproduce a través de los edificios y el canal, la imagen de un lugar tocado por un halo de ensueño.

 
Patek Philippe
 
Estando en la capital mundial de la relojería, no puedo dejar de dar algunos nombres célebres, con anécdota incluida.
 
 
Un año después de mi ingreso como funcionario del estado me encontraba destinado en Santa Cruz de Tenerife en 1972, y en ese verano me desplacé a Ginebra (aún se encontraba mi padre aquí destinado). Había ahorrado 25.000 pesetas, el equivalente de unos 1.500 francos suizos de entonces y se me había antojado adquirir un Patek Philippe, de modo que me personé en el establecimiento, algo parecido a un mausoleo decimonónico todo recubierto de paneles de madera con vitrinas de quitar el hipo. Se me acercó un dependiente al que solo le faltaba el frac, que tras los saludos de rigor y a solicitud mía, me entregó un catálogo con una separata en la que venían los precios. Constaté que el reloj más barato, todos eran en oro (dos o tres años más tarde apareció el primer Patek Philippe en acero, el modelo Nautilus) valía 3.000 francos, el doble de la suma de que disponía yo, de modo que no se me ocurrió mejor idea que decirle al dependiente si no tenían relojes en plata o acero. Con ofendida actitud, pero muy educadamente, la barbilla elevada, me contestó:
 
-      ¡Monsieur, Patek Philippe c’est un bijoux!
 
Le di las gracias, y frente por frente llevé mis pasos a uno de los establecimientos más conocidos de Ginebra, Bucherer, donde adquirí por la mitad de dinero, los 1.500 francos suizos de que disponía, el Rolex que me ha acompañado desde esas fechas.
 
Bucherer
 
Si la sede de Patek Philippe es espectacular, no le va a la zaga Bucherer.
 
La empresa familiar Bucherer se cuenta en Europa entre las más tradicionales del sector de relojes y joyas. Cuando el comerciante y empresario Carl-Friedrich Bucherer inauguró en 1888 en Lucerna la primera tienda especializada en relojes y joyas, estableció la base para la exitosa empresa. Hoy, 125 años más tarde, Bucherer se jacta de ser líder del sector suizo de relojes, bisutería y joyas. La tienda ofrece a sus clientes creaciones de joyas, un extenso surtido de marcas de relojes de lujo así como la gama más amplia de relojes Rolex.
 
El chocolate

Cuando se habla de Suiza, de inmediato se piensa en estaciones de esquí, en relojes, en maquinaria de precisión, en bancos y en seguros, pero casi, casi, antes que nada, nos viene a la mente el chocolate. No voy a descubrir en estas líneas las excelencias del chocolate suizo. Me sería imposible. A cambio, señalo un establecimiento famoso en Ginebra, la Chocolaterie du Rhône, situada en el nº 3 de la rue de la Confédération. Es este un salón de té apreciado por los grandes de este mundo, mencionado en toda guía de turismo que se precie.

 
Punto final

Podría seguir escribiendo y escribiendo. Me dejo muchas anécdotas en el tintero, o hablar de eventos como las fiestas de Ginebra en verano con unos maravillosos fuegos artificiales con el marco del lago de fondo, o del Salón del Automóvil, uno de los más importantes del mundo, o del día nacional de Suiza, el 1º de Agosto… pero entonces no acabaría nunca.


Llegado a este punto, no sé si habré sabido plasmar la Ginebra que llevo en mi corazón. En cualquier caso, tengo muy claro que pese a la dificultad que la empresa tenía, -retroceder en el tiempo más de 40 años-, quedo medianamente satisfecho de haber podido llegar al final, creo que a un buen puerto. Si mis palabras no han sido lo suficientemente elocuentes, espero que sí lo hayan sido, al menos en parte, mis fotografías, que ayuden a ser benevolentes conmigo a mis lectores.
 
 
 Cuando comencé a escribir este relato pensé que no llegaría a concluirlo, tal era la dificultad que veía a la empresa, de modo que ahora que estoy ya al final, aunque todo autor siempre piensa que lo puede hacer mejor, al menos he logrado coronar la cima que me propuse. Gracias a todo aquel que hasta aquí haya llegado. Hasta la próxima.

 
Juan José Alonso Panero

Las Rozas de Madrid, 3 de agosto de 2015