De norte a sur
PEDRAZA y ARANJUEZ
La semana que se inició el 13 de agosto fue de descanso para quien escribe estas líneas. Decidí, “permitiéndolo las necesidades del servicio”, hacer un alto en el camino en mitad de agosto, de modo que disfruté de unos días de asueto. Me propuse que al menos un par de esas jornadas, las emplearía para visitar alguna localidad cercana que mereciera la pena, dicho coloquialmente, hacer turismo y unas cuantas fotos.
PEDRAZA
El lunes 13 de agosto, salí de casa en mi ya veterano Golf a las 10:30 horas. Tomé la autovía de La Coruña, pagué el consiguiente peaje de 7,70 euros, me desvié cuando así me lo indicó el GPS hacia la nacional 110, y al cabo de 112 kilómetros me encontré en Pedraza, 30 años después que la primera y última vez que hollé tal lugar.
Hice mi entrada en la inexpugnable ciudad por la única puerta que da acceso a la misma, conocida como la puerta Barbacana. El solo camino que se me permitía recorrer, me llevó a un amplio espacio al aire libre habilitado como aparcamiento. Eran las 11:45 horas y el termómetro del coche marcaba 22º de temperatura. A esa hora mañanera, pude encontrar un buen sitio donde estacionar. Luego, poco a poco, pese a ser un lunes de agosto, el emplazamiento se fue llenando de automóviles de una forma inusitada. Un par de horas más tarde se hacía muy difícil encontrar un lugar libre.
Las dos principales atracciones de Pedraza son el castillo y el pueblo en sí mismo, sobre todo su plaza mayor. Decidí comenzar mi visita por la fortaleza, ya que la tenía justo frente a mí.
El Castillo de Pedraza
Un poco de historia nos pone al día acerca del fortín. Me valgo para ello del folleto que se me proporcionó junto con el ticket de entrada al alcázar:
“Nada se sabe de los orígenes de este castillo, uno de los más antiguos de Europa. Huellas romanas, visigodas y árabes dan paso a su actual arquitectura que data del siglo XV.
La historia del castillo, que fue residencia de Abderramán el Grande, así como de los reyes de Castilla y León durante la Edad Media, está entreverada de leyendas. La más popular de ellas es la de los amores trágicos de la bellísima Doña Elvira, señora del castillo, y del monje Roberto que, habiéndose amado de adolescentes, se reencuentran al cabo de los años cuando el monje es nombrado capellán del Conde Ridoura, marido de doña Elvira y señor del castillo. Al regreso de la Batalla de las Navas de Tolosa el Conde descubre la infamia, mata al monje clavándole una corona de hierro e incendia la torre donde se ha refugiado la despavorida Condesa”.
Nada dice el folleto del final de Doña Elvira, pero dadas las circunstancias descritas, nos podemos temer, casi con total seguridad, lo peor.
“Tras la ocupación por Enrique IV, pasa más tarde a manos de los Condestables de Castilla, para entrar en la historia de Europa cuando alberga como rehenes, a raíz de la batalla de Pavía, a los hijos de Francisco I de Francia hasta que se firma el tratado de Cambray.”
Damos un salto en el tiempo, y nos encontramos en la segunda década del pasado siglo XX.
“Transcurría el año 1921 cuando con ocasión de sus continuas visitas a Segovia desde París, el pintor Ignacio Zuloaga se interesó por el castillo, entonces abandonado y en eminente (supongo que es una errata, y que el vocablo correcto debería de ser ‘evidente’) estado de ruina, adquiriéndolo y acondicionándolo parcialmente. Desde entonces fue uno de sus lugares preferidos de descanso y trabajo. Aquí realizó sus célebres obras ‘Eufemio’, ‘Paisaje de Pedraza’ y alguna otra”.
“Es de destacar, en la sobriedad del conjunto, el frente del cierre amurallado franqueado por los dos cubos de las Torres, la puerta de entrada original del siglo XV en álamo negro, la gran torre del Homenaje, el patio de armas con algibe (aljibe) románico y los arcos, que destacan con fuerza en el conjunto de los muros vaciados de su estructura interior”.
Impresiona sobremanera, al menos a mí, la puerta de entrada al Castillo, original del siglo XV, tal como dice el folleto. Es realmente un milagro que haya llegado sana (siendo benévolo con el vocablo) y salva hasta nuestros días. Un regalo para el visitante.
“El castillo de Pedraza es hoy un castillo sin apenas más que sus muros y sus fosos, con sus torres desmochadas, que levanta la masa imponente de su conjunto en la ladera norte de la colina rocosa donde se asienta Pedraza de la Sierra. El emplazamiento es verdaderamente espectacular, sobre la vega del río Cega, con el pueblo de La Velilla en el bajo y dominando desde su privilegiada atalaya, con su severa silueta, uno de los horizontes más bellos de toda Castilla”.
Pagué la entrada consiguiente, de precio único para todo visitante, 6 euros, fuera cual fuese su edad, de modo que no pude hacer valer mi recién estrenada “tercera edad”. La visita era obligatoriamente con guía, y si mal no recuerdo, comenzó sobre las doce y media y duró cerca de una hora. Nuestro guía, francamente agradable y eficiente, fue un ciudadano chileno, afincado en la ciudad desde hacía 10 años, según nos comentó. El grupo de visitantes en el que me encontraba lo componíamos unas veinte personas, incluyendo un par de niños de entre 6 y 8 años, que se portaron aceptablemente.
La visita resultó francamente interesante, sobre todo, en lo que a mí respecta, el tiempo que dedicamos al museo del pintor Zuloaga, cuyas obras expuestas nos fueron descritas con todo lujo de detalles por nuestro guía. Me llamó poderosamente la atención un maravilloso óleo de grandes dimensiones del torero Juan Belmonte, con terno azul y plata, uno de los tres retratos que Zuloaga hizo del gran innovador de la fiesta de los toros.
Me despedí de nuestro amable guía, que tras mí cerró la puerta dando por finalizadas las visitas de la mañana. Debían de ser la 13:30 aproximadamente.
Mi almuerzo
Sé que lo que voy a escribir a continuación puede parecer una herejía, sobre todo para quien me haya leído en anteriores relatos y haya “disfrutado” con la reseña minuciosa que suelo hacer de mis refrigerios durante mis vacaciones, así que bien podía pasar por alto este episodio, pero la historia quedaría incompleta.
Dicho lo cual, y una vez que salí del castillo, busqué la sombra de un árbol y un banco, que encontré en la explanada del aparcamiento, con una magnífica vista al frente, y allí di cuenta de un par de bocatas de queso y jamón (eso sí, con mantequilla, faltaría más) acompañados por una Coca Cola y una botella de agua mineral, que había traído previsoramente de casa.
He dejado dicho lo de la herejía, en cuestión de yantar, por encontrarme donde me encontraba, lugar reputado precisamente por su gastronomía, donde, entre otras viandas, tiene fama el cordero lechal… pero, si hay algo que aborrezco profundamente es el comer solo en las circunstancias descritas, de modo y manera que había tomado mis precauciones y no me arrepiento de ello, pese al maravilloso “olor” a cordero asado que se desprendía en el paseo que, una vez fumado un cigarrillo, inicié por el pueblo.
Pedraza de la Sierra
La verdad es que todo el conjunto es una auténtica maravilla. Mi impresión personal, comparando mi visita de hoy con la de hace treinta años, es que Pedraza ha ganado con el tiempo. He visto el pueblo como más cuidado, más limpio. Paseé por sus calles, visité las ruinas de antiguas iglesias románicas, como la de Santa María…
En mi recorrido por las arterias de la villa, me extasié a cada paso que daba, y me costó sobremanera el proseguir mi ruta a través de sus vías.
En la calle Mayor, muy bien cuidada, entré en uno de esos lugares donde venden los consabidos recuerdos a los turistas, y allí compré, cómo no, los clásicos y socorridos imanes que solemos colocar en los frigoríficos.
Plaza Mayor
Pero sobre todo me extasié en su preciosa Plaza Mayor, donde se encuentra el Ayuntamiento, así como la iglesia de San Juan Bautista, de origen románico, como demuestra su torre con arquería en los tramos superiores, aunque la “reina” de la plaza es sin duda esa gran casona que ilustra la mayor parte de las guías turísticas cuando uno busca y encuentra el nombre de Pedraza.
No he podido sustraerme a un ejercicio un tanto romántico y melancólico. He ido a mi archivo fotográfico y he buscado una toma de la famosa casona realizada en mi primera visita a Pedraza, en marzo de 1982, es decir hace exactamente 30 años.
Comparemos las dos imágenes que inserto a continuación. Ambas están realizadas con la misma focal, la de 1982, con película diapositiva, con una Contax RTS I y un maravilloso Zeiss Planar f/1.4 de 50mm, y la de 2012 con una Leica M9-P, digital, y un no menos soberbio Summicron 50mm f/2.
La perspectiva de ambas tomas es casi idéntica. Fijémonos ahora en los detalles. Yo, a simple vista, ya noto que las tejas que cubren la techumbre en 2012 tienen mucho mejor apariencia que las de 1982. El aspecto general de la casa se ve mucho mejor en la actualidad que hace 30 años. Como detalles menores, en la fotografía más reciente podemos apreciar que se ha abierto una nueva tronera junto a la chimenea central, que a su vez ha sufrido una ligera modificación, para mejor, según mi opinión. También podemos distinguir en la toma digital, la presencia de un restaurante en el extremo derecho de la casa. En general, y las fotografías no me dejarán mentir, el aspecto de la casona es mucho mejor ahora que treinta años ha.
Llegados a este punto y teniendo en cuenta la hora que era -ni siquiera habían dado las tres de la tarde, de modo que tenía varias horas por delante con luz natural-, se me planteaban dos posibilidades. La primera, y más lógica, era acercarme a Sepúlveda, distante a tan solo 25 kilómetros y seguir los consejos que me había dado mi amiga Nieves. La segunda posibilidad era lisa y llanamente el regreso a casa. En mi caso, quien decidió no fue mi cabeza, sino mi pie derecho, maltrecho desde hace semanas –probablemente la artritis, es decir, la edad-, de modo y manera que, bien a mi pesar, elegí la segunda opción.
Regreso a casa
Por la misma puerta Barbacana por la que entré, salí. Eran las 14:45 y ahora la temperatura había subido unos cuantos grados, 28 marcaba el termómetro del Golf, pero seguía siendo muy agradable.
El trayecto de vuelta fue igual que el de ida, 112 kilómetros, el mismo peaje, 7,70 euros, y prácticamente el mismo tiempo en recorrer el camino de regreso a casa, a donde llegué exactamente a las 16:00 horas. Disfruté de una visita que recomiendo vivamente a todo aquel que tenga oportunidad de hacerla. Pedraza lo merece sin lugar a dudas.
ARANJUEZ
Tras alguna duda razonable, ya que el 15 de agosto es una fecha señalada, destiné el jueves 16 para visitar Aranjuez. Mi ausencia del bello lugar era aún mayor en tiempo que en el caso de Pedraza. Una vez más, me he ido a mis archivos fotográficos, y tengo registrada mi última presencia en la ciudad de los jardines y el Tajo, el 1º de Junio de 1971, es decir, 41 años atrás. Acababa de aprobar mi oposición de ingreso como funcionario civil del Estado cuatro días antes, y acompañado de una bella amiga, efectué la visita de la ciudad. Aparte de las bonitas fotos que saqué, poco más recuerdo de mi paso por la villa de las fresas y los espárragos. Con seguridad, mi cabeza, con la oposición recién aprobada, y muy bien acompañado, estaba más en otro sitio que en la localidad que derribó a Manuel Godoy y destronó a Carlos IV.
El viaje de ida
En esta ocasión decidí que el trayecto lo haría en tren, ya que la red de Cercanías de RENFE llega hasta la ciudad de Aranjuez, y además, así iba a estrenar mi reciente abono de viajes de la “tercera edad”, que me permite moverme dentro de la Comunidad de Madrid por todas las líneas de Metro, de autobuses municipales, y del tren de cercanías, sin restricción alguna y fuera cual fuese la distancia a recorrer.
Efectué el primer trayecto desde la estación de Las Rozas hasta Atocha, donde llegué a las 10:00 horas. Veinte minutos más tarde me subo a uno de los numerosos trenes de Cercanías que unen Madrid con Aranjuez. Tras un viaje muy agradable, de unos 40 minutos, arribo a la vera del Tajo.
Estación de ferrocarril de Aranjuez
El edificio actual, de estilo neomudéjar, se levantó entre 1922 y 1927 y vino a sustituir a las dos estaciones ferroviarias hasta entonces existentes en la ciudad, la primera de las cuales, construida por el marqués de Salamanca, acogió la segunda línea férrea que circuló en España, entre Madrid y Aranjuez. Corría el año de 1851 y al tren que cubría el trayecto, al dar salida hacia la capital de los productos de la huerta de Aranjuez, se le conoció popularmente como el Tren de la Fresa. Actualmente RENFE mantiene una línea turística con esta denominación:
Cuando pongo mis pies en el exterior de la estación me encuentro con la desagradable sorpresa de que la fachada está en obras, de modo que me quedo sin la fotografía esperada y deseada.
Siguiendo las indicaciones de mi nuera Puri, una vez fuera de la terminal tomo un autobús de la línea 1 (hay 4 líneas municipales y todas inician su recorrido desde la estación de RENFE, aunque cada una de ellas lleve luego diferente dirección). Un amable pasajero, también de la “tercera edad”, me indica la parada, muy cercana, donde debo apearme. La verdad es que la distancia a recorrer hasta el Palacio Real, no es muy grande, y en un día con menos calor (33º marcaba el termómetro y en esa temperatura, sin apenas oscilación, se mantendría durante toda mi estancia en la ciudad), y con el pie diestro en perfectas condiciones, me habría animado a hacer el trayecto andando.
El Palacio Real
Una vez frente al Palacio Real, tras extasiarme en la contemplación del bello edificio y disparar la cámara con las dos focales que había llevado, el 21 y el 50mm, me dirijo hacia la sala dispuesta para la adquisición de localidades. Aquí me encuentro con la primera sorpresa, agradable. La organización es perfecta.
Una amable señorita, tras comprobar mediante mi DNI, que efectivamente acababa de adquirir hacía justo un mes la categoría de “miembro de la tercera edad”, me indica las diferentes modalidades de billetes de entrada para las visitas de los palacios y monumentos de Aranjuez.
Elijo la modalidad que me da derecho a la visita del Palacio Real con guía “de verdad” (la otra opción era con sonido pregrabado a través de unos auriculares, que además no incluía el recorrido completo del palacio), así como al Museo de Falúas Reales y a la Casita del Labrador. En este último caso, la visita, concertada desde el mostrador en que soy atendido, era obligatoriamente con guía y se fijó para las 14:30. El importe que pagué en total fue de 10 euros.
No hizo falta que la amable señorita que me atendió me confirmara lo que ya estaba bien indicado en todos los avisos que tenía a mi alrededor: “Prohibido el tomar fotografías en el interior del Palacio”. La experiencia se repetiría en la Casita del Labrador. Por esta razón no puedo incluir ninguna de las fotografías que me hubiera gustado hacer, y que sí hice hace 40 años. No las inserto en este relato porque sería desvirtuar el mismo. Además, por lo que recuerdo, hace 40 años la parte que se visitaba del palacio era mucho menor, y desde luego, hasta donde llega mi memoria, no estaba tan bien cuidado.
Comencé el recorrido del Palacio Real en compañía de una veintena de turistas, como yo, a las 11:45 y la visita se prolongó por espacio de una hora.
El Palacio Real, tal como lo vemos en la actualidad, presenta el aspecto que le dio Santiago Bonavía a su fachada principal cuando Fernando VI le encargó la reconstrucción del viejo palacio, destruido en su gran mayoría por un incendio en 1727. Se empleó en su construcción ladrillo rojo y piedra de Colmenar. Tras numerosas restauraciones, podemos decir que en la actualidad, guarda la disposición interior que tenía a fines del siglo XIX.
¿Qué puedo decir del maravilloso recinto? La verdad es que me impresionó. Muy cuidado, fuimos recorriendo las diferentes salas del mismo en compañía de una guía, a la que calificaré de "correcta" a secas. No es que no fuera eficiente, simplemente, desde mi punto de vista me pareció poco profesional las conversaciones de tipo personal que mantenía de vez en cuando con los cuidadores de las diferentes salas por las que pasábamos. Pienso que es un detalle que los responsables del recinto deberían de cuidar.
Sí quiero en cambio señalar un aspecto que me pareció muy positivo. Además del oportuno vigilante que se encontraba en cada una de las salas que fuimos visitando, siempre había acompañando a nuestro grupo, un miembro del servicio de seguridad que se iba turnando cada poco. Un aplauso para esta iniciativa.
Son muchas las piezas del Palacio que, al menos a mí, impresionan. Resaltaré, y sé que no soy original pues es lo que mencionan todas las guías al uso, la preciosa sala de porcelanas, considerada como la obra capital de la Real Fábrica de Porcelana del Buen Retiro de Madrid. La coqueta sala de fumar del rey consorte Francisco de Asís, también llamada Gabinete árabe que es una copia, o al menos está inspirada en la estancia de las Dos Hermanas de la Alhambra de Granada. El dormitorio de Isabel II, y el salón de billar, realmente espectacular. Por último, no quiero dejar de mencionar, el comedor de gala, la sala de baile y el salón del trono, lugar este último donde se produjo la abdicación de Carlos IV en favor de su hijo Fernando VII.
En cualquier caso, la mejor guía del Palacio Real de Aranjuez, así como de todo el Real Sitio, la puede encontrar el lector en la siguiente página Web:
Una vez acabada la visita oficial, en la planta baja y cercano al lugar de salida, se encuentra una gran sala que no deja de ser interesante, ya que contiene junto a uniformes y trajes de gala de los actuales reyes de España, los vestidos originales que llevaron en sus bodas reales la reina Sofía, la princesa Letizia y las infantas Elena y Cristina.
Mi almuerzo
En este punto son ya cerca de la una de la tarde, de modo que a la salida de Palacio, busco un lugar a la sombra de un buen árbol y junto a un banco, y doy buena cuenta del almuerzo, que al igual que había hecho en Pedraza, vino conmigo desde Las Rozas. Como la historia es idéntica, la finiquito aquí mismo para no repetirme.
Justo a la salida del Palacio se encuentra uno de esos trenes turísticos que vienen proliferando en diferentes ciudades de España, y que, aunque disguste a algunos, son muy útiles para los que solemos hacer uso de ellos, o sea, en dos palabras, los turistas.
El de Aranjuez recibe el nombre de Chiquitren, tiene un precio de 5 euros y en él recorres por espacio cercano a una hora, una buena porción de los lugares emblemáticos de la ciudad. Por mencionar solo algunos, se adentra en el Jardín del Príncipe, con parada en el Museo de Falúas Reales, y continúa por el citado jardín hasta la Casita del Labrador, distante unos 3 kilómetros del Palacio Real. Aquí, en la Casita del Labrador tiene una nueva parada. Una vez que sale del Jardín del Príncipe, toma la calle de la reina y luego se adentra en el corazón de Aranjuez hasta devolvernos de nuevo al inicio del recorrido junto al Palacio Real.
Para los visitantes como yo, que venimos a Aranjuez “no motorizados”, el Chiquitren representa una gran ventaja. Sale cada media hora, con descanso entre las 14:00 y las 15:30.
El Jardín del Príncipe
Fue creado por Carlos IV siendo todavía Príncipe de Asturias y lo concluyó siendo rey, entre 1789 y 1808. Es un jardín paisajista que sigue la moda inglesa y francesa de finales del siglo XVIII. Sin embargo, en él se integran elementos anteriores, como la Huerta de la Primavera y el embarcadero de la época de Fernando VI.
En cuanto a su extensión, tiene un perímetro de 7 kilómetros y 150 hectáreas. Para hacernos una idea de su tamaño, al menos aquellos que conozcamos bien los jardines del Buen Retiro de Madrid, éste es 32 hectáreas mayor que el Retiro madrileño. Se trata, pues, de uno de los jardines más extensos de España. Está rodeado por el río Tajo, y a lo largo de él podemos observar una gran cantidad de especies vegetales, muchas de ellas provenientes de tierras lejanas.
La mayor parte de las especies exóticas fueron traídas en la época de Carlos IV, y no cabe duda que la riqueza botánica constituye el elemento de mayor valor del jardín, por encima de su trazado. En él podemos apreciar fuentes, diversos monumentos, pabellones… Aquí se encuentra el Museo de las Falúas Reales, en el que podemos admirar las embarcaciones con las que la realeza navegaba por el río Tajo, y por supuesto, al final del mismo, La Casita del Labrador, que recibe este nombre al haberse levantado en tierra de labradores.
La casita del Labrador
El trenecito de las 13:30 me dejó a un costado del edificio cuando aún no eran las dos de la tarde. Antes de dar inicio la visita de la Casita del Labrador, dispuse de un tiempo que empleé en pasear, pese al calor sofocante –atenuado por la maravillosa arboleda y el cercano Tajo- por los jardines circundantes al palacete, donde tomé algunas fotografías. Me llamó la atención poderosamente un inmenso sauce llorón, protagonista solitario en medio de una gran explanada verde. Una auténtica joya.
Para reseñar mi visita a este palacete necesitaría poseer un don especial, que sé positivamente que no tengo, pero al menos intentaré describir la maravilla que visité por primera vez, ya que nunca antes había estado en este lugar, que por sí solo merece ya una viaje a Aranjuez.
El proyecto de la construcción del palacio fue una petición del Príncipe de Asturias, el futuro Carlos IV. La obra, dirigida por Juan de Villanueva, en la que también intervino su ayudante Isidro González Velázquez, se prolongó 13 años, un periodo de tiempo muy corto para la época, tal como nos explicó el exquisito guía que nos acompañó.
Antes de comenzar el recorrido tuvimos que recubrir nuestro calzado con unos protectores de papel-tela, un ejemplo que debería de cundir en todos los lugares históricos abiertos al público.
Iniciamos la visita a las 14:30 seis personas, un matrimonio en el ecuador de los cuarenta, con un par de hijos adolescentes, chica y chico, una rubia francesa cercana a las cuatro décadas, y que hablaba un correcto español, y quien escribe estas líneas. En cuanto a nuestro guía, me cuesta encontrar un vocablo para calificarlo. Fue realmente modélico. Erudito sin ostentaciones gratuitas, con el tono de voz adecuado, y el trato profesional, pero a la vez, cercano. Sinceramente, ejemplar.
Sin duda alguna, en este palacete se conserva uno de los conjuntos neoclásicos más importantes de Europa. No sería nada original si mencionara una tras otra las habitaciones que fuimos visitando, así que me limitaré a decir que si algo me llamó la atención por encima de cualquier otra consideración, dejando a un lado el valor intrínseco de los tesoros que contiene el palacio, es la maravillosa conservación de todo el conjunto.
Como nos informó el guía, es un auténtico milagro que el palacete haya llegado hasta nuestros días prácticamente tal como lo vivieron a inicios del siglo XIX. Todo en él es original. Las puertas, de caoba con incrustaciones de limoncillo, herrajes, los muebles, el espléndido suelo, por supuesto las alfombras, e incluso hasta las cortinas, algo verdaderamente inusual. Se nota, se palpa que nos encontramos en un recinto que nos transporta sin ningún esfuerzo, dos siglos atrás. Una exquisitez. Salí enamorado del lugar como muy pocas veces me ha pasado.
Fin de la visita
A las cuatro y media de la tarde me apeo del “chiquitren” en Palacio. Me falta el resuello, no tengo fuerzas ni para comprar algún souvenir.
Soy consciente de que me he dejado en el tintero algunas joyas de Aranjuez, como diversas fuentes, palacios como el de Godoy y otros varios monumentos. Siento sobre todo el haberme perdido la visita al Museo de Falúas Reales, que además, iba incluida en el precio de la entrada que pagué. Pero estaba literalmente "roto", y eso que el pie me respondió bien, dentro de lo que cabe.
Es pues el momento de iniciar la búsqueda de una parada de autobús para ir a la estación de trenes. Hago a pie el recorrido inverso al que hice para ir a Palacio. Veo circular un autobús de línea por el cruce de calles que tengo frente a mí. En la intersección, giro a la derecha y veo un poste indicador de parada a unos 20 metros. ¡Ha habido suerte! Aquí paran las 4 líneas municipales, y las 4 tienen como punto final la estación de RENFE, tal como ya he dicho.
Espero como unos 10 minutos. Mientras, me fumo un cigarrillo y bebo agua, algo que no he dejado de hacer, cada poco tiempo, durante toda mi estancia en la ciudad. Llega al fin un autobús de la línea 4.
A las cinco menos diez estoy en la estación. Acaba justo de hacer su entrada el tren de la línea C3 que me llevará hasta la estación de Atocha y que, tal como indica el horario, se pone en marcha a las 17:00 horas. En Atocha tengo el tiempo justo para casi sobre la marcha subirme al tren de la línea C10 con dirección Las Rozas y Villalba. Antes de las seis y media estoy de vuelta en casa.
Las Rozas de Madrid, 25 de agosto de 2012