LA
SIERRA DE MADRID. EL PAULAR
El viernes 18 del pasado
mes de agosto efectué una excursión de un día con mi amigo Pedro a la sierra de Madrid. La
idea partió de Pedro,
que me propuso recorrer unos lugares a los que pese a la cercanía con mi zona
de residencia, jamás había yo visitado. En mi descargo tengo que apuntar que
los 20 años que pasé en el extranjero en mis diferentes destinos pesan lo suyo.
Antes de seguir adelante,
dos puntualizaciones. La primera se refiere a los comentarios cultos del
relato. Para llevarlos a cabo me serví de dos guías: Guía de Madrid de El País Aguilar y Guía Total de Madrid y su entorno de Anaya Touring Club.
La segunda puntualización
se refiere a las fotos del reportaje. Todas ellas fueron tomadas con una Leica M9-P y dos objetivos Leica, Elmarit 28mm f/2,8 y Summicron
50 mm f/2,0.
Así pues, a las 10:00 de
la mañana me recogió Pedro en la puerta de mi urbanización con su
flamante y casi recién estrenado BMW 120i
automático que aún olía a nuevo.
Tomamos la autovía A6 y
luego nos desviamos en dirección a Colmenar Viejo para dirigirnos a nuestro
primer punto de parada, Miraflores de la Sierra.
Miraflores
de la Sierra
A 50 Km de Madrid y 21 de
Colmenar Viejo en altitud de 1.150 metros.
Parece ser que en el siglo
XIII era un lugar repoblado por pastores segovianos. Su anterior nombre era
bien distinto al actual, porque se llamaba Porquerizas. Fue la reina Isabel II,
que viajaba camino de El Paular, quien la llamó Miraflores por su sorpresa de
ver allí flores, en invierno y en la sierra.
Hasta hace unos años había
un viejísimo olmo en la plaza, cantado por Vicente Aleixandre, que desde pequeño pasaba
muchos veranos en la villa.
Tiene Miraflores un casco
antiguo de calles en cuesta y casas de piedra y también muchas fuentes, hasta
20, siendo la más conocida la Fuente Nueva, que es del siglo XVII, donde
es costumbre que se meta –antes se le tiraba- el alcalde en las fiestas de la
Asunción.
La Iglesia parroquial
que conserva sólo del pasado su cabecera gótica realizada en 1557, es de
estilos diversos, predominando el neoclásico.
Desde hace ya muchos años
se ha convertido en un centro veraniego de gran atracción, lo que ha aumentado
su caserío y dotado de hotelitos ajardinados utilizados como segunda
residencia. A 9 Km del pueblo está el Puerto de la Morcuera, uno de los pasos
del Guadarrama, que comunica con la meseta norte, cercano el Pico de la Najarra
(2.106 m).
Aquí, en Miraflores
hicimos un alto y nos sentamos en una terraza para degustar un café mientras observamos
las numerosas banderitas y adornos de papel (y que son visibles en todas las
fotos de Miraflores que adornan este relato) que llenaban el lugar por las
fiestas de la Asunción recién celebradas.
Reiniciamos nuestro camino
y tras detenernos en un precioso bosque donde predominaba la calma más absoluta
y el silencio era rey, continuamos camino de Lozoya, donde hicimos un alto de
apenas 10 minutos para proseguir camino de Rascafría.
Rascafría
Arribamos a esta pequeña
localidad situada a la entrada del valle del Lozoya, al pie de Peñalara, a una
altitud de 1.200 metros y con 1.800 habitantes. El reloj marcaba las 12:30
horas cuando iniciamos un pequeño paseo por el pueblo.
Fue uno de los cuatro
“quiñones” (sistema de producción agrícola basado en el reparto de las tierras
con el objetivo de sembrarlas y cosecharlas) fundados en el valle por los
segovianos en 1302 y patria chica de Rodrigo Gil de Hontañón, el gran arquitecto
del siglo XVI. La iglesia parroquial de San Andrés es de finales del
siglo XV, construyéndose la torre a partir de 1561 y el chapitel después de la
guerra civil. Contiene una magnífica colección de tallas de diferentes épocas,
algunas procedentes de El Paular.
Visitamos, como no podía
ser menos, la iglesia de San Andrés y luego, tal como he comentado, hicimos un
corto recorrido por el pueblo deteniéndonos en la gran plaza del Ayuntamiento.
Aquí, en este punto, tengo
que hacer un inciso en la historia. Mi compañero y sin embargo íntimo amigo
desde hace ya innumerables años Emilio González Santiago, actualmente destinado como agregado comercial de
España en Pekin, es natural de esta localidad madrileña, de la cual le oía
hablar muchas veces sin que yo pudiera opinar al respecto, pues no la conocía.
Ahora ya puedo decirle que me pareció un bonito y recoleto pueblo donde, al
igual que en Miraflores, se respira el aire del veraneante. Como cierre a esta
pequeña digresión, diré que envié las fotografías de la iglesia y el
ayuntamiento a Emilio;
me contesto diciéndome que en la iglesia lo habían bautizado y que de niño
jugaba en la gran plaza del Ayuntamiento.
Sobre las 13:30, hora aún
temprana para lo que se estila en España, nos dirigimos a almorzar a un lugar
que Pedro
conocía, pero cuya ubicación exacta se le resistía, pues él siempre había ido a
este sitio desde el camino contrario. Aunque nos equivocamos hasta tres veces,
la “cabezonería” de Pedro dio al fin sus frutos y nos encontramos
en un hotel restaurante junto al río, donde se respiraba una tranquilidad
absoluta.
Adjunto fotografías aunque siento no recordar su nombre, y Pedro,
pese a las bastantes veces que lo ha visitado me dice que él, que es fatal para
los nombres, tampoco lo recuerda. Lo siento. Sirva como guía para los viajeros
que se encuentra a no más de 1 Km del centro del pueblo, a la izquierda del camino
en dirección Madrid, junto al río. Se ve perfectamente desde la carretera.
Aquí, en este restaurante,
atendidos amabilísimamente, tomamos un estupendo salmorejo y un fantástico filete,
pluma de ibérico. La dueña del hotel, que fue nuestra cordial anfitriona se
ofreció a llamar al Paular para saber las horas de visita del monasterio. Una
vez efectuada la gestión nos informó que la visita guiada era a las 17:00
horas. Hicimos pues una larga y agradable sobremesa y poco después de las
cuatro y media de la tarde nos dirigimos hacia El Paular.
Monasterio
de El Paular
A 2 Km de Rascafría y el
Puerto de Navacerrada y unido a este pueblo por un camino de viejos olmos, a
orillas del río Lozoya. El monasterio fue fundado por Enrique III en 1390, existiendo
concesiones reales del rey Juan II. Podemos decir que es una joya cartuja
regida actualmente por benedictinos.
Recorrimos los jardines y
los lugares visitables haciendo tiempo hasta la hora fijada. Sacamos dos
entradas, a 3 € cada una, privilegios de la edad, y esperamos sentados en unos
bancos que se encuentran en el atrio hasta las cinco en punto de la tarde, en
que un pintoresco benedictino, que nos informó hasta de su edad, 70 años y nos
comentó que la comunidad de frailes la componían en la actualidad siete, nos
abrió la impresionante puerta de la iglesia de estilo isabelino por la que nos
introdujimos en el templo.
Las obras del monasterio
se inician en 1390 en el reinado de Enrique III bajo la dirección del arquitecto
de la catedral de Toledo Rodrigo Alfonso. Los trabajos de la iglesia
comienzan en 1406. Juan II da un nuevo impulso a las obras y más
tarde durante el reinado de los Reyes Católicos se hace cargo de ellas Juan Guas,
siguiendo en el siglo XVI Gil de Hontañón.
En el siglo XIX se inicia
la decadencia de El Paular, rápida y traumática. Primero, la invasión francesa
y el decreto de José
Bonaparte suprimiendo las órdenes religiosas, y luego, siendo
presidente del Consejo de ministros Juan Álvarez de Mendizabal se promulga el
decreto de exclaustración y desamortización de los bienes de la Iglesia en 1836.
El Estado vende el monasterio y su finca, sus tesoros y sus archivos por poco
más de cien mil pesetas. Es la ruina total. Las obras de arte se vilipendian,
las estancias del monasterio se convierten en almacén de madera, fábrica de
cristales, establos para el ganado, llegando a ser utilizadas para pesebres las
ricas cajonerías barrocas del archivo.
En 1876 se declara El
Paular monumento nacional histórico artístico, y se realizan tímidas
restauraciones. En 1948 se inicia la reconstrucción de la iglesia. En 1954 se
entrega el monasterio en usufructo a la orden benedictina.
Antes de llegar a la
entrada del monasterio se ve un pequeño claustro gótico de finales del siglo
XIV y que corresponde a la primera época de los cartujos. Una portada con
escalones nos lleva al atrio, de planta cuadrada, cubierto con bóveda
gótica debido con toda seguridad a Juan Guas. Lo más evidente y monumental es la
puerta de la iglesia de estilo isabelino que ocupa casi todo el muro de
poniente; también es obra de Juan Guas.
La iglesia es de
una sola nave y se nos presentan desnudas sus paredes blancas, que antes
estuvieron cubiertas de cuadros y retablos, echándose también en falta los
ventanales góticos que tuvo y que se suprimieron durante la dudosa restauración
del siglo XVIII que llenó de barroco el templo.
Llama poderosamente la
atención la espléndida reja de hierro policromado de estilo isabelino,
debida al monje rejero del monasterio fray Francisco de Salamanca.
Faltan muchas cosas en
el templo que fue rico en obras de arte. Sin embargo, sí podemos admirar el
extraordinario retablo de 12 m de alto por 9 de ancho que ocupa todo el
fondo del presbiterio, tallado en alabastro y posteriormente policromado. Mucho
se ha especulado sobre la autoría del retablo y se ha dicho durante tiempo que
se trajo de Génova en la época de Juan II. Hoy está demostrado que se talló en
el monasterio a finales del siglo XV por artistas de la escuela de Juan Guas.
Además de la perfección y calidad de las tallas, el retablo es también una
crónica de costumbres de la época de los Reyes Católicos.
En la parte de atrás del
altar se encuentra una obra que representa el contraste delirante del Sagrario
o Transparente, un trabajo barroco de dos estancias profusamente decoradas
con columnas, ángeles, apóstoles, alegorías, etc. realizados con mármoles y
pintura de imaginación desbordante, elaborado en 1719 por Francisco Hurtado.
La sacristía, la sala
capitular y el refectorio de los monjes conservan piezas de arte
interesantes, pero sin duda, el claustro es lo más bello junto con el
retablo de la iglesia. El jardín tiene en el centro un templete octogonal
con un pilón en el interior, las bóvedas de las crujías y los ventanales tienen
arcos conopiales y los arcos formeros son ojivales de estilo isabelino, con
algunos detalles de arte mudéjar, que nos dicen que la obra es con toda
seguridad de Juan
Guas.
Mi guía de Anaya, que es
una edición de 2003 indica que no está ya en El Paular la extraordinaria
colección de cuadros que poseía, entre ellas una serie de 52 grandes obras de Vicente
Carducho que decoraban el claustro. Con seguridad, la última
restauración ha traído de vuelta al monasterio los cuadros de Carducho,
ya que pudimos admirarlos tal como demuestran las fotografías que incluyo.
Por último, apuntar que es
notable un reloj de sol único en España que da las horas babilónicas, o sea, Horae ab Ortu, el día dividido en 24
partes iguales.
Todo lo descrito hasta
ahora nos fue mostrado por el monje benedictino, que lo adornó amena y
profusamente durante cerca de una hora, el tiempo que duró nuestro recorrido
por las diferentes estancias del monasterio.
Sobre las seis de la tarde
iniciamos nuestro viaje de vuelta y ya antes de que dieran las siete me
depositaba mi amigo Pedro en mi casa de Las Rozas, tras un
espléndido día que tengo que agradecerle a él, pues suya fue la idea y suyo el
vehículo que me transportó, pero sobre todo lo más importante, la compañía.
Juan José Alonso Panero
Las Rozas de Madrid, 2 de
septiembre de 2017