ALBA
DE TORMES Y LA SIERRA DE FRANCIA
De nuevo una excursión con
la Hermandad de Jubilados de los Ministerios de Comercio, Economía y Hacienda.
Esta vez son dos días, el martes 17 y miércoles 18 de marzo del presente 2015.
Visitamos Alba de Tormes, La Alberca, la Peña de Francia, Mogarraz y Miranda
del Castañar.
Antes de seguir adelante y
desarrollar la agenda más detalladamente, quiero decir que el viaje fue un
éxito. Es indudable que esa es mi opinión, por lo tanto, subjetiva, pero estoy
casi seguro que la mayoría de la cuarentena de excursionistas que formamos la
expedición estará de acuerdo con mi parecer. Pasemos ahora a desarrollar la
historia.
Las
fotografías. Esta es una referencia que siempre
incluyo para los curiosos. Las de este viaje se realizaron todas con una Leica M9-P digital y dos objetivos, el Summicron 50mm f/2 estándar y el Super Elmar 21mm f/3,4, un gran angular
extremo, ideal para los espacios reducidos. Muy a mi pesar, quedó en casa la Contax G2 analógica que suelo utilizar
para el blanco y negro con sus maravillosas focales Zeiss. A falta de una hipotética mejora de mis cervicales, no me
queda más remedio que aceptar la cruda realidad de la imposibilidad de “cargar”
con más de 2 Kg al cuello.
El
comienzo del viaje
Casi puedo decir aquello
de “la del alba sería” cuando me levanté de la cama a las 06:00 y tras la ducha
y desayunar como habitualmente, salí ligero de equipaje, solo una mochila al
hombro (a fin de cuentas íbamos a pasar solamente una noche fuera), me subí en
el autobús de las 06:45 que desde la puerta de casa en Las Rozas, me lleva al
intercambiador de Moncloa. Allí, línea 6, Circular, del Metro y cambio a la 10
con definitiva parada en Cuzco. Estuve a punto de pillarme los dedos, pues fui
el último en llegar, a las 07:55, estando prevista la partida a las ocho de la
mañana. Yo, que soy un maniático de la puntualidad, casi la pifio, como se dice
coloquialmente. Me habría sabido muy mal.
El autobús, moderno y
confortable, situado en la puerta de Alberto Alcocer del Ministerio, esperaba
ya pacientemente a que subiéramos todos los pasajeros. Me asignaron el asiento
nº 6. Como compañera de viaje, en el asiento 5, se acomodó Trini,
conocida ya de otras excursiones, lo que me causó mucha satisfacción. Podíamos
hablar y entendernos muy bien entre ambos. Delante, en primera fila iban “las
jefas”, Elena y Maribel. Esta última, siempre con su
erudita naturalidad, nos imbuyó en la historia de los diferentes lugares que
íbamos a visitar.
Sin que sirviera de
excepción, en esta ocasión nuestro autobús arrancó a las 08:07 para recorrer
los 200 Km que nos separaban de nuestra primera cita. Podíamos decir que lo
hacíamos “casi” con una puntualidad de reloj suizo. El día estaba plomizo y
amenazaba lluvia, al igual que la previsión que teníamos para las dos jornadas
de la excursión. Luego, a la hora de la verdad, nos acompañó la suerte y el
tiempo climatológico se portó bien con nosotros, eso sí, con mucho frío,
esencialmente en la montaña, pero tampoco faltó el ambiente invernal en el
llano.
Debo decir, antes de
seguir adelante, que las cosas no empezaron bien. Nuestro chófer, Carmelo, un chico joven frisando la
treintena, fue al parecer avisado de urgencia por la empresa la noche anterior,
y no pudo preparar el viaje como hubiera debido hacerlo. Consecuencia: pese al
navegador de que disponía el autobús, nos perdimos. Ya barrunté que algo no iba
bien cuando escuché a mi vecino de asiento al otro lado del pasillo, Juan, con el mejor sentido de la
orientación que jamás he visto en ser humano alguno, que “íbamos en dirección
equivocada”. De hecho, dimos vuelta casi sobre los mismos lugares sin atinar a
coger el camino correcto. Hubo momentos de nerviosismo y hasta de
desesperación. Al final, tras vislumbrar las torres de las dos catedrales salmantinas,
cuando tomamos la dirección adecuada, el horario previsto se había ido al
traste, hasta el punto que la parada técnica habitual para ir a los baños y
reponer fuerzas mediante un desayuno de media mañana, quedó reducida a una
parada acelerada en una gasolinera para “aliviar el cuerpo”.
Hasta aquí la parte mala.
Desde ese momento, y pese a que llegamos a Alba de Tormes con retraso de una
hora, que solo pudimos recomponer tras el almuerzo en La Alberca, todo fue
positivo. En este punto, el positivo, no quiero que se me olvide decir que
nuestro conductor, Carmelo,
es, sin género de dudas, el mejor que he conocido al volante de un autobús. La
suavidad con que manejó el gran vehículo es realmente encomiable. Perfecto.
ALBA
DE TORMES
Aparcamos a la entrada de
la localidad, 5.341 habitantes en 2014, y nos dirigimos al convento de la
Anunciación y al museo de Santa Teresa. La villa ducal apoya su timbre glorioso
en ser la cuna de la Casa de Alba, de cuyo castillo tan solo permanece la torre
con valiosos frescos, y que será el otro punto a visitar en esta población.
Como bien dice el
prospecto de viaje que se nos entregó como pequeña guía, “la familia Álvarez de Toledo, Duques de Alba desde 1472, transformó la
villa de Alba de Tormes en capital de una serie de estados señoriales. Como
consecuencia de ello, su castillo, hasta entonces un simple emplazamiento
militar geoestratégico, se convirtió, sin perder sus funciones militares, en un
palacio residencial, adaptado a los nuevos usos protocolarios y cortesanos de
finales de la Baja Edad Media”.
El
Convento de la Anunciación y la tumba de Santa Teresa
Aquí, en este punto,
disponemos de una eficaz guía que nos va mostrando los diferentes tesoros del
convento donde falleció Santa Teresa. Visitamos la iglesia, la celda donde
expiró la Santa de Ávila, su mausoleo y por último, un museo realmente
interesante y muy bien dispuesto, que se ha mejorado muchísimo de cara al
acontecimiento que este año celebramos, el V Centenario del nacimiento, 1515,
de Teresa de Jesús.
Por supuesto, nuestra
eficiente guía nos informó de forma pormenorizada del “troceamiento” que
sufrieron los restos de la santa, cuyo cuerpo, “casi en su totalidad” se
encuentra ubicado en la tumba habilitada en el altar mayor de la iglesia
conventual. El brazo izquierdo, que fue una reliquia que acompañó siempre al
General Franco, fue devuelto a las
carmelitas de Ronda.
El
Castillo
Nos dirigimos luego a
visitar el castillo, donde, como bien dice nuestro prospecto de viaje, la sobriedad de los severos muros de la
antigua Torre del Homenaje, contrasta con la grandeza de su interior y su sala
de la armería. Realmente impactantes, aunque necesitados de una urgente
restauración, son los frescos que adornan el lugar.
Finalizada la visita, tras
hacernos una fotografía de todo el grupo, que la guía del Castillo prometió
colgar en Facebook, continuamos nuestro viaje en dirección a La Alberca.
LA
ALBERCA
Esta localidad ostenta el
honor de haber sido el primer pueblo en ser declarado Conjunto Histórico
Artístico de España en 1940. En una de esas clasificaciones que de tanto en
tanto se suelen hacer a nivel popular, ocupó el 2º lugar entre los pueblos más bellos
de España, tras Albarracín. Conocidos por mí, ya, los dos lugares, se me hace
imposible decir cuál de ellos supera al otro. Situado a 1.048 metros sobre el
nivel del mar, tiene una población que en 2014 se censó en 1.126 habitantes.
Alcanzó su pico máximo en los años 30 del pasado siglo con una cifra que
doblaba la actual, 2.000 habitantes. Su etimología procede de la palabra hebrea
“bereka” combinada con el artículo árabe “al”. El nombre Al Bereka significa
“lugar de aguas”.
Con el estómago “muy necesitado”
y tras recorrer los 98 Km de camino desde Alba de Tormes, llegamos a este
maravilloso pueblo sobre las tres y media. Decidimos dejar para después de la
comida el reparto de habitaciones en el Hotel Las Antiguas Eras, donde nos
alojamos y efectuamos tanto la comida como la cena del día de hoy. Para que no
se me olvide, deseo dejar constancia en este punto de la amabilidad de los
gestores de este bonito y agradable establecimiento familiar.
Cuando comenzamos el
almuerzo, el reloj marcaba las cuatro menos cuarto. Como suelo mencionar lo que
comimos, dejo aquí una breve referencia: alubias a la castellana, bacalao con
tomate (había también la posibilidad de elegir carne) y de postre un fantástico
arroz con leche, todo ello regado con vino de la tierra, agua y pan en
abundancia.
Finalizada la primera
colación del viaje y hecho el reparto de habitaciones (a mí me correspondió la
101, amplia y confortable), tras deshacer el poquísimo equipaje que traía en la
mochila, con la Leica al cuello, a
las 16:45 me dirigí por mi cuenta (la cita del grupo para la visita de la villa
era a las 18:30), al centro del pueblo a fin de tomar algunas fotos.
Debo decir que quedé
anonadado de la belleza del lugar, de sus angostas calles, su iglesia, su
silencio calmo. Todo el pueblo es un monumento, pero destaca especialmente la
Plaza Mayor, presidida por un crucero de granito con relieves de Cristo y la
Virgen. A sus pies mana una fuente de dos caños y pilón rectangular. Toda la
plaza está asoportalada y la irregularidad de las construcciones otorga al
recinto un singular encanto. En la fachada del Consistorio hay una placa conmemorativa
del viaje que en 1922 realizó Alfonso XIII,
que daría lugar a una famosa película de Luis
Buñuel: Las Hurdes, tierra sin pan.
Pero antes de seguir
adelante quiero trasladar a este relato, lo que hace exactamente un siglo
escribía don Miguel de Unamuno sobre
La Alberca, desde la privilegiada atalaya de los casi 1.800 metros de la Peña
de Francia:
…Otra
vez, a la derecha, aquí, cerca, asomando tras esa loma, los tejados de La
Alberca, a que domina la torre de la iglesia. Estos pueblos que se pueden
abarcar así desde lo alto, en una ojeada, y que se diría cabe cogerlos en un
puño. Y allí dentro es todo un mundo. Y cerrando los ojos veo las negras calles
de la Alberca, los balcones de madera, los aleros voladizos de sus casas, las
mujeres sentadas en el umbral de las puertas y los niños jugando en la calle, y
allí, en la fuente, una moza llenando un cántaro. Y corre la vida, como el agua
de un arroyo que baja de la cumbre entre guijarrales. Y a las veces, el agua se
enturbia. Y otras, como en este verano, casi se extingue por la sequía.
Robustos castaños ciñen a La Alberca. Y los hombres miran al cielo, por si
llueve sobre la tierra…
Miguel
de Unamuno, agosto de 1914
En la Peña de Francia, Andanzas y Visiones Españolas
Paseé por el pueblo
disparando la cámara y admirando extasiado la reposada belleza del lugar.
Retorné al hotel cerca de las 18:30. En el vestíbulo se iba reuniendo la gente
para iniciar nuestra visita al lugar en grupo. La hora elegida, lo fue por dos
motivos, uno de tipo logístico, el poder reposar algo la comida y el trayecto del
viaje desde Alba de Tormes, y el segundo, el poder asistir, a la caída de la
noche de una de las tradiciones más antiguas y sorprendentes de La Alberca, que
detallaré en su lugar correspondiente.
Antes de seguir adelante,
y sabiendo de antemano que voy a tirar piedras contra mí mismo, transcribo las
palabras de don Cayetano Enríquez de
Salamanca en el libro “Los pueblos
más bellos de España” (Reader’s Digest), de hace casi cuarenta años:
“Al
sur de la provincia de Salamanca, en la vertiente septentrional de la sierra de
Francia y enmarcada en un agreste paisaje montaraz, se encuentra uno de los
pueblos más bellos y sugerentes que quepa imaginar y con una personalidad
absolutamente inconfundible: La Alberca. En un tiempo también se llamó
Valdelaguna.
…/…
Toda
esta comarca fue repoblada, en tiempos de Alfonso VI, por los francos que
vinieron acompañando a Raimundo de Borgoña, yerno de aquel monarca. De ahí las
numerosas huellas de su paso en nombres de pueblos, ríos, accidentes
geográficos, de la que es buena muestra la propia sierra de Francia. Los
albercanos pues, cuentan a los francos entre sus ascendientes.
La
Alberca apenas conserva monumentos de tiempos pasados; toda ella es un
monumento, una auténtica manifestación espontánea de arquitectura popular (esa
arquitectura sin arquitecto mediante la que se manifiesta la honda sabiduría y
sentido estético del pueblo), que presenta mil facetas diferentes en cada
calle, plaza, casa o rincón. Calles, por lo general serpenteantes y angostas,
en las que los volados aleros de los tejados y las prominentes solanas no dejan
ver más que a retazos el azul del cielo.
Pero
sobre todas estas plazas señorea la Plaza por antonomasia –presidida por el
Ayuntamiento- amplia y cuadrada, cercada de soportales de esbeltas columnas con
labrados capiteles y zapatas, que sostienen otras dos plantas con solanas
corridas; a un lado, un arrogante crucero sobre graderío y, al pie del mismo,
una fuente de dos caños y pilón rectangular.
Las
casas, generalmente disponen de dos portones irregulares: uno ancho o
vallipuerta para el ganado, y otro estrecho para sus amos. Sobre sus dinteles
no es raro encontrar la fecha de su construcción, que en algunos casos se
remonta hasta el siglo XVII, y, en otras ocasiones, advocaciones marianas,
cruces y hasta las armas pontificias o las de la Inquisición.
Esta
incomparable escenografía es el marco más idóneo para una serie de costumbres,
usos y fiestas –a la vez arcaicos, bellísimos y sugerentes- conservados
inmutables durante siglos, como si el tiempo aquí no contara.
…/…
Ahí
están para testimoniarlo instituciones tan pintorescas como el animero o la
moza de ánimas, que recorre cada anochecer las calles a golpe de campanilla,
pidiendo una oración por las ánimas benditas del Purgatorio”.
Sinceramente creo que poco
más puedo añadir yo después de la bella descripción realizada por don Cayetano.
Paseamos por el pueblo,
recorriendo sus intrincadas y angostas callejuelas, y hasta pudimos presenciar,
de pasada, una misa de “corpore insepulto” en la iglesia de la localidad.
En este punto, retomo el
último párrafo de la exposición de don Cayetano,
para hacer mención a la Moza de Ánimas,
que ésta es la sorprendente tradición, que se pierde en los albores del tiempo,
a la que me refería unos párrafos más arriba.
Todas las tardes del año,
desde hace siglos, al crepúsculo, una moza de la villa recorre, tocando una
esquila las calles del lugar.
Por supuesto, tuvimos
ocasión de poder presenciar el espectáculo, aunque si esperábamos ver a la moza
con traje de época, quedamos un tanto defraudados: iba de vaqueros y cazadora,
que el frío apretaba. No obstante la indumentaria actual, el espectáculo, en un
pueblo casi desierto, silente, impresiona y mucho al oír el sonido del cencerro
cada 20 ó 30 segundos mientras la moza recorre todos los rincones de la villa.
El osario, junto a la iglesia, es uno de los lugares donde la moza de ánimas
entona su salmodia. “¡Fieles cristianos,
acordaos de las Benditas Ánimas del Purgatorio, con un padrenuestro y un
avemaría por el amor de Dios!”. Da tres toques con la esquila y continúa: “Otro padrenuestro y otro avemaría por los
que están en pecado mortal para que su Divina Majestad los saque de tan miserable
estado”.
Aquí justamente, al pie
del osario, uno de los puntos cardinales de la visita a esta localidad, dejé
constancia de mi presencia mediante la fotografía que con mi cámara me tomó Trini.
Retornamos al hotel
pasadas las ocho de la noche, y nos reunimos de nuevo a las nueve y media para
la cena, que al igual que las otras comidas, hice en compañía de Elena, Maribel, Juan y su esposa Mª
Victoria. En la noche de hoy nos sirvieron una excelente sopa
castellana que supo a gloria por la climatología que nos deparaba la estación,
y de segundo, pechugas de pollo a la plancha (se podía elegir como alternativa,
pescado). A los postres unas deliciosas natillas caseras. No faltó el vino y el
buen pan del lugar.
Tras una ducha reparadora
(afortunadamente grifería tradicional, sin tener que efectuar un curso de
ingeniería) dormí estupendamente en la hermosa cama que adornaba mi habitación.
LA
PEÑA DE FRANCIA
Nos levantamos temprano,
pero a hora menos sacrificada, y tras el desayuno bufé que efectuamos en el comedor,
y depositar las maletas en el autobús (yo, con solo mi mochila, la ubiqué en el
interior del vehículo, sobre mi cabeza), a las nueve en punto de la mañana nos
dispusimos a subir los intrincados 11 kilómetros de ascensión hasta la Peña de
Francia, a donde llegamos media hora más tarde.
En este punto debo dejar
constancia que si la lluvia nos respetó durante toda nuestra excursión, a
cambio tuvimos la pequeña contrariedad de no poder vislumbrar en toda su
grandeza el espectáculo que presumiblemente se contempla desde las alturas, de
todo el campo charro, pueblecitos de la Sierra, Salamanca y hasta el próximo
Portugal.
No obstante, tras la
subida por una carretera repleta de curvas, muchos de nosotros con el alma en
vilo, pese al maravilloso conductor que llevábamos, una vez culminada la
ascensión, visitamos con fervor el santuario
de la virgen morena patrona de Castilla, de cuya historia y hallazgo nos
informó con detalle el muy amable párroco dominico del lugar.
Puesto que nuestra
estancia en las alturas no llevaba ya a nada más, dando por hecho que aún
transcurrirían algunas horas antes de que la niebla y las nubes se disiparan,
las jefas Elena y Maribel decidieron modificar, con muy
buen criterio, a mi parecer, el programa, y pasar a visitar los otros dos
pueblos que estaban incluidos en nuestra agenda, Mogarraz y Miranda del
Castañar, durante el resto de la mañana, en lugar de hacerlo por la tarde, tras
el almuerzo, como se había previsto en un principio.
Bajamos pues de la Peña de
Francia, con el mismo o mayor sobresalto (quien más quien menos –no daré
nombres- hasta con mareos) y nos dirigimos a Mogarraz.
MOGARRAZ
Había unos pocos
kilómetros, creo recordar que 10 ó 12 hasta el siguiente punto marcado en
nuestra agenda. Arribamos al fascinante pueblo de Mogarraz, una de las pocas
juderías conversas al cristianismo, hacia las 11:30.
Me va a ser bastante
dificultoso el describir lo que mis ojos presenciaron. Mogarraz es como una
hermana menor de La Alberca, pero más cercana, como más real. El pueblo, situado
a 766 metros sobre el nivel del mar, según el censo de 2014 cuenta tan solo con
329 habitantes. Fue declarado Conjunto Histórico Artístico en 1998.
Nos acogió una amable guía
con la que previamente había contactado nuestra vocal de cultura, Maribel. Paseamos por sus calladas
calles, bordeadas de casas con la arquitectura tradicional de la zona, fachadas
con entramados serranos de madera rellenas de mampostería y símbolos grabados
en la piedra con típicas balconadas.
Visitamos los principales
puntos de atracción cultural del pueblo, la iglesia parroquial de Nuestra
Señora de las Nieves, donde hizo de anfitriona la alcaldesa de la villa, Concepción Hernández; la Plaza Mayor,
de forma ovalada, donde se celebran festejos taurinos, y la Ermita y Fuente del
Humilladero. Pero, al igual que sucede en La Alberca, la principal atracción
del lugar es el propio pueblo con sus reposadas calles que parecen guardar los
secretos de unos habitantes que se fueron ya hace muchos años, decenios.
En este punto, quiero
enlazar con algo, casi diría que inaudito y exclusivo de Mogarraz. Es una
bonita historia que se ha visto plasmada en las fachadas de las casas del lugar
con las pinturas de aquellos que un día ya lejano las habitaron. Cuento en
pocas palabras la historia.
En los años 40 y 50 del
pasado siglo, la “civilización” se acercó a estos pueblos serranos mediante el
trazado de carreteras que los hacía accesibles al resto del mundo. Los bidones de
alquitrán que se utilizaron para el trazado de los caminos, fueron troceados, planchados y reutilizados para aislar las
casas del lugar de la humedad y el frío.
Pues bien, en el año 2012,
el afamado pintor salmantino, mogarreño de nacimiento, Florencio Maíllo quiso colgar por las calles del pueblo un instante
del otoño de 1967, cuando el fotógrafo de la villa Alejandro Martín Criado, retrató a todos los habitantes del lugar,
388 en aquellas fechas, para que obtuvieran la foto carné necesaria para disponer
del DNI.
Este archivo gráfico ha
sido la base de inspiración de Florencio
Maíllo durante cuatro años de trabajo, donde todos han sido “retratados”
sobre unos lienzos gigantes de chapa, las chapas procedentes de los bidones de
alquitrán de hace más de medio siglo. Ahora, los retratados lucen en las
fachadas de las viviendas que un día habitaron.
Al margen del
sentimentalismo que puede ofrecer a los lugareños esta iniciativa, para el
turista el paseo es irrepetible: calles variopintas típicas de la Sierra de
Francia, donde en cualquier esquina tenemos la sensación de que va a aparecer
un judío converso del siglo XV, y doy fe, claro que es opinión subjetiva, que,
en absoluta armonía, los 388 retratados se integran como un todo en las casas
del lugar. Si un día las habitaron, en la actualidad vuelven a formar parte de
ellas los rostros ajados de los arrieros de Mogarraz, o la típica estampa de
una mujer serrana con el pelo siempre recogido, o el ciudadano que muestra a
través de su rostro algo más de viveza acorde con una indumentaria más próxima
a la ciudad. Pero, por supuesto, como bien nos dijo la guía, ahí están todos,
con nombre y apellidos, el maestro don Florencio
Guzmán, o la faz dulce del posadero “el Tío Ambrosio”, o las manos curtidas del zapatero, “el Tío Agapito”.
Al finalizar el paseo de
una hora, fuimos invitados a una degustación de productos típicos del lugar,
chacinas, quesos y vino en Ibéricos
Calama, donde incluso tienen montado un museo más que interesante.
Fantásticos los embutidos, reclamo perfecto para que una gran parte de los
excursionistas se aprovisionaran adecuadamente. Yo, debido a mi escasez de
equipaje, “escapé” a la tentación.
Cuando abandonamos el
pueblo, a las 12:30, caía una especie de chirimiri muy suave, que casi ni se
podía llamar llovizna.
MIRANDA
DEL CASTAÑAR
Desde Mogarraz a Miranda
del Castañar, nuestro siguiente y último punto a visitar de la excursión, había
otros 8 ó 10 Km. Cuando arribamos al lugar, continuaba la ligerísima llovizna,
apenas molesta, pero que cesó al cuarto de hora de recorrer el pueblo en
compañía de la guía.
Miranda, situada a 649
metros sobre el nivel del mar, cuenta con 467 habitantes según el censo de
2014. Esta población nació en el siglo XII con la Orden Hospitalaria de
Jerusalén, y se consolidó tras la repoblación de Alfonso IX de León en el siglo XIII, que hizo de Miranda la capital
administrativa de la Sierra de Francia. La población se asienta sobre una loma
coronada por un castillo, con recinto amurallado que aún conserva sus cuatro
puertas. Su casco histórico fue declarado Patrimonio Histórico Artístico en
1973.
Embelesados, paseamos por
las calles del lugar con la compañía de nuestra guía, que nos fue detallando
todos los pormenores de la villa, y sus principales puntos de atracción, la
Puerta del Postigo y Puerta de San Ginés al sur y al este respectivamente del
recinto amurallado. Al norte la Puerta de la Villa y al oeste la de Nuestra
Señora de la Cuesta, patrona de la localidad. Nombre este, el de la Cuesta, muy
apropiado, acorde con los grandes desniveles que muestra el lugar.
La muralla del casco
histórico, que se conserva completa data en sus inicios, del siglo XIII.
Tampoco hay que olvidar el Castillo de los Zúñiga o de los Condes de Miranda
del Castañar, ni la iglesia, austera y sencilla por dentro y que aún conserva
algunas piezas artísticas dignas de visitar. El campanario, civil, como nos
indicó la guía, la Casa del Escribano, la más hermosa de las casas señoriales
de Miranda, la Ermita de Nuestra Señora la Virgen de la Cuesta, la Alhóndiga,
la Carnicería Real, la Casa del Cura, la Cárcel Real…
Deambulamos una hora por
el maravilloso y silente pueblo, y tengo la sensación que fuimos un tanto
injustos con los comentarios que escuché acerca de esta villa. Todos veníamos
aún imbuidos de la especial belleza de Mogarraz, y creo que no valoramos el
tranquilo encanto de Miranda como deberíamos haberlo hecho. En cualquier caso,
que quede constancia de que es un maravilloso lugar.
De
nuevo en La Alberca
Regresamos a comer a La
Alberca, en concreto a La Cantina de
Elías, situada a la entrada de la localidad. A las 15:15 estábamos todos
sentados en las mesas bien dispuestas. De primero dimos cuenta de un hermoso
plato de garbanzos con matanza y de segundo una maravillosa carrillada (no
confundir con la carrillera, mucho menos apetecible), acompañada de vino en
abundancia y pan del lugar. De postre flan caseros.
Finalizamos el almuerzo a
las 16:45, y se nos dio media hora de asueto, que un servidor aprovechó para
deambular, en compañía de Trini, de
nuevo por las calles albercanas.
A las 17:15 habíamos
quedado a las puertas de La Cantina de
Elías para hacer la foto del grupo. El personal se portó bien y fue
puntual. A las 17:30 arrancó nuestro autobús con destino Madrid.
El
regreso
La lluvia, que nos había
respetado durante los dos días de excursión, hizo su aparición a poco de comenzar
el viaje y ya no nos abandonó durante todo el trayecto.
Hicimos parada técnica sobre
las 20:00. Mi idea era la de coger un taxi para regresar a casa una vez que el
autobús arribara a destino, pero la situación del tráfico me hizo cambiar de
idea. Al ser fiesta en Madrid al día siguiente, 19, San José, la riada de
coches que salía de la capital colapsaba la autovía de La Coruña, incluyendo el
carril Bus/Vao de salida. Tampoco me servía, pues, el autobús en Moncloa, que
era otra alternativa.
A las 21:15 llegamos a
nuestro destino, calle de Alberto Alcocer, Madrid. Me despido de los compañeros
de viaje, y dado que solo llevo como equipaje la mochila, tiro de ella y salgo
disparado hacia la boca del Metro de Cuzco. Voy en dirección Príncipe Pío, a
donde llego a las 21:40. Tomo el tren de las 21:45 que trae un retraso de 5
minutos.
A las 22:10 estoy en Las
Rozas. Dado que ya no llueve, aunque la amenaza subsiste, me echo la mochila al
hombro y pasito a paso llego a mi casa a las 22:25. Final de una excursión
feliz.
Juan José Alonso Panero
Las Rozas, 22 de marzo de
2015