lunes, 26 de abril de 2010

DESDE MADRID A BRUSELAS CON UNA ESCALA EN ASTORGA



Mal haría si no comenzara este relato por el final. En la noche del miércoles 14 de abril de 2010 aterricé en el aeropuerto de Madrid-Barajas procedente de Bruselas. Al día siguiente, jueves 15, el espacio aéreo europeo quedó prácticamente cerrado. En cualquier caso, desde las tres de la tarde del citado jueves, ya no hubo vuelos que tuvieran como punto de partida o llegada a la capital de Europa. Unas horas más en la ciudad belga y quien escribe estas líneas hubiera quedado atrapado como cientos de miles de viajeros en toda Europa. Las causas de esta catástrofe son ya bien conocidas por el universo mundo: un volcán islandés de nombre impronunciable.

La génesis

Ahora, comencemos por el principio. El jueves 25 de marzo de 2010 cuando llego al ministerio me espera una “casi” sorpresa. El “casi” es porque era algo esperado, aunque como todo lo que uno espera, siempre se tiene la impresión de que nunca va a llegar. Pues bien, siempre llega y lo suele hacer en el momento más inesperado... y a veces, inoportuno.

Tan solo una semana antes me había comprometido a ir a mi lugar de nacimiento, Astorga, el fin de semana del 10 y 11 de Abril donde iba a tener lugar la presentación de un libro de mi cuñado Javier de la Rosa con ilustraciones de mi hermana Charo. El libro, de poemas, versa sobre mi tío Leopoldo Panero y su relación esencial con la finca de Castrillo de las Piedras que creara de la nada mi bisabuelo Quirino Torbado Flores a principios del pasado siglo XX y que dista unos 7 kilómetros de Astorga. En esta finca que en tiempos se denominó Villa Odila, el nombre de mi bisabuela, falleció mi tío Leopoldo un ya lejano año del pasado siglo, 1962.

El libro, patrocinado por el Ayuntamiento de Valderrey, término municipal en el que está enclavada la finca que siempre llamamos en casa “El Monte”, lo va a presentar Andrés Martínez Oria, al que tengo un especial interés en conocer, pues es autor del recientemente editado “JARDÍN PERDIDO, La aventura vital de los Panero”, que teniendo como protagonista principal a mi tío Leopoldo, abarca en una biografía novelada, la historia de mi familia materna, desde mis bisabuelos hasta mi generación. Andrés Martínez Oria contactó conmigo el pasado año y solicitó mi autorización para que su libro llevara en portada una fotografía mía de la entrada al jardín del palacete de mis abuelos en Astorga. Para mí fue un honor inesperado el que Andrés me hizo antes aún de conocerle a él y de leer el libro. Una vez leído, tengo que apuntar, desde mi subjetivo punto de vista, la gran altura del mismo, pese a los durísimos pasajes que contiene, eso sí, unidos a otros verdaderamente sublimes y entrañables.

Como gran aficionado al fútbol que soy, y seguidor del Real Madrid, era consciente de que viajando ese fin de semana a Astorga me iba a perder el gran partido del año, Real Madrid – Barcelona, pues sabía que en la noche del sábado 10 de abril nos iba a invitar el alcalde de Valderrey a una cena. Como bien dice el refrán, no se puede estar en misa y repicando.

Con lo que ya no contaba es que justamente dos días después, es decir, el martes 13 y miércoles 14 iba a tener dos reuniones en Bruselas, y justamente esa misma mañana que digo del jueves 25 de marzo, nada más abrir los correos en mi ordenador, me acababa de enterar de lo que me aguardaba.

Realicé los preparativos habituales en el ministerio para el viaje a Bruselas (billetes de avión, reserva de hotel…) y decidí que no me quedaba otra que preparar dos equipajes, uno para Astorga, hacia donde saldría en la mañana del sábado con regreso el domingo en la noche y otro para Bruselas, a donde volaría al día siguiente lunes. Me permitía pues el lujo de dormir en mi cama la noche del domingo 11.

Sábado, 10 de abril de 2010, Madrid-Astorga


Salí de Las Rozas a las 10:40 e hice el camino de una tirada a una media de 102 Km/h con llegada a Astorga a las 13:30 pasadas. Aparqué frente al Gaudí, llevé el equipaje al Hostal La Peseta http://www.restaurantelapeseta.com/ donde había reservado habitación y me abracé con mis hermanas y mi cuñado Javier que estaban tomando un aperitivo en el pequeño bar de la entrada.

A la hora de almorzar dimos cuenta de un cocido maragato con natillas de postre en el restaurante del más que centenario hostal. Invitó mi cuñado que celebraba su cumpleaños, y después de comer fui a hacer fotos tanto en color como en blanco y negro del Palacio Episcopal, de la Catedral y de la casa de mis abuelos, aún en periodo de restauración.


De nuevo en el hotel me eché una siesta, o por mejor decir, traté de echarme una siesta, ya que las “voces” de mis hermanas, alojadas en la misma planta y en habitaciones contiguas a la mía, así como el continuo abrir y cerrar de puertas aderezados con conversaciones en los pasillos que alcanzaban un alto número de decibelios, me impidieron un descanso adecuado, de modo que dejé la cama antes de lo previsto, me di un paseo por la Muralla y compré unos imanes para el frigorífico destinados a regalos/recuerdos para mis hijos y amistades.



A las 21:30 vino a recogernos un taxi, por encargo del alcalde de Valderrey, que nos llevó a la maravillosa casa rural a-ti http://www.a-ti.info/ situada en el citado pueblo, donde nos había invitado a cenar el alcalde a las 22:00 horas. Fuimos ocho los comensales: el alcalde, Gaspar Miguel Cuervo Carro, su esposa Erika, brasileña y muy agradable, Andrés Martínez Oria y su esposa Lourdes, mis hermanas Marisa y Charo, mi cuñado Javier y yo. Tuve pues ocasión de conocer personalmente a Andrés Martínez Oria, madridista también, y que sufrió como yo el desencanto del resultado del Madrid-Barcelona que se jugaba esa noche, aunque perdidos como estábamos en un silencio absoluto sin civilización alrededor, nos enteramos a instancias de Andrés cuando uno de los dos regidores de la casa rural, un holandés alto y agradable, fue a mirarlo en internet. La cena, que comenzó a las 22:00 acabó a las 02:00 de la mañana y debo decir que fue francamente entretenida; en resumen, excepto por el resultado del partido de fútbol, lo pasé muy bien. El alcalde, fue un anfitrión agradable y ameno, y los platos que nos sirvieron, “cocinados” por el otro regidor, éste belga, más joven que el holandés, francamente exquisitos, tipo “nouvelle cuisine” pero con raciones “normales”. Más o menos, este fue el menú:

- crema de espinacas y berenjenas
- pastel de salmón con espárragos
- sorbete de limón
- solomillo de cerdo con patatas
- fresas, helado…
- vino blanco de Rueda y tinto de Ribera del Duero

Antes de acabar este apartado me gustaría poder plasmar la maravillosa noche de Valderrey, con un increíble cielo estrellado donde tan solo se escuchaba el silencio, rodeados como estábamos por la “nada”, literalmente aislados del mundo en un lugar para el recuerdo.

Domingo, 11 de abril de 2010, Astorga-Madrid



Me levanté antes de las 09:00 pese a lo tarde que nos acostamos, y desayuné un té con leche y tres fantásticas mantecadas. Fui a hacer fotos a la Muralla, Ayuntamiento, plaza del General Santocildes y de nuevo el Palacio Episcopal y la Catedral. Finalicé el carrete en color de la Contax G2 equipada con el Zeiss Biogon 21mm f/2,8 y me quedé a medias con el blanco y negro de la Leica M3, ésta equipada con el Leitz Summicron 50mm f/2.

Dejé las cámaras en el hotel y me fui a la confitería La Mallorquina donde compré las clásicas mantecadas, cinco cajas grandes de dos docenas, tres de una docena en caja de lata y una normal de una docena que dejé en el maletero del coche. Cada caja tenía su destinatario/a.

De nuevo en el hotel pagué la habitación incluyendo la noche de hoy domingo aunque me iba a marchar sobre las cinco de la tarde, pero quería disponer de mi habitación, no solo para tener a resguardo mi equipaje y las cámaras, sino para disponer de “mi” baño, lavarme los dientes después de comer y echarme una mini siesta si se terciaba, cosa que resultó imposible.


A las 13:30 vinieron a buscarnos para invitarnos a comer el Secretario del Ayuntamiento de Valderrey, José Luis, y su esposa Marifé. Fuimos al Hotel Gaudí, donde finalizamos el almuerzo pasadas las cuatro de la tarde tras haber comenzado a las dos, de modo que tuve que salir al trote.

Recuerdo que di cuenta de un fantástico pastel de cabracho como entrada y una sensacional carrillada de ternera con patatas de segundo, con unas natillas caseras con nueces como postre.

A las 17:00 pasadas salí de Astorga llevando conmigo a mi hermana Marisa. Charo y Javier lo hicieron en el coche de José Luis, todos en dirección a Valderrey donde iba a tener lugar la presentación del libro de mi cuñado Javier.

En Valderrey saludé, entre otros, al alcalde de Astorga Juan José Alonso Perandones. La jornada, al aire libre, en una zona ajardinada con sillas por fuera del Ayuntamiento y próxima a nuestra finca de “El Monte”, resultó muy lucida con abundantes asistentes. En primer lugar el alcalde hizo la presentación del acto, llegó luego el turno de Andrés Martínez Oria introduciendo de manera brillante el libro de Javier, que intervino en tercer lugar recitando pasajes de la obra que se presentaba hoy con el estilo deslumbrante en él habitual. Cuando Javier finalizó eran ya las 18:30 pasadas. Aún quedaba una cuarta intervención, pero yo, lamentándolo mucho, aunque ya lo había advertido, salí disparado hacia Madrid. Para mí, ganar veinte minutos teniendo en cuenta la hora en que aproximadamente llegaría a Las Rozas en un fin de semana con tiempo espléndido, eran esenciales.

Hice la vuelta en muy buenas condiciones con una sola parada para repostar gasolina a mitad de camino y llegué a casa sobre las 21:45 a una media de 97 Km/h. Los últimos 50 Kms antes de llegar a Madrid, en mi caso a Las Rozas, fueron mucho mejores de lo que podía presumirse, pues no hubo atasco en ningún momento, y aunque la autopista venía cargada, la circulación fue siempre fluida.

Lunes, 12 de abril de 2010, Madrid-Bruselas

Llegué al ministerio en un día precioso sobre la una del mediodía con el trolley preparado para mi viaje a Bruselas y con mi abrigo Loden, innecesario a todas luces en Madrid, pero más que previsiblemente necesario en Bruselas.

Estuve charlando con Celia y Soco sobre mi fin de semana en Astorga y poco antes de bajar al comedor se une también a la charla Guillermo.

Tras comer en el autoservicio, tomé el camino al aeropuerto de Barajas, en taxi, sobre las 15:30. Pasé el control de pasajeros sin novedad y tras realizar un agradable vuelo en mi ya vieja conocida Brussel Airlines, con merienda/cena caliente, aterricé en Bruselas poco antes de las ocho de la noche, aún con luz y ¡con buen tiempo!

Ya en “mi” hotel, el Euroflat, sito en el Bulevar Charlemagne, tomo posesión de mi bonita y amplia habitación, que además y para mi suerte, es “habitación para fumadores”.


Deshecho el mini equipaje, me dirijo a mi viejo conocido, Il Cavallino, donde con una amplia sonrisa me atiende la camarera de siempre que me reconoce y me coloca en “mi mesa habitual”. Me decido por unos espaguetis con gambas al limón y de postre por sugerencia de “mi morena camarera”, Aurelia se llama, un sorbete de limón, que consiste en tres bolas bien grandes que me cuesta sangre acabar pese a que es una auténtica delicia. De bebida una vieja conocida, no solo de mis viajes anteriores a Bruselas, sino también de uno de mis vicios confesables, la lectura y colección de todos y cada uno de los álbumes de Tintín: cerveza Stella Artois.

Martes, 13 de abril de 2010, Bruselas

Me levanté a las 07:15 con muy buen tiempo, aunque fresquito, como pude percibir en la terraza de mi habitación, la 110.

Tras asearme y desayunar, partí andando a las 08:30 hacia el edificio donde iban a tener lugar las dos reuniones a las que iba a asistir.


Durante el trayecto, un agradable paseo con buen tiempo, sentí junto a mi pecho, en el bolsillo superior diestro de la chaqueta donde llevaba el móvil, cómo vibraba el teléfono. Acababa de recibir un mensaje. No era horario para enviar publicidad y yo no conocía a nadie que madrugara tanto como para enviar mensajes a esas horas, excepción hecha de Celia, de modo que supuse que sería de ella. En contra de mi teoría estaba el hecho de que Celia es un auténtico desastre en todo lo relacionado con los teléfonos móviles (cuando no se lo olvida lo lleva sin batería, además de unos cuantos perdidos), aunque ciertamente en las últimas semanas son más los días en los que lo tiene operativo que los que no, creo.

Dado que vestía abrigo cerrado hasta el cuello, hacía un ligero frío y llevaba la documentación para la reunión en las manos, seguí andando y diciéndome a mí mismo que abriría el mensaje cuando llegara al Centro Albert Borschette. Fuera lo que fuera, no correría prisa.


Una vez sentado en la sala de reuniones, cogí el móvil, miré y efectivamente era de Celia: el mensaje en su tramo final decía: “Aquí llueve. ¿Allí?”. El mundo al revés, pensé. Salí de Madrid con un tiempo espléndido y ahora llovía. En cambio, la lluvia, que suele ser habitual y siempre me ha acompañado en mis visitas a la capital de Europa, brillaba hoy en Bruselas por su ausencia, donde el cielo estaba diáfano y aunque el día había amanecido fresquito, las perspectivas para cuando acabara la reunión eran inmejorables, con suposiciones más que fundadas de que también aquí me iba a sobrar el abrigo.

La reunión, con video conferencia como en anteriores ocasiones, finalizó a las 13:15; me fui directamente a comer al Cavallino una pizza de salmón y un té con leche, marché al hotel, me quité la corbata, me lavé los dientes, cogí las dos cámaras, la Contax G2 con el Zeiss Biogon 21mm f/2,8 y la digital y abandoné el hotel sobre las 15:00 horas. Iba a disfrutar de mis primeras horas libres, toda una tarde completa, en Bruselas, que tenía pensado emplear en su mayoría en la Gran Plaza y sus alrededores.

Por un lado me apetecía andar teniendo en cuenta, además, el buen tiempo que hacía, donde al sol, como ya preveía, sobraba el abrigo, pero en la mañana de ayer lunes al bajar las escaleras de la estación de Moncloa, sufrí un tirón en el gemelo de la pierna izquierda, de modo y manera que en mi estancia bruselense decidí utilizar el Metro y de esta forma conocerlo. Saqué un abono para todo el día con viajes ilimitados que me costó 4,50 euros. Igual que en París, aquí el Metro circula por la derecha, es decir “por el lado equivocado” en relación con el madrileño.


Hice mi bautismo en el metropolitano bruselense en la estación más próxima al hotel, apenas a 50 metros, Schuman. Tomé la línea 1 y me apeé en la parada de la Estación Central, tal como me habían sugerido en la recepción de mi hotel. Desde allí, bajé dando un agradable paseo hasta desembocar en la Gran Plaza con inspección previa a las Galeries Royales St. Hubert, realmente espectaculares, que según la propaganda belga es el más antiguo centro comercial cubierto de Europa, pues data de mediados del siglo XIX.

Aquí, yo que he estado destinado durante nueve años, en dos etapas diferentes, en la antigua Constantinopla, me pregunto ¿y el Gran Bazar de Estambul?

El momento, el instante en que se vislumbra por primera vez la Gran Plaza es inenarrable y por consiguiente difícilmente podría mi pobre pluma aportar nada nuevo a tan maravilloso espacio. Sí quisiera decir que tengo la seguridad de que por muchos elogios que uno haya escuchado acerca de este lugar, la Gran Plaza no defrauda, es imposible que lo haga. Antes al contrario. Yo, particularmente, quedé abrumado dirigiendo mi mirada a cualquiera de los cuatro costados de la plaza.

Aproveché los fantásticos 90º del Zeiss Biogon de 21mm montado en la Contax G2 para hartarme materialmente de disparar la cámara en todas las direcciones posibles. También hice innumerables tomas con la cámara digital, aunque en este caso el ángulo que me proporcionaba el objetivo, equivalente a un pequeño gran angular de 35mm en formato universal, era mucho menor y por lo tanto menos adecuado para el lugar.




En el centro de la plaza había dos o tres puestos de vendedores de grabados. Tras echar una ojeada con cierto detenimiento, quedé prendado de los dibujos que se exponían en uno de los puestos, que venían montados con bonitos passe-partout de 35x50. El encargado del puesto pedía 15 euros por cada grabado de 20x25, pero si se adquirían dos, el precio total quedaba en 25 euros. Pese a que ni he sabido ni me ha gustado nunca el “arte del regateo”, se conoce que tenía necesidad de desempolvar mi francés, apenas utilizado en mi último viaje a París el pasado octubre.

Probablemente también contribuyó a mi “atrevimiento” la amabilidad del vendedor, de modo que sin darme cuenta me vi diciéndole que si pedía 25 euros por dos grabados, cuánto me costarían cuatro. Tras pensarlo un poco me dijo que 45 euros, y aquí no lo dudé y le contesté que me parecía aceptable, pero quedaría mucho más contento si me dejaba los cuatro grabados en 40 euros. El vendedor se llevo dos dedos a la boca y me dijo en plan simpático: “De acuerdo, pero siempre que me prometa que no se lo cuenta a nadie”. De este modo, lo que pieza a pieza habría salido por 60 euros, lo había obtenido por 40. Parece un buen negocio para el comprador, aunque estoy más que seguro que lo fue aún más para el vendedor. Su posterior actitud conmigo, así me lo confirma.

Los cuatro grabados adquiridos eran dos de Bruselas y dos de Brujas. Tenía ya en mente que uno de los de la Gran Plaza bruselense sería para Soco, enamorada de este lugar, igual que lo estaba Celia de Brujas desde que conoció esta ciudad en su viaje de final del bachillerato, y por consiguiente uno de los dos grabados de la Venecia belga era para ella. Los otros dos me los reservaba para mí.


Vista a fondo la Gran Plaza y sus alrededores, decidí ir a Brüssel, en el Bulevar Aspach número 100, a por el comic/libro que me había encargado Guillermo, de modo que me encaminé de nuevo al Metro y me apeé en la estación de St. Catherine.


Aquí quiero dejar constancia de la amabilidad de todas aquellas personas, supuestamente bruselenses o residentes en Bruselas, a los que me dirigí en busca de ayuda o información, siempre en francés. Todos fueron más que amables y todos dieron puntual cuenta a todas y cada una de mis preguntas.

Una vez recogido el encargo de Guillermo, procurando “vendarme” los ojos dentro del maravilloso local atestado de libros, “comics” en su mayoría, pensé en regresar al corazón de Bruselas, del que había quedado prendado. Lo hice una vez más en Metro.

Antes de desembocar de nuevo en la Gran Plaza, fotografié, tanto interior como exteriormente, las Galerías St. Hubert de las que ya hablé con anterioridad.

En mi nueva y segunda visita al lugar más emblemático de Bruselas, me vio el vendedor de grabados y se me acercó muy afable a decirme que si lo deseaba, me sacaría una fotografía.

Aproveché su amabilidad para dejar constancia de mi paso por la Gran Plaza, y yo a mi vez lo fotografié a él en su puesto de grabados, para la posteridad. Viendo más tarde la fotografía que le tomé, tengo la impresión, pese a su correcto francés, que sus orígenes están más cerca de la América hispana que de flamencos y valones.

Tras pasearme por los alrededores no dejaba de tener en mente la tienda/boutique de Tintín que había visto junto a la Gran Plaza y a la que me había resistido a entrar sabiendo el “peligro” que para mí entrañaba, como tintinófilo reconocido que soy. En esta segunda visita caí, entré, quedé deslumbrado y acabé adquiriendo un reloj clásico rectangular y un pequeño libro sobre Hergé en francés “Herge par lui-même”. El vendedor me entregó mi compra en una bonita bolsa de Tintín y una tarjeta de fidelidad. Termino este apartado haciendo constar que he descubierto un lugar donde con seguridad me voy a dejar en viajes sucesivos unos cuantos euros.


De nuevo en el Metro, que abandono en la estación de Schuman, llego al hotel pasadas las ocho de la tarde, roto, pues aunque no lo parezca también he paseado lo mío. Reventado pero contento como un crío. ¡Por fin he conocido Bruselas!


Tras un breve descanso, ceno de nuevo en Il Cavallino, esta vez un calzone exquisito, vuelta al hotel, ducha y a la cama doblado con la espalda “adolorida” pero encantado de la vida.

Miércoles, 14 de abril de 2010, Bruselas-Madrid

Sigue el buen tiempo. Tras desayunar magníficamente, pago la factura del hotel, dejo el trolley en consigna y marcho dando otro agradable paseo hacia mi segunda reunión de un Grupo de Trabajo. Por cierto, que constato tanto ayer como hoy, que además de la asistencia de los diferentes funcionarios de la Comisión, los fabricantes del sector y las asociaciones correspondientes, en esta ocasión, y a diferencia de las primeras reuniones a las que asistí, la representación de los países miembros no solo se limita a, digamos naciones de 2ª fila, sino que así de memoria recuerdo la presencia de Francia, Italia, Bélgica, Polonia, la República Checa, Eslovaquia y por supuesto España, a quien modestamente representaba quien firma estas líneas.

Finalizada la reunión tomo el camino hacia “mi restaurante”, el ya habitual Il Cavallino donde doy cuenta de unos exquisitos calamares fritos con salsa tártara, servido, cómo no, por Aurelia.


Aquí se impone una reflexión que me hago a mí mismo mientras degusto los calamares. Sin poder evitarlo pienso en una de mis películas favoritas, “Mejor imposible”, que a menudo tengo en mente como bien saben quienes me tratan habitualmente, sobre todo por Helen Hunt, de la que siempre he estado un poco enamorado, pero sin apartar de mi mente a Jack Nicholson, en quien me veo encarnado en mis viajes bruselenses. Siempre el mismo restaurante, la misma encantadora camarera que me atiende e incluso la misma mesa. Cuando me despido hoy, le digo a la simpática italiana que nos veremos en Julio si Dios así lo quiere. Para completar el sainete solo faltaría que en mi próxima visita me cambiaran a Aurelia. Si eso sucede, espero que mi reacción no sea la misma que la del fanático seguidor de “Los Angeles Lakers”.

Recojo el trolley en el hotel, y una vez llega mi taxi enfilo el camino del aeropuerto donde como un veterano, eso sí, tras las molestas maniobras de rigor (frascos con líquidos en bolsa transparente, despréndete del reloj, saca el móvil, quítate los tirantes y los zapatos…) paso el control de seguridad con éxito arrollador, mientras contemplo con mal disimulado regocijo, la desazón de los pillados (bastantes) “in fraganti”.

Aterrizo en Madrid pasadas las ocho de la tarde (aún es de día), y arribo a mi casa de Las Rozas sin mayor novedad. La novedad vendrá al día siguiente con el desastre aéreo que causa el volcán islandés. Escapé de una buena, pienso, y más aún cuando charlando con unos y con otros en el comedor del ministerio en días sucesivos, me voy enterando a cuentagotas que son muchos los compañeros/as que se han quedado atrapados sobre todo en tres puntos muy frecuentados por los funcionarios de nuestro ministerio: Bruselas, París y Ginebra. Me digo a mí mismo: “Juan, no cabe duda, eres un hombre de suerte”.

Las Rozas de Madrid, 24 de abril de 2010