martes, 29 de abril de 2014


TRES LUGARES MÁGICOS DE SORIA BAJO LA LLUVIA

El Cañón del Río Lobos, Burgo de Osma y Calatañazor

                                               

Jueves, 24 de abril de 2014
 
Una nueva excursión de un día con la Hermandad de Jubilados de los ministerios de Comercio, Economía y Hacienda. En mi caso, no repetía con la Hermandad desde la maravillosa excursión que realizamos al norte de Italia en septiembre del pasado año.
 
En esta ocasión íbamos a visitar unos lugares de la provincia de Soria, que yo desconocía: el Cañón del Río Lobos, el Burgo de Osma y Calatañazor.
 
Como siempre en este tipo de viajes realizados en un moderno y confortable autobús, partimos de nuestra sede en Madrid, Alberto Alcocer 2. La hora fijada fue las 08:30.
 
Subimos al autobús la sesentena de viajeros que componíamos la expedición, y a la hora fijada, en un día lluvioso y desapacible, qué se le iba a hacer, iniciamos nuestra excursión. Nos acompañaba una guía joven y agradable, Noemí.
 
Realizamos una parada técnica sobre las 10:15. Aproveché para desayunar unas tostadas muy bien servidas con mantequilla y mermelada y mi habitual té con leche. Me acordé de mis amigas Celia y Soco, con las que comparto a diario la hora del desayuno de media mañana, en el que yo me contento con solo un té y ellas disfrutan, además de las infusiones, de unas buenas tostadas con diferentes variantes. A mí, hoy, tal vez por la falta de costumbre, me supieron a gloria. Continuaba lloviendo, aunque con poca intensidad.
 

El Cañón del Río Lobos
                                     
 
A medida que nos acercábamos al cañón, la lluvia arreciaba. Estaba claro que íbamos a tener un día pasado por agua. Camino de nuestra primera cita, cuando el autobús circunda Burgo de Osma, Noemí nos “ilustra” comentándonos que en esta ciudad hay muchos “atléticos” ya que el que fue presidente del club Atlético de Madrid, Jesús Gil y Gil, era oriundo de este bello enclave.
                                                 
 
A las 11:30 arribó nuestro autobús al maravilloso paisaje del Cañón del Río Lobos. Llovía profusamente. Nuestra guía, Noemí, se atrevió a preguntar quiénes estaban dispuestos a recorrer el sendero que entre árboles, nos llevaría hasta la templaria ermita de San Bartolomé, unos 20 minutos de marcha. Fui de los primeros y de los pocos que levantó la mano, y predicando con el ejemplo, embutido en un impermeable, descendía del autobús (mi asiento se encontraba frente a la puerta trasera de salida).
                               
 
Tras de mí descendieron dos o tres viajeros más, pero poco a poco la gente se fue animando, y al final, pienso que algo más de la mitad de los excursionistas, iniciamos el recorrido por el sendero, a través de un hermoso paisaje presidido por la profunda hoz que forma el río Ucero en la roca caliza, y sobrevolado por numerosos buitres leonados y otras rapaces. Pudimos vislumbrar las cuevas que sirven de alojamiento a la colonia de buitres, aunque ninguna de estas majestuosas aves hizo su aparición.
 
                                  
 
Mis cámaras y mi frustración
 
Había preparado el viaje, en lo referente al material fotográfico que utilizaría, con gran mimo. La Leica M9-P digital para el color. Para el blanco y negro, en analógico, dudé entre la moderna Contax G2 y sus focales Zeiss, o la venerable y mítica Leica M3; finalmente me decidí por esta última pensando en el inigualable “look” años 50 que proporciona el maravilloso Summicron 50mm f/2. Desgraciadamente no iba a poder hacer uso de ella. Ante los problemas que me ocasionaba la meteorología, tuve que desistir de colgarme las dos cámaras al cuello, de modo que solo acarreé la Leica digital bajo el impermeable. Haría uso de ella cuando pudiera y como pudiera…
                            
 
Defendiéndonos de las inclemencias meteorológicas, y acelerando el paso, ya que íbamos con un ligero retraso respecto al horario previsto, y a las 12:30 nos esperaba el guía que nos mostraría la catedral de Burgo de Osma, llegamos a los pies de la ermita de San Bartolomé. El panorama que se presentaba a mis ojos, pese a la lluvia, o tal vez gracias a ella, era majestuoso; tan solo se echaban de menos los buitres… En estos parajes, nos informó Noemí, el inolvidable doctor Félix Rodríguez de la Fuente rodó más de uno de los maravillosos episodios de la serie “El hombre y la Tierra”.
 
En cualquier caso, fue muy gratificante seguir la senda que discurre paralela al río entre pinos silvestres y sabinares. En algunos tramos, sus aguas aparecían salpicadas por grandes hojas flotantes de nenúfares.
 
                                                  
 
Arribamos a nuestra meta, al pie de una gran gruta con cierto halo de misterio. Mi amigo Eduardo, gran fotógrafo (del que aún espero que edite al fin en su blog http://viajediferente.blogspot.com.es/ su relato de un viaje a la India, años atrás, con unas increíbles fotografías), me había aleccionado previamente del lugar y de la situación perfecta para tomar unas bellas imágenes desde esta gruta. Desgraciadamente, el agua que corría a los pies de la misma hizo inviable lo que me proponía.
                                
 
Frente a mí se encontraba la misteriosa ermita de San Bartolomé, cerrada a cal y canto (otra pequeña decepción), templo románico de transición, principios del siglo XIII, perteneciente al antiguo monasterio templario de San Juan de Otero. Posee estructura de una sola nave con planta de cruz latina. Los símbolos iniciáticos de algunas ventanas estimulan la imaginación y ayudan a comprender por qué los monjes guerreros, amantes del esoterismo, eligieron este recóndito lugar para levantar el templo.
 
                              
 

Un recuerdo para un ilustre hijo de Burgo de Osma
 
Tras un cuarto de hora de deambular por el lugar, desandamos el camino y nos dirigimos hacia el autobús. Durante el regreso, coincidí en un tramo, mano a mano, con Noemí. En plan distendido, y como quien no quiere la cosa, le apunté:
 
-      Es una lástima que habiendo hecho mención de Jesús Gil y Gil como oriundo de Burgo de Osma, no tuvieras un recuerdo para un ilustre hijo de este lugar, Dionisio Ridruejo.
 
Me di cuenta en el acto que nuestra guía no tenía la más mínima idea de quién era el personaje al que me refería. Ella misma, con la mayor naturalidad, me lo confesó:
 
     -     No sé quién es…
 
Dudé entre dejarla en la ignorancia o hacerle un pequeño apunte acerca del insigne poeta. Me decidí por esto último, aunque le resumí en 30 segundos el currículo del eximio soriano:
 
-      No es culpa tuya el que ignores quién fue Ridruejo. La culpa es de la enseñanza que os han dado. En fin, Dionisio Ridruejo fue uno de los grandes poetas de la generación del 36, falangista de primera hora, coautor, junto a Agustín de Foxá y Rafael Sánchez Mazas, entre otros, de la letra del himno falangista Cara al sol, participante destacado en la División Azul, personaje influyente en el gobierno de Franco en los primeros años de la postguerra, del que llegó a ser Director General de Propaganda con menos de 30 años… Luego, a partir de 1942 abandonó todos sus cargos oficiales, se apartó del régimen, sufrió destierro e incluso estuvo en la cárcel… fundó el partido social demócrata… pero sobre todo, fue un gran poeta… Murió en 1975, inesperadamente, antes que Franco.
 
Le dije a Noemí, que si tenía algún interés en el personaje, buceara a través de Internet.
 
                                                    
 
La ocasión me viene al pelo, como vulgarmente se dice, para publicar dos fotografías tomadas por mi padre que jamás han visto la luz, nunca editadas con anterioridad. Dionisio Ridruejo fue íntimo amigo de mi tío Leopoldo Panero,  de Luis Rosales y Luis Felipe Vivanco, con los que formó parte de la llamada generación poética del 36. En 1941, Francisco Alonso Luengo, mi padre, funcionario del Estado, se encontraba recién destinado en Santa Cruz de Tenerife, y allí fueron en visita privada, Dionisio Ridruejo y su esposa, Gloria de Ros. Aporto dos fotografías; en una de ellas está el poeta junto a su mujer. La otra es un fantástico contraluz, una bella instantánea un poco maltratada por el tiempo, en la que aparecen mi madre, María Luisa Panero, y Gloria, la esposa del poeta. Si algún estudioso de la vida de Dionisio Ridruejo lee estas líneas, seguro que me agradece el material fotográfico que le regalo.
 
                                       
 
 
Catedral del Burgo de Osma
                                       
 
                                                     
 
De regreso al autobús, la expedición al completo partió hacia el Burgo de Osma a las 12:30, con un retraso de media hora, importante, ya que la catedral cerraba a las 13:00 horas, de modo que hicieron falta los buenos oficios de Noemí y la agencia de viajes, para que el guía que nos aguardaba, pese al retraso, nos mostrara los tesoros del maravilloso templo. Cuando, bajo la lluvia, llegamos al pie de la Santa Iglesia Catedral de la Asunción de Nuestra Señora, era exactamente la una del mediodía.
 
                                                
 
Nuestro guía, que dijo llamarse Francisco, Paco, nos apuntó, resultó realmente impresionante en su sabiduría. Nos ilustró profusamente sobre la historia del grandioso templo, aunque alguna de sus afirmaciones me dejaron un tanto perplejo, así por ejemplo, aquella, en la que nos dijo, citando a algún personaje ilustre del que lamentablemente no recuerdo su nombre, que la catedral de Burgo de Osma se encuentra entre los cuatro templos góticos más importantes de España: Burgos, León, Santiago y el propio Burgo de Osma. No quise entrar en un intercambio de pareceres con Paco, pero me pregunté que dónde se quedaban, por ejemplo, Toledo o Sevilla…
 
                                                   
 
Desde un punto de vista arquitectónico, la seo de Burgo de Osma es un compendio de estilos, desde el románico hasta el barroco. El templo primitivo fue románico, sustituido por el actual edificio gótico. La fachada principal es del siglo XIII con reformas del XV. La gran torre barroca que domina el perfil de la ciudad, se construyó en el siglo XVIII sustituyendo a la torre medieval que se hundió en 1734.
                                                   
 
Encontré realmente majestuosa la bella catedral y se me hace difícil destacar algún lugar de los muchos que visitamos durante la hora que duró nuestra estancia en el templo. Tal vez, la capilla del venerable Palafox o de la Inmaculada, y, por supuesto, el sepulcro de San Pedro de Osma,  gótico, una de las obras más destacadas de la cultura funeraria medieval en España, que además, conserva la policromía original, representando los relieves la vida y milagros del santo. Se encuentra situado en el centro de la antigua Sala Capitular, único espacio arquitectónico conservado de la primitiva catedral románica. En cualquier caso, no aporto novedad alguna a lo que las guías al uso ya comentan.
 
No inserto en el relato ninguna fotografía del interior de la iglesia, ya que existía prohibición de tomar instantáneas. Como llevaba la Leica colgada al cuello y traté de ver la posibilidad de obtener alguna imagen, una de las componentes de la expedición, creyó que había tomado fotografías y me interpeló con unos modales no ciertamente refinados. Logré contenerme y no entré al trapo. En cualquier caso, si no tomé ninguna foto, como sí hice por ejemplo en el palacio real de Turín, no fue porque existiera prohibición de hacerlo (algo que, ya lo he dicho con anterioridad, me parece absurdo pues no se sostiene técnicamente, cuando, por poner solo dos ejemplos, puedes hacerlo en las catedrales de León o Milán), ni mucho menos por la interpelación de la ineducada señora, sino porque no encontré las condiciones adecuadas para hacerlo.
 
Para finalizar este apartado, dejando a un lado el lugar que ocupa este bello templo entre los góticos de nuestra España, si es el 4º, 5º o…, de lo que no cabe la menor duda, es que deslumbra e impacta. No espera uno encontrarse un monumento de esta categoría en una modesta ciudad de provincias española.
 
                                       
 
Desgraciadamente, entre el castigo que nos imponía las inclemencias meteorológicas, así como el horario tan apretado que llevábamos, no nos permitió ampliar nuestra estancia a fin de poder visitar, aunque fuera solo someramente, otros puntos de esta hermosa ciudad.
 
El almuerzo en El virrey Palafox
 
A las 14:30 hacíamos nuestra entrada en el restaurante elegido y reservado previamente, El virrey Palafox, famoso no solo en la provincia, sino incluso a nivel nacional.
 
Tras el revuelo consabido, con algún que otro enfado a la hora de situarnos para almorzar, dada la dificultad de sentar a cerca de 60 comensales al gusto de todos, iniciamos el yantar, que se componía de un primer plato a elegir entre alubias o sopa castellana, siendo esta última mi elección, por cierto riquísima, y de segundo, o bien bacalao con tomate o lomo de cerdo con patatas fritas y pimientos. Opté por el lomo de cerdo, muy bien servido y muy rico. De postre di cuenta de unas sabrosísimas natillas caseras, y otra parte de los excursionistas se decantó por la manzana asada. La comida estuvo regada por un vino joven de Ribera del Duero, así como agua en abundancia.
 
Tuve la suerte de compartir asiento junto a Jorge y su esposa Pilar, así como con Elena, directivos, y puntales todos de la Hermandad, que me deleitaron con varias historias, alguna de ellas, referida al próximo viaje estrella al extranjero de la Hermandad en 2015, realmente interesante.
 
A las 15:30 habíamos finalizado de reponer fuerzas, y a las cuatro de la tarde, la expedición se puso en camino hacia el último lugar que íbamos a visitar, Calatañazor. Seguía lloviendo…
 
 
Calatañazor
                                     
 
Kalat al Nasur, o Castillo del Buitre, es el nombre original de este lugar.
                                    
 
Arribamos a este bello “pueblo relicario” como creo que lo definió alguien de la expedición, a las cuatro y media de la tarde, con lluvia, por supuesto. Me gustó la denominación de “pueblo relicario”, pues creo que es francamente apropiada para este tipo de lugares, deshabitados, y que si subsisten, es gracias al turismo y la protección de las entidades oficiales. Me recordó mucho a otro “pueblo relicario”, Patones de Arriba, en la llamada Sierra Pobre de Madrid, y, salvando las distancias, pues éste sí se encuentra mínimamente habitado, a Castrillo de los Polvazares, joya de la maragatería, a tiro de piedra de mi lugar de nacimiento, Astorga, en la provincia de León.
                                       
 
A la entrada del pueblo, antes de iniciar una pronunciada pendiente, se encuentra la ermita de la Soledad, románica. Comenzamos a subir la cuesta acompañados por una fina lluvia, que le daba al pueblo un encanto especial, como de otro tiempo, en concreto, el medievo. Pensemos que el gran Orson Welles, para rodar aquí parte de Campanadas a medianoche, se limitó a suprimir tan solo el tendido de la luz… 
 
                                                    
 
Cerca del final de la cuesta, a mano izquierda, se levanta la iglesia de Nuestra Señora del Castillo, siglo XI, reconstruida en el XVI. Aún conserva la fachada románica con un gran rosetón, tres arquillos ciegos y un alfiz, de clara influencia árabe.
 
En su interior, que nos proporcionó refugio mientras arreciaba la lluvia en el exterior, sobresale el retablo del Cristo del Amparo, de factura gótica, siglo XV, de gran belleza, con una extraordinaria fuerza expresiva.
                                                    
 
También es digno de mencionar el retablo mayor, que consta de dos partes bien diferenciadas: el banco y el primer cuerpo, obra de Juan de Artiaga y Francisco Rodríguez. Lo podemos situar en la transición del siglo XVI al XVII. Fue dorado por Tomás Ruiz de Quintana. El resto del retablo fue realizado en el segundo tercio del siglo XVII.
                                             
 
                                             
 
Cuando salimos al exterior, diluvia. Hacemos lo que podemos, nos guarecemos bajo los soportales, aguardamos a ver si escampa… Yo no me resigno, y con gran esfuerzo y temeridad, por el peligro que corre la Leica, me acerco hasta la plaza mayor, donde se encuentra el rollo-picota de los Padilla, al parecer de 1460, aunque otros dicen que de 1751, pasando antes por otra placita, recóndita, donde se levanta un monumento a Almanzor. El acercarse hasta las ruinas del castillo es ya una temeridad. Nadie de la expedición osó siquiera intentarlo.
 
                                           
 
Puede ser este el lugar para hablar de la supuesta batalla de Calatañazor, donde Almanzor perdió el atambor, como reza la copla… Las crónicas del siglo XIII sitúan aquí la estrepitosa derrota de Almanzor en el año 1000, aunque no hay constancia fehaciente de que tal batalla llegara a celebrarse. En cualquier caso, no cabe duda que Calatañazor fue plaza fuerte de gran importancia para los reconquistadores del siglo XI.
 
Abandono este lugar bajo el influjo de unas palabras de Dionisio Ridruejo, más poesía que prosa:
 
“Pueblo sorprendente, elegía a traición, ínsula perdida como otras que hemos encontrado a nuestro paso, más detenida acaso que cualquiera de ellas en su decrépito arcaísmo de canto sobre canto”.
                                                
 
A las 17:53 (recuerdo perfectamente el gran reloj digital de nuestro autobús) iniciamos el regreso hacia Madrid, curiosamente, como suele suceder en estos casos, ¡con sol! La lluvia nos da un descanso, aunque no de mucha duración.
 
Realizamos la consabida parada técnica a las 19:15, y a las 20:55 estacionaba nuestro autobús a las puertas del ministerio, en Alberto Alcocer 2. Salí casi de estampida, imitando a Garet Bale en el gol decisivo que dio el triunfo al Real Madrid sobre el Barcelona en la reciente final de la Copa del Rey de fútbol, cogí el Metro en dirección sur casi sobre la marcha, llegué a la estación de Príncipe Pío a las 21:16, donde pude subir al tren que salía justo en ese instante, y a las 21:40, previo paso por la estación de Las Rozas, estaba en casa. Final feliz.
 
Juan José Alonso Panero
Madrid, 29 de abril de 2014