viernes, 31 de agosto de 2012


HOSPITAL DE ÓRBIGO
Un centenario y ¿una leyenda?


 

CENTENARIO DE VILLA BLANCA. HOSPITAL DE ÓRBIGO


Nota previa: aunque lógicamente mi blog está abierto a cualquier lector, advierto a los que se adentren en este espacio, que este artículo en concreto, aunque a la postre puede resultar interesante para alguno de mis potenciales lectores, va sobre todo dirigido a la familia.

Viernes, 27 de julio de 2012. Ficho la salida del ministerio a las 14:30, casi una hora antes de lo que habitualmente suelo hacer. Inicio un fin de semana diferente, sobre todo si atendemos a la monotonía de mi vida, casi tan regular como la marcha de un reloj suizo. Pasaré los próximos tres días en Hospital de Órbigo, León, a dos pasos de mi ciudad natal, Astorga.

En la parada del tren de Cercanías, en Aravaca, me despido de la güera. Celia comienza hoy sus vacaciones veraniegas. Llego a casa 20 minutos más tarde. Me cambio de ropa, recojo el troley con el equipaje, previamente preparado, y el equipo fotográfico, compuesto por la Leica M9-P y dos objetivos, el 50mm. f/2 Summicron y el gran angular de 21mm f/3,4 Super Elmar. Añado además, uno de mis trípodes. Inicio mi viaje en coche a las 16:30. Voy a unirme a la celebración del “centenario de Villa Blanca”.


Tras un viaje tranquilo, 310 kilómetros sin atascos en la autopista, pese a la fecha señalada, y el pago del peaje que fue de 10,55 euros, llego a mi hotel, previamente reservado por mi hija Marisa, a las 19:40.

Antes de seguir adelante quiero hacer una especial referencia al hotel. Sus coordenadas son las siguientes:


Bed&Breakfast EL CAMINERO
C/ Sierra Pambley, 56
24286 Hospital de Órbigo (León)
Teléfonos: 987 38 90 20 y 619 87 00 69


Sus propietarios, Maika y Jesús, me trataron, nos trataron, a mí, a mi hija Marisa, mi yerno Carlos y mis nietos Eloísa, Iñaki y Blanca, como si fuéramos de la familia, y no hay ninguna exageración en lo que escribo. Dispusimos de unas habitaciones fantásticas en una casa rural restaurada, con dos siglos de existencia, y disfrutamos de unos desayunos sin parangón. Como aditamento especial, tuvimos la compañía de un maravilloso mastín leonés, Lug, de 80 kilos de peso, que hizo las delicias de mis nietos.


Por su parte, mi hijo Mariano con su esposa Puri y mis otros dos nietos, Macarena, y el recién nacido Alejandro, aún sin llegar al mes, se alojaron en una casa rural, Molino Galochas, a cinco kilómetros de Hospital de Órbigo (http://www.molinogalochas.com/). Esa primera noche, Mariano vino a recogerme y me invitaron a cenar con ellos en su hotel, en un paraje ideal, casi de cuento de hadas. Marisa llegaría en la mañana del sábado.

Vamos a adentrarnos en lo que fue la celebración del “centenario de Villa Blanca”, un evento muy especial para dos familias unidas por un tronco común, los Suárez y los Alonso.


¿QUÉ ES Y QUÉ SIGNIFICA VILLA BLANCA PARA LAS FAMILIAS ALONSO Y SUÁREZ?

Voy a tratar de explicarlo de la forma más directa posible y sin circunloquios, aunque tengo unas enormes dudas de llegar a buen puerto. Al menos, voy a intentarlo.


El 12 de octubre de 1912, Arturo Paramio Fernández de Arellano compró la finca de Villa Blanca, que constaba de una casa solariega y una gran extensión de terreno, con salto de agua incluido, y que permitió la puesta en marcha de la que fue la primera fábrica de fundas de paja de España, proveedora de la gran mayoría de cavas catalanes o de los vinos de jerez.

Ahora me voy a permitir transcribir literalmente dos párrafos de la hoja conmemorativa del “Centenario de Villa Blanca”:

“…Es una conmemoración familiar, pequeña y modesta, pero importante para los que estamos aquí, porque la fábrica que estuvo funcionando en este lugar fue importante para este pueblo –Hospital de Órbigo-, pues dio trabajo a muchas personas y, también, ha sido y es importante para esta familia, en el pasado y en el presente.

En el pasado, porque La Fábrica fue un éxito comercial… En el presente, porque aquí hemos disfrutado los veranos de nuestra infancia, igual que antes lo hicieron nuestros padres y seguimos con nuestros hijos y nietos, pues Villa Blanca era, además de fábrica, el lugar donde pasaba el verano toda la familia. Gracias a Villa Blanca existen entre nosotros, miembros de varias ramas de un tronco común, vínculos afectivos más fuertes que los lazos familiares que nos unen, vínculos que no hubieran existido sin este lugar de encuentro y convivencia”.



Arturo Paramio Fernández de Arellano, farmacéutico en Hospital de Órbigo, había descubierto lo que nadie hasta entonces: las grandes posibilidades de la paja de centeno para ser utilizada en el envase de las botellas de vidrio. Si la paja de trigo era el alimento predilecto del ganado, la de centeno, muy pobre, solo se utilizaba para mullir el suelo y lecho de las cuadras. La idea que puso en marcha el boticario, -que en sus experiencias bioquímicas había comprobado que esta paja era más flexible que ninguna y más sana, ya que rechazaba toda clase de enfermedades parasitarias, que abundaban, por ejemplo, en la paja de arroz, la más utilizada en España hasta entonces-, derivaba de observar que la usaban como embalaje en las vinateras de jerez, las cavas catalanas y las sidras asturianas. La fábrica, que en sus mejores tiempos fue la más importante de España, acabó cerrando en 1970. La había “matado” el cartón, sustituto eficaz de las fundas de paja y la madera.

Aunque la fábrica cerró, la casa solariega y la finca, siguieron adelante con el cariño y el cuidado que le prodigaron los herederos de Arturo Paramio Fernández de Arellano, y así ha seguido hasta este año de 2012 en que celebramos su centenario.

¿Cuál es la relación de los actuales miembros de las familias Alonso y Suárez con Arturo Paramio? Veámosla y así podremos atar esos cabos sueltos que alguno de nosotros tenía.

Arturo Paramio Fernández de Arellano era hijo del primer matrimonio de Elisa Fernández de Arellano y Ochoa de Uriarte. Elisa casó en segundas nupcias con Paulino Alonso Lorenzana, también farmacéutico. Paulino y Elisa fueron mis bisabuelos paternos y el tronco común del que nacen los Alonso y los Suárez.

Elisa heredó la finca de Villa Blanca de su hijo Arturo, fallecido soltero y sin descendencia, antes que ella.

El matrimonio Alonso-Fernández de Arellano tuvo cuatro hijos, Paulino (farmacéutico también, como su padre, además de abogado), Blanca, Elisa y Emilio (fraile agustino).

Paulino Alonso Fernández de Arellano se casó con Anunciación Luengo Gusano (y en segundas nupcias con Pilar de la Riva Gusano). Ellos fueron mis abuelos paternos y los abuelos (bisabuelos y tatarabuelos) de los Alonso que este final de julio nos reunimos en Villa Blanca.

La otra rama de la familia, los Suárez, se entronca con los Alonso mediante el matrimonio de Isaac Suárez García con Elisa Alonso Fernández de Arellano. Isaac Suárez, ya el tío Isaac, no solo se integró en la familia mediante su matrimonio con Elisa Alonso,  sino que a su regreso de Argentina, se implicó activamente en la fábrica de fundas de paja y la dirigió muchos años. Ellos son a los Suárez Alonso lo que Paulino y Anunciación son a los Alonso Luengo.

Hasta aquí, sucintamente, el cómo llegó hasta nuestra familia la finca que conocemos como “Villa Blanca” en el término municipal de Hospital de Órbigo.

Ya he dejado escrito que la finca la adquirió Arturo Paramio en 1912. Tengo ante mí copia de la escritura notarial de esa compra venta. El vendedor es Don Ángel Martínez Domínguez, pero éste no fue el primer propietario. Santiago Villamil, más conocido por Franganillo, personaje de leyenda, fue el primitivo dueño de la finca y quien edificó en su día “Villa Blanca”


LA HISTORIA DEL INDIANO SANTIAGO VILLAMIL, “FRANGANILLO”, PERSONAJE DE LEYENDA.

Veamos ahora la historia de la finca anterior a 1912, y que podría ser motivo de una novela. De hecho, mi tío Luis Alonso Luengo -que a más de magistrado y miembro de la llamada “escuela de Astorga” en unión de mis también tíos carnales Juan y Leopoldo Panero y de Ricardo Gullón, “presumía” sobre todo de ser cronista oficial de su ciudad natal, Astorga-, nos relata los antecedentes de “Villa Blanca” en una de sus novelas, “La invisible prisión”. Examinemos algunos párrafos de la misma:

Cabeza loca en su primera juventud, Santiago Villamil, fue su conducta, por aquellos años, comidilla y asombro de la pacífica y amurallada ciudad de Astorga. (...) Había en el mozo un ansia alocada de no se sabía qué. Atrabiliario y fanfarrón, jugaba alegremente en las timbas que de tapadillo funcionaban en ciertos figones de los arrabales. Bebía en las ventas de las cercanías, mezclado con mozas de partido y arrieros que hacían la ruta de Galicia y, por un quítame allá esas pajas discutía a gritos y se desafiaba impulsivo. Era alto y fuerte...

(…) se enamoró con impetuosa fogosidad de Blanca Juana Manrique, de 18 años, espigada y fina, con una negra melena, rizada y brillante. (...) La oposición familiar exaltó a Blanca Juana, que se entregó con delirio a aquel su primer amor. (...) Una mañana, Blanca Juana salió de misa de alba en la catedral y no volvió. Se había dejado raptar por Santiago.

Una historia, que llevó al padre de Santiago a perseguirlo, le obligó a casarse y le dio la última oportunidad al entregarle dinero para que estudiara Derecho en Valladolid. En la capital castellana perdió el dinero en el juego por lo que, después de vagar por la ciudad, acabó marchando como grumete a “hacer las Américas”.

Al conocer la noticia, su padre cayó fulminado por una hemiplejia, de cuyas secuelas murió.

(…) A los seis años, en la Banca de Astorga comenzaron a recibirse con cierta regularidad fuertes sumas de dinero que remitía Santiago Villamil a nombre de Blanca Juana Manrique. Los giros estaban impuestos en puntos muy diversos. Unas veces en La Habana; otras en Puerto Príncipe, algunas en remotos puertos de África.

Narra pues la novela, la historia de Santiago Villamil, un indiano de vida borrascosa, tipo romántico a tono con la época, que había zarpado rumbo a América sin Blanca Juana Manrique, con la que, como hemos leído, se había casado después de raptarla y a la que enviaba desde aquellas tierras fuertes sumas de dinero. Blanca Manrique no aceptó el dinero que ordenó poner en una cuenta a nombre de Santiago Villamil.

Cierto día, pasados muchos años, y sin previo aviso, el indiano Villamil se presenta en Astorga cargado de riquezas, e inicia la construcción de una magnífica casa en Hospital de Órbigo. Así nació Villa Blanca.

Una novela, la de mi tío Luis Alonso Luengo, que se desenvuelve entre lo lírico y lo costumbrista al relatar la historia de amor, soledad, ruina y muerte de Santiago Villamil en su magnífica mansión de Villa Blanca, mansión sobre la que se depositó un maleficio que llenó el ambiente de sombras y de misterio.

En este personaje de novela -aunque real como hemos visto, que oí mencionar muchas veces de niño a mi padre y a mi tía abuela Blanca Alonso Fernández de Arellano, que vivía con nosotros-, está el origen de Villa Blanca. ¿Qué otro nombre le podía poner Santiago Villamil sino el de su amada? Villa Blanca fue edificada por Santiago Villamil, más conocido por Franganillo, probablemente con la esperanza de recuperar a una esposa que cuando se vio ante él, después de tantos años, parece ser que lo único que hizo fue, tras saludarle, darse media vuelta y marcharse… eso sí, llorando.

De aquella época y aquel personaje, que convirtió el enorme terreno que circundaba Villa Blanca en un auténtico jardín botánico, con diferentes especias de árboles traídos de los numerosos lugares que recorrió, ya solo queda una impresionante sequoya más que centenaria. 


De la colección de árboles exóticos que Franganillo había reunido, además de la sequoya, sobrevivió hasta hace unos pocos años un magnífico cedro del Líbano. Hubo que talarlo una década atrás a consecuencia de una enfermedad, pero queda el tocón de su tronco como recuerdo.



Antes, en 1993, en otra de nuestras reuniones familiares –ésta no tan numerosa, solo una treintena de personas- tenemos una foto de familia al pie del histórico árbol. En el centro de las dos imágenes –una tomada por mí y la otra por mi hijo Mariano- podemos ver a mis tíos Luis, Socorro y Manolo Ballesteros, que aún vivían en esa época. En las fotografías, además de mi esposa Eloísa y mis hijos Marisa y Mariano, también están presente mis hermanas gemelas, Marisa y Charo.


La historia real de Santiago Villamil, acaba con el suicidio de Franganillo, del que no sé si aún he dicho, que en casa, oí comentar, además de todo lo que llevo escrito, que fue “negrero”, es decir, que parte de su fortuna, si no toda, la hizo con el tráfico de esclavos. Un personaje, pues, de leyenda…

Santiago Villamil dejó dispuesto que se le enterrara junto al “sexto castaño” que entonces había en el jardín de Villa Blanca. Suponemos que sus restos aún descansan en ese lugar, hoy en día junto a la carretera de acceso a la finca.

Como “nota a pie de página”, no quiero dejar de mencionar que desde que tuve uso de razón, siempre vi en la casa de mis padres una maravillosa cómoda de marquetería, con vitrina superior, que recuerdo muy bien, pues, de niño, y con la “permisividad materna”, me encantaba jugar a abrir y cerrar los numerosos cajoncillos que se escondían tras la gran tapa del chiffonier. Esa cómoda, según oí relatar, la trajo Franganillo de Cuba y fue a parar a mi tía abuela Blanca.

Para dar una idea del mueble al que me refiero, y puesto que está unido a esta historia, adjunto a mi relato dos fotografías realizadas por mi padre. La de blanco y negro, es de marzo de 1959 y la tomó mi padre en nuestra casa de la calle del Teniente Martín Bencomo, en Santa Cruz de Tenerife. La fotografía en color data de 1970 y está realizada en la casa de mis padres en Ginebra, durante la época de su destino en la ciudad suiza. Como se puede apreciar, el entorno que circunda a la cómoda ha variado. “Nuestro mueble”, majestuoso realmente, por su tamaño y presencia, sigue protagonizando la escena.





Hasta aquí los antecedentes. Vayamos ahora al presente y esos dos días, 28 y 29 de julio, que disfrutamos entre 80 y 90 miembros de la familia, celebrando el centenario de Villa Blanca.


LA CELEBRACIÓN

Sábado 28 y domingo 29 de Julio.

Iniciamos la jornada, de acuerdo con el programa previsto, con una misa de campaña en el jardín de Villa Blanca a las 11:30, junto a la majestuosa sequoya.





A partir de ese momento y durante el transcurso de todo el sábado, mientras seguían llegando participantes, todo fue fiesta y alegría, incluyendo baños en la piscina, y alguna que otra caída fortuita, con ropa incluida, al agua. Disfrutamos de un estupendo catering y tras la comida, siguió la velada hasta altas horas de la noche, con una espléndida barbacoa. Los niños particularmente, se deleitaron con la libertad que les proporcionaba la gran extensión del jardín. Como se suele decir en estos casos, “disfrutaron como enanos”.




Pude tomar unas fotos de los asistentes al evento alrededor del mediodía del sábado 28. Desgraciadamente, a esa hora aún no habían llegado todos los invitados, entre ellos, mi hija Marisa, de modo que ni ella ni los suyos están en esa toma. Sí estarán en otra fotografía que realicé al día siguiente, domingo 29, en la cual, ya faltan algunos de los presentes el día anterior, y a cambio, se han unido los trabajadores que fueron en su día de la Fábrica de Fundas de Paja. Se les ve en primera fila con sus bolsas de regalo que la familia les ofreció como un pequeño homenaje. En el extremo de la derecha, el alcalde de Hospital de Órbigo, que nos honró con su presencia.





UN CORTO RECORRIDO POR HOSPITAL DE ÓRBIGO


A primera hora del domingo, y antes de dirigirme de nuevo a Villa Blanca, me di un corto paseo por los alrededores del famoso puente del Órbigo, el ayuntamiento, la iglesia parroquial de San Juan Bautista…





El Puente del Órbigo

De construcción medieval, hay autores que lo consideran de origen romano, ya que de su margen izquierda parte el camino que conducía de León a Astorga.


El puente, se levanta sobre el río Órbigo que le da su nombre, uniendo las localidades de Puente de Órbigo -donde sobresale la espadaña de la Iglesia del Puente, coronada por nidos de cigüeña, como podemos apreciar en alguna de mis fotografías- y Hospital de Órbigo. Es paso indispensable del llamado camino francés en peregrinación a Santiago de Compostela.


En 1434 se convierte en el escenario del Passo Honroso, torneo caballeresco, posiblemente último de sus características, cuya crónica nos llega de manos de Don Pero Rodríguez de Lena, Notario Real de Castilla a mediados del siglo XV.



Don Suero de Quiñones

Tomo “prestada” parte de la página Web del Ayuntamiento de Hospital de Órbigo, que narra de forma clara y concisa, mucho mejor de lo que podría hacerlo yo, el famoso torneo:


El 9 de Agosto de 1951 se restaura el puente del Órbigo y se coloca este monolito conmemorativo del más famoso hecho de armas de la Edad Media. Sobre la piedra, quedan reseñados los nombres de todos los caballeros que, en unión del mantenedor don Suero, rompieron las 300 lanzas a las que se comprometió el hijo del Conde Luna. Y estos fueron:


DON SUERO DE QUIÑONES
Lope de Estúñiga
Diego de Bazán
Pedro de Nava
Suero Gómez
Sancho de Rabanal
López de Aller
Diego de Benavides
Pedro de Ríos
Gómez de Villacorta.


Ni que decir tiene la importancia y la resonancia que en el siglo XV tuvo esta hazaña de Caballería. Pensemos sólo que, hasta Cervantes en "Don Quijote de la Mancha" hace mención a este hecho de armas: "...digan que fueron burlas las Justas de Suero Quiñones del Passo, las empresas de Luis de Faces contra don Gonzalo de Guzmán, caballero castellano, con otras muchas hazañas hechas por caballeros cristianos, tan auténticas y verdaderas, que torno a decir que el que las negase carecería de toda razón y buen discurso". Eso decía don Quijote al referirse al caballero leonés.

Llegaron caballeros de todas las partes del mundo cristiano. En los 30 días que duran las justas, pelean, con los 10 mantenedores, ni más ni menos que 68 aventureros, franceses, italianos, portugueses, alemanes, españoles,... Berrueta nos dice que "unos venían impulsados por el humor caballeresco, otros por la envidia, algunos por el odio y alguno por el deseo de acabar con la vida de don Suero, el caballero siempre noble y bueno...". Pasan damas de alto linaje que para rescatar su guante hacen penar y padecer a sus caballeros, que deben luchar para recobrarlo. Pasa don Gutierre de Quijada, que años más tarde, matará a don Suero y así vengará su odio hacia el joven Quiñones.

Transcurren los días entre fiestas y torneos sin que nadie sufriera daños. La poderosa familia de los Luna no reparó en gastos para que su paladín, don Suero pudiera realizar la más grande hazaña de caballería que conocieran aquellos tiempos... y surge la tragedia: al llegarle el turno al caballero aragonés Esberto de Claramonte, la lanza de don Suero Gómez "entrole por el ojo hasta los sesos..." matándole en el acto. Fue el único hecho luctuoso del Passo. Todo esto y mucho más, representa este mojón, que parte en dos nuestro querido Puente.


No quiero finalizar este apartado sin mencionar de nuevo a mi tío Luis Alonso Luengo y su libro “Don Suero de Quiñones, El del Passo Honroso”.


FIN DE FIESTA

El domingo 29 de julio, una vez consumada la celebración junto a los trabajadores que en su día formaron parte de la fábrica, en la que intervinieron con unas emotivas palabras mis primos Pepe Alonso Cobos y Coqui Aramburu Suárez, así como el alcalde de Hospital, y tras un sabroso piscolabis (a mí, el abundante desayuno de El Caminero no me permitió ingerir casi vianda alguna) inicio el camino de regreso a casa a las 14:45. Llegué a Las Rozas a las 17:40. Había disfrutado, y nunca mejor dicho, de dos maravillosos días que compartí con mis hijos, nietos, familiares, primos, sobrinos… a alguno de los cuales no veía desde hace años.


No quiero dar fin a este relato sin mencionar a las “almas” de esta celebración. Ellas, las cuatro, han sido las artífices de que este fantástico evento se haya podido llevar a cabo. Marisa Diez de la Lastra, esposa de mi primo Pepe Alonso Cobos, y Coqui Aramburu Suárez, por el lado de la generación “madura”, y Ana Alonso Diez de la Lastra y Eva Rascón Suárez por los jóvenes. Ellas son las “culpables” de que, de ahora en adelante, todos recordemos estos dos días con el mayor cariño.




Además del evento en sí, quiero destacar la sala que en la casa principal del complejo, Villa Blanca, y justo a la entrada de la misma, se ha dispuesto como museo. El trabajo que han realizado en este lugar las promotoras de la idea es digno de encomio: fotografías, -entre ellas, una desde mi punto de vista, tanto técnico como humano, maravillosa, en la que aparecen mi abuelo Paulino y el tío abuelo Isaac, y que reproduzco en este relato por gentileza de mi prima Marisa- documentos de la época, relación de los miembros de la familia en una especie de árbol genealógico… hasta incluir dos fundas de paja originales provenientes de la fabrica. Realmente fantástico.


Para terminar, un par de párrafos personales. Quien escribe estas líneas, no disfrutó, como la mayoría de mis primos, de los veranos de Villa Blanca. Como ya he relatado en otras partes de mi blog, viví mis primeros 15 años en Santa Cruz de Tenerife, donde tenía destino mi padre, funcionario del Estado, de modo que La Laguna fue para mí lo que para mis primos fue Villa Blanca.

No obstante, en el transcurso de los años y las consiguientes visitas realizadas a esta finca, con mis padres, con mi esposa Eloísa, con mis hijos, y ahora con mis nietos, he aprendido a amar este lugar, que como bien dice la hoja del centenario, es el nexo de unión de los Alonso y los Suárez. ¡Ojalá no sea ésta la última celebración a la que asista!



Las Rozas de Madrid, 18 de agosto de 2012