miércoles, 7 de agosto de 2013


PUEBLA DE SANABRIA Y SU COMARCA

Los días 25 y 26 de junio pasados, inicié la que espero sea una larga y fructífera relación con la Hermandad de Jubilados de los ministerios de Comercio, Economía y Hacienda.
En noviembre del pasado año 2012, me había dado de alta como socio en la Hermandad. Mi amiga Celia, en nuestros “paseos”, de regreso a nuestras respectivas casas, en Metro y Cercanías, me había insistido, reiteradamente, para que lo hiciera, y otra buena amiga, ex compañera de trabajo, Elena, uno de los puntales más valiosos de la Hermandad, acabó por “captarme” como socio.

Durante el tiempo transcurrido hasta el presente, puesto que mi condición laboral aún es la de “activo”, no he podido participar en alguno de los apetecibles viajes de ocio que la Hermandad organiza. Sí he asistido, en cambio, a alguna que otra actividad cultural, como conferencias, o reuniones participativas de los socios.
Pues bien, el pasado mes de junio, me apunté a mi primer viaje con la Hermandad. Fue los días martes 25 y miércoles 26. Visitamos Puebla de Sanabria y su comarca. Voy tratar de describir, lo mejor que sepa, mediante un relato acompañado de fotografías, lo que supusieron esos dos días.


MARTES, 25 DE JUNIO DE 2013
La salida de Madrid estaba prevista a las 08:00 desde la sede de la Hermandad, en la calle de Alberto Alcocer. En la esquina de esta calle y Doctor Fleming, se encontraba aparcado nuestro medio de transporte, un flamante autobús Volvo, de tres ejes, de la empresa Jiménez Dorado.

Poco a poco nos fuimos introduciendo en el vehículo los algo más de cuarenta pasajeros, con una mayoría abrumadora del sexo femenino, y con un ligero retraso, a las 08:15, iniciamos nuestro viaje, que nos llevaría, a través de la autovía A-6, la de La Coruña, a nuestro destino final.

Al volante de nuestro hermoso autobús, iba Samuel, que a la postre, se demostraría, profesionalmente hablando, un conductor perfecto y una persona estupenda.
Hacia las 10:00, hicimos una parada técnica de 30 minutos, que aprovechamos para reponer fuerzas mediante un segundo tentempié mañanero.

Hotel J. Enrimary y nuestro primer almuerzo

Poco antes de las 13:00 horas, llegábamos al complejo J. Enrimary, en Puebla de Sanabria, en concreto, a unos 5 kilómetros del centro de esta localidad.

Tras el reparto de habitaciones, (a mí me adjudicaron la 107, amplia, confortable, y con un moderno baño), donde procedimos a la oportuna colocación de nuestras pertenencias, y un ligero descanso, nos dirigimos al espacioso comedor del hotel, para iniciar nuestro almuerzo a las 14:00 horas.

Esta primera colación en tierras zamoranas, consistió en una deliciosa entrada de pulpo a la sanabresa, con un primer plato de los famosos habones de la tierra, exquisitos, y estofado de carne (había opción de pescado) como plato principal. De postre, helado de vainilla. Regaban las viandas un excelente vino de la tierra.

PARQUE NATURAL DEL LAGO DE SANABRIA

Este Parque Natural, en las inmediaciones del río Tera -sobrecoge su impresionante cañón-, está situado entre las sierras de Cabrera y Segundera, al noroeste de la provincia de Zamora y muy próximo a la de Orense. Su mayor atractivo es sin duda alguna el Lago, de origen glaciar, situado a 1.000 metros de altitud, que supera los 3 kilómetros de longitud y los 50 metros de profundidad.

Merece la pena que indique en este lugar una página Web muy interesante:
http://www.turismosanabria.es/

De ella he sacado la información que transcribo a continuación:

LOCALIZACIÓN E HISTORIA
 
Este espacio natural se sitúa en el extremo noroccidental de la provincia de Zamora, en las estribaciones de la Sierra de la Cabrera y Segundera, A-52 ó Ctra. N-525 hasta Puebla de Sanabria, y luego regional ZA-104 (unos 12 Km. desde Puebla de Sanabria).

El Parque Natural del Lago de Sanabria fue creado en el año 1978 con el principal objetivo de preservar la morfología que esculpieron en sus rocas los glaciares cuaternarios, la pureza de las aguas, la riqueza de su flora y la diversidad de su fauna, muy rica en especies de anfibios: ranas, sapos, salamandras y tritones.

Ocupa una extensión de 22.365 hectáreas, y dentro de sus límites se encuentra el lago glaciar más grande de la península ibérica (368,5 Hectáreas), así como varias lagunas dispersas por la sierra y distintos vestigios del fenómeno glaciar: valles encajados, morrenas, cañones, etc.

Fue declarado "Sitio Natural de Interés Nacional" según una orden ministerial del Ministerio de Agricultura el 7-II-1946. "Paraje Pintoresco" en 1953. Y Parque Natural, según el Decreto 3.061/78, en 1978.

La altitud del parque varía entre los 997 metros en las orillas del lago, hasta los 2.124 metros del pico de Peña Trevinca. Constituye un lugar magnífico donde estudiar la acción de los glaciares sobre el terreno.


FLORA Y FAUNA
Los bosques más abundantes en el entorno del Lago de Sanabria son los formados por el roble melojo o rebollo. También se localizan unas interesantes manchas de acebo y tejo, mientras que los abedules y alisos son abundantes en las riberas de los caudalosos ríos que descienden de las cimas o comunican entre sí las distintas lagunas localizadas en el interior del Parque Natural.
La diversidad de especies caracteriza a este ecosistema situado en el mismo límite entre la zona húmeda y la templada. Bosques de robles coexisten con abedules y sauces, así como acebos y tejos, entre grandes extensiones de matorral. Por otro lado, la abundancia de lagunas, manantiales y arroyos permite la existencia de turberas, una auténtica rareza en estas latitudes. También abundan los fresnos, sauces y castaños.
Al ganar altura, el bosque es sustituido por un matorral de escabonales, cambronales y brezales. En Sanabria se localizan también los famosos endemismos: la carqueixa sanabresa y la geranium bohenicum.
Gran presencia de animales: reptiles, roedores, más de 76 especies de aves y 17 de grandes mamíferos. Entre todos ellos destacan la perdiz pardilla, el águila culebrera y el lobo.

Aquí, también, se cobijan: corzos, comadrejas, tejones, jabalíes, liebres, conejos, erizos, ardillas, gatos monteses, águilas reales, nutrias (emblema del parque), la lagartija de bocage y la víbora de Seoane, y peces como el escallo o la famosa trucha sanabresa... son algunas de las numerosas especies que habitan este espacio natural, que cuenta con la protección actual desde 1978.

Casa del Parque I

Sobre las 16:00 horas, nos dirigimos hacia este Parque Natural de Sanabria, donde realizamos una primera parada en la Casa del Parque I, situada en Rabanillo de Sanabria.
 

Esta Casa hace las funciones de Oficina de Turismo del Parque. Aquí, una fantástica guía, Claudia, en la que se unían a la vez, la erudición, y la sencillez adecuada para llegar a las entendederas del profano visitante, nos instruyó durante una hora con una charla muy amena y didáctica, sobre las peculiaridades de la fauna y la flora de la Comarca.
 

La Casa está dividida en diferentes salas o “espacios”, por los que fuimos transitando, mientras asimilábamos las lecciones de Claudia:

-          Espacio “Conoce el Parque Natural”.

-          Espacio “Descúbrelo en Sanabria”, donde se nos instruyó sobre los puntos de interés del Parque, algunos de ellos de difícil accesibilidad, y por lo tanto imposibles de visitar in situ.

-          Espacio “El rincón de la memoria”, donde la “leyenda” del Lago cobra vida y protagonismo.

-          Espacio “Geología y Glaciarismo”, de un indudable interés, ya que no podemos olvidar el origen glaciar del Lago, el más grande de la Península Ibérica.

El Lago de Sanabria

A las 17:15 iniciamos el trayecto, que, un cuarto de hora más tarde, nos depositó en el “lugar estrella” de nuestro viaje: el maravilloso Lago de Sanabria.

Los excursionistas nos desparramamos por las orillas del lago, de una impresionante belleza. A esas horas de la tarde, con una agradable temperatura, unos 25º, poblaban sus aguas algunos bañistas, que, al menos a mí, me produjeron una sana envidia.
 


El Helios Cousteau



Poco antes de las 18:00 horas abordamos un singular catamarán, amarrado a un pantalán del lago desde 2011. El Helios Cousteau es un catamarán eólico-solar, dotado con el equipamiento necesario para realizar recorridos didácticos y turísticos, así como facilitar la investigación subacuática.
 

A las 18:00, y por espacio de una hora, fuimos los “dueños” de la impresionante embarcación, al frente de la cual se encontraban Carlos y Ruth, simpáticos y a la vez sencillos y didácticos “profesores” durante nuestro recorrido. Remarco la agradable sensación que produce el hecho de no sentir la menor vibración ni ruido alguno, durante la travesía, debida, al “combustible con el que se alimenta” el barco: viento y sol. Aquellos de mis benévolos lectores que hayan pisado alguna vez la cubierta de un barco, serán conscientes, no solo del movimiento y ruido que producen los motores al ponerse en marcha, sino también, del peculiar olor a aceite y petróleo que suele rodear al viajero. Aquí, todo ese mundo, desaparece. Teníamos la sensación de encontrarnos en un mirador fijo, que se deslizaba serenamente sobre el lago.
 

Todo fue muy interesante, sobresaliendo, sin duda alguna, el descenso que hizo Carlos –una vez debidamente equipado- en las aguas del lago. Los adelantos técnicos, permitían a Carlos, hablar desde el fondo de las aguas del lago, informándonos de lo que él veía, y que a su vez, nosotros, los pasajeros del Helios Cousteau, podíamos vislumbrar en las pantallas de televisión del catamarán, donde en esos momentos, Ruth se encontraba al mando.
 

Mi curiosidad natural, y el recuerdo que guardaba de la catástrofe de Ribadelago, acaecida el 9 de enero de 1959 –quien escribe estas líneas tenía en esa fecha 11 años de edad- me llevó a hacerle a Ruth una pregunta, al hilo de lo que, desde el agua, nos explicaba Carlos, que en un momento determinado, nos comentó que estaba viendo –nosotros podíamos seguirlo a través de las pantallas de televisión del Helios-Cousteau- ruinas que en su día formaron parte del pueblo de Ribadelago.

La catástrofe de Ribadelago
El pueblo de Ribadelago en la actualidad

Era la medianoche de ese terrible día, con los termómetros marcando 18 grados bajo cero, cuando a unos 8 kilómetros del pueblo, cañón arriba, la presa de Vega de Tera reventó, materialmente. Como consecuencia de las ingentes lluvias de los días anteriores, así como la deficiente construcción, el hormigón no pudo soportar más la presión, y de golpe, como en una gran explosión, se abrió un boquete de 140 metros de largo en la presa, por el que se escaparon 8.000.000 de metros cúbicos de agua. La angostura natural del cañón, hizo el resto: se formó una terrorífica ola de barro y rocas, que cuando, al cabo de 15 minutos interminables arribó al pueblo de Ribadelago, medía casi 10 metros de altura, y no se detuvo hasta llegar al Lago de Sanabria, que de forma natural hizo de freno al arrastre y evitó que la catástrofe se extendiera a otros pueblos cercanos.
 
Ribadelago después de la tragedia. Las personas están sobre el lecho donde pasó la corriente y la altura de la ola llegó hasta la fachada blanca de la casa
 
A esas horas de la noche, la mayoría de los 516 vecinos del pueblo, dormía. Casi un tercio de ellos no verían la luz del día siguiente. Murieron 144 personas, aunque solo se recuperaron 28 cuerpos. El resto de fallecidos, junto a las ruinas del pueblo de Ribadelago, aún permanecen en el fondo del lago.

Pocos días después. En plena labor de búsqueda



Nota: Las tres fotografías del epígrafe "La catástrofe de Ribadelago", las he obtenido de la web:


Con motivo del cincuentenario de la catástrofe, el escritor Alberto Vázquez-Figueroa, detallaba en la revista Crónica del diario El Mundo, la terrible experiencia por él vivida. Creo que merece la pena reproducir el artículo. Los curiosos, interesados en saber acerca del terrible suceso, me lo agradecerán.
 


CRONICA Un suplemento de EL MUNDO
Domingo, 18 de enero de 2009, número 692

TRAGEDIA | ASÍ LA VIVIÓ VÁZQUEZ-FIGUEROA
Yo buceé entre los muertos

…/…
Se presentaron como funcionarios de la Dirección General de Seguridad para comunicarme que sabían que era profesor de buceo y pretendían que reuniera a un grupo de submarinistas dispuestos a rescatar los cadáveres que habían quedado en el fondo del Lago de Sanabria.

La noche del día siguiente partimos y con la primera claridad del alba nos enfrentamos al dantesco paisaje de Ribadelago arrasado por la fuerza de millones de metros cúbicos de agua que se habían llevado por delante casi 200 vidas humanas.
De la pequeña iglesia tan sólo quedaban en pie el campanario y la figura de un Rey Baltasar cuyo negro rostro parecía mostrar el horror que le producía el hecho de que el resto de las figuritas del pesebre hubieran desaparecido como por arte de magia.
 
Al poco surgieron de entre las ruinas varios hombres que cargaban sobre parihuelas tres cadáveres, seguidos por media docena de mujeres que rezaban casi arrastrando a una anciana que suplicaba que la enterraran a ella pero le devolvieran la vida a su nieto. No hubo tiempo para ver más; los muertos se impacientaban. Descargamos las botellas de aire comprimido, nos enfundamos en unos primitivos trajes que apenas nos protegían de las gélidas aguas y como jefe de equipo me correspondió el dudoso honor de ser el primero en sumergirme.
Un agua sucia, fangosa, grasienta y maloliente me ascendió por las piernas, la cintura, luego el pecho y al fin el cuello, por donde se filtró al interior del traje. La cabeza pareció querer estallarme en el momento en que comencé a flotar. Una barcaza metálica con seis militares a bordo me seguía mientras cientos de ojos me observaban desde la orilla.

Avancé unos 100 metros, sentí náuseas y me oriné, no a causa del miedo, que era mucho, sino porque de ese modo el agua que se había acumulado entre mi cuerpo y el traje se calentaba, lo que me producía un cierto alivio.
 
Me sumergí rumbo a la nada, el barro en suspensión hizo que a los 10 metros todo fuese borroso y al llegar a los 20 el agua era ya tinta china, por lo que empuñé el cuchillo y continué con el brazo extendido, visto que no tenía ni la menor idea de contra qué podía chocar.

Antes de llegar a los 30 metros advertí que la hoja penetraba en algo blando; era el barro del fondo, avancé agitando el brazo, me golpeé en el muslo contra lo que parecía una viga y tras analizarla llegué a la conclusión de que se trataba del palo de una carreta. Continúe mi marcha tropezando con infinidad de objetos irreconocibles hasta que de pronto algo vivo me rozó la mejilla. Quedé como paralizado; volvió el contacto, como de uñas muy frías y tan sólo entonces comprendí que se trataba de una trucha. A los 15 minutos temblaba, el calor de los orines había desaparecido, un agua que a 30 metros de profundidad estaba a menos de dos grados se introducía bajo el traje, el corazón me latía con tanta fuerza que amenazaba con salir flotando por su cuenta y comprendí que estaba a punto de perder el sentido. Decidí ascender; el cielo estaba triste y gris, con nubes bajas, pero jamás me había parecido tan hermoso.

ANGUSTIA INSOPORTABLE
Allí justo donde las burbujas de aire que había ido expulsando reventaban al llegar a la superficie me aguardaba la barcaza. No podían tocarme porque el dolor hubiera resultado insoportable, por lo que me sujetaron de tal modo que pudiera introducir las agarrotadas manos en un caldero de agua caliente. Poco a poco comencé a reaccionar y cuando me izaron a bordo me quedé inerte, desmadejado y roto, incapaz de pensar en nada que no fuera el hecho de que había conseguido regresar del averno.
 
Una semana más tarde comprendí que nos estábamos jugando la vida sin obtener más premio que un brazo, una pierna o incluso una cabeza desprendida del cuerpo y era más el dolor que causábamos a los familiares que el consuelo que podría significar enterrar a sus deudos. Decidí que regresáramos a casa.
 
He conseguido alejar de mi mente las imágenes de un pueblo arrasado hasta que me llamaron de Televisión Española señalando que pretendían grabar un programa dado que se cumplían 50 años de la tragedia y deseaban entrevistarme. Acepté pero elegí conducir a solas por lo que ahora era una magnífica autopista que me llevó a un lago tan cuidado y hermoso que poco o nada tenía que ver con el espanto de aquellas tétricas jornadas. Tuve la extraña sensación de que no era el mismo lugar, ni eran las mismas gentes y ni tan siquiera yo era el mismo.

Cuando, con las cámaras instaladas a orillas del agua, el entrevistador me preguntó qué había experimentado en el momento de hacer aflorar a la superficie pedazos de cadáveres putrefactos, los recuerdos que había logrado encerrar bajo llave en un cajón de mi memoria durante medio siglo me asaltaron, y por primera vez en mi vida me quedé sin palabras, al tiempo que las lágrimas que había conseguido retener años atrás brotaron sin remedio.
 
Con un gesto le supliqué al equipo de filmación que aguardara intentando recuperar el habla, y en ese instante, a las tres de la tarde, sin razón aparente ni explicación lógica alguna, llegó muy claro, deslizándose sobre la quieta y plomiza superficie del lago, el sonoro, oscuro y tétrico repicar de una campana llamando a muerto. Nunca he creído en nada que se refiera al más allá, pero en aquel momento me quedé atónito, sobrecogido por el espanto.
 
¿Por quién sonaban las campanas? Tal vez por mí, aunque prefiero imaginar que sonaban porque quienes continúan allá abajo agradecían que medio siglo atrás nueve muchachos hubieran intentado que pudieran descansar en un lugar más tranquilo, cálido y acogedor que unas aguas fangosas.

Alberto Vázquez-Figueroa

La pregunta que quien escribe estas líneas le hizo a Ruth, fue “¿hasta qué profundidad del lago era factible disponer de una visión aceptable bajo sus aguas?”.

Pues bien, la respuesta que dio Ruth a mi pregunta, aclararon las dudas que tenía tras leer a Alberto Vázquez-Figueroa.
 

Carlos nos decía desde el agua, que a partir de una profundidad de 10 metros, la visibilidad era prácticamente nula. Yo inquirí a Ruth una aclaración, y Ruth me la dio:
 

En muchos de los lugares del lago, la acumulación del limo, hace que a partir de los 10 metros de profundidad, sea prácticamente imposible, no solo el poder descender a mayor profundidad, sino carecer de la más mínima orientación, faltos de visibilidad, sin olvidar, además, la temperatura del agua, heladora en los meses invernales, a medida que se desciende.
 

A las 19:00 horas, y como “fin de fiesta”, disfrutamos de una degustación de sidra de la comarca, algo que agradecimos sobremanera, ya que el calor ayudaba a ingerir -en mi caso, lo confieso, con escasa moderación-, el líquido elemento.

San Martín de Castañeda y la Casa del Parque II

De nuevo en el autobús, y tras un breve recorrido entre los dos Ribadelago, el Viejo y el Nuevo, llegamos a San Martín de Castañeda a las 19:40.
 

Es San Martín de Castañeda un precioso pueblecito surgido en torno al monasterio cisterciense del mismo nombre, el mejor mirador para contemplar el lago de Sanabria en todo su esplendor.

En este pueblo situó don Miguel de Unamuno su novela San Manuel Bueno, mártir (1931).

Todavía tuvimos ocasión de poder contemplar, someramente, antes de que el párroco echara el cierre, la iglesia del monasterio, del siglo XII, con planta de cruz latina y tres naves. Es una magnífica construcción románica con tres ábsides de altura desigual. 
 

Junto a la iglesia, en las antiguas dependencias monacales, se ubica la Casa del Parque II, el Centro de Interpretación de la Naturaleza.

Aquí, nos fue proyectado un documental de unos 15 minutos, y a continuación, nuestra guía, Cristina, nos fue informando, a medida que visitábamos las distintas dependencias del museo, acerca de las peculiaridades sociológicas y la historia de la comarca. Nuestra visita finalizó a las nueve de la noche.


Cena y baile en el hotel

A las diez de la noche, tras un día repleto de emociones, exhaustos (al menos quien escribe estas líneas), pero contentos, estábamos sentados a la mesa en nuestro hotel, para degustar una cena compuesta por un primer plato de ensaladilla rusa con entremeses variados, tortilla española, y de postre, un increíble flan de huevo, casero, lo mejor, en mi modesta opinión, de la cena.

El “fin de fiesta” lo ocupó un baile en las amplias dependencias del hotel. Pese a la insistencia de mi amiga Elena, mi cuerpo no daba para más, eso sin contar con que nunca fui, precisamente, un buen bailarín, más bien todo lo contrario, de modo que tras las buenas noches, a hora ya avanzada, me retiré a mi dormitorio, y disfruté con un baño reparador antes de caer dormido apaciblemente en la cómoda cama.


MIÉRCOLES, 26 DE JUNIO DE 2013

Comenzamos el día con un nutrido desayuno a las ocho de la mañana. Poco después, a las 09:00 iniciábamos la subida a la Laguna de los Peces.

La Laguna de los Peces
Los 10 ó 12 kilómetros de subida constante, a través de una estrecha carretera de montaña, por la que a veces, en las curvas, tenía dificultades nuestro autobús, se hicieron interminables para más de uno, entre ellos yo. Quien más y quien menos, lo expresaba de forma distinta. Había quien exclamaba, quien daba pequeños gritos histéricos, quien invocaba a los santos de su devoción o quien callaba (mi caso), y ello pese a llevar, como ya he dicho, un fantástico chófer, que en todo momento transmitía una absoluta seguridad. Así y todo…
 
Arribamos a la maravillosa Laguna de los Peces a las 09:30. Aquí, en un paisaje idílico, con un aire puro, límpido y transparente, nos hicimos una fotografía el grupo completo de excursionistas. Hizo de fotógrafo nuestro conductor, Samuel, que se sirvió para inmortalizar la escena, de mi Leica M9-P con el Summicron 50mm f/2.
Poco antes de las diez de la mañana, y tras oxigenarnos a base de bien, iniciamos el temido descenso (teniendo en cuenta lo que fue la subida), que, curiosamente, resultó ser mucho menos penoso que el ascenso.
 

Aunque la visión, que desde la altura se podía contemplar del Lago de Sanabria, era realmente sublime, el tamaño de nuestro autobús impedía el que pudiéramos detenernos en los miradores dispuestos al efecto en la carretera, de modo que me tuve que contentar con realizar unas cuantas fotografías desde dentro del vehículo.
No es que sean precisamente un prodigio, dadas las circunstancias en que las tomé, pero al menos quedan como recuerdo, y en cualquier caso, permiten hacerse una idea del inigualable paisaje que vislumbramos, donde puede apreciarse claramente, el pueblo de San Martín de Castañeda.

Puebla de Sanabria
A las 10:45 estábamos en Puebla de Sanabria. Creo que este es el lugar adecuado para dejar por escrito mi rendido homenaje a Beatriz,  uno de los elementos más valiosos de la Hermandad, con la ventaja añadida, en su caso, de su extrema juventud. Bea, natural de la comarca, ha sido el artífice principal del perfecto programa de este viaje. Dicho queda.

El Castillo de los Condes de Benavente
A las 11:00 horas iniciamos nuestra visita al Castillo, francamente interesante.
 

Fue edificado en la segunda mitad del siglo XV, bajo el mandato del IV Conde de Benavente, D. Rodrigo Alonso Pimentel, cuyos blasones y los de su esposa aparecen en la puerta principal del castillo.
Es de planta regular y en el centro posee una enorme y casi cuadrada Torre del Homenaje, conocida popularmente como "El Macho". Constituida por varias plantas y protegida por un puente voladizo, merece la pena disfrutar del paisaje que se divisa desde lo alto de la misma.
 

Durante una hora deambulamos por las dependencias del castillo, tiempo que me permitió hacer algunas fotos interesantes, sobre todo, las realizadas desde la altura que proporciona “El Macho”.

Museo de Gigantes y Cabezudos
Una hora más tarde, a las doce del mediodía, entrábamos en un interesante y curioso museo. No sé si habrá alguna otra institución de estas características en algún otro lugar de España. A mí, éste, me resultó francamente sugestivo.
 

El museo guarda en su interior figuras de incalculable valor, los Gigantes y Cabezudos de Puebla de Sanabria. Considerada una de las mejores colecciones de España en su género, su tradición se remonta al año 1848, fecha en la que se tiene constancia de la presencia de dos figuras de alto porte, “la Negra” y “el Chino”. Servían para anunciar la festividad de Ntra. Sra. de las Victorias y acompañar sus pasos en su solemne procesión el 8 de septiembre.


Más tarde, ante el temor de que esta tradición desapareciera por considerarla pagana (en los años 50 del pasado siglo, el obispo de Astorga –por cierto, mi pueblo- diócesis a la que pertenece Puebla de Sanabria, prohíbe el desfile de Gigantes y Cabezudos), en 1955 la Corporación Municipal adquirió otros dos gigantes, el Zapatero y la Zapatera. En 1956, ante la presión popular, la prohibición llega a su fin. A partir de esta fecha el número de integrantes fue aumentando. En 1991 se adquieren los Reyes, en 1996 se incorporan los Sanabreses y por último en 2002 se unen a la agrupación los Condes de Benavente, antiguos dueños y señores de la Villa.

Las inmensas figuras de los colosos, no deben hacernos olvidar las imágenes a ellos asociadas, los Cabezudos, de los que podemos observar un total de 26, que representan desde seres mitológicos  (diablos, brujas, enanos, magos) hasta guardias civiles, señoritos, Napoleón, Don Quijote y Sancho Panza, Pinocho...  Algunos de estos pequeños "cabezones", como el Negro, y las Gigantillas, también datan de 1848.

El Pueblo

A la salida del Museo, dispusimos de “tiempo libre”, cada uno a su antojo, para pasear con más calma y descubrir la singular belleza de Puebla de Sanabria, unos 1.700 habitantes, que han sabido mantener sus costumbres de toda la vida, pese al ingente turismo que la asalta los fines de semana, y más aún con buen tiempo. Es la capital de la comarca, declarada en 1994 Conjunto Monumental Histórico-Artístico, añadiría yo, con toda la razón del mundo.

Desde el mismo centro de la población, la plaza del Arrabal, con una hermosa fuente, conocida como “El Pilón”, arranca una empinada calle de piedra, la vía principal, que en una escalonada pendiente acaba en el emplazamiento del Castillo.


Toda ella está flanqueada por casas solariegas blasonadas, con muros de piedra, tejados de pizarra y balcones de madera, notables ejemplos de arquitectura popular.


En esta zona, y antes de alcanzar el Castillo, se encuentra la pequeña ermita barroca de San Cayetano y la iglesia de Nuestra Señora del Azogue, del siglo XII (de esta época conserva sus restos románicos en los muros laterales de la nave y en el hastial con su portada), aunque con reconstrucciones y restauraciones en siglos posteriores.
Tampoco podemos olvidarnos del magnífico edificio, del siglo XV, sobrio, con una doble galería, que ocupa el Ayuntamiento.
 

La “jefa” Elena, y Bea, nos citaron a todos a las 13:30, precisamente junto a “El Pilón”. A esa hora estaba prevista la vuelta al hotel para dar cuenta del almuerzo antes de regresar a Madrid.
Hasta que las manecillas del reloj alcanzaron la una y media, cada cual empleó el tiempo en lo que mejor le pareció. Algunos, la inmensa mayoría, aprovisionándose de vituallas de la comarca, otros, que tampoco se iban de vacío en lo de hacer acopio de habones y demás manjares de la zona, nos aposentamos en algún café con terraza hasta la hora en que Samuel debería recogernos.
 

Dieron las 13:30, subimos todos al autobús, y ya con este en marcha, el conteo habitual, que efectuaban “las jefas”, arrojó la falta de tres excursionistas. Fue un momento “jocoso” para los ocupantes del coche -que ya circulaba camino del hotel-, pero que habría podido ser “dramático”, al menos durante algún minuto, para las tres socias que se habían despistado, si hubieran llegado a constatar que el autobús desaparecía en sus mismas narices. No fue así. Ellas, para su suerte, solo se enteraron cuando subieron al autocar.
Almuerzo y regreso a Madrid con parada técnica en Rueda

A las 14:00 estábamos todos aposentados en el amplio comedor del hotel, para realizar nuestra última colación sanabresa, e iniciar el regreso a Madrid en condiciones “satisfactorias”.
 

Esta postrer comida en Puebla, estuvo compuesta por un entrante de setas (la comarca está considerada como una de las mejores zonas micológicas de Europa), unas sopas de ajo, -estupendas, en mi opinión- de primero, pollo asado de segundo y un fabuloso arroz con leche casero de postre, sin que faltara, por supuesto, el vino de la región.
Un tanto abotargados, entre el calor y la ingesta abundante, de sólido y líquido, subimos a nuestro autobús a las 15:30 e iniciamos la vuelta a casa.
Durante el trayecto, hubo de todo: canciones en solitario y en grupo, a coro, que recordaban, casi, a pretéritos tiempos escolares y universitarios, historias varias y chistes. En este último menester, quien escribe estas líneas, que era neófito en estas lides viajeras, descubrió las grandes dotes de nuestro cinéfilo Jorge. No solo es un grandísimo experto en el 7º Arte, sino que no le va en menos lo de hacer reír.
A las 18:00 horas paramos en una zona de descanso de la autovía, sita en el municipio de Rueda, donde todos bajamos del autobús para reponer fuerzas, merendar y, cómo no, hacer acopio de vino y demás viandas sólidas en la bien nutrida tienda-café que nos acogió.
A las 20:00 horas exactas llegaba nuestro autobús a la puerta de la sede de la Hermandad, en la calle de Alberto Alcocer.

Me bajé de los primeros, recogí el trolley que me alcanzaba Samuel, y me pude despedir de nuestro conductor y de Bea, rogándole me disculpara con el resto de los excursionistas, todos ellos fantásticos.

Al trote me introduje en la estación de Metro de Cuzco, para coger en Príncipe Pío el Cercanías que me depositó en casa.

Ésta ha sido, para mí, la primera ocasión que he tenido de compartir con los demás socios de la Hermandad de Jubilados de los ministerios de Comercio, Economía y Hacienda, un viaje de ocio. La experiencia ha sido más que positiva. De hecho, espero con ansiedad mi “segunda etapa” que tendrá lugar en septiembre, el “gran viaje estrella” de todos los años de la Hermandad, que en esta ocasión será al norte de Italia y sus lagos, pero esa, será otra historia.

Bueno, antes de acabar este relato, debo de hacer algo importante. Al inicio de mi historia, menciono a mi amiga Celia, lo cual me induce a citar a mi otra gran amiga, Soco, que no puede ser menos que la güera, y claro, a fin de que no se produzcan agravios comparativos, es de justicia que en este artículo incluya también los nombres de Carmen, Ana y Tere, que en lo bueno y en lo malo, me aguantan todas las mañanas en el ministerio.


Juan José Alonso Panero,
Las Rozas de Madrid, 28 de julio de 2013