jueves, 25 de agosto de 2011


ÁVILA

Se duerme la tarde en Ávila envuelta en blancos copos de algodón que resbalan lentamente sobre los viandantes, pocos, del Paseo del Rastro. Vislumbro a una colegiala arrebujada bajo su abrigo, mientras a lo lejos, al compás de la nieve que cae, repica el corazón de algún reloj. Frente a mí, el Valle del Amblés vela, en esa hora intemporal de una cruda tarde de invierno, el reposo de los abulenses.

Mi sueño, acaecido en una tórrida noche de agosto, espero que algún día no muy lejano, pueda hacerse realidad y me sea dado contemplar las milenarias piedras de la muralla abulense tal como las presencié en mi imaginación.

Se ha dicho que Ávila, por sus monumentos, su paisaje y su ambiente, es la ciudad más netamente castellana. El viajero puede sentirse transportado a la Edad Media, sensación que queda corroborada si el visitante degusta la gastronomía local.

Desde el precioso Paseo del Rastro, tan amado por los habitantes de la ciudad en los días invernales con sol, podemos contemplar, ya lo hemos mencionado, el valle del Amblés cruzado por el río Adaja a la par que deambulamos saboreando el espíritu abulense.

Gracias a mi afición a la fotografía y también a mi “manía” del orden en mis archivos fotográficos, tengo documentada mi anterior visita a esta capital en abril de 1984. La realicé con mi esposa Eloísa y mis hijos Mariano y Marisa. De esa visita guardo especial recuerdo de una fotografía tomada en el convento de la Encarnación, a la que tengo un particular cariño y que inserto como portada en este relato de ésta mi nueva excursión a la ciudad de Teresa de Cepeda y Ahumada. La foto muestra a la Santa de niña en compañía de su hermano Rodrigo. En ese tiempo, Teresa pensó ya en sufrir el martirio, para lo cual, ella y su hermano, un año mayor, trataron de ir a las “tierras de infieles”, es decir, tierras ocupadas por musulmanes, para que allí los descabezasen. Su tío los trajo de vuelta a casa.

En esta ocasión, realizo la visita a Ávila el 14 de agosto de 2011, y lo hago en compañía de mi hijo Luis, el mayor, recién “desembarcado” de Japón. Voy a tratar de reflejar, lo mejor que sepa, mis impresiones acerca de una ciudad que me pareció, pese a la multitud de peregrinos de las JMJ de Madrid 2011 que la colmaban ese domingo, anclada literalmente en otro tiempo.


Sin duda, y esta es la primera reflexión que se suele hacer el visitante que arriba a esta hermosa localidad castellana, Ávila es la ciudad de la muralla y de las iglesias. Sin querer ser exhaustivo, podemos citar, además de la Catedral, la Basílica de San Vicente, las iglesias de San Pedro, San Andrés, San Segundo, San Juan, Santiago, San Nicolás, la capilla de Mosén Rubí de Bracamonte, el Real Monasterio de Santo Tomás, los conventos de Las Gordillas, San Antonio, de la Encarnación, de Gracia, de Santa Ana, de San José y por supuesto el de Santa Teresa; además, la Ermita de San Martín y la de la Cabeza. Todo, en un núcleo urbano que hoy en día apenas llega a los 50.000 habitantes.

         

ACERCA DE MIS CÁMARAS FOTOGRÁFICAS (que pueden saltarse olímpicamente los no interesados en el tema)

Antes de seguir con la narración debo hacer un inciso importante referido a mi afición fotográfica. Ya en varios de los viajes anteriores he hecho referencia a mi paso a la fotografía digital en plan serio. Éste se ha producido por fin, aunque de momento, sin abandonar de forma definitiva la analógica. El día de San Juan, 24 de Junio, adquirí por fin la Leica que esperaba desde hacía un año. Como toda espera tiene premio, la mía ya no era la M9, la última maravilla salida de la factoría alemana con sensor de tamaño completo en 24x36, es decir, el formato clásico de 35 mm de “toda la vida”, sino la versión “profesional” de la citada M9, la M9-P, que había sido presentada en París, a nivel mundial, justo tres días antes, el 21 de junio.


Así pues, el día de mi santo de 2011, viernes por más señas, salí del establecimiento de FOTOCASIÓN, en la madrileña calle de la Ribera de Curtidores con la Leica M9-P equipada con la última versión del famoso Summicron de 50mm f/2.

Mi idea es la de dotar a esta nueva cámara de un gran angular extremo de 21mm. El problema de las ópticas Leica es el precio, así que de momento tendrá que esperar el Super Elmar de 21mm. De modo que para mi visita a Ávila, donde la focal citada era para mí esencial, decidí que a la Leica M9-P la acompañase la analógica Contax G2 con el Zeiss Biogon 21mm f/2.8, que a fin de cuentas tanto monta con relación a los objetivos Leica. Siempre, ya desde los años 30 del pasado siglo, se ha discutido cuál de las dos ópticas alemanas era la mejor, si Zeiss o Leitz (hoy día Leica).


Resumiendo, mi idea de aligerar mi equipaje fotográfico y poder al fin realizar mis viajes con una sola cámara, la M9-P con dos objetivos, el 21 y el 50mm, tendrá que esperar a mejor ocasión. Simplificando, diría que la M9-P ha venido a sustituir, al menos en este viaje, a su venerable antecesora, la M3 de 1954 que hasta ahora venía utilizando para la fotografía en blanco y negro con la primera versión del Summicron 50mm f/2.

NUESTRA JORNADA EN ÁVILA

Hecho el inciso fotográfico, vamos ya, al fin, a hablar de mi viaje a la ciudad de adopción de mi amiga Celia, a la que siempre cito con placer, pero en esta ocasión con motivos más que sobrados, pues de ella han venido las mejores indicaciones para que no se me escapara nada de una ciudad en la que si no nació, sí vivió hasta los 14 años, y con ella ha seguido y sigue teniendo unos lazos de unión muy estrechos.

Salimos temprano de Las Rozas, 09:30 en un día claro y diáfano, propio de las fechas en que nos encontrábamos, y con una temperatura máxima prevista para Ávila de 30 grados, tres o cuatro menos que en Madrid, lo que era de agradecer. No olvidemos que Ávila se precia de ser la capital de provincia más alta de España, 1.131 metros sobre el nivel del mar.

Tras un viaje de poco más de una hora hicimos nuestra entrada en la amurallada ciudad por el Paseo del Rastro, estacionando el coche en el aparcamiento sito en este lugar.
En la Puerta del Rastro pregunté a un señor de edad respetable que cruzaba el paso de peatones, si vivía en la ciudad, si era un lugareño. Me respondió con una gran sonrisa que “desde hacía 79 años”. La verdad es que yo le eché unos pocos menos. Nos informó puntualmente de la ubicación del Mesón del Rastro, el lugar recomendado por Celia para nuestro almuerzo (“no dejéis de pedir unas revolconas”) que se encontraba justo nada más traspasar la muralla, a 50 metros de donde estábamos. Ya en el mesón hicimos reserva para las 14:00 horas e iniciamos nuestra visita a Ávila comenzando por su monumento más famoso, las murallas.


LAS MURALLAS

Ávila es la ciudad medieval amurallada mejor conservada del mundo. Sinceramente, para quien jamás ha visitado esta localidad castellana, la muralla abulense impresiona. Dejemos unas pocas líneas con la historia de estas piedras.




Se comenzó a construir hacia el año 1090 por orden de Raimundo de Borgoña. De estilo románico, tiene forma rectangular con un perímetro aproximado de dos kilómetros y medio, unos 12 metros de altura y tres de ancho. Los muros están reforzados por torreones en un total de noventa cada veinticinco metros, siendo el más importante de todos, el llamado “Cimorro” o ábside de la catedral. Cuenta con ocho puertas abiertas, todas ellas con imponentes torreones, destacando por su monumentalidad las de San Vicente y del Alcázar.



BASÍLICA DE SAN VICENTE

Sin duda es el mejor edificio religioso de Ávila después de la catedral y uno de los pilares fundamentales del románico español. Su estructura me impresionó vista desde lo alto de la muralla abulense. Fue levantada en el siglo XII, aunque se finalizó en los últimos años del siglo XIII. En su construcción intervino el maestro Fruchel, que también trabajó en la catedral e introdujo el estilo gótico en Ávila. Los ábsides, crucero, partes bajas de las naves, puertas laterales y cripta son románicos; el resto es gótico.



PLAZA DE SANTA TERESA


Es el centro neurálgico de la ciudad, conocida por los lugareños como la plaza del Mercado Grande. La plaza la guarda un grupo de casas con soportales a un costado y en el lado opuesto un edificio moderno que lamentablemente rompe la armonía del lugar. Según parece se levantó con la oposición de la mayoría de los abulenses.

Nota: Después de escrito el relato añado lo que me comenta mi jefe y amigo Luis, que ha tenido la gentileza de leer mi historia: el autor del desaguisado de la plaza de Santa Teresa, no es otro que Rafael Moneo.


Existe además una estatua de Santa Teresa situada casi en el centro de la explanada. El recinto lo cierra, al fondo, la iglesia de San Pedro que parece mirar con su gran rosetón a la puerta del Alcázar y a un trozo de muralla, situadas frente al templo.



La plaza, que ha vivido momentos históricos durante varios siglos (entre otros, aquí se ajusticiaba a reos en el siglo XVIII) es hoy el ámbito de la vida diaria, lugar de citas y reuniones, de sobremesa y de paseos, guareciéndose en el crudo invierno abulense bajo los soportales.


IGLESIA DE SAN PEDRO


Construcción románica del siglo XII que pasa por ser una de las iglesias más antiguas de la ciudad. Este domingo de agosto, con la ciudad llena de peregrinos de la JMJ de Madrid 2011, cuando entramos en el templo me encuentro con la muy agradable sorpresa para mis oídos de que están oficiando en francés. Creo que desde mi destino en Ginebra, más de 30 años atrás, no había asistido a una misa en la lengua de Molière. Me trajo imborrables recuerdos de la ciudad de Calvino.


PLAZA DEL MERCADO CHICO


 Como bien me dijo Celia, “en Ávila todo va desde el Grande al Chico y del Chico al Grande”. Es ésta una bonita plazoleta con soportales donde está ubicado el ayuntamiento. Muy cerca, en “La Flor de Castilla”, establecimiento con más de 150 años, compro las famosas yemas de Santa Teresa.


PALACIO DE POLENTINOS

No quiero dejar de citar este palacio, que recientemente (su inauguración oficial corrió a cargo del Príncipe de Asturias tan solo un mes atrás) se ha convertido en la sede del museo del ejército y que cuenta con un patio fascinante. Fue sede del Ayuntamiento mientras se construía el actual edificio de la plaza del Mercado Chico.




LA CATEDRAL
               

Mis gustos, más bien sobrios, siempre me llevaron más cerca del románico que del gótico. Por esta razón, y no por el hecho de estar ubicada en la provincia que me vio nacer, amo profundamente la catedral de León, casi románica en sus líneas puras y diáfanas. ¿Qué puedo pues decir de la seo abulense? Nació románica y acabó convirtiéndose en la primera catedral gótica de España. Su construcción se inicia a finales del siglo XII o a comienzos del XIII y finaliza prácticamente en el siglo XVI.




El interior del templo me deslumbró. Quedé sobrecogido en la semipenumbra de la nave central ante su grandiosidad. Me imaginé en esta iglesia un día de duro invierno, rodeado por esas históricas piedras, policromadas del valle de Amblés o jaspeadas que producen singulares fantasías cromáticas, en un silencio sepulcral, presidido por ese Cristo que emerge en lo alto del trascoro y que parece abrazar al visitante.


No quiero aburrir al lector que hasta aquí haya llegado con descripciones de cada uno de los tesoros históricos que la catedral custodia; para eso están las guías al uso que los reseñan mucho mejor de lo que yo lo haría. Simplemente mencionar, porque es realmente único, el sepulcro en alabastro del Tostado, el obispo que fue de Ávila Alonso de Madrigal, obra maestra sin duda de Vasco de la Zarza realizada en estilo plateresco en 1518.

Antes de finalizar el apartado de la Catedral, unas líneas para una pequeña desilusión. El claustro fue una decepción, y no porque no posea sobrada belleza en si mismo. Se percibe en él la soledad y el silencio, y digo se percibe, porque unas vidrieras impiden por completo el acceso a él, y de ahí mi desencanto. A título de curiosidad, desde 1984 reposan en este lugar los restos del historiador e insigne abulense de adopción, Don Claudio Sánchez Albornoz.


CONVENTO DE SANTA TERESA


Conocido comúnmente como el convento de la Santa, se levanta exactamente en el lugar que en tiempos ocupó la casa de los Cepeda, donde nació Santa Teresa. Las obras, patrocinadas por el Conde Duque de Olivares, comenzaron en 1631 y cinco años más tarde ya ocupaban sus estancias los frailes carmelitas.

Cuando visitamos la iglesia, se celebraba misa a la que asistían, aquí también, muchos de los peregrinos de la JMJ.


COMIDA EN EL MESÓN DEL RASTRO

Arribamos al restaurante poco antes de las dos de la tarde. Hicimos bien en elegir esta hora, pues a los diez minutos de estar sentados, el comedor, muy grande, estaba prácticamente lleno.

Viene bien de vez en cuando visitar estas pequeñas capitales de provincia españolas (en este caso concreto, una verdadera joya), ya que nos da ocasión de presenciar lo que ya casi no se percibe en las grandes urbes.


El comedor del Mesón del Rastro me trajo a la memoria otra imagen ya casi olvidada de mis tiempos infantiles cuando en compañía de mis padres y hermanos, en la también “provincial” Santa Cruz de Tenerife de los años 50/60 del pasado siglo, solíamos almorzar los domingos en algún lugar representativo como el Club Náutico o el Club de Golf, o bien en algún restaurante conocido.

Los comensales del Mesón del Rastro en este domingo de agosto eran las clásicas familias autóctonas, de clase media, sin faltar uno solo de sus miembros, padres, hijos, abuelos... Disfrutaban del tradicional día de descanso. Junto a ellos, almorzábamos unos pocos, muy pocos, turistas nacionales y algún que otro extranjero. El grueso, ya digo, eran “abulenses de toda la vida”. Me reconfortó la imagen.

Para los curiosos mencionaré el menú que elegimos: patatas “revolconas” para abrir boca, sinceramente deliciosas en una cantidad que a mí en particular me hubiera bastado para quedar bien servido sin necesidad de segundo plato, llegados al cual, ambos nos decidimos por la ternera del valle de Amblés, Luis en cazuela y yo a la plancha con patatas fritas. De postre, natillas caseras y un helado de vainilla, también casero, que pese a lo apetecible, me costó terminar. ¿Por qué en nuestras capitales de provincia y pequeños pueblos las raciones son casi el doble que en Madrid? Regamos la comida con cerveza sin alcohol. El volante no me dejaba otra opción.


PALACIO DE LOS VELADA

Este es uno de los pequeños tesoros que me recomendó la güera, y que posiblemente me hubiera pasado desapercibido sin sus indicaciones. “No dejes de ir a tomar café al palacio de los Velada. Es el lugar de moda” me dijo Celia, así que, una vez más, le hice caso y tras la copiosa comida y un paseo relativamente corto bajo un sol que daba alguna que otra tregua al amparo de los soportales abulenses, llegamos al Palacio de Velada, hoy convertido en hotel.



Nada más ver el precioso patio quedé enamorado del lugar. Este es el clásico lugar “pijo chic” de los que a mí, lo confieso sin rubor, me encantan. Dicho lo cual, la etiqueta que le he colgado no es óbice para que las centenarias piedras que nos rodean constituyan un marco incomparable, donde, estoy convencido, se sentirá muy a gusto cualquier visitante de la ciudad, sean cuales sean sus gustos o sensibilidades.

Así pues, en un remanso de paz disfruté de mi habitual té con leche. ¡Qué pocas ganas de levantarme de mi asiento tenía! Me habría quedado allí horas y horas.


Al salir del palacio, muy cerca de allí, me encontré en el edificio de Correos con una más que grata sorpresa que me hizo retroceder muchos años. Al igual que en Santa Cruz de Tenerife, en mi infancia, aquí también los buzones del palacete de Correos, son las cabezas de dos leones.


UNA CRÍTICA

Si alguien me preguntara por algún aspecto negativo, algo que en mi opinión no me hubiera gustado o fuera francamente mejorable, diría que una joya, porque joya es esta maravillosa ciudad, tiene que estar más cuidada en todos los sentidos. En su limpieza, en sus indicaciones, en el mantenimiento o restauración de sus edificios y monumentos, y sobre todo, igual que sucede con otros lugares emblemáticos de la geografía española, las autoridades abulenses, y por extensión las castellano-leonesas, deberían de promocionar con mucha más intensidad la ciudad de las murallas. Su centro histórico e iglesias extramuros, declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO desde 1985, lo merecen.



SANTUARIO DE NUESTRA SEÑORA DE SONSOLES

Abandonamos la capital abulense sobre las cinco de la tarde, pero antes de emprender el regreso hacia Madrid, decidimos visitar un lugar muy querido por los naturales de la castellana provincia: el Santuario de Nuestra Señora de Sonsoles, situado a unos cinco kilómetros de distancia en la carretera de Toledo. Celia me había comentado que de niña solía venir de excursión a este lugar, donde pasaba la tarde y disfrutaba de una merienda familiar en compañía de sus padres y hermanos.




El emplazamiento, pese a que, en mi opinión, lo encontré algo “turistizado”, conserva en cierto modo, el aspecto bucólico que debió de tener hace treinta o cuarenta años.

COROLARIO

La verdad es que he quedado prendado de Ávila, aunque probablemente, tanto en mi primera visita en abril de 1984, como en esta de ahora, he equivocado la época de mis citas.

Regreso, pues, al principio de mi relato. Esta preciosa ciudad tiene que ser como un cuento de hadas en pleno invierno, dormida al resguardo de las murallas, y con la nieve como regalo añadido. Deseo hacer realidad lo que de momento solo ha estado en mi imaginación. Quiero ver Ávila yaciendo en intemporal reposo, blanca, en silencio, adormecida a mis pies desde los Cuatro Postes. Espero, que como en las historias que leía de niño, mis sueños se hagan realidad.


Las Rozas de Madrid, 24 de agosto de 2011