miércoles, 10 de octubre de 2012

LEÓN




El comienzo de un nuevo relato, siempre, al menos para mí, es la tarea más ardua. En esta ocasión, sin embargo, lo tenía muy claro.


Había pasado tres preciosos días, en unión de mi hermano Paulino y mi cuñada Eva, en la tierra de mis padres, que también era la mía, nacidos los tres en Astorga. La visita a la capital del antiguo reino de León me trajo a la mente unos versos del poeta más astorgano y no por ello menos universal, mi tío Leopoldo Panero, un soneto dedicado a mis padres, María Luisa Panero Torbado, su hermana, y Francisco Alonso Luengo. En este soneto, se unen dos de mis amores patrios, la tierra leonesa de mi sangre y nacimiento, y la canaria, en la que viví mis primeros quince años.


Los versos que reproduzco, nunca vieron la luz en letra impresa, inéditos por tanto, hasta la publicación en 2007 de la Obra Completa de Leopoldo Panero, tres tomos en edición critica de Javier Huerta Calvo, catedrático de la Universidad Complutense de Madrid. De esta obra, directamente, los he escaneado. Es mi modesto recuerdo a mi tío, a mis padres, a la tierra que me vio nacer y a la que me cobijó durante mi infancia y adolescencia.




LUNES, 24 DE SEPTIEMBRE

Comienzo mi viaje en la estación de Chamartín a las 11 de la mañana, coche 1, asiento 3A de Preferente del tren Alvia que hace el trayecto entre Madrid y León. Paulino y Eva me precedían en un horario mucho más mañanero.



Llegué a mi hotel, La Posada Regia, en pleno centro del casco histórico leonés, calle Regidores, al filo de las dos de la tarde. Sin deshacer la maleta, que quedó en consigna, pues mi habitación, la 205 no estaba aún lista, contacté con mis hermanos que circulaban en esos momentos muy cerca de mi residencia, y una vez juntos los tres, inicié mi visita de la capital leonesa.



Antecedentes


Cierto es que no era la primera vez que visitaba la ciudad. Ya lo había hecho en otras ocasiones, pero la última databa de 1984, es decir, casi treinta años atrás. Entonces, mi esposa Eloísa y yo aprovechamos el puente del Pilar y nos alojamos en el Hostal Parador de San Marcos, habitación 434 (sí, conservo los papeles de aquella visita, que reproduzco a modo de curiosidad, más que nada para constatar el precio de la habitación que ocupamos, 7.200 pesetas la noche).





Poco recuerdo de nuestra presencia en la capital leonesa, salvo el hecho de que el recio otoño leonés era casi invierno, con amenaza incluso de nieve y un terrible catarro que me tuvo apenas en pie los tres días que pasamos en la ciudad.


Como he hecho en otras ocasiones, voy a tratar de ser un tanto cartesiano en mi relato, por si pudiera servir de orientación a cualquier potencial turista que hubiera sido, previamente, mi lector.



Cuando se habla de León capital, todas las guías que consultemos, sin excepción, citarán tres monumentos imprescindibles que hay que visitar, la Catedral, San Isidoro y San Marcos, y por supuesto todas llevan razón, pero León es mucho más. Así, a vuela pluma (luego, espero desgranar cada monumento o lugar con la debida calma) me vienen a la mente el Palacio de los Guzmanes, la Casa de Botines, la iglesia de San Marcelo y el Palacio de la Poridad; el antiguo Consistorio en la preciosa Plaza Mayor, la Plaza de San Martín, corazón del famoso Barrio Húmedo, la calle de los Cubos, la calle Ancha, la calle de La Rúa… y al llegar aquí, me detengo, porque voy a citar el lugar que en palabras de Julio Llamazares “es el rincón más bello de León”: la plaza del Grano, donde también encontramos la iglesia de Santa María del Mercado.



Iglesia de Santa María del Mercado


Eran poco más de las dos de la tarde cuando llegamos a esta iglesia de líneas puras, románica, construida en el siglo XII, y de la que se dice que es, tras la Catedral y San Isidoro, el templo más importante de la ciudad, por su arte, su historia y su antigüedad. Como mis gustos en arquitectura tienden a la sencillez, el románico es quizás mi estilo preferido, de modo que quedé más que satisfecho con la visión exterior del templo, y sentí no poder examinar el interior, cerrado, no solo en esta ocasión, sino en dos o tres más que pasé por el lugar con la idea de poder visitarlo.



La Plaza del Grano


Junto a esta iglesia se encuentra, en mi opinión, el más entrañable rincón de la capital leonesa, la plaza de Santa María del Camino, popularmente conocida como la plaza del Grano. Quedé rendidamente prendado de ella. No sé si en mi ya larga existencia habré puesto los pies en algún otro lugar con mayor encanto que este. Es una plaza en parte porticada, con un hermoso suelo adoquinado que nos traslada al medievo. Aquí tiene su hogar el Silencio, con mayúscula, y el romanticismo... Aquí no existe el tiempo, detenido siglos atrás…


Su nombre popular, del Grano, se debe a que hasta 1666 se celebró en este lugar el mercado de cereales y verduras. En la plaza hay una fuente de piedra del siglo XVIII, con dos angelotes que simbolizan los dos ríos que circundan León, el Bernesga y el Torío. No perdamos tampoco de vista los dos inmensos árboles que acompañan a la fuente, y que ahondan en la sensación de paz que trasciende el lugar.


Por último, señalar el crucero situado frente a la iglesia, que nos recuerda que este lugar fue paso del Camino de Santiago.



Deambulamos a continuación por la calle La Rúa así como la calle Ancha, llegando hasta el exterior de la Catedral. Antes, me advierte mi hermano que la Pulchra Leonina está rodeada de andamios debido a su restauración. Maldigo mi mala suerte, pues ya en 1984 me quedé sin las fotos deseadas por la misma circunstancia. Según vislumbro las maravillosas líneas góticas, puras, cercanas al románico, de la catedral leonesa, voy discurriendo en mi mente la forma de poder fotografiarla obviando el andamiaje. Difícil, pero no imposible, me digo. No en vano llevo toda una vida haciendo fotos.



El Barrio Húmedo


Arribamos a la plaza de San Martín, el corazón del llamado Barrio Húmedo leonés. En ella desembocan o nacen, según se mire, un laberinto de callejas –Don Gutierre, Plegarias, Azabachería, Zapaterías, Matasiete, Misericordia- que acogen las, al parecer, más de trescientas tascas que le han dado a esta zona del casco antiguo su pintoresco nombre.


Nuestro almuerzo


Eran cerca de las tres de la tarde cuando tras dudar entre varios establecimientos, decidimos entrar en uno de nombre Taberna Tizón. Yo, la verdad, no tenía lo que se dice un hambre canina, pues en el tren me habían servido un contundente aperitivo, pero a fin de cuentas, era la hora de comer, de modo que una vez aposentados optamos por lo típico de la zona, que son las raciones y tapas, es decir, una almuerzo más informal, y eso hicimos.


Saciamos el hambre con pimientos del Bierzo, lengua curada y morcilla de León, que acompañó a la botella de vino picudo clarete, de la que dimos cuenta Paulino y yo, y la caña ordenada por Eva.


No me queda más remedio, para acabar este apartado, que dejar constancia que la sensación final, cuando abandonamos el local, era agridulce. No puedo poner una sola pega a la cocina, deliciosos todos los platos, pero… todo se empañó a la hora de pagar. El total fue de 39 euros, es decir, 13 por cabeza, precio razonable, pero… y el pero es importante, la cifra que doy es una vez hecha la deducción de 5 euros de más que el avispado camarero –chico joven y bastante descarado- trató de “clavarnos” cambiando los pimientos del Bierzo que pedimos por otros con anchoas. Paulino, que en estas ocasiones no falla una (siempre dice que en su primera etapa funcionarial estuvo en la Intervención de su Consejería, en Tenerife) descubrió el apaño al vuelo. Todo habría quedado en nada si el camarero hubiera pedido disculpas por el error y aquí paz y después gloria. Pero no, el chico, al que no le quedó otra que rectificar, en lugar de mostrarse humilde, se encorajinó, y muy altaneramente dijo que él no había tratado de engañarnos… En fin, mi experiencia me dice que le sentó a cuerno quemado el que hubiéramos descubierto el pastel.

Quedan avisados los navegantes. El lugar es agradable, bien puesto y se come bien, pero… ya saben cuál es el pero. Allá cada cual.



Terminado el almuerzo, pasadas las cuatro de la tarde, decidimos hacer un alto en el camino. Paulino y Eva partieron a su hotel, en la zona nueva residencial de la capital y yo marché al mío a deshacer la maleta y descansar una horita. Quedamos en vernos poco antes de las seis para visitar la Casa de Botines y el contiguo Palacio de los Guzmanes.



La Casa de Botines

Con chamarra de piel (el tiempo es frío, sin exageración, pero frío, unos 16 grados y el cielo ligeramente cubierto) y vaqueros, me encuentro cercano a la céntrica plaza de Santo Domingo, en la vecina plaza de San Marcelo, frente a la iglesia del mismo nombre. Estamos ante la Casa de Botines, genial edificio neogótico del también genial arquitecto Antonio Gaudí, que si muy pocas obras, fuera de Cataluña, llevan su firma, en León dejó muestras de su genio en dos, el palacio episcopal de Astorga, y este edificio que admiramos en su exterior, ya que el interior no es visitable, pues alberga la sede de una entidad bancaria.




La construcción, levantada en piedra y rematada con un techo de pizarra, estaba destinada a almacén de paños y para vivienda de, entre otros, los señores Fernández y Botinás, nombre este último que fue transformado en la acepción popular en Botines.



Palacio de los Guzmanes




Casi frente por frente con la casa de Botines, encontramos este precioso palacio renacentista, un bello edificio señorial construido por el arquitecto Gil de Hontañón en el siglo XVI. En la actualidad es la sede de la Diputación de León, pero a unas horas determinadas se puede hacer una visita guiada del edificio, gratuita.




Son justo las 18:00 horas cuando arribamos al lugar. Una encantadora guía nos acompañará durante unos 25 minutos en el recorrido del palacio. Me sorprende el hecho de que solo seamos nosotros tres los visitantes, de modo que formulo mi extrañeza a nuestra guía, que nos informa que los grupos de turistas suelen ser bastante irregulares, pero que habitualmente es mayor en número que el “grupo de tres” que formamos mis hermanos y yo.

Una vez pasado el control de seguridad, ya en el interior, podemos admirar un bellísimo claustro. Por una escalera noble accedemos al piso superior, cerrado todo él con ventanales que rematan unas vidrieras muy interesantes con diferentes motivos de la provincia. Me fijo particularmente en el escudo de Astorga y la efigie de los maragatos frente al ayuntamiento de mi ciudad.





La guía, muy amablemente, accede a abrir uno de los ventanales para que pueda efectuar fotografías del patio desde el piso superior. Antes de abandonar el edifico, somos informados que el palacio, además de las oficinas de la Diputación leonesa, acoge diversas exposiciones temporales.



Jardines del Cid


Marchamos a continuación dando un paseo (el casco histórico de León es como un pañuelo, siempre al alcance de la mano), hacia los Jardines del Cid, también denominado romántico y que da nombre a su entorno, el llamado “Barrio Romántico”. Contiguo a la muralla, sus olivos, la fuente central de piedra, los pinos y sauces, le dan un aspecto de belleza decadente…


Llegamos, continuando nuestro paseo, a una de las joyas leonesas, San Isidoro. Debido a la hora ya no podemos acceder al panteón de reyes, de modo que nos contentamos con admirar su exterior y examinar la iglesia. No obstante, haré una completa descripción de todo el conjunto, en su momento, al visitar el panteón.


Prosiguiendo nuestra caminata recorremos la calle de los Cubos y desembocamos en la trasera de la Catedral y Puerta Obispo, frente al Palacio Episcopal. Aquí, en la gran plaza de Nuestra Señora de Regla me las ingenio para hacer alguna que otra foto de la catedral “sin andamios”, pero sobre todo, hago un par de fotografías de lo que yo suelo denominar la “condición humana”, muy interesantes.



La Condición Humana


La primera de las fotografías está obtenida de pura casualidad y con mucha suerte. Como se puede apreciar por la imagen, la toma no es totalmente nítida y el hecho tiene su explicación. Aprovecho la ocasión para mencionar que viajé con la Leica M9-P y dos objetivos, el 21 y el 50mm, y la Contax G2 analógica equipada con el Zeiss Vario Sonnar 35-70mm, cargada con película en blanco y negro.



Recuerdo que llevaba la Leica colgada al cuello cuando ante mí veo dos figuras absolutamente contrapuestas. Un pequeño (por su tamaño) sacerdote con sotana, algo ya muy inhabitual, y un chico joven con mochila y trolley. No lo dudo un instante. Además, no tengo tiempo para otra alternativa. Puesto que llevo inserto en la Leica el super gran angular de 21mm, y creía recordar que tenía engranado el diafragma 5,6, me dije que con la ayuda divina, y la gran profundidad de campo de un objetivo de esas características, lo mismo había suerte y lograba “algo”, de modo que sin siquiera llevarme el visor al ojo, disparé a la buena de Dios, confiando en el gran margen de visión de campo del Super Elmar de 21mm. Hubo suerte. La imagen, realizada a 1/45 de segundo según comprobé con posterioridad, no está totalmente nítida, y tal vez ligeramente movida, pero dadas las circunstancias, pienso que es muy aceptable.




La otra foto tiene menos historia, pues tuve tiempo de prepararla. Puro contraste entre juventud y, yo diría, por la postura de uno de los dos ancianos, 4ª edad.



Nuestra cena


Por sugerencia de Paulino decidimos encaminar nuestros pasos hacia su hotel, el Eurostars, sito, como ya he dicho, en la zona nueva, residencial, de León. A su lado, para que nos hagamos una idea, se encuentra El Corte Inglés.

Atravesamos pues la calle Ancha, la calle de la Rúa, y dirigimos nuestros pasos hacia la ciudad nueva. Allí, tras un paseo de unos 15 minutos, junto al hotel de mis hermanos, nos sentamos en un local con unos precios increíbles, la Cantina de Velázquez.


Por menos de 6 euros, los tres, degustamos un primer plato (sopa de ajos, Paulino; y Eva y yo un huevo frito cada uno). El segundo plato consistía en tres pulgas, tortilla (exquisita, que me tocó a mí), morcilla y ensaladilla que se repartieron entre Eva y Paulino. Mi hermano y yo una copa de vino cada uno y Eva una caña.


Por pura lógica, repetimos. Esta vez fueron dos sopas de ajo (Eva y yo) y el huevo frito para Paulino. Las pulgas, de tortilla (Eva), lacón (Paulino) y queso blanco, salmón y tomate (yo).


Detallo la consumición, porque dudo mucho que en algún lugar del suelo patrio se pueda encontrar un establecimiento donde por menos de 6 euros se tiene derecho, sentado en una terracita, a lo que acabo de mencionar.



De regreso a mi hotel, sobre las nueve y media de la noche, me detengo en un local de la calle la Rúa para comprar una botella de agua mineral. La chica que amablemente me atiende tiene puesta la radio. Este lunes, y a estas horas está finalizando el encuentro de fútbol entre el Rayo Vallecano y el Real Madrid que debería de haberse jugado ayer, y que no se jugó debido a un “supuesto sabotaje” del sistema de iluminación del campo. A falta de un par de minutos, el Madrid ganaba 0-2, de modo que esa noche, tras descargar las fotos de la Leica, me di una ducha reconfortante y dormí apaciblemente en mi habitación del siglo XVI.



MARTES, 25 DE SEPTIEMBRE




Este era el día que, desde el punto de vista meteorológico, teníamos señalado como el punto negro de nuestra escapada leonesa. No nos equivocamos. Además del frío, nos acompañó la lluvia durante toda la jornada, sin parar, a ratos solo suavemente, pero por momentos con una gran intensidad, en castizo, chuzos de punta. Ante lo que se podía avecinar, que se plasmó al final en realidad, habíamos tomado nuestras precauciones decidiendo que el día de hoy procuraríamos destinarlo a la visita del interior de dos de los monumentos más significativos de León, la Catedral y San Isidoro, de modo que la mañana, tras un “brutal” desayuno buffet en el hotel, a base de cruasanes, bizcochos, mantequilla, mermelada, todo ello de forma más que abundante, zumo de naranja y mi té consabido, poco antes de las 11:00 estábamos entrando en la catedral de León, Paulino y Eva con paraguas, yo con impermeable.



Catedral de Santa María



Diluvia en la capital cuando penetramos en el templo. De nuevo quedo anonadado mientras mis ojos giran en todas las direcciones. No puedo describir lo que mi vista contempla. No sé hacerlo, me faltan las palabras, pero dudo mucho que si la Naturaleza me hubiera dado ese don que en mí es escaso, mínimo, aún en ese suponer, dudo mucho que pudiera describir el momento que vivo. Pese a los andamios, presentes aquí y acullá, la grandiosidad, la luz difuminada por el plomizo día que acaricia unas vidrieras prodigiosas, la pureza que emana de cada rincón del santuario es tal, que queda el mortal absorto, sin movimiento, sin saber qué hacer, a dónde dirigirse. El tiempo se detiene y me dejo arrastrar por un momento que quizás nunca se vuelva a presentar.



Pienso que no me ciega la pasión si escribo que estoy en la más pura y perfecta catedral gótica de España, levantada a mediados del siglo XIII que se erigió sobre un templo románico, donde en siglos anteriores se encontraban las termas de la urbe romana.



No voy a describir un monumento universal que el lector puede encontrar en cualquier guía al uso. Trato solo de dar mis impresiones y alguna que otra circunstancia que, considero de sumo interés.



Por ejemplo. Una vez abonada la entrada al templo, 5 euros (4 en mi caso, privilegios de la edad), se nos entrega una especie de teléfono que hace las veces de guía. Aunque en cierto sentido te distrae de lo que tu vista contempla, no deja de dar indicaciones interesantes. Así, soy informado que la joya que contemplo, no precisamente bien proyectada en sus inicios y cuyo proceso de construcción tampoco podemos considerar ejemplar, estuvo a punto de perecer, desaparecer, o cualquier otro sinónimo que queramos utilizar, en el siglo XIX por obra y gracia de las desafortunadas actuaciones que en la arquitectura de la misma se realizaron y que produjeron varias ruinas parciales. Increíble pero cierto.


Claustro



Una vez fuera del templo visitamos el claustro, proyectado en el siglo XVI por Juan de Badajoz. Cuenta con elementos góticos y platerescos, y en sus muros podemos admirar algunos frescos, bien es verdad que bastante deteriorados.


Vidrieras


Llegamos al punto, sin ninguna duda, más importante de la Seo leonesa. Así, si en la arquitectura se suele decir que la Pulchra Leonina toma como modelo a la catedral de Reims, sus vidrieras son comparables con la también catedral francesa de Chartres. Y en este asunto, el de las vidrieras, nos encontramos con una situación paradójica. Si los varios andamios y plataformas que podemos contemplar en más de un punto del templo, “destrozan” la armonía del mismo, también tienen su punto positivo, al menos para aquellos que durante un periodo de tiempo concreto visitemos esta catedral. Me explico.



El proyecto denominado El Sueño de la Luz, que está procediendo a restaurar las vidrieras del templo de una forma metódica y con unos plazos determinados, tiene instalada en la actualidad una plataforma a 14 metros del suelo. Esta iniciativa, que está patrocinada por la Junta de Castilla y León, el Cabildo de la catedral y una entidad bancaria, ha tenido la, creo yo, “feliz idea” de rentabilizar en cierto modo la restauración que se está llevando a cabo, y de esta forma, mediante el abono de una entrada de 2 euros, se puede acceder a la citada plataforma y contemplar las vidrieras a una distancia inimaginable.



Aunque no se permiten grupos de más de 20 personas y las visitas son guiadas, para acceder al lugar descrito hay que hacerlo por el exterior del templo y a través de un andamiaje metálico, muy estrecho y empinado que puede producir una cierta inquietud (a mí me la produjo, ya que el movimiento de las barras metálicas era coincidente con las pisadas de los “escaladores”), sobre todo, al descender, ya que no puede uno dejar de pensar qué sucedería si la persona que nos sigue en el descenso tropieza o resbala.




Reposa la plataforma sobre los muros del triforio del primer tramo de la nave central, a 14 metros del suelo como ya hemos mencionado, y bajo el rosetón de poniente. Una vez aquí, la visita se centra en la explicación de los procesos de deterioro y restauración de las vidrieras, incluyendo un audiovisual de unos 15 minutos, muy interesante. El marco resulta espectacular, tanto por la extraordinaria cercanía a ventanales como por la visión diáfana que del interior del templo nos ofrece este mirador sin igual.




Llegados aquí, no debemos olvidar que la misión de las vidrieras en el momento de la construcción de las catedrales era impedir la entrada al templo de los elementos externos, bien fuera lluvia, viento, nieve o granizo. A mí, profano en la materia, independientemente de poder admirar estos tesoros a pocos palmos de mis ojos, me gustaría resaltar la parte más interesante de la disertación del guía, que si no le comprendí mal, nos informó que una vez concluido el proceso de restauración, los paneles se enmarcan con bastidores metálicos sujetos con varillas de refuerzo que mejoran la estabilidad para su nueva instalación. La vidriera se desplaza 6 centímetros hacia el interior, y en el emplazamiento original se sitúa un vidrio de protección que pasa a ejercer la función de cerramiento del vano. De esta forma, el original queda resguardado de los agentes atmosféricos, la contaminación, los impactos fortuitos o las agresiones humanas.



La Plaza Mayor

Tras el “arriesgado” descenso y una vez en suelo firme, encaminamos nuestros pasos, bajo la lluvia, continua aunque intermitente en su fuerza, hacia la plaza Mayor. Aprovecho la ocasión, antes de describir el lugar para comentar algo que no ha dejado de darme vueltas a la cabeza mientras regresaba a Madrid. Esa frase tan nuestra de “no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy”, no se me va a olvidar jamás. Gracias a que en su momento fotografié los diversos monumentos o puntos históricos elegidos, sin esperar a mejor ocasión o tener una luz más adecuada, me pude volver de León con unas tomas aceptables de tres lugares, que si hubiera esperado a mejor ocasión, no habría podido “inmortalizar”. Tanto la Plaza Mayor, la del Grano, o la Casa de Botines, después de haber pasado por los objetivos de mis cámaras, sufrieron una transformación en forma de andamios o plató que hacían del todo punto imposible el obtener unas fotos aceptables.




Esta Plaza Mayor de León, amplia y porticada como puede verse en mis fotografías, fue construida en el siglo XVII, según parece a imitación de la de Madrid. Su aspecto es ciertamente más modesto, pero precisamente ahí radica su especial encanto.


Enclavado en esta plaza se encuentra el antiguo Consistorio, construido en el siglo XVII, y con tan escaso fondo, que sirvió más como balcón para las autoridades, que como dependencias municipales. Por ello, se llamó a este edificio el Mirador de la Ciudad. Aquí pues tenían lugar los festejos y los actos públicos, ya que al igual que en otras plazas de similares características, léase Madrid o Salamanca, en la misma se celebraban festejos taurinos así como ejecuciones.



La Plaza de San Martín


Casi pegada a la Plaza Mayor se encuentra la de San Martín, el corazón del famoso Barrio Húmedo de León, ya mencionado anteriormente. Esta plaza no tiene, desde el punto de vista arquitectónico, ninguna característica especial. Su fama viene por el hecho de que está rodeada de bares, tascas y restaurantes, y como ya he dicho, es el centro del llamado Barrio Húmedo. No obstante, sería injusto si no destacara que en ella se encuentra la Casa de las Carnicerías, antigua lonja municipal construida en el siglo XVI, sede en la actualidad de una entidad bancaria.




Teniendo en cuenta el acompañamiento inclemente de la lluvia, aunque la hora era temprana para el habitual almuerzo español, 13:30, consideramos que era el momento de sentarnos a reponer fuerzas con una comida en condiciones. Dimos vueltas y más vueltas a la plaza, y Paulino seguía con sus eternas dudas. Yo me inclinaba por un lugar determinado. Mi cuñada, siempre tan prudente, no decía nada. Al final acabamos entrando en el sitio que yo había señalado, ya que en la puerta había una pizarra indicando que su especialidad era el cocido leonés. La verdad es que después de haber degustado en numerosas ocasiones el madrileño, el andaluz, el gallego o el maragato, me apetecía un cocido leonés. A Paulino le echaba para atrás el hecho de que el local, en su exterior no era gran cosa, y además no parecía tener “demasiada vida”. Yo argumentaba en su favor que eran tan solo la una y media, y a esa hora, ningún español que se precie de tal, suele almorzar. En fin, quizás gracias a la lluvia, entramos. Lo recordaremos siempre.



El Cocido Leonés


Una vez en su interior pasamos al comedor, situado al fondo, en plan casero y acogedor, pero muy limpio y bien puesto. Antes de seguir adelante voy a escribir su nombre y dirección, pues, y ya adelanto lo que a continuación viene, creo que en mi vida he comido jamás mejor cocido como el que degustamos en:



BAR RESTAURANTE “MINA”
c/ Misericordia, 3
(Barrio Húmedo)
Teléfonos: 987 08 32 99 y 987 20 95 37


Nos atendió Tere, natural de Ponferrada, camarera y cocinera a la vez, que estuvo 16 años, según nos dijo, a las órdenes de MINA, ya jubilada. Luego daré cuenta de la historia del local. Vayamos primero al yantar.



Pedimos cocido para tres, y realmente habrían podido comer cinco personas y aún habría sobrado. La sopa de fideos que abría el festín era indescriptible. Jamás degusté mejor sopa. Luego vinieron unos garbanzos de la región, pequeños y maravillosos así como un repollo exquisito y, esto era nuevo para mí, acompañando al repollo y los garbanzos, la morcilla leonesa rellena de cebolla. Por último, las “carnes” con el relleno. Aquí, además del consabido chorizo, tocino, pollo y demás ingredientes habituales de todos los cocidos, la variante consistía en lengua curada además de la cecina de vaca. No puedo seguir porque se me hace la boca agua según escribo.



Todo lo anterior lo regamos con una botella de clarete y otra de tinto picudo. De postre, Eva y quien escribe se decantaron por el helado para desengrasar. Enorme, casi ni puedo acabarlo. Paulino optó por el arroz con leche. El importe, 16 euros por cabeza, todo incluido, tal como rezaba en el anuncio de la pizarra exterior. Dejamos 50 euros y salimos de allí con el “inmenso dolor” de no poder llevarnos el “doggi bag”, que habría surtido perfectamente a otro banquete.


Ahora, un poco de historia, entresacada del Diario de León. Para los curiosos, indico el enlace al artículo y aquí transcribo la cabecera del mismo:





Diario de León.es 
MINA VELILLA ESPINIELLA
La reina de los cocidos

Mina empezó en aquel mesón tan recordado, 'el del burro', donde por cliente estuvo hasta Manolete. Allí aprendió a elaborar su espectacular y rotundo cocido leonés


EMILIO GANCEDO 22/05/2011



Quien haya leído el artículo completo habrá podido constatar que Mina tuvo por cliente al mismísimo Manolete, acompañado por el Gobernador Civil de la provincia, cuando fue a inaugurar la nueva plaza de toros de León. También degustó su cocido, entre otros, el padre de Zapatero… Sin comentarios.



Cuando salimos del restaurante, sobre las tres de la tarde, llovía a cántaros, de modo que decidimos ir a la vecina Plaza Mayor, donde al calor de los soportales, degustamos, Paulino y Eva café, además de un brandy mi hermano y una copa de aguardiente de hierbas Eva, igual que yo. Un purito, Paulino, y Camel sin filtro, un servidor.


Así pues, bajo la lluvia, sin cantar, nos dirigimos a otra de las joyas leonesas.



San Isidoro



Nuevamente me encuentro en situación comprometida si es que pretendo explicar lo que presencié. Vayamos por partes, como dije en su momento, y describamos primero la basílica y luego el panteón real, aunque antes, un poco de historia. Cito, para ello, a Antonio Viñayo: “En diciembre de 1063 San Isidoro de Sevilla llegó a León, emigrante desplazado de la musulmana Sevilla, rescatado por los diplomáticos del rey leonés, Fernando I. El rey dedicó a los restos del Doctor de Las Españas el templo de San Juan Bautista. Desde entonces San Isidoro ha sido vecino de la vieja ciudad de León”.


La Fachada




La gran plaza de San Isidoro, amplia y diáfana, afortunadamente, nos permite una perspectiva perfecta de la fachada del edificio, siglo XII, con sus dos pórticos, el del Perdón, que solo se abre en Año Santo y el del Cordero, que debe su nombre al cordero místico representado en su arco, donde se escenifica el sacrificio de Isaac.



La Basílica


Merece la pena que reproduzca la introducción que de este monumento se hace en el folleto que acompaña al ticket de entrada: “La iglesia de San Isidoro de León, joya del arte románico hispano, ostenta el rango de Basílica que, además de otros privilegios honoríficos, le da precedencia sobre las demás iglesias de la ciudad a excepción de la Catedral. Es además Colegiata por poseer un cabildo colegial de canónigos que rige y sostiene esta institución. En el espacio que ocupan estos venerables muros se resume de forma admirable la historia de León en la Edad Media, cuando era el reino más poderoso de España en tiempos de la Reconquista y sus monarcas se hacían titular IMPERATOR HISPANIARUM”.




En el interior, con una tenue iluminación que invita al recogimiento podemos apreciar el altar mayor, que alberga un retablo del siglo XVI, en el que se expone de forma permanente el Santísimo Sacramento en una custodia del siglo XVII. En este lugar se encuentra la urna que contienen los restos de San Isidoro de Sevilla, que aquí reposan desde el año 1063.


El Panteón Real, el Museo y el Claustro


Antes de entrar en más detalles, dejar constancia que este Museo es estrictamente privado, tal como reza en el ticket de entrada (5 euros para todo el mundo, sin distinción de edad). El Cabildo Colegial de San Isidoro presta gratuitamente los servicios técnicos y de dirección.


Debido a que no se permite la toma de fotografías, el lector que hasta aquí haya llegado, no podrá apreciar ninguna de este Panteón Real. Tan solo he podido hacer uso de mis cámaras en el claustro externo.



Visitamos en primer lugar el Museo, donde hay que destacar, todas las guías lo mencionan, y con razón, el maravilloso cáliz de ágata de Doña Urraca del siglo XI; también, la arqueta de los marfiles y la de los esmaltes de Limoges, así como el arca donde viajaron desde Sevilla los restos de San Isidoro.


En cuanto a la biblioteca, guarda interesantes piezas, y en su archivo se custodia la Biblia Visigótica del siglo X.


No puedo dejar de mencionar una anécdota que corre a cargo de mi hermano. En nuestro grupo, unas 20 personas, figura una señora disminuida física, con dos muletas, que se mueve con bastante dificultad, entorpeciendo en alguna ocasión la marcha del grupo. En un momento dado, la guía, dirigiéndose a ella, le dice:

“¿Necesita Vd. ayuda?”.


Pues bien, mi hermano, que está bastante “teniente” de un oído, cree que la guía se dirige a él, y sin encomendarse a Dios ni al diablo, y antes de que la lisiada pueda abrir la boca, le contesta:


“No, gracias, no es necesario en absoluto”.


Claro, la guía queda momentáneamente desconcertada hasta que reacciona al darse cuenta del equívoco.



El Panteón Real data del siglo XI, y está considerado, gracias a sus maravillosos frescos, jamás restaurados, como la Capilla Sixtina del arte románico. Las pinturas narran la historia de la Redención según la liturgia mozárabe, así como un calendario agrícola, en palabras de Julio Llamazares “el más hermoso calendario que nunca el hombre haya pintado”.


Dos pórticos y 21 capiteles, excepcionales, adornan este panteón en el que reposan 11 reyes, 14 reinas, y un diverso número de infantes, condes y nobles, cuyas tumbas fueron profanadas durante la ocupación napoleónica de la ciudad en 1808 en busca de tesoros, alhajas y otros objetos de valor, de modo que aunque en todos los sepulcros hay restos humanos, no se sabe a quién pertenece cada uno de ellos. Tan solo tres de las tumbas están intactas y se conserva el cuerpo incorrupto de la infanta Doña Sancha.


A título de curiosidad, la Guía Verde Michelin, obra modélica según mi modesto parecer, no dice absolutamente nada respecto a la profanación de las sepulturas. “Lamentable” olvido de nuestros vecinos franceses.




Una vez finalizada la visita al Panteón Real, salimos al claustro, cuyo estilo se debate entre el románico y el renacentista. Podemos apreciar su belleza en las fotos que incluyo, y donde claramente se distingue un suelo absolutamente mojado. La lluvia ha caído a cántaros pocos minutos antes.

En la tienda del Museo, adquiero diversos recuerdos de León para la familia y mis amistades.



Mi cena en el hotel


Cuando salimos de San Isidoro son algo más de las seis de la tarde. Los tres estamos reventados, pero más que satisfechos. Pese a la lluvia, que ha seguido a ratos fuerte y a ratos chispeando, hemos aprovechado el día de maravilla. Con “los deberes hechos”, decidimos ir cada uno a su hotel y nos citamos mañana a las 11:00 en San Marcos.

Yo, una vez en el hotel, me doy una ducha reparadora, descargo las fotos de la Leica, y antes de acostarme llamo al servicio de habitaciones y pido un sándwich mixto de jamón y queso y una tila. Tras el cocido, no me entra nada más. Duermo como un lirón.



MIÉRCOLES, 26 DE SEPTIEMBRE


Amanece el día frío, pero sin lluvia; incluso hasta ha salido el sol entre algunas nubes que persisten a primera hora y que poco a poco se irán marchando.

Una vez efectuado mi desayuno “habitual”, marcho andando, 20 minutos escasos, a través de la calle Ancha, la plaza de Santo Domingo y la Gran Vía de San Marcos, hasta el Convento, luego Hostal/Parador, del mismo nombre.



San Marcos


Poco antes de las 11:00 estoy ante la gran plaza desde donde se admira la grandiosa fachada plateresca de San Marcos. No han llegado aún Eva y Paulino, de modo que con tranquilidad me dedico a tomar fotos con las dos cámaras.



No puedo dejar de pensar que en este lugar dio con sus huesos en lo que entonces se había convertido en cárcel, Don Francisco de Quevedo, y por supuesto, en época mucho más cercana tampoco olvido que mi tío Leopoldo Panero estuvo aquí preso al inicio de nuestra Guerra Civil, y que si salvó la vida fue gracias a los ímprobos esfuerzos de mi abuela materna, Máxima Torbado. Es una historia que, de niño, oí contar muchas veces a mi madre. La relata muy bien Ricardo Gullón en La Juventud de Leopoldo Panero.



Tañe las once un reloj cercano cuando aparecen Eva y Paulino. En este punto, doy de nuevo la palabra a Antonio Viñayo: “En el Capítulo de Valladolid, del año 1513, dispuso la Orden de Santiago levantar un edificio nuevo, de suntuosidad y consonancia con la fama y el prestigio de la Institución. El Rey Católico intervino en ello y mandó que el Maestro Mayor del convento de Alcántara, Don Pedro de Larrea, se hiciese cargo de las obras. Juan de Horozco y Martín de Villarreal, Juan de Rivero y Martín Susniego, fueron sus sucesores en la dirección de los trabajos. Ellos nos legaron la imponente fachada plateresca, el templo ojival y el claustro renacentista”.

La iglesia




Comenzamos nuestra visita al interior del edificio por la iglesia. El grandioso pórtico, así como el templo, se construyeron a partir de 1515 bajo la dirección de Juan de Horozco. Admirando su fachada me viene a la mente, por su parecido, la de San Esteban, en Salamanca.



“La planta de la basílica es de cruz latina, con una sola nave central formada por cinco arcadas y pilastras aboceladas sobre las que se alza una elegante bóveda de crucería. Una característica de esta bella iglesia gótica es la expansión de sus muros, ya en la parte alta, en unas ventanas geminadas de doble arco semicircular festoneado por dibujos geométricos”. (Carmen Deben).

El claustro




Junto a la iglesia podemos admirar un precioso atrio renacentista con resabios de estructura tardogótica. La hechura del claustro es de cuatro lienzos, con seis arcos de medio punto en su parte baja. En 1549 Juan de Badajoz acaba dos de las alas. Las bóvedas son góticas, de muy equilibrada armonía.


El Convento/Hostal-Parador


Una vez visitada la iglesia y el claustro, nos dirigimos a la entrada de lo que en su día fue convento y desde hace ya 50 años es el más lujoso hotel de la red de Paradores Nacionales.

El edificio quedó terminado en 1715. Con posterioridad a esta fecha, el convento sufriría toda suerte de usos y destinos: seminario, acuartelamiento, instituto, caballerizas y cárcel en más de una ocasión, la última, como ya hemos escrito, durante nuestra Guerra Civil.




En 1961 se transforma en Parador de Turismo, lo que propicia su restauración interior, así como la rehabilitación de algunas estancias que se encontraban en ruinas.




Una de mis fotografías muestra la entrada al Parador, y en otra de las instantáneas, podemos ver un hermoso salón que en tiempos fue la sala capitular del convento, cuyo artesanado mudéjar, realizado en madera de alerce, es excepcional.



De nuevo en el exterior realizo una bonita foto de la gran plaza con el bello crucero que muestra a sus pies a un peregrino.




Abandonamos el lugar por la misma vía por la que a él llegamos: la Gran Vía de San Marcos. Vamos charlando los tres acerca de las últimas vicisitudes políticas que afectan a nuestro país. No las menciono, porque creo que no es el lugar para hacerlo, pero sí contaré como anécdota que íbamos los tres tan enfrascados en nuestra conversación, que sin darnos cuenta dimos la vuelta a una plaza, en concreto la de la Inmaculada, por dos veces.



Día de mercado en la Plaza Mayor




Nos dirigimos a la Plaza Mayor, donde hemos sabido que hoy miércoles, es día de mercado de frutas, verduras, chacinas, quesos... La verdad es que el espectáculo resulta pintoresco e interesante y creo que ha merecido la pena. Los aledaños de la plaza, las callejas que en ella desembocan, se han convertido, a su vez, en mercadillo o rastro, donde ciudadanos de etnias minoritarias así como inmigrantes han aposentado sus reales.



Museo de León


Una vez finalizada nuestra inspección ocular al día de mercado, retrocedemos de nuevo hacia la Plaza de Santo Domingo. Allí, en el edificio Pallarés, se encuentra el Museo de León. Mis hermanos abonan 2 euros cada uno por la entrada. En mi caso, ventaja de la edad, la visita me sale gratis.

El museo, originalmente emplazado en San Marcos (donde quedan un par de salas) es amplio, moderno y muy bien dispuesto. Destacan sobre todo dos obras maravillosas, el famoso Cristo románico de Carrizo, siglo XI, tallado en marfil, y el Calvario de Corullón, también románico, que a mí en concreto me dejó sin habla. Es un conjunto realmente excepcional procedente de la iglesia de San Miguel de Corullón, posiblemente tallado entre los siglos XI y XII. El Cristo se presenta sin brazos ni cruz y está acompañado por la Virgen y San Juan.



La Plaza de San Marcelo o de las Palomas

Es esta una hermosa plaza casi contigua a la de Santo Domingo. De hecho, la iglesia de San Marcelo, que da nombre a esta plaza, se encuentra entre ambas. La construcción del templo se inició en el siglo XVI, según planos de Baltasar de Gutiérrez y Juan de Rivero. De ella es titular el patrono de la ciudad, San Marcelo, centurión de la Legión VII, Gémina, que sufrió martirio por convertirse al cristianismo.






Al otro lado de la plaza podemos admirar el bello Palacio de la Poridad, antiguo ayuntamiento, edificio clásico, también de Juan de Rivero, de sobrias y elegantes líneas.


Nuestro almuerzo


En este bonito emplazamiento entramos en un local recomendado por más de una guía, Los Pelayos, y a fuer que acertamos. De entrada, y con la bebida, botella de vino y cañas, nos sirven unos calamares a la romana realmente excepcionales. Nuestra comanda consistió en croquetas, morcilla, cecina, pan con tomate y jamón así como callos. No sé si me olvido de algo. En cualquier caso, todo excepcional y a buen precio.


Tras el café consabido (en mi caso té con leche) y el purito de ritual, encaminamos nuestros pasos hacia San Isidoro con un doble fin: por supuesto, admirar una vez más la belleza del edificio románico, y también, por qué no decirlo, el tratar de digerir el abundante almuerzo, que aunque a base de tapas o raciones, en esta tierra son contundentes.


Tierra por cierto, la mía, cuya capital León, donde nos encontramos, es, según el hispanista inglés y viajero romántico Richard Ford (1796-1858), “la más triste de España”. No tengo elementos de juicio para saber si en la época de Richard Ford su aserto podía acercarse a la verdad. Desde luego, en el siglo XXI, está muy lejos de serlo.



Damos un nuevo paseo por los alrededores, en concreto la calle Ancha en busca de una pastelería donde adquirir las famosas rosquillas de San Froilán. Dimos con la pastelería, pero nos quedamos sin rosquillas, todas finiquitadas a esas horas. Llegamos hasta la plaza de Regla, le echamos un nuevo vistazo a la catedral y retrocedimos hacia mi hotel.



El Palacio del Conde Luna


Prácticamente contiguo a La Posada Regia, en la plaza de los Conde de Luna, se encuentran los restos del palacio del Conde Luna, un austero edificio con portada gótica del siglo XIV y una torre italianizante construida en el XVI. Por esas aberraciones que el paso del tiempo propicia a veces, hasta hace pocos años se había convertido en almacén de frutas.


Nos acercamos al edificio y obtuvimos una más que grata sorpresa. Alberga en la actualidad una exposición, gratuita y muy bien presentada, patrocinada por la Junta de Castilla y León así como el Ayuntamiento de la Capital.



La exposición se denomina Raíces. El legado de un reino. León 910-1230, y según podemos leer en el folleto que se nos entrega a la entrada, “rinde tributo al devenir histórico del Reino de León con ocasión del mil cien aniversario de su nacimiento. El objetivo de la muestra es acercar a los ciudadanos del siglo XXI a los hechos y sus protagonistas, pero, sobre todo, al espíritu de un tiempo en el que se forjaron buena parte de nuestras señas de identidad”.



Iglesia de San Salvador de Palat del Rey



En la misma zona, apenas a 50 metros, encontramos la más vieja iglesia de León, San Salvador de Palat del Rey, románica, que se remonta al siglo IX, aunque recompuesta en siglos posteriores.



Su nombre se debe a que aquí se situó el palacio del rey Ramiro II. La entrada es gratuita. Se accede a ella a través de un ábside y tiene un crucero sobre arcos. El altar mayor conserva un retablo del siglo XVI.

Cerca ya de las siete de la tarde nos despedimos a las puertas de mi hotel. Paulino y Eva parten mañana a primera hora. Yo tengo billete en el tren de las 16:42.



Ya en mi habitación, reposo absoluto tras la paliza de hoy, acumulada a la de días anteriores. Descargo las fotos de la Leica y decido quedarme en “casa” y pedir la cena, una tortilla francesa, muy buena por cierto, que viene acompañada de patatas fritas y dos croquetas caseras, pan, y una infusión de tila. Igual que en las noches anteriores, duermo estupendamente.



JUEVES, 27 DE SEPTIEMBRE


Me levanto a las 09:00. El día amanece frío pero radiante de sol, y así continuará hasta mi marcha, subiendo la temperatura hasta los 18 grados, con calor al sol. Bajo a desayunar y tras el refrigerio, subo a mi habitación y acabo de hacer la maleta. Mientras descanso me telefonea mi hija Marisa. Ya lo había hecho también en días anteriores.



Bajo a recepción a las 12:00, pago la cuenta, dejo la maleta en consigna y salgo a dar una vuelta. Se me ocurre hacer algo que ya he puesto en práctica en otras ciudades que he visitado. A las 12:30, en la plaza de Santo Domingo, me subo al tren turístico que sale desde este lugar. 






Recorremos o pasamos frente a todos los monumentos emblemáticos de León: la calle Ancha, Catedral, San Isidoro, Arco de la Cárcel, calle de los Cubos, San Marcos, la plaza de Guzmán el Bueno… En este último punto, el guía nos relata el dicho que ya he oído varias veces desde que llegué a esta capital, relacionado con la leyenda de Guzmán el Bueno. Fijémonos en el brazo extendido de Alonso Pérez de Guzmán, que supuestamente está lanzando el puñal para que los benimerines puedan “cumplir con la amenaza de asesinar a su hijo menor”. Pues bien, el gracejo popular leonés, cuando se refiere a esta estatua en presencia de algún turista más o menos descontento de su visita a la ciudad, le señalan la escultura y le dicen que mire bien hacia ella y tenga en cuenta que lo que hace el duque de Niebla es pronunciar las siguientes palabras: “Si no te gusta León, por ahí se va a la estación”. Efectivamente, justo enfrente, a unos 200 metros se encuentra la estación de RENFE. El paseo, que dura unos 40 minutos, finaliza en el mismo punto de arranque, la plaza de Santo Domingo, de modo que como me sobra tiempo marcho andando hacia la plaza mayor y la del Grano que revisito de nuevo.



Mi último almuerzo en León


El miércoles era día de cierre en MINA y por lo tanto no hubo posibilidad de repetir tras el increíble cocido del martes, pero para hoy jueves, yo tenía muy claro dónde iba a comer.



Son poco más de las dos cuando entro en el restaurante. Me atiende de nuevo Tere. Mi cuerpo no está ya para mucha jarana tras cuatro días de “desorden absoluto”, de modo que soy moderado en mi elección y me limito a un almuerzo sencillo a base de media ración de lengua curada (con aceite de oliva, orégano y vinagre dulce de Módena) y otra media de croquetas caseras, regado todo con una cerveza. Impecable.




Son las tres menos cuarto cuando llego al hotel. Reposo en la salita, ojeo El Mundo de hoy, voy al baño y a las tres y cuarto solicito un taxi que me dejó en la estación cuando aún no son las tres y media. El Alvia para Madrid que procede de Gijón, llega a las 16:36 y sale en punto, a las 16:41 desde la vía 1. Por cierto, no hay control de equipajes. Sin comentarios.


Ocupo la butaca 4A en el coche 1. Tras un viaje tranquilo y apacible, con merienda incluida, a las 19:15 vislumbro las cuatro torres de la antigua Ciudad Deportiva del Real Madrid. A las 19:25, cinco minutos antes de la hora fijada, estamos entrando en la vía 18. Salgo disparado hacia la vía 10. Faltan 6 minutos para el tren de Las Rozas, el de las 19:38. Llego a las Rozas a las 20:00 ya oscureciendo. A las 20:20 estoy en casa. Feliz final de una hermosa aventura.



Las Rozas de Madrid, 4 de octubre de 2012