domingo, 6 de enero de 2013

VÍSPERAS DE NAVIDAD EN BRUSELAS


Un controvertido árbol navideño


 
A mediados de Noviembre de 2012 varios medios de comunicación destacan la siguiente noticia:



Gran polémica en Bélgica y Dinamarca

Ciudades europeas retiran el tradicional árbol de Navidad por temor al Islam

 

Inserto a continuación un breve resumen de la noticia, extraída de diferentes Webs:



Sin árbol de Navidad en Bruselas

En Bruselas también se ha instalado la polémica después de que el Ayuntamiento decidiera retirar el tradicional árbol de Navidad de la Grand Place y poner en su lugar una escultura luminosa con el objetivo de no ofender a los musulmanes con un signo de apariencia cristiana. El Ayuntamiento niega las acusaciones y habla de que la escultura es modernista pero que no pretende acabar con las tradiciones de los belgas.

En lugar del árbol navideño tradicional, cuyo coste era de 5.000 euros, en la plaza mayor de Bruselas se instalará una escultura luminosa que tendrá un coste de 44.000 euros: una construcción de 25 metros de altura, que por la noche va a presentar un espectáculo grandioso que cambiará cada 10 minutos, según medios europeos. Por el día, se podrá subir al árbol artificial para disfrutar de las vistas de la ciudad. La estructura se asemeja a la cruz verde que señaliza a las farmacias europeas y ya se la conoce con ese nombre: La Farmacia.


Se ha producido una gran polémica en las redes sociales por lo ocurrido en Bruselas, ciudad en la que el 25% es de origen musulmán. Incluso en 2010 el nombre más utilizado para los recién nacidos en la capital belga fue el de Mohamed.

Del mismo modo, varios estudios indican que en 2020 Bruselas tendrá 1,2 millones de habitantes de los cuales sólo entre el 20 y el 30 por ciento serán belgas de origen. Un 50 por ciento serán naturalizados, de los cuales una gran parte serán de origen musulmán.

Se da la circunstancia de que dos concejales musulmanes de la ciudad pidieron la semana pasada convertir Bélgica en un estado islámico en el que se imponga la sharia.



Mi viaje a Bruselas en vísperas de Navidad


Son muchas ya las veces, desde hace tres años, que me he desplazado a Bruselas por motivos profesionales. Tantas, que ya he perdido la cuenta. Sin embargo, nunca, hasta hora, lo había hecho en vísperas de fecha tan señalada como la Navidad.


Las reuniones a las que suelo asistir, uno o dos días a lo más, suelen tener lugar en meses como marzo, junio, septiembre o noviembre. No obstante, en esta ocasión, para mi sorpresa, inicialmente con desagrado, me encontré en la tesitura de viajar a la capital de Europa en vísperas navideñas. Luego, una vez asumido el hecho, me dije que podía resultar hasta interesante. Varios hechos avalaban esta tesis, entre otros, palpar el ambiente bruselense en fechas tan señaladas, al que se añadía una circunstancia que había dado que hablar, y mucho, en los diferentes medios de comunicación las semanas previas a mi viaje: un controvertido árbol de Navidad que se había instalado en la Gran Plaza. Pero, a fin de seguir una cronología, a veces aburrida, pero que a mí, cartesiano hasta la médula, me gusta llevar a cabo, comencemos por el principio, que, en su momento, ya llegaremos al polémico “árbol” de Navidad.




LUNES, 17 DE DICIEMBRE de 2012


Como siempre que viajo a la capital belga, cambié el habitual tren de Cercanías (a fin de no tener que dejar mi coche durante tres días en el aparcamiento de la estación de RENFE de Las Rozas) por el autobús, que tengo a la puerta de casa, combinado con el Metro.

El día transcurre como habitualmente. Me tomo el primer té de la mañana, 08:30 con Nieves, Eduardo y Cecilio. Reviso y firmo licencias y a las 11:30 hago un descanso para mi segundo té, que efectúo solo en compañía de Celia, ya que a Soco le ha surgido un imprevisto.


Continúo con la revisión y firma de DOVIS hasta la hora del almuerzo, que realizo en compañía de Carmen y Ana.


A las 15:30 tomo un taxi en la puerta del ministerio con dirección a la terminal 2 del aeropuerto de Madrid-Barajas. El vuelo de Brussels despega con puntualidad, a las 17:30. En esta ocasión, no solo tengo libre el asiento del centro de la fila (algo habitual en los billetes de avión que expide la Comisión, en clase Flex Economy, siempre que el número de pasajeros lo permite) sino que dispongo para mí solo de toda la fila ocho.


A las 18:00 horas nos sirven un estupendo menú, caliente, consistente en ragout de ternera al curry con patatas, acompañado de queso camembert, mantequilla, pan integral, y mazapán.



Aterrizo en Bruselas a las 19:40 con tiempo frío y sin lluvia, aunque está claro que el cielo ha descargado agua en el transcurso del día.



Tras un rápido recorrido en taxi, tomo posesión a las 20:15 de la habitación 110, fumadores, del hotel Euroflat. Deshago la maleta, me pongo ropa más cómoda, y me dirijo, sobre las 21:00 horas, a mi viejo y conocido restaurante Il Cavallino, en la rue Franklin, a escasos 200 metros del hotel.

Después de los saludos de rigor (las ventajas de ser ya cliente más que conocido), especialmente de Aurelia, “mi camarera” habitual, doy buena cuenta de unos maravillosos espaguetis carbonara (“casi” tan buenos como los que yo preparo), acompañados de una jarra de cerveza Stella Artois, “entrañable amiga” de los álbumes de Tintín.


De vuelta al hotel, me doy una reconfortante ducha, hago uso del “libro digital” Kindle que me han regalado Puri y Mariano, “con cargo a los Reyes Magos”, y luego, sentado en el cómodo sofá de mi habitación, veo en el canal internacional de TVE, un reportaje sobre el asesinato del presidente Carrero Blanco. La verdad es que me resulta interesante y me retrotrae a unas fechas, vísperas de la Navidad de 1973, que recuerdo a la perfección por haberlas vivido intensamente.


Tras apagar el televisor, dormí, como se suele decir coloquialmente, a pierna suelta.



MARTES, 18 DE DICIEMBRE de 2012


Despertador a las 07:15 (gano una hora sobre mi horario habitual en Madrid), baño, y tras acicalarme adecuadamente, desayuno a las 08:00. A las 08:50 estoy presente en el edificio Charlemagne, donde va a tener lugar a partir de las 09:00 horas la primera de las reuniones a las que voy a asistir: Acceso a Mercados del Grupo de trabajo de Neumáticos, que finaliza a las 12:00, una hora antes de lo previsto. Tenía pues por delante, casi 5 horas de luz diurna a mi disposición antes de que anocheciera.


Sabiendo de antemano que iba a disponer de dos tardes libres, me había llevado en el trolley la Leica M9-P con el objetivo estándar, el Summicron de 50mm y el gran angular de 21mm. También introduje en mi bolso de mano la pequeña Contax digital, decisión más que acertada, como explicaré en su momento.


A las 12:30 di cuenta en Il Cavallino de unos calamares fritos con salsa tártara, un sorbete de limón y una jarra de cerveza. Todo, excelente.


A las 13:15, en la cercana estación de Metro de Schuman, saco un billete de ida y vuelta, 3,50 euros. Cojo la línea 1, y me apeo en la Gare Centrale.



El “árbol de Navidad” de la Grand Place




Como ya he confesado en este mismo blog en otras ocasiones, para quien no conozca la Gran Place de Bruselas, el vislumbrarla por primera vez es todo un espectáculo maravilloso. Yo ya había pasado por esa experiencia, de modo que ahora, cuando desemboco en el histórico lugar, el shock que me sacude podría calificarlo como traumático.



De las diferentes fotografías que tomé con el 21 y el 50mm, la que va entre estas líneas, es fiel reflejo de lo que nos encontramos nada más desembocar en el tradicional recinto, procedente de la rue de la Colline.



El primer impacto visual es negativo. Creo que ese solo calificativo es suficiente. Una vez asimilada la realidad, me doy unos cuantos paseos por la plaza y tras comprobar que el último cubo del “árbol” navideño contenía a varios jóvenes, que desde lo alto, gritaban y hacían aspavientos, decido, a mi vez, probar suerte y disfrutar de la visión que la altura de la piramidal estructura me permite.




¡Sorpresa! Nada más acercarme a la escalera de subida, me encuentro con una amable azafata que me indica que el precio por subir al árbol es de 4 euros. Me parece un robo a mano armada, y a punto estoy de desertar. Luego, lo pienso mejor, y sin dejar de constatar que es un robo, me digo que a fin de cuentas es una vez en la vida. Dada la polémica que ha suscitado el “invento”, dudo que se vuelva a repetir, al igual que las fechas de las reuniones de trabajo que me han traído a la capital de Europa, inhabituales, de modo que como dice el refrán “la ocasión la pintan calva”. Desembolsé los 4 euros de rigor e inicié el ascenso por la metálica estructura, recubierta de una especie de lona de color blanco.




Cuando llegué arriba, jadeante por el esfuerzo, constaté que merecía la pena abonar los 4 euros por la vista que disfrutaba. Otra cuestión es la “estética” del llamado árbol.



Sólo, en el último cubículo de la estructura, el único lugar habilitado para los visitantes, pude disfrutar, no solo de la visión de la Grand Place desde las alturas, con los históricos edificios que la circundan al “alcance de mis manos”, sino también del espectáculo que supone la “confrontación” de las modernas edificaciones nacidas en torno a las instituciones europeas, que podemos ver en lontananza, con la historia que se desprende de los palacetes de la Grand Place.



Me extasío durante un buen espacio de tiempo disfrutando de la vista que tengo ante mí, al tiempo que mis pulmones toman algo de aire mientras observo despaciosamente el espectáculo que se ofrece a mis ojos.



Me ensimismo en la contemplación, a pocos metros de mi presencia, de la majestuosa Torre del Ayuntamiento, que alguien describió como un “verdadero bordado en piedra”.


Desde lo alto percibo lo que creo que es un Belén a escala natural. Me digo que lo tengo que comprobar una vez haya descendido el entramado metálico.




Ya en suelo firme, constato que comienza a caer una finísima lluvia, apenas perceptible y por ello, no muy molesta. No obstante, poco a poco y sin que nos demos cuenta, el suelo de la gran explanada y de las calles que la circundan se ve impregnado de humedad; lo podemos apreciar muy bien en alguna de mis fotografías tomadas en este lapso de tiempo. El agua nos recuerda que estamos en Bruselas.



El Belén a escala real



Me dirijo, sin dudarlo, a lo que desde lo alto me pareció un Belén. Efectivamente, estaba en lo cierto. Este Nacimiento en tamaño real, pone un tanto en entredicho las teorías de la ausencia del árbol de Navidad. A fin de cuentas, me digo, ¿qué símbolo más cristiano puede haber que el del nacimiento de Jesús? En fin, doctores tiene la iglesia, y nunca mejor dicho, para dilucidar las razones que han llevado a los ediles bruselenses a no plantar este año el tradicional abeto navideño.


Un recuerdo para Oriana Fallaci


Dicho lo cual, y llegados aquí, no puedo, ni quiero, olvidarme de Oriana Fallaci, agnóstica militante (se declaraba “atea-cristiana”) y a la vez defensora a ultranza de la civilización cristiana. La gran periodista italiana, ya advirtió del problema con que los europeos nos enfrentamos, años antes de que la situación comience a ser insostenible en bastantes puntos de la vieja geografía europea. Fue Oriana quien acuñó un término lingüístico tristemente de actualidad, al denominar a la vieja Europa, su patria, como Eurabia.




En este punto, y aunque en principio, solo en principio, poco tiene que ver con el relato que escribo, no puedo dejar de recomendar a todo aquel europeo que no los haya leído, tres maravillosos libritos de la gran escritora florentina relacionados con el problema del que hablamos: “La rabia y el orgullo”, “La fuerza de la razón” y “Oriana Fallaci se entrevista a sí misma”. Realmente esclarecedores, aunque, tristemente, pienso en el clásico adagio: “no hay peor ciego que el que no quiere ver”.



El Manneken-Pis



Recorro las callejuelas de los alrededores, entre ellas, la rue de l’Etuve, y una vez más, me detengo ante la pequeña figura del Manneken-Pis, en esta ocasión con menos gente en su entorno que otras veces, tal vez porque la climatología -hace un frío de cuidado-, no acompaña mucho.



De regreso hacia la Grand Place, en la misma rue de l’Etuve, concretamente en el número 35, descubro una tienda de la firma española Desigual. De inmediato pienso en mi amiga Celia, usuaria de esta marca, y hago una fotografía del establecimiento. Observo el resultado de mi disparo y compruebo, sin el menor atisbo de duda, que las llamativas prendas de Desigual, lucen mucho mejor en la güera que en la modelo de la fotografía.



“La boutique Tintín”


Al otro lado de la plaza, la calle por la que se desemboca a la misma cuando se viene desde la Estación Central, se encuentra “La boutique Tintín”, concretamente, en la rue de la Colline, número 13.



Tintinófilo empedernido desde la adolescencia, que además tuve el privilegio de conocer personalmente a Hergé un lejano 1969 en Ginebra, “La boutique Tintín” es mi “perdición” siempre que visito Bruselas y dispongo del tiempo suficiente para acercarme a la misma.



En esta ocasión, además de unos pequeños recuerdos para mis nietos, caí de nuevo en la tentación de hacerme algún regalo. A fin de cuentas, me dije a mí mismo, “¿por qué no? Me lo merezco…”.


Las Galleries Saint Hubert



Si ya en condiciones normales el pasear por este lugar es un auténtico espectáculo, en fechas navideñas, se convierte en algo verdaderamente maravilloso.




No me cansé de deambular arriba y abajo mientras disparaba la Leica aquí y allá. Parejas de paseantes, jóvenes, “mayores”, grupos y sobre todo niños, niños con la felicidad pintada en la cara mientras obedecían las indicaciones de sus monitores.





En cuanto a los escaparates, los había de auténtico premio. Me hice con una buena colección de fotografías, de las que tan solo expongo en este relato una pequeña muestra para no cansar.




Las chocolaterías estaban adornadas de una forma difícil de describir, sobre todo para alguien torpe, como yo, en estos menesteres. Había para todos los gustos y colores. Entre las fotografías que incluyo en este reportaje, no puedo dejar de llamar la atención sobre unos grandes renos de chocolate blanco. Sinceramente indescriptibles. Por decirlo coloquialmente, “una auténtica pasada”.





La Gare Centrale


Llevo casi tres horas deambulando por la zona, y el cielo comienza a oscurecerse. Ha habido suerte en cuanto a las nubes, pues apenas duró una hora la ligera llovizna que ya mencioné anteriormente. Tengo que decir, porque es de justicia, que “el hombre del tiempo”, José Antonio Maldonado, acertó de pleno, todo lo contrario de alguna otra Web de campanillas, que se columpió a base de bien.




Cansado y con los deberes hechos, inicio la vuelta a casa. No obstante, aprovecho para, camino de la Estación Central, seguir plasmando en mi cámara todo aquello que considero interesante, así por ejemplo, esa inscripción que vemos en el interior de la estación, dedicada a todos los ferroviarios "muertos por la patria" en las dos Guerras Mundiales.





Cerca de las cuatro y media de la tarde estoy de regreso en la llamada “zona europea”. Puesto que hasta la fecha, que yo recuerde, nunca había tomado ninguna instantánea de mi restaurante favorito y sus aledaños, no desperdicio la ocasión y lo hago ahora.





Ya en la habitación del hotel, disfruto desde la terraza, del atardecer camino de la noche, que hace presencia sobre las 17:00 horas.


Tras un bien ganado descanso, en ropa cómoda y zapatillas, y una medio siesta a deshora en el sofá de mi habitación (allí me quedé traspuesto), sobre las ocho y media me acerco al Cavallino para cenar. Hacía años, creo, que la dieta que llevo, me “impide” el disfrutar de una buena pizza. No obstante, casi siempre que vengo a Bruselas, suelo romper con “las cadenas”, de modo que en esta ocasión degusté una fantástica pizza hawayana, un plato sencillo y exquisito a la vez. De postre una maravillosa crème brûlée, todo ello regado con la cerveza Stella Artois.

Al regresar al hotel saludo a Cristina, la salmantina encargada de la recepción, con la que no coincidía desde hacía tiempo.


En la habitación, y pensando en mañana, hago la maleta, veo la tele, leo en el Kindle, me doy una ducha y me acuesto. Igual que ayer, duermo de un tirón.



MIÉRCOLES, 19 DE DICIEMBRE DE 2012


Pongo el despertador a las 07:15. Amanece un día frío, pero despejado. Desayuno a las ocho, subo, termino de hacer la maleta y recojo la habitación.


A las 08:30 abono en recepción la factura del hotel y dejo la maleta en consigna.


Estoy en el edificio Charlemagne a las 08:50. La reunión de Acceso a Mercados del Grupo de trabajo de Automoción y partes de automoción, en la sala Jenkins, una gran sala, comienza con puntualidad a las 09:00 y finaliza a las 12:45. Somos sobre 30 personas los asistentes, tal vez más que nunca.

Desde la sala de reuniones me dirijo directamente al restaurante. A las 13:00 horas estoy en el Cavallino. Aurelia, a la que le había comentado en la noche de ayer que hoy regresaba a Madrid, pero que lo hacía en la tarde, de modo que vendría a comer, nada más entrar, me soltó en italiano “buongiorno, stavo pensando propiamente a Lei…”. Habitualmente me dirijo a ella en francés, aunque ella me contesta casi siempre en italiano. Sabe que la comprendo perfectamente.

A poco de haberme sentado a mi mesa habitual, hace su entrada en el comedor el presidente del grupo de trabajo de Automoción, italiano. Viene acompañado de una dama de su edad, sobre los 40. Bueno, me digo, está claro que no soy el único descubridor de las bondades culinarias del Cavallino.




En esta ocasión me decido por un “médaillon de viande de veau au citron” con patatas fritas, realmente fuera de serie. Por cierto, si fantástica era la carne, no menos lo eran las patatas fritas. Por algo nos encontrábamos en Bélgica.


Me dirijo al Metro, Schuman, línea 1. Me apeo en la estación de Arts-Loi y comienzo un paseo de unos 30 minutos en dirección hacia el parque de Bruselas y el Palacio Real. Voy, como diría el gran Machado, el hermano de Manuel, “ligero de equipaje”, con las manos libres y sin nada al cuello. Únicamente me acompaña mi bolso de mano.


Por una cuestión de simple educación y buenas costumbres (todavía recuerdo a un empresario español, que en mi destino de Los Ángeles, 1985-1990, se presentó en la Oficina Comercial de España para una cita de trabajo con un californiano, con una cámara fotográfica colgada al cuello; creí morirme de vergüenza), había guardado la Leica y sus objetivos en el trolley, que habían quedado en consigna en el hotel. Lo pensé solo dos segundos. No podía ir a la reunión con la cámara a la vista, que por su tamaño no hay forma de ocultar, de modo que aquí viene lo de la oportunidad de la pequeña Contax digital que menciono al principio de mi relato, y que tiene la ventaja de caber en el bolsillo de una camisa.



El Palacio Real y el Parque de Bruselas




Recorro con tranquilidad en un precioso día, frío pero soleado (de nuevo acierto del “hombre del tiempo”), la Avenue des Arts. Cerca ya del Palacio Real se encuentra una estatua ecuestre del rey Leopoldo II. Unos 100 metros más adelante, girando a la izquierda, nos tropezamos con el Parque de Bruselas a un lado y frente a éste, la imponente mole del Palacio Real.


Con la pequeña Contax digital realizo una serie de fotografías, de las que inserto alguna en este relato.





De la real morada, la sensación que obtuve fue la que esperaba. Ni me impresionó ni me decepcionó. Es fiel reflejo de los palacios reales europeos de los siglos XVII-XIX. Por cierto, como nota anecdótica, en el momento de tomar las fotografías, el rey de los belgas, Alberto II, se encontraba en palacio (la familia real belga no lo habita; reside en una vivienda mucho más funcional en Laeken, a las afueras de Bruselas), tal como atestigua el ondear de la bandera de Bélgica en el mástil palaciego.




En cambio, sí me defraudó bastante el Parque de Bruselas. Esperaba otra cosa, basándome sobre todo en dos premisas. La primera, lo que había leído en alguna de las guías que poseo, que designaba al Parque de Bruselas como el “pulmón de la ciudad”. La verdad es que como pulmón, es ciertamente pequeño. Se abarca casi con la vista.




La segunda premisa en que me basaba para esperar algo mejor de este parque, era la comparación mental que me hacía, recordando los parques ginebrinos (estuve destinado en Ginebra desde finales de 1975 hasta 1981), impecablemente cuidados, limpios como una patena, algo que no se puede decir del Parque de Bruselas. La verdad es que me decepcionó un poco. Espero que haya sido cuestión de mala suerte, y por alguna extraña circunstancia se encontrara un tanto “descuidado” de forma coyuntural, que no estructural.




Regreso al hotel y marcha al aeropuerto


Regreso al hotel por el mismo procedimiento, es decir, paseando hasta la boca de Metro de Arts-Loi, línea 1 y me apeo en Schuman. A la salida de la estación de Metro, fotografío desde lejos, el Parque del Cincuentenario, próximo a las instituciones europeas. El parque se erigió en 1880 para conmemorar el 50 aniversario de la independencia de Bélgica.



A esta hora de la tarde, se encuentra Cristina tras el mostrador de recepción del hotel Euroflat. Me saluda, al tiempo que le ruego que me pida un taxi y me abra la habitación de Consigna para extraer de allí mi trolley.


Me sorprende el hecho de que, al depositar yo mi bolso de mano en un sofá que tenía Cristina a la vista, para ir al baño, me dice que no lo deje allí, que se lo entregue a ella, que lo guarda hasta que yo regrese.


Ante mi sorpresa, puesto que el bolso quedaba a la vista de ella, me contesta que “hoy en día hay auténticos contorsionistas. Cuando comienzas a reaccionar, ellos ya están de salida…”. Está claro que en todas partes cuecen habas.



En el aeropuerto


Me despido de Cristina cuando llega mi taxi, que me deposita en el aeropuerto cuando aún no son las cinco de la tarde y ya comienza a anochecer. Saco la tarjeta de embarque en uno de los mostradores de Brussels, y paso el control de seguridad con absoluta tranquilidad. Ya conozco todos los trucos. El más importante: no llevar nada encima, ni siquiera oro… por si acaso.

Me dirijo a la sala VIP del aeropuerto, ya que el tipo de billete que nos proporciona la Comisión Europea, unido a los buenos oficios de Concha ante la agencia de Viajes El Corte Inglés, nos da derecho a la utilización de esta sala.


Camino de la sala VIP, descubro un pequeño habitáculo para fumadores. No puedo resistir el hacer una fotografía, más que nada, como “prueba documental”. Realmente, es curioso. En la capital de Europa, puedo fumar en la habitación de mi hotel y en el aeropuerto hay una sala disponible para los fumadores. Bien sabe Dios que no soy fumador compulsivo, y puedo pasarme todo un día, y más, si se tercia, sin fumar, pero está claro que los españoles, como de costumbre, estamos siempre en los extremos. Lo que es normal en Bruselas, ni siquiera es excepcional en Madrid.

Ya en la sala VIP, recuerdo que me tomé un té con leche, un par de medias noches, con queso, una, y jamón de York la otra, y me quedé literalmente traspuesto, al menos durante una hora. Cuando desperté, me tomé otro té antes de dirigirme hacia la puerta de embarque. En la recepción me comunican que la puerta de embarque ha cambiado; ya no es la A46, sino la A50, y además, el vuelo lleva un retraso importante, próximo a una hora. Resignación, me dije.


En la puerta A50, esperando el embarque, se me acerca el presidente de una Asociación empresarial española, líder en su sector. Nos conocemos desde hace años. Me saluda y me dice que me vio en la sala VIP, pero no se acercó “dada mi situación…”.

Charlamos un poco de todo, incluyendo por supuesto el fútbol. Ambos somos madridistas. Él ha venido a otra reunión que nada tiene que ver con las mías.



Es curioso, pero bien a la ida o a la vuelta, casi siempre tropiezas con alguien conocido cuando vas a Bruselas. Tiene uno la impresión, creo que no del todo descabellada, que los funcionarios de las diferentes capitales europeas, somos los provincianos de hoy en día, que nos dirigimos regularmente a la capital de “la metrópoli” a rendir pleitesía. Pulula también en la puerta de embarque un conocido ex ministro socialista, canario por más señas, con el que he compartido avión más de una vez… muy a mi pesar. Afortunadamente, no en la misma fila. No es precisamente santo de mi devoción.


Estoy seguro que mi amiga Soco, la ecuanimidad y la prudencia personificada, llegado a este punto del relato, y no solo por el párrafo anterior, probablemente me dirá: “Juan, en esta ocasión estás siendo más explícito de lo que quizá deberías…”.


Yo, a mi vez, le contestaré: “Querida Soco, seguro que tienes razón, como en el 95% de las veces, pero, ¿sabes una cosa? Hace ya tiempo que he decidido decir lo que pienso, sin eufemismos. Si alguna ventaja tienen los años, es poder decir lo que a uno se le antoja sin pensar en las consecuencias… eso sí, siempre con educación y corrección, sin perder jamás las formas”.


Llevamos algo más de tres cuartos de hora de retraso, ya que el vuelo tenía hora de salida a las 20:10 y embarcamos a las 20:45. Cuando despegamos, son ya las 21:05. El Airbus 320, pilotado por una comandante, va a tope, completo, ni un solo sitio libre.

A las 21:45 se sirve la cena, caliente: pollo al curry con puré de patatas, queso camembert, mantequilla, pan integral, y mazapán. Realmente excelente.



Aterrizaje en Barajas


Tras un viaje muy tranquilo, igual que a la ida, aterrizamos en Barajas a las 23:05. En cuanto aproximan el “finger”, abandono enseguida el avión (la ventaja de ocupar la fila 6), escopetado y cojo un taxi a las 23:20. Me llama al móvil mi hija Marisa, que sale justamente ahora de la oficina (no es que habitualmente lo haga temprano, pero tampoco a la hora de hoy, algo realmente excepcional) y me dice que me puede recoger, ya que le queda de camino. Yo ya estoy en el taxi, de modo que le digo que no se preocupe, que me lo pagan (¡ya solo faltaría!), que vaya directa a mi casa y allí nos vemos. Estoy en casa a las 23:55.



Las Rozas de Madrid, la noche de Reyes, 5 al 6 de enero de 2013