sábado, 15 de enero de 2011

EVOCACIÓN DE DOS CIUDADES
CÓRDOBA Y SALAMANCA

En Noviembre de 2010, convaleciente de una intervención quirúrgica, y anclado en mi casa con un movimiento limitado, le doy vueltas y más vueltas a alguna que otra actividad que me permita romper con la monotonía del descanso “obligado por prescripción facultativa”.

Una de esas actividades que no pone en peligro las recomendaciones médicas y que al mismo tiempo llena estas horas y días, de gratos e imborrables recuerdos, es precisamente el rememorar mi caminar, más o menos fugaz, tanto en el caso de la ciudad castellana como en la de los califas, y plasmarlo lo mejor que sé en estas líneas destinadas a seguir llenando poquito a poco mi blog.

Con estos dos párrafos inicié un trabajo que se vio interrumpido nada más nacer, puesto que cuando lo retomo estamos ya en el inicio de 2011. No obstante, la intención fue buena, y sirvió como acicate para obligarme a continuar con mis pequeñas historias que sirven de pretexto para mostrar mis fotografías.

Porque una de las pocas cosas que con cierta inmodestia me precio de hacer relativamente bien es el arte de la fotografía, de modo que aquí estoy buscando una excusa para trasladar a este blog algunas de las imágenes que en mis visitas a Córdoba y Salamanca realicé en el verano de 2008. En esas fechas no había abierto aún mi blog, o por mejor decir, no “me lo habían abierto”, pues fue mi hermano Paulino quien le dio vida hace poco más de un año, de modo que a fin de poder “admirar” mis fotos más queridas en internet no me queda otra que escribir unas líneas que sirvan como justificación a mis deseos.

Cuando visité Córdoba y Salamanca no tuve la precaución que sí tomé con posterioridad en mis paseos por otras ciudades, como por ejemplo París, Bruselas, Santiago de Compostela o Astorga, de escribir pequeñas notas de mis actividades diarias y los diferentes lugares o monumentos que iba visitando, de modo que el principal recuerdo en el que me voy a basar para escribir estas líneas es precisamente el de mis fotos.

Comencemos pues con

CÓRDOBA


Había hollado por vez primera las piedras de esta maravillosa ciudad siendo un adolescente en el verano de 1963, cuando en unión de mis hermanos y bajo la protección paterna, apenas nos detuvimos un par de horas en nuestro camino de Madrid a Cádiz, a donde nos dirigíamos en automóvil para embarcar con destino a Santa Cruz de Tenerife a fin de disfrutar las veraniegas vacaciones en una isla que aún no era un recuerdo en la memoria, ya que hasta el año anterior, 1962, había sido mi mundo, un mundo que había durado 15 años exactamente.

Las dos horas de parada en Córdoba, un 27 de julio, con un calor al que denominar tórrido sería utilizar un vocablo demasiado benévolo, apenas nos dio para visitar la hermosa Mezquita-Catedral, pero con sinceridad, dejando a un lado el hecho del recuerdo en sí, incluyendo el día del mes, poco más conservo en la memoria, y cuando en el inicio del verano de 2008 la visité por segunda vez, fue como si no hubiera habido nunca primera.





Quizás uno o dos meses antes, mi hermano Paulino, que es y se precia de pensar como un programador informático, me comunicó su intención de visitar en unión de su esposa Eva la ciudad de los califas y me hacía el ofrecimiento de acompañarles. No lo dudé un instante y le dije que sí. Además del aliciente que por sí solo representaba Córdoba y la más que grata compañía, estaba el hecho de que Paulino, como buen programador, se ocupaba de todo lo referente a la intendencia, tales como billetes de tren o búsqueda y reserva de hotel, que además es algo, que no solo le encanta hacer, sino que lo hace magníficamente, tanto en ubicación del establecimiento elegido como en la relación calidad/precio.

Así pues, mi único trabajo iba a consistir en hacer la maleta, un troley para ser más exacto, y preparar mis cámaras de fotos. Fue justamente para este viaje cuando adquirí el maravilloso gran angular extremo de 21mm para equipar mi Contax G2, el Carl Zeiss Biogon f/2,8. ¿Qué mejor ciudad que Córdoba para estrenar este objetivo, me dije? Y acerté de pleno, pues casi la totalidad de las tomas que hice en color las realicé con este objetivo y solo alguna que otra con el estándar. En cuanto a las de blanco y negro, como de costumbre, mi herramienta habitual para estos menesteres, la Leica M3 con un único objetivo, el estándar, el maravilloso Summicron 50mm f/2, haciéndome la ilusión de emular a Cartier Bresson que en su larga vida casi realizó todas sus tomas con el 50mm y sin “recuadrar” jamás en el positivado las imágenes.



Miércoles, 2 de Julio de 2008


Nuestra visita a Córdoba se inició el 2 de julio de 2008 tras viaje en AVE partiendo de la madrileña estación de Atocha a las 08:40 con llegada a nuestro destino a las 10:42 (aunque lamentablemente no tomé notas en mi estancia cordobesa, sí conservo los billetes del AVE escaneados así como las reservas del hotel).

La casa de Manolete






Dado que la ferroviaria estación cordobesa estaba relativamente cerca de nuestro hotel, y que el equipaje que llevábamos era escaso y con ruedas, decidimos realizar el trayecto andando, ya que además, entre estación y hotel se encontraba un lugar por el que yo tenía un especial interés: la que fue última morada de Manuel Rodríguez “Manolete”, de la que realicé varias tomas, estrenando en este lugar el Zeiss Biogon de 21mm. Esta casa que pueden Vds. ver en mi fotografía, sita en la avenida de Cervantes, tenía para mí un especial interés. Lo cuento.





Desde mi más tierna infancia siempre vi en la casa paterna una revista que mi padre conservaba con el mayor mimo, adquirida en el aeropuerto de Málaga unos días después de la cogida mortal de Manolete en 1947, y cuando quien esto escribe hacía poco más de un mes que había venido al mundo. La revista, una separata de “Fotos” y “Marca” que hoy en día duerme bajo mi techo, mostraba alguna que otra fotografía del chalé del diestro cordobés, que además tenía su historia, puesto que había sido construido en su día por don José Ortega Munilla, el padre de don José Ortega y Gasset. Manolete lo había adquirido tres años antes de su muerte, en 1944.

Reproduzco en este blog la portada de la revista y dos de las fotos de la casa (en una de ellas, por cierto, y para que veamos que la prensa ha “mentido” siempre, se dice que la casa fue “construida” por Manolete). Desde niño me impresionó la multitud que asiste al duelo, y siempre que ojeaba la revista me hacía la misma pregunta: ¿Conoceré algún día esa casa? ¿Existirá todavía? Aunque tras la muerte, casi centenaria, de doña Angustias Sánchez, la madre de Manolete, la vivienda ha tenido varios dueños, mi foto muestra que apenas ha sufrido modificaciones en sesenta años. 

Hotel San Miguel


Continuamos nuestro paseo en la mañana cordobesa en dirección hacia nuestro hotel, adonde llegamos tras unos veinte minutos. El alojamiento elegido por Paulino resultó en verdad perfecto. El Hotel San Miguel, que así se llama, es un pequeño establecimiento familiar situado en la calle San Zoilo nº 4, con una ubicación perfecta, en pleno centro histórico de Córdoba.



Dispone de un precioso patio andaluz al que mi fotografía hace honor en una mínima parte. La realidad es mucho más acogedora. Ocupé la habitación nº 9, situada en la planta 2ª con un pequeño balcón con vistas a la plaza de San Miguel.




Tras tomar posesión de nuestro alojamiento, una vez deshechas las maletas y debidamente aseados, iniciamos la visita de esta maravillosa ciudad. Y aquí, tengo que dejar constancia, tristemente, que como ya he dicho y no quiero reiterar más, no tomé notas de los lugares que fuimos visitando, de modo que me guiaré por las fotografías que a la par que escribo, inserto entre estas líneas.

Tampoco, desgraciadamente, anoté con exactitud los lugares donde almorzamos y cenamos, algunas de las famosas tabernas cordobesas donde disfrutamos de la maravillosa gastronomía de la región, aunque ciertamente recuerdo algunos nombres y no se me olvidan los excepcionales salmorejos, el rabo de toro de la taberna de Paco Acedo (la preferida de Manolete), el jamón ibérico que consumimos en Don Jamón, las taberna El Pisto y Salinas, o las gambas en los establecimientos que circundan la plaza de las Tendillas.


Con posterioridad a lo escrito en el párrafo anterior, Paulino, como casi siempre en estos menesteres, ha venido en mi auxilio y me ha proporcionado las coordenadas completas, incluyendo las páginas web, de los restaurantes que frecuentamos así como del Hotel San Miguel. Él fue más previsor que yo. En cualquier caso, quede claro que ratifico absolutamente todo lo indicado por mi hermano en referencia a las tabernas cordobesas.


La plaza de  la Corredera





A falta de mayor precisión, diré que nuestro primer día de visita se inició precisamente en lo que se considera el centro neurálgico de la ciudad, la citada plaza de las Tendillas, siempre viva a cualquier hora del día y de la noche, continuó con los restos del templo romano, junto al ayuntamiento de la ciudad y la plaza de la Corredera, quizás el único lugar de Córdoba que defraudó, en parte, las expectativas que de ella me había hecho, debido, con seguridad, a que había leído en algún lugar que admitía una comparación de igual a igual con las plazas mayores de Madrid y Salamanca.


El Cristo de los Faroles



Pateando la ciudad, en la tarde de nuestro primer día, llegamos a la maravillosa plaza de Capuchinos o de los Dolores donde se encuentra uno de los símbolos de Córdoba, el Cristo de los Faroles. La plaza en sí sobrecoge y poco podría decir que no fuera algún comentario banal, de forma que lo evito. La fotografía en blanco y negro que acompaña estas líneas lo dice todo. Sí puedo contar una anécdota.


La última jornada de nuestra estancia cordobesa, el viernes 4 de julio, decidimos visitar en plena noche la famosa plaza y admirar la figura del Cristo iluminado. Tras llegar al lugar, desierto a esas horas, me dispuse a “inmortalizarlo” con mis cámaras. Ya durante el recorrido hasta la plaza, la soledad de la noche inquietaba un tanto, y Paulino no hacía nada más que proclamar que mis cámaras eran todo un reclamo, una invitación a los “cacos”, y una vez arribados a nuestro punto de destino, mi hermano, temeroso, probablemente con razón, por nuestra integridad física, me apremiaba a que acabara de realizar las fotos. Yo, con seguridad bastante más inconsciente no hacía caso, y hasta que no quedé contento con las tomas realizadas no di por finiquitado mi trabajo, cuando ya Paulino ponía pies en polvorosa. En honor a la verdad, una vez vuelto a la realidad, constaté que el lugar inquietaba, y hasta que no nos vimos en zona más “habitada” no quedamos tranquilos.




Creo recordar que finalizamos nuestro primer día en la taberna de Paco Acedo degustando su famoso rabo de toro, a los pies de la Torre de la Malmuerta, sentados alrededor de una mesa en la cálida noche cordobesa.






He insertado en este lugar una foto de 1947 perteneciente a la revista citada anteriormente, y otra tomada por mí en esta tarde noche.


Jueves, 3 de Julio de 2008

La Mezquita-Catedral




Solo unas pocas líneas eruditas para no aburrir. El edificio, declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO junto con el centro histórico de Córdoba, se comenzó a construir en el 786 en el lugar que ocupaba la basílica visigótica de San Vicente Mártir. En 1238, tras la Reconquista, se llevó a cabo la conversión de la mezquita en una catedral cristiana y en 1523 se empezó la construcción de la actual basílica renacentista de estilo plateresco en el centro del edificio original musulmán.





Tras estas pocas líneas de introducción, vamos a los hechos. Iniciamos el día muy de mañana con la visita a la Mezquita-Catedral. Poco o nada recordaba yo de mi estancia de 1963. Y poco o nada puedo añadir a lo que ya se ha dicho a lo largo de siglos sobre esta maravilla. Sencillamente, por muchos monumentos que uno haya visto, y quien escribe estas líneas ha admirado algunos, el verse dentro de este templo te deja sin habla. Inserto en este lugar unas pocas de las diapositivas que realicé con la Contax y el Zeiss Biogon de 21mm que dicen mucho más de lo que yo pueda escribir.




Antes de adentrarnos en la sublime y sin par judería de Córdoba, deseo dejar constancia por escrito de la historia de una fotografía, una historia que podría ocupar por si sola un capítulo aparte.



HISTORIA DE UNA FOTOGRAFÍA

Esta que ves entre estas líneas, benévolo lector, es, quizás, una de mis mejores fotografías en más de 50 años de práctica como aficionado, y sin lugar a dudas de las más queridas. Como toda instantánea tiene su historia. La de ésta es muy simple.

Andaba yo en compañía de mi hermano y mi cuñada por los alrededores de la Mezquita-Catedral de Córdoba que acabábamos de visitar. Era la mañana del jueves 3 de julio de 2008. Siguiendo la programación de Paulino, nos habíamos levantado temprano y estábamos a las puertas del más famoso monumento de Córdoba antes de las 08:30. Desde esa hora y hasta las 10:30, las visitas eran gratuitas, y puesto que los tres éramos de buen madrugar, era una ocasión perfecta para disfrutar de la generosidad que nos ofrecía la ciudad de los califas a la par que aprovechábamos a fondo el día.

Llevaba al cuello colgadas las dos cámaras con las que trabajo más frecuentemente, la Contax G2 con diapositivas en color y la Leica M3 con película en blanco y negro y siempre equipada con el Summicron 50mm f/2. La Leica, totalmente manual, la suelo llevar habitualmente preparada en una distancia hiperfocal adecuada para la fotografía callejera, algo de lo que solemos hacer uso los buenos aficionados, así como también los profesionales de la fotografía.

¿En qué consiste la hiperfocal? La definición técnica es la siguiente: La hiperfocal es la distancia de enfoque en la que se consigue la mayor profundidad de campo, extendiéndose ésta desde la mitad de dicha distancia hasta el infinito. Enfocar en dicha distancia nos ayudará a obtener la máxima nitidez en nuestras fotos, por ejemplo, de paisajes.

En el caso que nos ocupa, el día era hermoso, soleado y caluroso (Córdoba, 3 de Julio), aunque sin exageración, de modo que me podía permitir, con película Ilford 50 ASA PAN F PLUS50, llevar la Leica dispuesta con una velocidad de 1/50 y un diafragma 8. Esto quería decir que, con el 50 mm enfocado a una distancia de 8 metros, todo aquello que apareciera en el campo visual entre 4 metros y el infinito quedaba absolutamente nítido.

Con esta cámara, la Leica M3, de una suavidad única en el disparo, y al ser telemétrica, no lo olvidemos, sin interferencia del espejo habitual en las cámaras réflex, una velocidad de 1/50 permite trabajar perfectamente objetos inanimados o apenas en movimiento sin que el negativo final muestre el menor síntoma de imagen “movida”. Esa velocidad, 1/50, me permitía hacer uso de un diafragma, 8, con el cual, la profundidad de campo, como hemos visto, es muy amplia.





Vayamos ahora, una vez hechas las explicaciones técnicas, al “terreno de juego”. Me encontraba, como he dicho, en los aledaños de la Mezquita. Mi hermano y cuñada andaban por allí a su aire y yo al mío. Había penetrado en una calle situada al costado noreste de la Mezquita-Catedral, la calle Encarnación, estrecha, bordeada de blancas casas y empedrada con adoquines, como muchas calles de las que podemos encontrar en las ciudades andaluzas.

Me quedé parado admirando el silencio y la quietud de la vía. Nada lo perturbaba, ni vehículos ni viandantes. Nadie. De pronto intuyo, más que ver, que a mi flanco derecho pasa, sin hacer apenas ruido, una joven de pantalón blanco que pasea a un perro. Cuando reacciono, la joven está ya a unos metros de distancia y en ese mismo instante “veo” la foto. No lo dudé un segundo. Por mi mente jamás pasó la idea de utilizar la Contax, cargada con carrete en color. En ese preciso momento “vi” la imagen definitiva en “blanco y negro”. La vi sin la más mínima duda, y también supe en ese instante mágico que solo podría hacer una toma; no habría tiempo para más con mi cámara clásica, pues ya sentía ruido de voces y pasos a mi espalda. Alcé la Leica, encuadré a través del maravilloso visor de la M3, constaté que tenía delante de mí lo que el gran Cartier-Bresson denominó el momento decisivo y pulsé el disparador. Todo había terminado. Ahora quedaba la emoción, solo compartida por los que aún seguimos utilizando cámaras analógicas, de esperar a tener la imagen positivada y ver si realmente había hecho una buena foto, tal como yo pensaba.

Cuando días después recogí los carretes revelados del laboratorio, constaté que no me había equivocado. Había hecho, desde mi punto de vista, y sin falsa modestia, una gran foto. Indudablemente contribuyó a ello mi experiencia, la cámara, el maravilloso objetivo, la película que utilicé, pero, sobre todo, la ¡suerte! Sin la suerte, es decir, sin la joven del pantalón blanco (esencial el pantalón blanco en la imagen en blanco y negro) y el perro, con la calle vacía, o, en sentido contrario, con dos o tres viandantes más, no habría habido foto. El resultado habría sido muy distinto.

Aquí también me vienen a la memoria las palabras de otro famoso fotógrafo, este veneciano, Fulvio Roiter, que cuando le preguntaban qué hacía para “ver” la imagen, cuándo, cómo y a qué disparar, solía decir, modestamente, que “la cámara hace el 99% del trabajo, pero sin el 1% que aporta el fotógrafo, no hay foto”.

De esta fotografía de la calle Encarnación de Córdoba, a la que he dado el nombre de “joven con perro”, tan solo he hecho cuatro copias ampliadas originales. Una adorna mi casa de Las Rozas; las otras tres pertenecen a dos amigas muy queridas y a un amigo no menos querido, que además de jefe fue, y es,  consejero y guía no solo en el trabajo sino también en el ámbito privado. Hoy, siguiendo la tónica de nuestra profesión, ocupa un nuevo destino en el extranjero.

Para alguien como yo, que ama la fotografía como pocas cosas en el mundo, el día ya me había deparado el “momento” del año, y no obstante, las horas que quedaban de ese jueves 3 de julio de 2008, me iban a proporcionar aún momentos inolvidables, y me refiero a la Judería de Córdoba.

La Judería





Se conoce por Judería a la zona de la ciudad que fue, entre los siglos X y XV, el barrio en el que vivían los judíos. Se encuentra situada al noroeste de la Mezquita-Catedral. A medida que nos adentrábamos en las intrincadas calles de la Judería cordobesa, mi asombro no cesaba de crecer, y pensaba en mi fuero interno que cómo era posible que esa maravilla no tuviera, no solo a nivel local o autonómico, sino nacional e incluso internacional, una mayor difusión. Para quien conoce muy bien desde hace 40 años Sevilla (siempre me gustaba definirme, en vida de mi esposa Eloísa, y aún lo sigo haciendo, como “sevillano consorte”), y ha pateado, con las cámaras al cuello, en infinidad de ocasiones el famoso barrio de Santa Cruz sevillano, deleitándome en cada rincón, el descubrimiento de la Judería cordobesa me dejó sin habla.





Las calles, los lugares que recorría con la mirada absorta, eran inigualables, y poco o nada tenían que envidiar al santacrucero barrio sevillano. Si me apuran, veía más hondura y autenticidad en las vías y casas cordobesas, que mis cámaras trataban de captar sin dejar de asombrarme a cada instante y en cada lugar que visitábamos, desde la sobrecogedora Sinagoga, hasta la alegre Casa Andalusí, pasando por la inigualable Casa de Sefarad, cuyo recorrido hicimos con una joven, simpática y, además experta guía, exclusiva para nosotros, y que nos mostró cada rincón del más que cuidado lugar.




Cuando al final de la mañana regresamos al hotel, no cesaba de hacerme la misma pregunta. Cuando se habla de Córdoba, todo el mundo piensa de inmediato en la Mezquita-Catedral, pero nadie, o muy pocos, hablan de la Judería. A posteriori lo he comentado con amigos y compañeros cordobeses. ¿Qué hacen las autoridades locales para promocionar esa maravillosa Judería cordobesa? ¿Hacen algo, de verdad? Algún compañero cordobés ha llegado a decirme que tampoco interesa darle demasiada publicidad, que esa autenticidad que yo pude degustar en mi visita, se debía precisamente a la “no publicidad expresa” de tan extraordinario lugar. ¡Vaya Vd. a saber!



Medina-Azahara

La larga tarde (la luz no se extinguía hasta más allá de las 9 de la noche) de este jueves, la dedicamos a otro lugar emblemático, Medina-Azahara, al que llegamos tras una breve excursión en autobús. Recorrimos las ruinas de arriba abajo y de abajo arriba en una tarde calurosa, pero clara y diáfana que nos permitió disfrutar a fondo de esta maravilla.




Para finalizar el día tendría que acordarme de dónde cenamos y lo que cenamos. Desgraciadamente, no va a poder ser, de modo que en este punto doy por finiquitada esta gloriosa jornada.

Viernes, 4 de Julio de 2008


Nuestro último día completo en Córdoba lo iniciamos en el Alcázar de los reyes cristianos para finiquitar la mañana en los Baños del Alcázar Califal.

El Alcázar y Los Baños



La visita al Alcázar cordobés fue en verdad interesante, instructiva y casi hasta apasionante si pensamos que fue aquí donde tuvo lugar el primer encuentro entre los Reyes Católicos y Cristóbal Colón en 1486. En la misma zona que el Alcázar se encuentran los baños, un museo que si se dispone de tiempo no se debe dejar de ver.

Museos Romero de Torres y de Bellas Artes

La tarde del viernes rendimos visita a otro de los lugares más significados de Córdoba, el museo dedicado a uno de sus hijos más ilustres, el pintor Julio Romero de Torres, así como al vecino museo de Bellas Artes. Ambos están ubicados en la plaza del Potro, un lugar con un sabor muy especial.



Me dejo en el tintero, que no en el recuerdo, infinidad de lugares, iglesias, plazas y placitas, calles, ruinas romanas y árabes, la ribera del Guadalquivir, tantos y tantos rincones mágicos… y las tapas, las tabernas, las comidas. En suma, la esencia de la Córdoba “romana y mora” como cantó Don Manuel Machado.



Regresamos a Madrid en el AVE la mañana del sábado 5 de Julio. Poco más puedo añadir a lo escrito que no sean elogios a una ciudad que, sinceramente, me enamoró y que desde esas fechas ocupa un lugar muy especial en mi corazón.



SALAMANCA




La visita a Salamanca también tenía un prólogo fechado 37 años atrás, en concreto en Octubre de 1971. Apenas dos meses antes había ingresado como funcionario del Estado en el Ministerio de Comercio y fue por el puente del Pilar cuando hice una pequeña escapada en compañía de una buena amiga a Palencia, Valladolid y Salamanca, con fugaz paso por la ciudad de Santa Teresa, ya que en mis archivos fotográficos figuran un par de tomas nocturnas de las maravillosas murallas de Ávila iluminadas, claramente realizadas desde un vehículo en marcha camino de Salamanca. En esta última ciudad visité a mi primo Paulino, entonces destinado en la ciudad charra y a su esposa Maite que habían sido padres primerizos en fechas recientes. De hecho, conservo unas fotos que hice al primogénito de mis primos y cuyos negativos debidamente escaneados remití a Paulino un par de años atrás.

Pues bien, de mi visita a las tres ciudades castellanas, aunque conservo varias y algunas, pocas, buenas fotos, casi nada recuerdo de las tres localidades, probablemente porque mi cabeza estaba más en los encantos de mi amiga que en los de las tres urbes que visité. De Salamanca, no obstante, sí guardo en la memoria un recorrido nocturno por la Plaza Mayor ¡como para no recordarlo! así como la famosa fachada de la universidad salmantina y San Esteban, que ya me impactó entonces. Incluyo en estos apuntes un par de fotografías de ese viaje confrontándolas con las que realicé 37 años más tarde. Veamos ese par de instantáneas donde podemos apreciar las diferencias existentes con las que tomé en 2008.

Fachada de la Universidad y Patio de Escuelas


                                                      1971


                                                      2008


¿Qué ha pasado con el pedestal de la estatua de Fray Luis de León? ¿Se ha retirado la base más ancha? ¿Ha subido el nivel del suelo?

Fachada de San Esteban


                                                      1971


                                                     2008

Aquí podemos apreciar claramente que el suelo de la explanada es totalmente diferente el de 1971 y el de 2008. Si nos basamos tan solo en estos pequeños cambios acaecidos en, ¿tres décadas?, nos podemos preguntar los cambios que habrá sufrido el entorno de estos lugares a lo largo de siglos.

Vayamos ya a mi viaje de 2008. Tomé mis vacaciones, como de costumbre, en el mes de septiembre, y tras decidirme por Salamanca para pasar unos pocos días, reservé las fechas del 16 al 19 del citado mes.


Martes, 16 de septiembre de 2008

Inicié mi viaje en la querida estación de Chamartín desde donde partió el tren de media distancia de RENFE a las 11:00 horas. Tras un plácido viaje de 2 ½ horas llegué a la estación salmantina ubicada en pleno centro de la capital a la una y media de la tarde. Allí tomé un taxi y en pocos minutos me encontré en el Hotel Meliá Las Claras donde había hecho la oportuna reserva días antes. El hotel, un clásico 4 estrellas, tenía una magnífica ubicación en la calle Marquesa de Almarza s/n que me iba a permitir deambular por la capital salmantina siempre a pie y sin prisas. Ocupé la habitación 406.

Una vez deshecha la maleta creo recordar que me dirigí al restaurante del hotel para reponer fuerzas. No quiero repetirme una vez más, pero desgraciadamente tampoco tomé notas ni de los comedores que frecuenté ni de las comidas que degusté, siempre, eso sí lo recuerdo, copiosas y excelentes.

La tarde de este primer día en Salamanca realicé una visita de “inspección visual”, sin cámaras, a la plaza Mayor y alrededores para hacerme una idea del casco urbano salmantino y “ojear” los lugares adecuados para mis fotografías.



Para completar la tarde tomé un trenecito que partiendo de la plaza de Anaya junto a la Catedral Nueva hacía un recorrido por todos los lugares emblemáticos de la ciudad. Recuerdo muy bien los diferentes sitios por los que transitamos, incluyendo uno muy especial, independientemente de su rigor histórico difícilmente verificable: el supuesto huerto, muy cerca de la muralla, donde Fernando de Rojas situó el desarrollo de la tragicomedia de Calixto y Melibea en La Celestina, libro decisivo en la literatura española.

Muy cerca de este lugar, en el corazón de la Salamanca clásica, pude obtener una fotografía de una casa muy particular, la llamada Casa de Lis, edificio modernista construido en 1905 que una vez debidamente rehabilitado acoge en la actualidad el Museo de Art Nouveau y Art Dèco.




Miércoles, 17 de Septiembre de 2008

Debidamente duchado, acicalado y desayunado en el excelente bufé del hotel, me dirigí a la plaza Mayor donde tomé un tour de una visita guiada que comenzó sobre las once de la mañana y finiquitó a las tres de la tarde. Éramos un grupo de unas 15 personas con una excelente guía que nos instruyó maravillosamente acerca de los lugares que frecuentamos, que fueron los siguientes:

Plaza Mayor



La visita la iniciamos en el que probablemente es el lugar más conocido de Salamanca, la plaza Mayor, un emplazamiento único que te deja sin habla y donde disparé mis cámaras en todas las direcciones. Tan solo incluyo una imagen para no aburrir.

Adornada por más de 80 arcos, este espacio se ha transformado en el punto de encuentro de la ciudad. Aquí hay una media docena de mesones, bares y cafeterías con sillas dispuestas en la misma plaza, donde en época estival los turistas y lugareños suelen tomar un refrigerio o comer al aire libre. Por citar solo unos pocos, todos ellos históricos, dejaré constancia del Novelty, más que centenario, el Cervantes o el Café Real.

Recuerdo lo que nuestra guía nos contó acerca de los medallones que adornan las enjutas de los arcos y que van desde los monarcas españoles (Juan Carlos y Sofía ya estaban representados) hasta figuras significativas de nuestra historia, como Cervantes, Nebrija o Santa Teresa.

Aquí incluyo una pequeña anécdota. Llegados que fuimos al lugar que cronológicamente debería de haber ocupado el medallón de Fernando VII, constatamos que el mismo se encontraba vacío. Nos aclaró la guía que por acuerdo del ayuntamiento, y teniendo en cuenta los deméritos que en el citado monarca recaían, se había decidido retirarlo. En este punto, yo, que hasta entonces no había abierto la boca, dije que con todos los respetos para el ayuntamiento salmantino me parecía un error. No por el hecho de retirar el medallón se podía obviar el reinado de Fernando VII, que nos gustara o no (a mí no me gustaba, eso que quedara claro), formaba parte de la historia de España.

Afortunadamente que se me ocurrió hablar en referencia a Fernando VII, porque llegados que hubimos al que estaba dedicado al general Franco, anterior jefe del Estado, hubo algún miembro del grupo (en un colectivo de 15 personas, por lógica, hay individuos de todas las tendencias) que casi se enfadó al ver el medallón del general Franco y dijo que a qué esperaba el ayuntamiento para retirarlo. La guía nos aclaró que en eso estaba el ayuntamiento justamente, es decir, debatiendo si se quitaba o no. Yo, que, repito, había hablado con anterioridad, volví a insistir en la misma tesis. Si allí estaban representados todos los gobernantes españoles, lo mismo que dije para Fernando VII valía para el general Franco. Guste o no, es parte, e importante, de la historia de España.



A pie recorrimos a continuación los exteriores del palacio de Monterrey, perteneciente a la casa de Alba, la iglesia de la Purísima y La Clerecía, grandioso conjunto barroco, que antaño fue el Real Colegio del Espíritu Santo perteneciente a la orden de los jesuitas y que en la actualidad es la Universidad Pontificia.



Frente por frente a La Clerecía se ubica otro de los símbolos de Salamanca, La Casa de las Conchas, que recibe este nombre porque en su fachada se cuentan cerca de 300 conchas de Santiago, símbolo de la orden que protegía a los peregrinos en su ruta hacia la sagrada ciudad de Santiago de Compostela.




A tiro de piedra de este mismo lugar se encuentran las dos catedrales de Salamanca, la Vieja y la Nueva.


La Catedral Vieja

Efectuamos una visita a este lugar, sobrecogedor en algún punto, con un interesante museo y sobre todo un retablo maravilloso. El templo, que comenzó a construirse en el siglo XII, conjuga con gran belleza elementos románicos y góticos. En este edificio tuvieron lugar las primeras clases de lo que posteriormente sería la Universidad de Salamanca.




La Catedral Nueva

De la vieja catedral nos dirigimos a la nueva, que tras las recogidas dimensiones de la primigenia, encontré de una grandiosidad difícil de describir. Fue mandada a construir por el Rey Fernando el Católico y su arquitectura evidencia un estilo gótico tardío con decoración renacentista.




Su exterior, tanto desde la plaza de Anaya, con una grandiosa perspectiva, como desde cualquier otro punto que se admire, impone.




¿Qué decir del interior del templo? Realicé aquí unas cuantas tomas, de las que expongo tan solo dos, una primera, del ala izquierda de la nave que da una idea de sus dimensiones.




En cuanto a la segunda foto que expongo, tiene su historia, mucho más corta que la que incluyo en el capítulo dedicado a Córdoba, pero también interesante. Me situé en el trascoro y coloqué la Contax sobre el trípode directamente enfocada a la Puerta del Nacimiento, entrada principal del templo. Preparé la cámara con el latiguillo para realizar tomas en modo exposición (en este caso había calculado 1 segundo) y allí esperé pacientemente hasta conseguir lo que quería: que la puerta quedara entreabierta dando lugar al haz de luz que se filtra a través de la misma y que nos da esa sensación de intimidad que podemos apreciar en la imagen.




La Universidad

Nos dirigimos luego a otro de los lugares representativos de Salamanca. Fundada por el rey Alfonso IX en 1219, no será hasta 1254, bajo el imperio de Alfonso X el Sabio, cuando toma el carácter de Universidad real. Es la universidad más antigua de España y una de las cuatro más antiguas del mundo en unión de las de Bolonia, Oxford y La Sorbona de París.




Admiramos, y decir admirar es decir poco, la famosa fachada plateresca de las llamadas Escuelas Mayores. Para realizar tanto la fotografía que inserto en este lugar como la incluida más arriba en unión de la obtenida en 1971, no me quedó otro remedio que utilizar un viejo subterfugio que suelo emplear en los lugares concurridos por los turistas y donde es prácticamente imposible obtener una fotografía sin que aparezca alguien en la instantánea, y que yo suelo explicar de la siguiente forma: “si no puedes evitar al turista, intégralo en la foto”.

En su famosa fachada es tradición buscar la rana que está situada sobre una calavera. Cuenta la leyenda que los alumnos que descubren su ubicación sin ayuda obtienen buenas calificaciones.

El interior de la vieja universidad está repleto de historia, desde Fray Luis de León hasta don Miguel de Unamuno. En el aula magna, de la que incluyo una fotografía testimonial que realicé deprisa y corriendo con mi pequeña cámara digital, no puedo por menos de recordar el famoso incidente de don Miguel con el general Millán-Astray. Eso también es historia.




Una vez recorrido el maravilloso interior del edificio de las llamadas Escuelas Mayores, salimos al Patio de Escuelas, donde se encuentra la estatua de Fray Luis de León y nos adentramos en el edificio de las Escuelas Menores a través de una doble puerta con arquería de medio punto, en cuyas enjutas podemos ver tres medallones. Si nos fijamos con detenimiento podremos descubrir la cabeza de Cristo en el del centro. En cuanto a los escudos, resalta en el centro el Imperial del emperador Carlos V.




Franqueado el arco de la puerta y tras atravesar el zaguán de acceso, cubierto en parte por una bóveda gótica, desembocamos en un patio para el que me resulta difícil encontrar un adjetivo. Creo que mejor que un adjetivo, inserto en este lugar una de las fotografías que realicé. Daré tan solo algún dato para el curioso, y así destacaré la arquería mixtilínea, típicamente salmantina, que descansa sobre fustes de granito y está rematada por una balaustrada barroca del siglo XVIII.




Tuve la inmensa fortuna que durante unos pocos, poquísimos, minutos, el lugar permaneció desierto, de modo que con la imaginación me transporté unos siglos atrás y me vi como estudiante en Salamanca deambulando por estos lugares de ensueño. Al fin y al cabo, ¡soñar cuesta tan poco!

Una última curiosidad: el nombre de Escuelas Menores proviene de que en ellas se cursaban los estudios previos a los universitarios hasta la creación de los Institutos de Enseñanza Media en 1867.

La tarde

Tras almorzar en los alrededores y después de un pequeño descanso en mi hotel, supongo que con siesta incluida, recuerdo que le di una tregua a mis cámaras y deambulé por el bullicioso centro a mi aire entre los numerosos salmantinos y turistas, que como yo, habían tenido la misma idea. Recorrí la famosa Rúa Mayor. Esta calle peatonal está poblada de restaurantes y bares de tapas donde se puede probar la típica cocina salmantina; también tiendas de recuerdos, donde los visitantes suelen adquirir souvenir propios de la ciudad, como las típicas ranas, de las que tampoco se privó quien escribe estas líneas. Una tarde deliciosa que finalicé cenando en una terraza ubicada en este lugar.

  


Jueves, 18 de Septiembre de 2008

La mañana de este día la dediqué casi en exclusiva para la visita de uno de los lugares, sino el que más, me impactaron de Salamanca, el convento de San Esteban, haciendo uso de la tarde para recorrer a pie los alrededores del río Tormes.


 San Esteban

¡Qué puedo decir de un lugar que ya me había enamorado en 1971 y del que seguí enamorado casi 40 años después!

La reproducción en sepia inserta en este artículo, con un poco de imaginación, nos transporta unos siglos atrás y nos deja ver a los padres dominicos proyectando la evangelización de la América hispana.

Puesto que este fue y es el lugar que más me impactó de mi visita a Salamanca, me detendré proporcionando al benévolo lector unos pocos datos acerca del Convento de San Esteban. Su construcción se inició en 1524 por iniciativa del cardenal Fray Juan Álvarez de Toledo y se extendió hasta 1610. Aunque se le considera un excelente ejemplo del estilo plateresco, lo prolongado de sus fases constructivas explica la mezcla de estilos que van desde el gótico final hasta el barroco, estilo éste poco apreciable en su arquitectura pero bien presente en el retablo mayor obra de José de Churriguera. Todo está dorado y recubierto de profusa decoración, dando lugar a uno de los más monumentales retablos barrocos típicamente españoles.

Durante la Contrarreforma fue un importante centro donde se forjaron los padres dominicos que fundaron la Escuela de Salamanca, con Francisco de Vitoria a la cabeza, y se prestó ayuda a Santa Teresa de Jesús y a San Ignacio de Loyola.


La fachada de la iglesia es uno de los más bellos ejemplos de plateresco. Está concebida como portada-retablo formando un arco de triunfo bajo cuya bóveda de medio cañón se despliega la abundante decoración característica del estilo.


 Ya en su interior, grandioso y sin embargo íntimo, disfruté de las numerosas estancias cargadas de historia que albergaban sus muros. Así, la maravillosa iglesia, cuyo cimborrio alcanza una altura de 44 metros, o el claustro principal, denominado «de procesiones» o de los Reyes. En la planta baja se mezclan los elementos góticos y los renacentistas. En el centro del jardín se levanta un templete.


En la planta alta la cubierta es un sencillo artesonado de madera, abriéndose las galerías mediante arcos de medio punto, que descansan sobre pilastras cuyos capiteles están decorados con grutescos y otros motivos.

Desde la planta baja se accede a los «Capítulos». El «Capítulo antiguo», oscuro, modesto y austero, data del siglo XIV. Una de sus partes es la capilla, en la zona más elevada y donde se encuentran las sepulturas de los más destacados miembros del convento, como Francisco de Vitoria o Domingo de Soto. En la parte más baja se enterraban los demás religiosos y en los bancos adosados a sus paredes tomaban asiento los frailes en sus reuniones. El «Capítulo nuevo», más grande, monumental e iluminado que el antiguo, data del siglo XVII, pareciéndose en su traza a la Sacristía, construida en el mismo siglo.

Por último no podemos olvidar la famosa Escalera de Soto, que se construyó en 1556. Su nombre se debe al mecenazgo de Fray Domingo de Soto, catedrático de la universidad y confesor del emperador Carlos V. El autor fue el arquitecto Rodrigo Gil de Hontañón, que utilizó una técnica nueva y revolucionaria, puesto que no se apoya en ningún tipo de soporte, ascendiendo adosada a los muros, creando un espacio diáfano que da la impresión de sostenerse milagrosamente, y que permite el tránsito desde la parte baja del claustro a la parte alta.

Recuerdo muy bien que tuve la suerte de realizar la visita de San Esteban casi en solitario en contraste con la multitud de turistas que poblaban continuamente la Universidad o las Catedrales, y a la salida del recinto no pude por menos de detenerme ante la taquilla de venta de entradas, custodiada por un padre dominico (con un nicky Lacoste, me acuerdo muy bien de este detalle) y así se lo dije, haciéndole saber además que era el monumento salmantino que más huella dejaba en mí. Me agradeció estas últimas palabras, pero en cuanto al número de visitantes me dijo que entendía mi deleite por el silencio y la soledad (recuerdo solo dos jóvenes americanas, rubias, que me acompañaron durante casi toda mi visita) que había disfrutado durante el recorrido del convento, pero que ellos, la comunidad dominica, agradecería un mayor número de visitantes, y que esto último también lo podría comprender muy bien yo.

Tras una buena comida y el debido reposo con siesta incluida, dediqué la tarde a pasear a mi aire por la zona que en tiempos fue hogar del Lazarillo, es decir, la ribera del río Tormes y su Puente Romano. Esta construcción sobre el río data del Siglo I. Actualmente sólo se conservan 15 arcos, que debieron ser reconstruidos en el Siglo XVII a causa de los daños que le provocaron las crecidas del río a lo largo del tiempo.

Me adentré en el puente romano, y desde ese lugar, con una vista privilegiada de la ciudad charra al fondo, dispuse mis cámaras con calma, y utilizando filtros realicé unas cuantas tomas, tanto en color como en blanco y negro, de las que expongo en este lugar dos fotos como muestra.


Desvelo pues en estas líneas que la imagen de la ciudad que abre este relato, en color, tomada con el 21mm, y ésta en blanco y negro, con el 50mm, que cierre mi excursión salmantina, tienen algo de truco: los filtros. Ahora bien, utilizar los filtros con cámaras analógicas, no es tan sencillo, y es absolutamente distinto su uso con película en blanco y negro o con película en color. Lleva su tiempo el aprender, pero el resultado, teniendo en cuenta el tiempo empleado en la labor y las múltiples variantes posibles, nos recompensa con creces. Nada que ver con las cámaras digitales donde el usuario tan solo tiene que “programar” y ver el resultado. ¿Dónde está el arte de esa imagen? ¿Qué hay de nosotros en esa fotografía?

Viernes, 19 de Septiembre de 2008

Mi último día, media mañana, en Salamanca, lo dediqué a un sucinto paseo por los alrededores de la Plaza Mayor a modo de despedida, y tras abonar la factura en el hotel, un taxi me depositó en la estación de RENFE. El tren de media distancia partió a las 12:45 y poco después de las tres de la tarde estaba de nuevo en un lugar más que conocido, casi una segunda casa, la madrileña estación de Chamartín.

Las Rozas, 15 de enero de 2011