viernes, 21 de octubre de 2011


TRES JOYAS: RONDA, BAEZA y ÚBEDA

Difícil comienzo tengo para tratar de atrapar al posible lector en este relato que inicio de mis vacaciones supuestamente veraniegas, y digo “supuestamente”, puesto que mi periplo andaluz ha tenido lugar ya en otoño, entre el 29 de septiembre y el 5 de octubre.

Difícil porque cuando se habla de tres ciudades únicas, dos de ellas, Úbeda y Baeza, patrimonio de la humanidad, y la otra, Ronda, universalmente conocida, pues es prácticamente imposible decir algo nuevo, inédito, salvo que uno se dedique a contar su experiencia personal, e incluso en este caso, que será el mío, se incurre en el riesgo, muy alto, de cansar al lector con un relato que solo interesaría al propio protagonista. No obstante, voy a intentarlo, con la esperanza de que mis fotografías, igual que en otras ocasiones, me ayuden a los ojos del benévolo lector.

Así como Úbeda y Baeza no habían entrado en mis planes de visita hasta este otoño, Ronda, como bien sabe mi amiga Soco, “colea” en mi imaginación desde hace años, de modo que ¡por fin, Soco! en este 2011 he hecho realidad uno de mis deseos más queridos.


Planifiqué el viaje con esmero y cuidado y decidí que iniciaría el peregrinaje precisamente por Ronda. Consideré, creo que con buen juicio, que si tenía que hacer 600 kilómetros de una sentada, mejor hacerlos fresco, pensando que el regreso a casa seria preferible realizarlo desde las dos ciudades jienenses, a mitad de camino, de modo y manera que el trayecto final, cuando ya el cuerpo viene “bien trabajado” y el alma henchida de maravillosas sensaciones que le hacen a uno “flotar”, me supondría un recorrido de solo 325 kilómetros.

Inicié el viaje el jueves 29 de septiembre a las 09:45, y haciendo caso a mi hija Marisa, utilicé las autopistas de peaje que encontré en el camino. Tenía mis pequeñas reservas acerca de cómo me comportaría en este largo recorrido, pues hacía ya muchos años que no me movía solo en automóvil en trayectos tan largos, ya que mis desplazamientos de los últimos tiempos han sido siempre en avión o tren.

La verdad es que “resistí” bastante bien, y de hecho, mi primera y única parada la efectué a unos 150 kilómetros de Ronda, en concreto me detuve en el Hotel Paraíso, situado en el kilómetro 214 de la autovía A-92, término municipal de Moraleda de Zafayona (Granada).

Aquí, tras dar cuenta en el interior de mi Golf de dos pequeños bocadillos de salmón y uno de foie-gras, que viajaban conmigo desde casa, acompañados de una lata de coca cola, estiré un poco las piernas, me tomé un té con leche en la cafetería del hotel y visité el baño, exquisitamente limpio, más por prevención que por necesidad.


RONDA

Jueves, 29 de septiembre

Llegué a Ronda con una exactitud matemática de acuerdo con lo previsto por mi GPS, a las 16:30. Cuando vine a darme cuenta estaba en la mismísima puerta del Parador Nacional.

Antes de seguir adelante quiero dejar constancia escrita de lo que para personas como yo, con una orientación más que nula (en vida de mi esposa era ella la que siempre me guiaba cuando me tocaba conducir a mí), suponen estos aparatos. Estoy casi convencido de que jamás habría llegado a Ronda por mis propios medios sin la ayuda del GPS.


Una vez registrado en el Parador, introduje el coche en el garaje, donde iba a permanecer “descansando” los tres días de mi estancia rondeña, y comprobé que había hecho exactamente 600 kilómetros con un consumo de 7,4 litros por cada 100 recorridos.


Subí mis maletas a la habitación 128, con vistas a la plaza de España y al famoso puente sobre el Tajo por el que discurre el río Guadalevín, y una vez deshecho el equipaje y comprobado lo amplio y confortable que era mi aposento, me dispuse a una primera inspección de la ciudad cuna del toreo.
Hice caso a las indicaciones de uno de los recepcionistas del Parador, Pedro, al que siempre le estaré agradecido por lo bien que me orientó. Él fue el único que me señaló el lugar exacto desde el que se podía contemplar con absoluta claridad y una perspectiva ideal el famoso puente. En esta primera tarde me limité a una previa visita de “inspección” ocular del camino de Los Molinos, y a continuación, me dirigí a la Oficina de Turismo, situada e escasos metros del Parador y a otros pocos de la plaza de toros; aquí, previo pago de 15 euros, saqué el ticket para una visita guiada esta misma tarde/noche.


VISITA NOCTURNA GUIADA

Nos acompaña en el recorrido, que iniciamos a las 20:00 horas, Antonio P., un guía de una edad similar a la mía, que habla un muy buen inglés, alternado con el castellano, ya que el grupo lo componíamos tres españoles, un matrimonio de Badajoz, de mi quinta, también hospedado en el Parador, y tres ciudadanos de habla inglesa, una pareja joven y un “soltero” como yo. Transitamos la zona histórica de Ronda con una visita detallada a dos lugares emblemáticos de la ciudad.


Para comenzar, un hecho que me sorprendió cuando lo oí de boca de nuestro guía, aunque luego, durante mi estancia en Ronda, me di cuenta que lo dicho por Antonio, si no era exacto, se aproximaba mucho a la realidad. Ronda está plagada de visitantes foráneos, un auténtico gentío de estadounidenses, ingleses, franceses, japoneses… Nos dice Antonio, que Ronda es, en la actualidad, la tercera ciudad de Andalucía más visitada por extranjeros, tras Granada y Sevilla y por delante de ¡Córdoba! Ahí queda eso.

CASCO HISTÓRICO

Tras detenernos someramente en la vista nocturna, inenarrable, que nos proporciona en este atardecer el Puente Nuevo, que así se llama, y su entorno, y tras atravesarlo a pie, iniciamos nuestro paseo en la calle más céntrica del casco histórico, Armiñán, para desviarnos a continuación a la de Tenorio.




Ronda en la noche embruja. Me viene a la mente lo narrado por esa pléyade de literatos de otras épocas que han dejado páginas imborrables sobre el encanto de esta ciudad, desde Teófilo Gautier a Ernest Hemingway, pasando por Washington Irving, Prosper Merimée, Rainer María Rilke u Orson Welles, cuyas cenizas reposan en la finca del torero Antonio Ordóñez.


PALACIO DE MONDRAGÓN

Nuestros pasos nocturnos se detienen en el palacio de Mondragón, sin duda el monumento civil más significativo de Ronda.

El palacio es una mezcla de estilos arquitectónicos de distintas épocas. De él destaca su noble fachada renacentista, los patios, uno de ellos mudéjar que conserva restos de azulejos y yeserías, y el maravilloso artesonado, también mudéjar, del Salón Noble.

El edificio fue, en época musulmana, residencia de Abomelik, hijo del sultán de Marruecos Abul Asan así como del último gobernador, ya dependiente del reino de Granada, Hamet el Zegrí, antes de la conquista cristiana del lugar.


Sus dependencias albergan el Museo Municipal de la ciudad, de carácter histórico arqueológico, que nace a principios de la década de los años 90 del siglo pasado para dar cobijo a la colección de piezas arqueológicas procedentes de las intervenciones realizadas en Ronda y su término municipal, así como de las diferentes donaciones privadas.

Me gustó mucho el palacio -primorosos sus patios-, pero me resultó un tanto pesada la visita del museo en sí, aunque en esto, como en todo, cada uno tiene sus preferencias.

BAÑOS ÁRABES

Este recinto termal de época musulmana, siglos XIII-XIV, es el mejor conservado de la Península Ibérica. Se localiza en lo que fue la antigua Medina de Ronda, hoy en día barrio de San Miguel.

La verdad es que la visita merece la pena, y más aún a esas horas nocturnas. Impresiona. Eran ya cerca de las 10 de la noche y nuestro grupo era el único que en esos momentos se encontraba en el interior de los baños. La cita se completa con un interesante documental de 10 minutos de duración.

Desde el “fondo” de la ciudad iniciamos a esa tardía hora nuestra “subida”, realmente dura, hacia el centro de la población, la plaza de España. Pasamos, entre otros edificios o monumentos, ante la Puerta de Felipe V, así como el Palacio del Marqués de Salvatierra, ubicado en el Conjunto Histórico de Ronda y próximo al Barrio del Padre Jesús. Posee el edificio una espléndida fachada barroca en sillería de piedra con puerta adintelada, columnas corintias y un gran balcón de forja rondeña.


Cena en el Parador


La verdad es que las cenas y desayunos que realicé en el Parador, merecen un punto y aparte y voy a darles la importancia que en un principio no les concedí. Debo decir que el personal es auténticamente profesional, no reñido con la amabilidad, todo lo contrario, servicial y atento en todo momento.

Todas las noches, y antes de elegir el menú, en unión del pan y la mantequilla habituales, me servían canapés, aceitunas, cacahuetes y un fino, todo por cuenta de la casa, aunque como bien me dice mi hija Marisa, ya va incluido en la factura. En cuanto al menú, que detallaré en cada ocasión, fue siempre excelente y mucho más que abundante. A mí, sinceramente, me costó terminar los platos, y si lo hice, fue por lo exquisito de los mismos, y porque, todo hay que decirlo, soy de buen comer.


En esta primera noche mi menú lo constituyó un primer plato compuesto por unas croquetas de puchero realmente caseras y a continuación un rabo de toro a la rondeña auténticamente sublime. No tomé postre, me era ya imposible, y sí una infusión, una tila que me ayudaría a conciliar el sueño.


Viernes, 30 de septiembre

Tanto mi amiga Celia como mi hija Marisa me habían advertido de las excelencias de las viandas que sirven en la red de Paradores Nacionales, así en abundancia como en calidad. Pues bien, según mi modesto punto de vista, ambas se quedaron cortas.

Cuando me introduje en la mañana de este viernes en el comedor para degustar el desayuno bufé, y ya con la experiencia de la noche anterior a mis espaldas, tras una somera inspección, resolví al instante que o bien me decidía por la bollería o bien hacía un desayuno en plan inglés, a base de huevos fritos, beicon, etc. Opté por lo primero. Es imposible compaginar ambas opciones. Lo que ingerí solo Dios lo sabe, pues a pesar de que habitualmente mi desayuno es espartano (una tostada con aceite de oliva y un té con leche), me dije que estaba de vacaciones, y por lo tanto no me frené lo más mínimo, y di buena cuenta de cruasanes, bollos, pestiños (¡cuánto me acordé del viejecito malagueño que en mi destino de Ginebra, segunda mitad de los años 70 del pasado siglo, venía cada 15 días a casa con su cesto de pestiños!), mermeladas, mantequillas, quesos varios, jamón ibérico, zumo de maracuyá, etc., sin que faltara, por supuesto, mi habitual té con leche. De hecho, hubo un día en que no almorcé por imposibilidad material de poder ingerir alimento alguno.

PLAZA DE TOROS

Inicio la jornada con una visita a la que probablemente es la plaza de toros más bella del mundo y quizás, junto con el Puente Nuevo, el monumento más representativo de la ciudad. Situada en la zona “nueva” de la urbe, a unos 50 metros del Parador, la visita a la plaza, que incluye tres museos, tiene un coste de 6 euros.


El coso taurino de Ronda fue inaugurado oficialmente en 1785 con una corrida en la que actuaron el rondeño Pedro Romero (1754-1839), una de las cumbres de la Tauromaquia, y el sevillano Pepe Hillo (1754-1801).

Creo que el encanto, la gracia, el primor de su ruedo y graderíos, lo reflejan mucho mejor que mis palabras mis fotografías. Si diré que impresiona el pisar la arena del coso y más aún el visitar los toriles. Se siente uno trasportado a otro mundo.


Por lo que se refiere a los museos que alberga la Real Maestranza de Caballería de Ronda, son tres, el de Guarnicionería de la Casa de Orleáns, el de Armas Antiguas y el de Tauromaquia. Siendo interesantes los dos primeros, sin duda es el de Tauromaquia el más relevante. No olvidemos que Ronda está considerada como una de las cunas del toreo, y rondeñas son dos de las dinastías más famosas que el arte de torear ha alumbrado, los Romero, con Pedro Romero a la cabeza y los Ordóñez, Cayetano, el “Niño de la Palma” y su hijo, el gran Antonio Ordóñez. En este punto recuerdo la frase famosa que el común de los mortales atribuye a Hemingway: “es de Ronda y se llama Cayetano” en referencia al “Niño de la Palma”. La célebre expresión la acuñó el afamado crítico taurino de ABC Gregorio Corrochano, aunque al recogerla Hemingway en su conocida “Muerte en la tarde”, le dio carácter universal dentro del mundillo taurino.

El museo cuenta, entre otros muchos objetos con trajes de luces que pertenecieron, cómo no, a Cayetano y Antonio Ordóñez, el negro azabache que vistió Joselito a la muerte de su madre, Manolete, Luis Francisco Esplá, Paquirri, Francisco Rivera Ordóñez, etc.

La plaza de toros rondeña me deslumbró. Merece una visita por sí sola. Me imagino lo que debe suponer asistir a la anual corrida goyesca que desde 1954, y por iniciativa de los Ordóñez, tiene lugar todos los años en el mes de septiembre en este emblemático ruedo.


Salgo de la plaza y dirijo mis pasos hacia el Palacio de Congresos, situado junto al Convento de Santo Domingo, nada más cruzar el Puente Nuevo.

Desde allí y a través de la arteria principal de la “Ronda vieja”, la calle Armiñan, desemboco en la plaza de la Duquesa de Parcent, recoleta y con un especial encanto, donde se ubica otra de las atracciones de la ciudad, la iglesia de Santa María la Mayor.

IGLESIA DE SANTA MARÍA LA MAYOR

El costo de la entrada, 4 euros, incluye una útil audio guía. En el mismo lugar se ubicó, bajo la dominación islámica, la mezquita mayor de la medina. De ella solo se conserva en la actualidad el arco del Mihrab, visible nada más traspasar la puerta de entrada.


La iglesia se caracteriza por los diferentes estilos que la componen. Así, el gótico, presente al inicio de las obras en 1485 por orden de los Reyes Católicos tras la conquista de la ciudad, queda representado en sus tres naves. Destacable es el área renacentista con un coro primoroso de dos pisos. La iglesia se remata con diferentes elementos barrocos, coincidentes con la finalización de las obras en este periodo, que tras muchas vicisitudes, concluyeron a fines del siglo XVII.

Me llama la atención lo que me reseña la audio guía: los destrozos ocasionados en los bienes del templo durante la guerra civil, numerosos, importantes, y lo que es más triste, en muchos casos, irrecuperables. Ronda, al igual que otras muchas poblaciones de Andalucía, quedó en la llamada zona republicana o “roja” durante la contienda, y estuvo bajo el dominio anarquista en los meses de julio, agosto y septiembre de 1936.

Llegada la hora de comer, apenas sí podía pensar en echarme algún bocado al coleto, de modo que viendo un MacDonald situado en la mismísima plaza de España, a no más de 10 metros del Parador, y haciendo unos cuantos años que no visitaba un establecimiento de estas características, decidí poner mis pies en él, y tras consumir un Big Mac con patatas fritas y una coca cola mediana, encaminé mis pasos al Parador, subí a mi habitación y disfruté de una reparadora siesta que me haría coger fuerzas para la tarea que me había propuesto en la tarde.

EL CAMINO DE LOS MOLINOS, o el DESCENSO A LOS INFIERNOS PARA PODER ACCEDER AL CIELO

Poco antes de las seis de la tarde inicio el que para mí sería el momento estelar de mi estancia en Ronda. Voy bien pertrechado con la bolsa de las cámaras que resguarda la Leica M9-P, equipada con el Summicron 50mm f/2 y la Contax G2, con dos objetivos, el Zeiss Biogon 21mm f/2,8 y el Zeiss Sonnar 90mm f/2,8.

Desciendo al fondo del famoso Tajo por donde discurre el río Guadalevin. Este “camino de cabras” es la vía esencial para poder presenciar en perspectiva el famoso Puente Nuevo. Parte desde la plaza de María Auxiliadora, junto al Mirador del Campillo.

La verdad es que jamás pensé que el camino iba a ser tan malo y peligroso. De hecho, Pedro, el recepcionista del Parador que me lo indicó, me informó que había que bajar hasta el fondo, pero que luego venía lo peor, que era subir, pero en ningún momento me recomendó el tomar alguna precaución especial, como el hecho de llevar algún bastón o cayado en que apoyarse. Afortunadamente sí que llevaba el calzado adecuado. Sin este calzado me habría sido imposible hacer un descenso tan pronunciado e irregular. Resbalé unas cuantas veces con riesgo real de caer de mala manera y hubo un par de ocasiones en que estuve tentado de desistir. Me armé de valor y me dije que si había llegado hasta aquí, no podía ahora “rajarme”.


Así pues, como titulo en este epígrafe, “hago el descenso a los infiernos para poder acceder al Cielo”, un lugar increíble, mágico, casi inaccesible, único sitio desde el que se puede contemplar completo el Puente Nuevo uniendo las dos partes de Ronda. Inenarrable. Nunca me lo habría perdonado si no lo hubiera visto, pese a los peligros del camino, sobre todo el descenso, que fue lo realmente peliagudo; la subida para regresar fue mucho menos “dolorosa”. Me acordé constantemente de mi hermano Paulino, mi cuñada Eva y su grupo de senderistas, así como de Celia, tan amante de la naturaleza. Seguro que pese a los peligros, habrían disfrutado al máximo.


Una vez llegado a mi punto de destino, en un silencio sepulcral, sin nadie a mi alrededor, me extasié frente a la visión que tenía ante mis ojos. Me acordé de unas palabras de Carlos Castilla del Pino que había leído en la primera parte de sus memorias, Pretérito Imperfecto. En dos líneas hace la mejor descripción, desde mi modesto punto de vista, de la famosa estampa rondeña: “…el Tajo de Ronda, ese tremendo corte en la roca que parece dejar a la ciudad como dispuesta a lanzarse al vacío.”


A los diez o quince minutos de mi parada, que aproveché para disparar las dos cámaras (mis fotografías quizás muestren algo de lo que sentí en esos momentos), se me unió una joven japonesa, sola, con una Nikon réflex al cuello, que me pidió en un inglés primario si podía hacerle alguna foto que testimoniase su “proeza”. Accedí a sus deseos y a mi vez le solicité si ella podía hacer conmigo lo mismo. Le pasé la Leica M9-P y aunque previamente enfoqué la cámara y luego traté de indicarle cómo debería de encuadrarme, fue imposible obtener nada mejor que la imagen que dejo, solo como prueba documental, de mi presencia junto al Arco de Cristo, que así se llama el lugar hasta el que descendí.

Una hora y media duró la excursión. Cuando regresé a la civilización, y tras un breve descanso en la plaza de María Auxiliadora, me encaminé, tras cruzar el Puente Nuevo, hacia la “Ronda nueva”, en concreto a su calle más famosa y comercial, la Carrera Espinel, conocida por los lugareños como calle de la Bola.




La verdad es que el ambiente que se respira en esta arteria nada tiene que envidiar al de cualquier otra famosa calle peatonal de una gran capital española, como, ya que estamos en Andalucía, la de Sierpes en Sevilla o Larios en Málaga.

Regreso al Parador para dar cuenta de otra soberbia cena. Igual que ayer, me sirven el aperitivo: aceitunas aliñadas, fantásticas, y una copa de fino amen de los consabidos canapés y el pan y mantequilla, de todo lo cual di buena cuenta. La cena estuvo compuesta de un primer plato de tartar de aguacate y mango aderezado con langostinos tigre y jamón de pato y un segundo algo más sencillo: chuleta de ternera lechal con guarnición de verduras salteadas. De postre, helado de vainilla acompañado de varillas de chocolate y de frambuesa.


Sábado, 1 de octubre

Desayuno igual que ayer, bollería con mantequilla y mermelada de melocotón; también un par de pestiños, zumo de maracuyá y mi té con leche. Eran alrededor de las diez cuando pongo mis pies en el exterior. Corre un fuerte viento de levante, que ya se había iniciado ayer a última hora de la tarde.

Comienzo la mañana en el museo del Puente Nuevo. Impresiona el bajar hasta allí. Abono 2 € por la entrada que lleva un folleto incluido.

MUSEO DEL PUENTE NUEVO

Tal como dice el folleto “el Puente Nuevo es sin duda el símbolo universal de Ronda. Un puente que nos permite cruzar el desfiladero del Tajo, pasar de una ciudad a otra, saltar en el tiempo de un mundo medieval a otro moderno. Además de ser una extraordinaria obra de ingeniería, su entorno patrimonial y natural es único”.


Sobrecoge descender las escaleras que nos llevan hasta el corazón del puente, donde se encuentra el Centro de Interpretación, en cuyo lugar, mediante técnicas audiovisuales se nos habla de su construcción, su relación con el paisaje, su importancia en el desarrollo de la ciudad, etc.


Hubo un primer puente construido en 1735, bajo el reinado de Felipe V y cuyas obras se ejecutaron en ocho meses. Consistía en un gran arco de 35 metros de diámetro. El puente se hundiría seis años después, en 1741, causando la muerte a 50 personas que en ese momento hacían uso de él.

Algunos años más tarde, en 1758, se iniciaron las obras del que sería el actual y definitivo puente. Esta vez, los trabajos, dirigidos por el arquitecto turolense Martín Aldehuela, duraron casi 30 años, concluyendo el 15 de septiembre de 1787.


Esta ingente obra, tiene una altura de 100 metros desde el arranque de sus cimientos en el mismísimo fondo de la garganta y ha sido construida en sillares de piedra.


Cuando finalizo la visita del Puente Nuevo, emboco la calle Armiñan y hacia la mitad de la misma me detengo frente al minarete de San Sebastián, así llamado porque la mezquita que ocupaba este lugar hasta la conquista cristiana de Ronda, fue convertida en iglesia bajo la advocación de este santo. Su construcción, a cargo de los nazaritas, data del siglo XIV.

MUSEO DEL BANDOLERO

Me dirijo al museo del Bandolero, situado en la ya citada calle Armiñán. El coste de la entrada es de 3 euros. Lo encontré francamente interesante y bien presentado. El complemento de un documental televisivo de unos 40 minutos de duración sobre los bandoleros, realizado por la televisión andaluza, es un remate ideal a la visita del museo. Confieso que entré en el recinto con cierta prevención, pero mi impresión a la salida del mismo es que merece la pena.

LA IGLESIA DEL ESPÍRITU SANTO

Al salir del museo encamino mis pasos hacia el final de la arteria, hasta la iglesia del Espíritu Santo, cuya construcción, sobria y austera, finalizó en 1506. Su estilo es gótico con algún que otro elemento renacentista. La entrada al templo, que tiene un coste de 1 €, incluye la subida a la torre, con una vista interesante desde lo alto, aunque es perfectamente prescindible. Como anécdota, mencionaré el gran susto que sufrí debido a un par de “campanazos” correspondientes a los cuartos, en este caso el de las 13:15.

En la misma zona se encuentra la Puerta de Almocabar, que fue el acceso principal a la ciudad durante la dominación musulmana.


Regreso al hotel pasadas las dos de la tarde sin ganas de comer, de modo que decido echarme una reparadora siesta.

Salgo cerca de las 18:00 horas. Cruzo el puente, me introduzco en la calle Tenorio, para deambular a continuación por diferentes callecitas, plaza del Beato Diego, Moctezuma, hasta llegar al Ayuntamiento.





Vuelvo hacia atrás y acabo en la plaza de María Auxiliadora, donde hago de nuevo fotos del Tajo y luego de la calle Tenorio.


Llego al hotel cerca de las siete y media, descargo las fotos realizadas con la Leica digital, y al igual que lo hecho en días anteriores, tomo notas de mi actividad diaria en el pequeño ordenador portátil que ha venido a sustituir a los apuntes manuales que efectuaba hasta la fecha en anteriores viajes.

Decido bajar a cenar temprano, a las 20:30, hora en que se abre el comedor. No es que tenga mucha hambre, pese a no haber ingerido alimento alguno desde el desayuno, pero sí me encuentro algo cansado y quiero hacer las maletas para salir mañana temprano hacia Baeza.

No puedo dejar de anotar las viandas de mi última cena en el Parador. La entrada consistió en un paté de perdiz con puré de olivas negras, una receta regional según me indicó el maître, que estaba verdaderamente exquisito, aunque en tal abundancia, que pese a ser solo el primer plato, me costó finalizarlo. A continuación un taco de emperador con langostino tigre en salsa de chocos y de postre helado de fresa con varitas de chocolate.


Domingo, 2 de octubre

Tras mi último desayuno en el hotel, bajo mis pertenencias al coche y no puedo dejar de anotar que mi salida del Parador fue un auténtico espectáculo. Sitúo al potencial lector.

Domingo, nueve y media de la mañana, tranquilidad y silencio casi absoluto en los alrededores de la plaza de España. Arranco el Golf e inicio la sinuosa subida en curva cerrada que desde el garaje me lleva a la entrada del Parador. Cuando llego arriba, veo que la puerta, con barrotes de hierro, está cerrada. No percibo ningún botón ni medio alguno que me permita abrirla. Cuando arribé tres días antes, sí había un botón en el exterior que al pulsarlo abría la puerta.

En vista de la situación, y ante la imposibilidad de hacer otra cosa, me dediqué a tocar el claxon del coche con gran intensidad. A través de los barrotes de la puerta vislumbro a un empleado del hotel que ha salido, aparentemente despavorido ante el escándalo, y mira hacia todos lados menos hacia el garaje, por lo cual, me dirijo hacia él llamándole a voz en grito a través de los barrotes de la puerta. Cuando me ve, se queda perplejo, atónito, y me dice que esa es solo la entrada, que la salida se realiza por abajo. No obstante, dada la situación, no lo duda y me dice que me abre la puerta. Salí abochornado, y siguiendo las indicaciones del GPS enfilé el camino de Baeza como alma que lleva el diablo.

Cargo gasolina en las afueras de Ronda y me pongo en marcha a las 09:45. Tras un viaje tranquilo y sin incidentes llego al hotel de Baeza a las 12:45.

SOMERA INTRODUCCIÓN DE ÚBEDA Y BAEZA

¿Qué puedo decir como introducción a las dos ciudades hermanas? Úbeda y Baeza son el más vivo ejemplo del renacimiento en España. Simplificando diríamos que la primera representa la arquitectura privada y el poder civil y la segunda la arquitectura pública y el poder religioso.

De Úbeda es natural don Francisco de los Cobos, secretario de estado del emperador Carlos V, que fue el mayor benefactor de su ciudad natal y el protector del arquitecto Andrés de Vandelvira, al que se deben algunos de los edificios más notables de ambas ciudades. Baeza por su parte, confió su progreso al poder eclesiástico que fundó una de las primeras universidades españolas.


BAEZA



Tengo la suerte de poder aparcar en la misma puerta del hotel, algo que según me dice Francisco, uno de los recepcionistas de La Casona del Arco, es dificilísimo, ya que el establecimiento está situado al inicio del casco histórico.

Una vez mis pertenencias en la habitación 101, confortable y con una hermosa cama de época, voy a reconocer el bar restaurante El Torreón, justo frente al hotel, donde tendrán lugar mis refrigerios. Es un local con una amplia terraza que tiene un comedor muy hogareño, lo que en Madrid sería una clásica casa de comidas. En su publicidad figura que está recomendado por la guía del Trotamundo. Debo decir que me dispensaron un trato familiar y cercano y que comí siempre muy a gusto.
  

PRIMER CONTACTO CON BAEZA

Me dirijo al centro paseando, atravieso la plaza de España, la del Mercado Viejo o de la Constitución y llego hasta la del Pópulo, también conocida por plaza de los Leones. Me llama poderosamente la atención la importante cantidad de perros que llevan collares con los colores de la enseña nacional. ¿Tendrá algo que ver en ello la especial relación de Baeza con la Guardia Civil?


Me siento en un banco de la gran plaza de la Constitución. Retrocedo en mi imaginación como medio siglo atrás. Es el retrato estereotipado de un pueblo español en una apacible y soleada mañana otoñal de domingo. Me recuerda a La Laguna de mi infancia.


Regreso para comer en El Torreón. Puesto que no tengo mucha hambre elijo una ensalada mixta, francamente buena y un escalope con patatas panaderas. De postre, natillas caseras.

Al acabar mi almuerzo vuelvo andando hasta la plaza del Pópulo donde me subo al trenecito que desde este punto inicia un paseo por la Baeza monumental.

Cuando acabamos, 16:45, me decido a patear los mismos lugares. Hago algunas fotos con la Leica, y acabo el carrete 2º de la Contax. No pienso que haya nada especialmente bueno, pues el sol, duro, hacía las imágenes casi imposibles. Todo estaba entre sol y sombra.


La primera impresión, confirmada a lo largo de mi estancia, tanto en Baeza como posteriormente en Úbeda, es que si nos circunscribimos en exclusiva al casco histórico y a los monumentos más representativos, casi todos del siglo XVI, tiene uno la impresión de encontrase en una ciudad castellana, que bien podría ser Salamanca o Ávila. Ahora bien, cuando nos adentramos en las callejas retorcidas y estrechas, solitarias, flanqueadas por blancas casas con ventanas guarecidas por rejas, ya no nos cabe la menor duda de que estamos en Andalucía.


Regreso al hotel por el paseo de la Alameda, el mismo que solía frecuentar Antonio Machado mientras vivió en Baeza.

Ceno unos entremeses, pinchos morunos, dos rebanadas de pan con manteca colorada y grandes lonchas de jamón serrano, queso manchego curado en aceite, un gran vaso de cerveza, y arroz con leche de postre.

Paseo tras la cena por la calle Compañía hasta el palacio de Jabalquinto y la catedral. Increíble Baeza de noche, con una iluminación tenue, acogedora, casi fantasmagórica en algunos recodos de sus empedradas y silentes calles.


Lunes, 3 de octubre

Desayuno bufé en el hotel. No se puede comparar con el del Parador de Ronda, pero es muy completo y abundante. Consumo bollería, un zumo de naranja y mi té con leche.

VISITA GUIADA AL CASCO HISTÓRICO

A las 11:00 inicio la visita guiada por el casco histórico de Baeza que venía incluida en el paquete de viaje de El Corte Inglés.

El recorrido dura unas dos horas. Somos media docena de turistas, todos nacionales, que disfrutamos con las claras y precisas palabras de nuestra guía, la joven Noelia, de la agencia turística PÓPULO.


PLAZA DEL POPULO



Visitamos la plaza del Pópulo, acogedora, resguardada por los edificios históricos que la circundan: frente a nosotros, la Casa de las Escribanías Públicas, de estilo plateresco; a nuestra diestra la Puerta de Jaén y el Arco de Villalar, cerrando el costado izquierdo las Antiguas Carnicerías, en estilo renacentista, de indudable nobleza pese a su finalidad, construcciones todas del siglo XVI.


El centro de la plaza lo llena la llamada Fuente de los Leones, erigida con elementos procedentes de las ruinas de Cástulo.

PALACIO DE JABALQUINTO


Siguen nuestros pasos hacia una recoleta plaza, preámbulo de la de Santa María, donde se encuentra el Palacio de Jabalquinto, uno de los símbolos de Baeza. Es un edificio gótico de finales del siglo XV que en su exterior recuerda vagamente a la Casa de las Conchas de Salamanca, aunque una vez oídas las expertas explicaciones de Noelia, podemos apreciar con gran asombro, además de la profusión de puntas de diamante, clavos de piña, florones, lazos, heráldica… una buena variedad de figuras humanas en actitudes sexuales explícitas, que adornan su maravillosa fachada.




En el interior podemos disfrutar de un hermoso patio de doble arcada así como una monumental escalera de estilo barroco.

IGLESIA DE SANTA CRUZ



Frente al palacio de Jabalquinto se encuentra la única iglesia románica censada en Andalucía, la de Santa Cruz, de mediados del siglo XIII, con una portada sur, la situada frente al palacio, de características salmantinas. En su interior apreciamos unos bellos frescos, aunque ciertamente muy deteriorados, del siglo XV.

ANTIGUA UNIVERSIDAD



Próxima al palacio de Jabaquinto se encuentra el gran edificio que en la actualidad alberga un Instituto de Enseñanza Media, del que fue catedrático de gramática francesa entre 1912 y 1919, Antonio Machado.


Construido a fines del siglo XVI, posee un bello patio renacentista y fue sede universitaria hasta el siglo XIX en que cesó su actividad. La torre de la capilla de San Juan Evangelista, visible desde cualquier punto de la ciudad, realza la sobria fachada de la edificación.


PLAZA DE SANTA MARÍA

Arribamos a la bellísima plaza de Santa María, otro de los puntos fundamentales de la ciudad, con la primorosa fuente que da nombre a la plaza, la Catedral a un lado, el antiguo Seminario de San Felipe Neri, del siglo XVII, al otro, así como la fachada gótica de las Casas Consistoriales Altas.



La fuente, del siglo XVI, decorada con cariátides, nos “cuenta” su historia en cuatro medallones donde podemos leer: “Esta obra mandaron hacer los muy ilustres señores de Baeza, siendo corregidor el muy ilustre señor el Licenciado Manrique de Cabrera… Acabóse en el año 1564, reinando el muy poderoso rey don Felipe II”.

LA CATEDRAL
 














 
Lo que hoy es patio y claustro fue durante la dominación árabe mezquita. La enorme mole de este templo sufre diversas transformaciones en su construcción hasta el siglo XVI cuando se hace la reforma más profunda que le da el carácter renacentista que hoy podemos contemplar. Fue en esta misma época cuando su interior, con bellísimas capillas, fue casi totalmente reconstruido según proyecto de Andrés de Vandelvira. Acoge una de las más ricas custodias de Corpus Christi de España.



Desde lo alto de la torre, tras una subida realmente difícil, se contempla una bella vista de la ciudad.

Regreso al hotel para reponer fuerzas mediante una comida que consistió en un revuelto de patatas con queso, emperador en salsa de aceitunas con guarnición de pimientos y flan casero de huevo con nata. Finalizado el almuerzo, hago una reparadora siesta en la habitación del hotel que da a un bonito patio andaluz.

SESIÓN DE FOTOGRAFÍAS

La tarde la dedico a fotografiar los lugares ya visitados y previamente estudiados en cuanto a la luz adecuada: el palacio de Jabalquinto, la iglesia tardo románica de Santa Cruz, la plaza de santa María, la catedral, la plaza del Pópulo o de los Leones, y la plaza de la Constitución con la antigua Alhóndiga. También “inmortalizo” con mis cámaras otros lugares, como las ruinas de San Francisco, y la calle de San Pablo con el palacio de Salcedo y la casa Acuña, actual casino, así como la estatua de Antonio Machado sentado.




Como anécdota ciertamente jocosa, pero nada agradable, cito que paseando por la plaza de la Constitución me llevo la Leica al ojo, voy a encuadrar y constato horrorizado que pese al maravilloso visor de la cámara, lo veo todo borroso. Indago y observo una circunstancia inusitada: el visor, en su lado externo, tiene una hermosa cagada de gorrión. No puedo expresarlo de otra forma. Podía haber sido peor. Con un pañuelo de papel y mucho cuidado limpio mi flamante Leica.

Regreso al hotel de anochecida y me encamino al Torreón, donde ceno una ensalada mixta y un plato de calamares fritos y cazón en adobo. Todo muy rico. No tomo postre y sí una tila.



Martes, 4 de octubre

A las diez en punto me recoge en el hotel Juan Manuel, el simpático taxista que había apalabrado ayer (14 euros por trayecto fue la tarifa estipulada) para que me llevara hoy a Úbeda. Pensé, con muy buen criterio, como pude comprobar esa misma mañana, que dado que tenía mi coche estacionado en la misma puerta del hotel y todos los indicios recabados me indicaban de la dificultad de aparcar en Úbeda, que además se encontraba en fiestas, lo más práctico era ir y volver en taxi.


ÚBEDA

Llego a Úbeda sobre las 10:30. El taxi me deja en la plaza de Juan Vázquez de Molina, sin lugar a dudas una de las más bellas de España. Vázquez de Molina fue sobrino de Francisco de los Cobos y consejero del rey Felipe II. En este lugar se encuentran algunos de los edificios más excelsos del renacimiento español. A un costado de la plaza están las oficinas de ARTIFICIS, la agencia turística con la que voy a realizar la visita guiada cuyo coste es de 12 euros.


A las iniciamos el recorrido con una buena guía al frente, muy profesional, Marta de nombre. Comenzó la charla en el monumento a Vandelvira. Éramos ocho los turistas al inicio cuando en mitad de la exposición de nuestra guía hace su aparición un matrimonio vasco, de similar edad a la mía,  alojados en el mismo hotel que yo y que también ayer habían realizado el tour de Baeza conmigo. Piden disculpas por llegar tarde: les había llevado el coche la grúa. ¡Qué bien hice en ir en taxi!

Todos los edificios que visitamos se encuentran en la ya citada plaza de Vázquez de Molina o en sus aledaños.

IGLESIA DE SANTA MARÍA DE LOS ALCÁZARES



Frente al ayuntamiento se alza la iglesia de Santa María de los Reales Alcázares, barroca por fuera y gótica por dentro. Construida en el siglo XIII sobre una antigua mezquita, destaca en su fachada la puerta principal, del siglo XVII. En su interior causó verdaderos estragos nuestra contienda civil.

SACRA CAPILLA DE EL SALVADOR DEL MUNDO

Con seguridad el monumento más representativo de Úbeda. A mí, particularmente, es el que más me impresionó. Fue concebido por Diego de Siloé y realizado por Vandelvira entre 1540 y 1556.


El mausoleo de Francisco de los Cobos es un edificio de propiedad privada, perteneciente en la actualidad a la duquesa de Medinaceli. Su fachada es deslumbrante, al igual que su sacristía, resumen del mejor Renacimiento andaluz. Aquí reposan los restos mortales de Francisco de los Cobos y de su esposa, María de Mendoza, cuyo lema en vida decía así: «La fe, el trabajo y la diligencia dan estas y mayores cosas».

PALACIO VÁZQUEZ DE MOLINA


También llamado palacio de las cadenas, antiguo convento y actual ayuntamiento, está considerado como el más brillante ejemplo de la arquitectura civil del Renacimiento. Fue construido en 1562 por Andrés de Vandelvira. Soberbio, con una majestuosa fachada clásica, las dos linternas de los extremos aligeran mucho el conjunto. El patio renacentista no es su punto fuerte, según mi modesta opinión.

PALACIO DEL DEÁN ORTEGA

Señorial edificio situado a siniestra de la capilla de El Salvador, que se convirtió en el tercer Parador de turismo que abrió sus puertas en España.

SINAGOGA DEL AGUA

Fuera del circuito regular, pero complementado por ARTIFICIS, realizamos una visita realmente interesante. Me refiero a la denominada Sinagoga del Agua, cuya aparición en las guías turísticas de Úbeda es más que reciente.

Su descubrimiento, apenas unos años atrás, sorprendió a los propietarios del inmueble en el que se realizaban obras para construir varios apartamentos turísticos, de modo que hubo que paralizar el proyecto urbanístico ante la aparición de lo que a la postre resultó un auténtico tesoro que ha cautivado a los investigadores y a los turistas que ya nos hemos adentrado en su interior.

La llamada Sinagoga del Agua conserva restos de lo que pudo ser una antigua sinagoga judía. Cuenta con siete pozos conectados entre sí y un mikvé (baño ritual judío). Se ha constatado que con posterioridad, el templo fue ocupado por la Inquisición.

Desde mi modesto punto de vista, esta es una visita que no deja indiferente, y a ello contribuye sin duda alguna la excelente rehabilitación del edificio

En el caso de la Sinagoga del agua, como bien nos explicó Irene, la eficiente guía que había relevado a Marta, no solo el lugar en que nos encontrábamos había sido habitado de forma regular hasta apenas unos años atrás, sino que señalándonos una de las estancias, nos indicó que en ella había instalada una ¡peluquería!

Me acordé de las cisternas bizantinas de Estambul, en concreto del restaurante SARNIÇ, antigua cisterna situada junto a Santa Sofía, en la que hasta mediados del pasado siglo había un garaje de reparación de automóviles cuyo suelo había sido rellenado con varios metros de tierra.

La visita duró una media hora, de modo que poco antes de las dos éramos “libres”.

Como apenas tenía ganas de comer, pero sí sed por el calor, importante aunque no sofocante, entré en un establecimiento de la zona monumental y me tomé una caña que me sirvieron muy fría con una buena tapa.

BAEZA, DE NUEVO

A las tres llamé por teléfono a Juan Manuel que vino a recogerme en 20 minutos, de modo que a las cuatro estaba en mi hotel. Me eché una siesta hasta cerca de las seis, hora en la que salgo a la calle para efectuar las consabidas compras de los recuerdos para la familia y amigos. Yo me regalo una edición facsímil de 1901 de un opúsculo de don Francisco de Quevedo y Villegas cuyo título, que recuerdo haber visto de niño en la biblioteca de mi padre, es cuanto menos peculiar, “Gracias y desgracias del ojo del culo”.

Ceno unos riquísimos tomates troceados, fiambre de pollo en dos rodajas de pan con salsa de aceitunas y patatas panaderas con un aliño de la casa. Cerveza y flan casero de huevo con nata.

Tras la cena no me privo de un último paseo nocturno a la luz de la luna que aprovecho para realizar alguna que otra imagen de una Baeza espectral, misteriosa, cautivadora a la postre.



















Miércoles, 5 de octubre

Me levanto temprano, a las 08:00, desayuno en el hotel y recorro de nuevo la alameda, el paseo de Antonio Machado, desde el que a esa hora mañanera, y entre la bruma, se vislumbra a lo lejos Úbeda.




Salgo de Baeza a las 10:15. A mitad de camino percibo la señalización del desvío para Viso del Marqués. Luis me había hecho especial hincapié para que efectuara una corta visita a este pueblo, con el atractivo, como premio, del palacio del Marqués de Santa Cruz, Don Álvaro de Bazán. Aunque solo fuera por la recomendación suya acerca de la maravillosa Fundación Almeida de Lisboa, pensaba seguir su consejo a pies juntillas. Lamentablemente no me encuentro ya con fuerzas, y muy a mi pesar, desisto de hacer la parada, de modo que voy de un tirón hasta casa, en Las Rozas, donde llego a las tal como me predice el GPS, elemento milagroso para personas de nula orientación como yo, algo que no me cansaré de repetir.

Final feliz de otra historia, y de nuevo el día a día habitual: las consultas telefónicas, la firma de licencias, las “filípicas” de Carmen, mi compañera de trabajo y la más eficiente colaboradora, algún que otro Observatorio, de vez en cuando un paseo por Bruselas, los desayunos de media mañana con Soco y Celia, los paseos en bicicleta hasta Navalcarbón, las tardes con mis nietos, cuyo número continúa aumentando poco a poco... La vida sigue…

Las Rozas de Madrid, a 16 de octubre de 2011






















 









jueves, 25 de agosto de 2011


ÁVILA

Se duerme la tarde en Ávila envuelta en blancos copos de algodón que resbalan lentamente sobre los viandantes, pocos, del Paseo del Rastro. Vislumbro a una colegiala arrebujada bajo su abrigo, mientras a lo lejos, al compás de la nieve que cae, repica el corazón de algún reloj. Frente a mí, el Valle del Amblés vela, en esa hora intemporal de una cruda tarde de invierno, el reposo de los abulenses.

Mi sueño, acaecido en una tórrida noche de agosto, espero que algún día no muy lejano, pueda hacerse realidad y me sea dado contemplar las milenarias piedras de la muralla abulense tal como las presencié en mi imaginación.

Se ha dicho que Ávila, por sus monumentos, su paisaje y su ambiente, es la ciudad más netamente castellana. El viajero puede sentirse transportado a la Edad Media, sensación que queda corroborada si el visitante degusta la gastronomía local.

Desde el precioso Paseo del Rastro, tan amado por los habitantes de la ciudad en los días invernales con sol, podemos contemplar, ya lo hemos mencionado, el valle del Amblés cruzado por el río Adaja a la par que deambulamos saboreando el espíritu abulense.

Gracias a mi afición a la fotografía y también a mi “manía” del orden en mis archivos fotográficos, tengo documentada mi anterior visita a esta capital en abril de 1984. La realicé con mi esposa Eloísa y mis hijos Mariano y Marisa. De esa visita guardo especial recuerdo de una fotografía tomada en el convento de la Encarnación, a la que tengo un particular cariño y que inserto como portada en este relato de ésta mi nueva excursión a la ciudad de Teresa de Cepeda y Ahumada. La foto muestra a la Santa de niña en compañía de su hermano Rodrigo. En ese tiempo, Teresa pensó ya en sufrir el martirio, para lo cual, ella y su hermano, un año mayor, trataron de ir a las “tierras de infieles”, es decir, tierras ocupadas por musulmanes, para que allí los descabezasen. Su tío los trajo de vuelta a casa.

En esta ocasión, realizo la visita a Ávila el 14 de agosto de 2011, y lo hago en compañía de mi hijo Luis, el mayor, recién “desembarcado” de Japón. Voy a tratar de reflejar, lo mejor que sepa, mis impresiones acerca de una ciudad que me pareció, pese a la multitud de peregrinos de las JMJ de Madrid 2011 que la colmaban ese domingo, anclada literalmente en otro tiempo.


Sin duda, y esta es la primera reflexión que se suele hacer el visitante que arriba a esta hermosa localidad castellana, Ávila es la ciudad de la muralla y de las iglesias. Sin querer ser exhaustivo, podemos citar, además de la Catedral, la Basílica de San Vicente, las iglesias de San Pedro, San Andrés, San Segundo, San Juan, Santiago, San Nicolás, la capilla de Mosén Rubí de Bracamonte, el Real Monasterio de Santo Tomás, los conventos de Las Gordillas, San Antonio, de la Encarnación, de Gracia, de Santa Ana, de San José y por supuesto el de Santa Teresa; además, la Ermita de San Martín y la de la Cabeza. Todo, en un núcleo urbano que hoy en día apenas llega a los 50.000 habitantes.

         

ACERCA DE MIS CÁMARAS FOTOGRÁFICAS (que pueden saltarse olímpicamente los no interesados en el tema)

Antes de seguir con la narración debo hacer un inciso importante referido a mi afición fotográfica. Ya en varios de los viajes anteriores he hecho referencia a mi paso a la fotografía digital en plan serio. Éste se ha producido por fin, aunque de momento, sin abandonar de forma definitiva la analógica. El día de San Juan, 24 de Junio, adquirí por fin la Leica que esperaba desde hacía un año. Como toda espera tiene premio, la mía ya no era la M9, la última maravilla salida de la factoría alemana con sensor de tamaño completo en 24x36, es decir, el formato clásico de 35 mm de “toda la vida”, sino la versión “profesional” de la citada M9, la M9-P, que había sido presentada en París, a nivel mundial, justo tres días antes, el 21 de junio.


Así pues, el día de mi santo de 2011, viernes por más señas, salí del establecimiento de FOTOCASIÓN, en la madrileña calle de la Ribera de Curtidores con la Leica M9-P equipada con la última versión del famoso Summicron de 50mm f/2.

Mi idea es la de dotar a esta nueva cámara de un gran angular extremo de 21mm. El problema de las ópticas Leica es el precio, así que de momento tendrá que esperar el Super Elmar de 21mm. De modo que para mi visita a Ávila, donde la focal citada era para mí esencial, decidí que a la Leica M9-P la acompañase la analógica Contax G2 con el Zeiss Biogon 21mm f/2.8, que a fin de cuentas tanto monta con relación a los objetivos Leica. Siempre, ya desde los años 30 del pasado siglo, se ha discutido cuál de las dos ópticas alemanas era la mejor, si Zeiss o Leitz (hoy día Leica).


Resumiendo, mi idea de aligerar mi equipaje fotográfico y poder al fin realizar mis viajes con una sola cámara, la M9-P con dos objetivos, el 21 y el 50mm, tendrá que esperar a mejor ocasión. Simplificando, diría que la M9-P ha venido a sustituir, al menos en este viaje, a su venerable antecesora, la M3 de 1954 que hasta ahora venía utilizando para la fotografía en blanco y negro con la primera versión del Summicron 50mm f/2.

NUESTRA JORNADA EN ÁVILA

Hecho el inciso fotográfico, vamos ya, al fin, a hablar de mi viaje a la ciudad de adopción de mi amiga Celia, a la que siempre cito con placer, pero en esta ocasión con motivos más que sobrados, pues de ella han venido las mejores indicaciones para que no se me escapara nada de una ciudad en la que si no nació, sí vivió hasta los 14 años, y con ella ha seguido y sigue teniendo unos lazos de unión muy estrechos.

Salimos temprano de Las Rozas, 09:30 en un día claro y diáfano, propio de las fechas en que nos encontrábamos, y con una temperatura máxima prevista para Ávila de 30 grados, tres o cuatro menos que en Madrid, lo que era de agradecer. No olvidemos que Ávila se precia de ser la capital de provincia más alta de España, 1.131 metros sobre el nivel del mar.

Tras un viaje de poco más de una hora hicimos nuestra entrada en la amurallada ciudad por el Paseo del Rastro, estacionando el coche en el aparcamiento sito en este lugar.
En la Puerta del Rastro pregunté a un señor de edad respetable que cruzaba el paso de peatones, si vivía en la ciudad, si era un lugareño. Me respondió con una gran sonrisa que “desde hacía 79 años”. La verdad es que yo le eché unos pocos menos. Nos informó puntualmente de la ubicación del Mesón del Rastro, el lugar recomendado por Celia para nuestro almuerzo (“no dejéis de pedir unas revolconas”) que se encontraba justo nada más traspasar la muralla, a 50 metros de donde estábamos. Ya en el mesón hicimos reserva para las 14:00 horas e iniciamos nuestra visita a Ávila comenzando por su monumento más famoso, las murallas.


LAS MURALLAS

Ávila es la ciudad medieval amurallada mejor conservada del mundo. Sinceramente, para quien jamás ha visitado esta localidad castellana, la muralla abulense impresiona. Dejemos unas pocas líneas con la historia de estas piedras.




Se comenzó a construir hacia el año 1090 por orden de Raimundo de Borgoña. De estilo románico, tiene forma rectangular con un perímetro aproximado de dos kilómetros y medio, unos 12 metros de altura y tres de ancho. Los muros están reforzados por torreones en un total de noventa cada veinticinco metros, siendo el más importante de todos, el llamado “Cimorro” o ábside de la catedral. Cuenta con ocho puertas abiertas, todas ellas con imponentes torreones, destacando por su monumentalidad las de San Vicente y del Alcázar.



BASÍLICA DE SAN VICENTE

Sin duda es el mejor edificio religioso de Ávila después de la catedral y uno de los pilares fundamentales del románico español. Su estructura me impresionó vista desde lo alto de la muralla abulense. Fue levantada en el siglo XII, aunque se finalizó en los últimos años del siglo XIII. En su construcción intervino el maestro Fruchel, que también trabajó en la catedral e introdujo el estilo gótico en Ávila. Los ábsides, crucero, partes bajas de las naves, puertas laterales y cripta son románicos; el resto es gótico.



PLAZA DE SANTA TERESA


Es el centro neurálgico de la ciudad, conocida por los lugareños como la plaza del Mercado Grande. La plaza la guarda un grupo de casas con soportales a un costado y en el lado opuesto un edificio moderno que lamentablemente rompe la armonía del lugar. Según parece se levantó con la oposición de la mayoría de los abulenses.

Nota: Después de escrito el relato añado lo que me comenta mi jefe y amigo Luis, que ha tenido la gentileza de leer mi historia: el autor del desaguisado de la plaza de Santa Teresa, no es otro que Rafael Moneo.


Existe además una estatua de Santa Teresa situada casi en el centro de la explanada. El recinto lo cierra, al fondo, la iglesia de San Pedro que parece mirar con su gran rosetón a la puerta del Alcázar y a un trozo de muralla, situadas frente al templo.



La plaza, que ha vivido momentos históricos durante varios siglos (entre otros, aquí se ajusticiaba a reos en el siglo XVIII) es hoy el ámbito de la vida diaria, lugar de citas y reuniones, de sobremesa y de paseos, guareciéndose en el crudo invierno abulense bajo los soportales.


IGLESIA DE SAN PEDRO


Construcción románica del siglo XII que pasa por ser una de las iglesias más antiguas de la ciudad. Este domingo de agosto, con la ciudad llena de peregrinos de la JMJ de Madrid 2011, cuando entramos en el templo me encuentro con la muy agradable sorpresa para mis oídos de que están oficiando en francés. Creo que desde mi destino en Ginebra, más de 30 años atrás, no había asistido a una misa en la lengua de Molière. Me trajo imborrables recuerdos de la ciudad de Calvino.


PLAZA DEL MERCADO CHICO


 Como bien me dijo Celia, “en Ávila todo va desde el Grande al Chico y del Chico al Grande”. Es ésta una bonita plazoleta con soportales donde está ubicado el ayuntamiento. Muy cerca, en “La Flor de Castilla”, establecimiento con más de 150 años, compro las famosas yemas de Santa Teresa.


PALACIO DE POLENTINOS

No quiero dejar de citar este palacio, que recientemente (su inauguración oficial corrió a cargo del Príncipe de Asturias tan solo un mes atrás) se ha convertido en la sede del museo del ejército y que cuenta con un patio fascinante. Fue sede del Ayuntamiento mientras se construía el actual edificio de la plaza del Mercado Chico.




LA CATEDRAL
               

Mis gustos, más bien sobrios, siempre me llevaron más cerca del románico que del gótico. Por esta razón, y no por el hecho de estar ubicada en la provincia que me vio nacer, amo profundamente la catedral de León, casi románica en sus líneas puras y diáfanas. ¿Qué puedo pues decir de la seo abulense? Nació románica y acabó convirtiéndose en la primera catedral gótica de España. Su construcción se inicia a finales del siglo XII o a comienzos del XIII y finaliza prácticamente en el siglo XVI.




El interior del templo me deslumbró. Quedé sobrecogido en la semipenumbra de la nave central ante su grandiosidad. Me imaginé en esta iglesia un día de duro invierno, rodeado por esas históricas piedras, policromadas del valle de Amblés o jaspeadas que producen singulares fantasías cromáticas, en un silencio sepulcral, presidido por ese Cristo que emerge en lo alto del trascoro y que parece abrazar al visitante.


No quiero aburrir al lector que hasta aquí haya llegado con descripciones de cada uno de los tesoros históricos que la catedral custodia; para eso están las guías al uso que los reseñan mucho mejor de lo que yo lo haría. Simplemente mencionar, porque es realmente único, el sepulcro en alabastro del Tostado, el obispo que fue de Ávila Alonso de Madrigal, obra maestra sin duda de Vasco de la Zarza realizada en estilo plateresco en 1518.

Antes de finalizar el apartado de la Catedral, unas líneas para una pequeña desilusión. El claustro fue una decepción, y no porque no posea sobrada belleza en si mismo. Se percibe en él la soledad y el silencio, y digo se percibe, porque unas vidrieras impiden por completo el acceso a él, y de ahí mi desencanto. A título de curiosidad, desde 1984 reposan en este lugar los restos del historiador e insigne abulense de adopción, Don Claudio Sánchez Albornoz.


CONVENTO DE SANTA TERESA


Conocido comúnmente como el convento de la Santa, se levanta exactamente en el lugar que en tiempos ocupó la casa de los Cepeda, donde nació Santa Teresa. Las obras, patrocinadas por el Conde Duque de Olivares, comenzaron en 1631 y cinco años más tarde ya ocupaban sus estancias los frailes carmelitas.

Cuando visitamos la iglesia, se celebraba misa a la que asistían, aquí también, muchos de los peregrinos de la JMJ.


COMIDA EN EL MESÓN DEL RASTRO

Arribamos al restaurante poco antes de las dos de la tarde. Hicimos bien en elegir esta hora, pues a los diez minutos de estar sentados, el comedor, muy grande, estaba prácticamente lleno.

Viene bien de vez en cuando visitar estas pequeñas capitales de provincia españolas (en este caso concreto, una verdadera joya), ya que nos da ocasión de presenciar lo que ya casi no se percibe en las grandes urbes.


El comedor del Mesón del Rastro me trajo a la memoria otra imagen ya casi olvidada de mis tiempos infantiles cuando en compañía de mis padres y hermanos, en la también “provincial” Santa Cruz de Tenerife de los años 50/60 del pasado siglo, solíamos almorzar los domingos en algún lugar representativo como el Club Náutico o el Club de Golf, o bien en algún restaurante conocido.

Los comensales del Mesón del Rastro en este domingo de agosto eran las clásicas familias autóctonas, de clase media, sin faltar uno solo de sus miembros, padres, hijos, abuelos... Disfrutaban del tradicional día de descanso. Junto a ellos, almorzábamos unos pocos, muy pocos, turistas nacionales y algún que otro extranjero. El grueso, ya digo, eran “abulenses de toda la vida”. Me reconfortó la imagen.

Para los curiosos mencionaré el menú que elegimos: patatas “revolconas” para abrir boca, sinceramente deliciosas en una cantidad que a mí en particular me hubiera bastado para quedar bien servido sin necesidad de segundo plato, llegados al cual, ambos nos decidimos por la ternera del valle de Amblés, Luis en cazuela y yo a la plancha con patatas fritas. De postre, natillas caseras y un helado de vainilla, también casero, que pese a lo apetecible, me costó terminar. ¿Por qué en nuestras capitales de provincia y pequeños pueblos las raciones son casi el doble que en Madrid? Regamos la comida con cerveza sin alcohol. El volante no me dejaba otra opción.


PALACIO DE LOS VELADA

Este es uno de los pequeños tesoros que me recomendó la güera, y que posiblemente me hubiera pasado desapercibido sin sus indicaciones. “No dejes de ir a tomar café al palacio de los Velada. Es el lugar de moda” me dijo Celia, así que, una vez más, le hice caso y tras la copiosa comida y un paseo relativamente corto bajo un sol que daba alguna que otra tregua al amparo de los soportales abulenses, llegamos al Palacio de Velada, hoy convertido en hotel.



Nada más ver el precioso patio quedé enamorado del lugar. Este es el clásico lugar “pijo chic” de los que a mí, lo confieso sin rubor, me encantan. Dicho lo cual, la etiqueta que le he colgado no es óbice para que las centenarias piedras que nos rodean constituyan un marco incomparable, donde, estoy convencido, se sentirá muy a gusto cualquier visitante de la ciudad, sean cuales sean sus gustos o sensibilidades.

Así pues, en un remanso de paz disfruté de mi habitual té con leche. ¡Qué pocas ganas de levantarme de mi asiento tenía! Me habría quedado allí horas y horas.


Al salir del palacio, muy cerca de allí, me encontré en el edificio de Correos con una más que grata sorpresa que me hizo retroceder muchos años. Al igual que en Santa Cruz de Tenerife, en mi infancia, aquí también los buzones del palacete de Correos, son las cabezas de dos leones.


UNA CRÍTICA

Si alguien me preguntara por algún aspecto negativo, algo que en mi opinión no me hubiera gustado o fuera francamente mejorable, diría que una joya, porque joya es esta maravillosa ciudad, tiene que estar más cuidada en todos los sentidos. En su limpieza, en sus indicaciones, en el mantenimiento o restauración de sus edificios y monumentos, y sobre todo, igual que sucede con otros lugares emblemáticos de la geografía española, las autoridades abulenses, y por extensión las castellano-leonesas, deberían de promocionar con mucha más intensidad la ciudad de las murallas. Su centro histórico e iglesias extramuros, declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO desde 1985, lo merecen.



SANTUARIO DE NUESTRA SEÑORA DE SONSOLES

Abandonamos la capital abulense sobre las cinco de la tarde, pero antes de emprender el regreso hacia Madrid, decidimos visitar un lugar muy querido por los naturales de la castellana provincia: el Santuario de Nuestra Señora de Sonsoles, situado a unos cinco kilómetros de distancia en la carretera de Toledo. Celia me había comentado que de niña solía venir de excursión a este lugar, donde pasaba la tarde y disfrutaba de una merienda familiar en compañía de sus padres y hermanos.




El emplazamiento, pese a que, en mi opinión, lo encontré algo “turistizado”, conserva en cierto modo, el aspecto bucólico que debió de tener hace treinta o cuarenta años.

COROLARIO

La verdad es que he quedado prendado de Ávila, aunque probablemente, tanto en mi primera visita en abril de 1984, como en esta de ahora, he equivocado la época de mis citas.

Regreso, pues, al principio de mi relato. Esta preciosa ciudad tiene que ser como un cuento de hadas en pleno invierno, dormida al resguardo de las murallas, y con la nieve como regalo añadido. Deseo hacer realidad lo que de momento solo ha estado en mi imaginación. Quiero ver Ávila yaciendo en intemporal reposo, blanca, en silencio, adormecida a mis pies desde los Cuatro Postes. Espero, que como en las historias que leía de niño, mis sueños se hagan realidad.


Las Rozas de Madrid, 24 de agosto de 2011