G I N E B R A E N
P I N C E L A D A S
La ciudad de Calvino, del Jet d’eau, el lugar donde asesinaron a Sissi, la sede de la Sociedad de Naciones y la europea de la
ONU, capital del cosmopolitismo, escaparate mundial de la relojería, de la
banca y de los seguros… todo eso y mucho más es Ginebra, una de las ciudades
suizas más helvética y a la vez más internacional.
Si duro fue relatar los
años que viví en Estambul y en Los Ángeles, más arduo aún va a ser llevar a
buen puerto este barco que me propongo ahora, que es dar cuenta de los casi
seis años (1 de diciembre de 1975 a 30 de septiembre de 1981) que estuve
destinado en Ginebra.
Yo había conocido de
estudiante la ciudad en la segunda mitad de los años 60 del siglo pasado,
durante el destino allí de mi padre. En aquellas fechas, la distancia entre
Suiza y España, y más en concreto entre Ginebra y Madrid, era sideral. Recuerdo
como si fuera hoy la emoción que sentí aquel verano de 1968 cuando aterricé en el
aeropuerto de Cointrin.
Luego, a finales de 1975
(tomé posesión de mi puesto diez días después del fallecimiento del entonces
jefe del estado, el general Franco) me cayó la
“lotería” y me encontré destinado entre los funcionarios que conformábamos la
que coloquialmente designábamos como oficina comercial de España en Ginebra (la
verdadera oficina comercial estaba en Berna), y oficialmente era la
Representación Permanente de España para Asuntos Comerciales.
Mi anterior destino había
sido la Delegación de Comercio (hoy en día, Dirección Territorial) de Las
Palmas de Gran Canaria, donde habíamos vivido tres años, de modo que el cambio
fue grande, más para mi esposa Eloísa que para mí, que a fin de cuentas
volvía a un lugar que había amado en mi época de estudiante. En cuanto a los
niños, eran demasiado pequeños para constatar la mudanza.
¿Cómo voy a hacer para
relatar mi vida en esta ciudad? Trataré de realizar algo parecido a lo que hice
con Los Ángeles y Estambul. A ver cómo me sale. También en este caso cuento con
la ventaja de las numerosísimas fotografías que realicé, y que van a ser de una
preciosa asistencia para el desempeño que me he propuesto, ayudándome a recordar
los momentos, las situaciones vividas.
Las
fotos de este relato
Como hago siempre, para
los curiosos, indico la ficha técnica de las fotos. Las que incluyo fueron
tomadas entre 1970 y 1984 (año en el que pasamos nuestras vacaciones veraniegas
en Ginebra, en la casa que en Carouge nos cedió cariñosamente nuestro amigo
Fernando Jiménez). Las cámaras con las que las hice fueron varias: dos aparatos
de telémetro profesionales, una Contax
IIIa con objetivo Zeiss Sonnar
50mm f/1,5 y una Voigländer Prominent I
con objetivo Nokton 50mm f/1,5; dos Contax reflex, una profesional RTS I y una 139Q, con objetivos Zeiss,
Distagon 28mm f/2,8, Planar 50mm f/1,4 y Sonnar 135mm f/2,8. Además, una pequeña Agfa Optima 1035 con objetivo fijo Solitar S 40mm f/2,8.
Transcribo aquí las mismas
palabras que ya escribí en mis relatos de Estambul y de Los Ángeles, con más
razón si cabe aún en este caso, ya que la gran mayoría de las fotos rondan los
40 años. Alguna de las imágenes, acusan el paso del tiempo en los negativos,
pese al mucho cuidado que siempre he puesto en conservarlos adecuadamente, y al
mimo con que procedí a escanearlos. Es más que posible que su revelado no fuera
el adecuado, y aunque he procurado restaurar aquellas más deterioradas, no
siempre el resultado ha sido el que me habría gustado.
Un
poco de historia acerca de Ginebra
El nombre de Ginebra
aparece escrito por vez primera en La
guerra de las Galias de Julio César en el año 58
a.C. En el 444 finaliza la dominación romana con las invasiones bárbaras, el
reino de Borgoña y la dominación de los francos. En el 1032 Ginebra es villa
imperial bajo la soberanía de los emperadores germánicos, reyes de Borgoña. En
1124, el emperador nombra al obispo de Ginebra príncipe del imperio y soberano
de la villa.
En 1533 el
príncipe-obispo, Pierre de la Baume, abandona la ciudad
y no regresará jamás, dejando vacante el trono episcopal.
Llegamos a un año clave,
1536. En él, el pueblo ginebrino ratifica los Edictos de la Reforma y Ginebra se convierte en una república
independiente. Ese mismo año llega Calvino a la ciudad. En
1559 funda el Colegio y la Academia (que se convertirá en 1873 en la Universidad).
Otra fecha histórica en
los anales ginebrinos es el 12 de diciembre 1602, en que el duque de Saboya
trata de conquistar la ciudad, sin previa declaración de guerra, en época de
paz, y es rechazado en lo que ha pasado a la historia como la noche de la
Escalada.
Por un corto periodo, 15
años, desde 1798 a 1813, la República de Ginebra se integra en Francia,
convirtiéndose la ciudad en la capital del departamento de Leman.
En 1813 los ginebrinos
proclaman la restauración de la República, y en 1815 es admitida en la
Confederación Helvética. Ginebra se convierte en el cantón 22 de la
Confederación.
En 1863 y a propuesta del
ginebrino Henry Dunant se firmó la Constitución del
primer Comité Internacional de la Cruz Roja.
En 1919, Ginebra es elegida
como la sede de la recién creada Sociedad de Naciones. En 1946 es designada
como emplazamiento europeo de las Naciones Unidas (ONU).
En 1953 Ginebra es escogida
como ubicación de la Organización Europea para la Investigación Nuclear (CERN).
Además de las
organizaciones citadas, Ginebra es sede de otro buen número de instituciones,
entre las que podríamos destacar la Organización Internacional del Trabajo
(OIT), la Organización Mundial del Comercio (OMC), la Organización Mundial de
la Salud (OMS), la Conferencia de las Naciones Unidas para el Comercio y el
Desarrollo (UNCTAD) o el Comité Internacional de la Cruz Roja.
Mi
ginebrina abuela Máxima
Mi relación con Ginebra se
remonta al siglo XIX. Me explico: mi abuela materna, Máxima Torbado de las Cuevas. Mi
bisabuelo Quirino,
abogado que vivía de su fortuna particular, se paseó por media Europa
dilapidando poco a poco su patrimonio en los más afamados casinos europeos.
Cuando le tocó el turno a Divonne, a 17 Km de la ciudad de Calvino, aquí, en
Ginebra, se alojó con su esposa, mi bisabuela Odila, y aquí en la década de
1880 nació mi abuela, hija única, que fue bautizada en la vecina iglesia de San
José. Tengo un especial aprecio por una fotografía que realicé a mis padres en
1970 delante de la casa en que nació Máxima Torbado, en el 18 de la Avenue de
Frontenex. Un año más tarde, el edificio sería derruido.
Para acabar con la
historia de mi bisabuelo, con casa solariega en Sahagún de Campos, al fin,
entre los años y la merma de su fortuna, acabó recalando a 7 Km de Astorga, Castrillo
de las Piedras, donde adquirió una finca y edificó una casa a la que puso por
nombre Villa Odila.
La proximidad con la capital maragata le permitía estar cerca de su única hija,
que en un viaje por la comarca había conocido a quién se convertiría en mi abuelo, Moisés Panero,
cuya familia, muy renombrada por ser propietarios de una afamada confitería,
radicaba en Astorga.
En la finca, que
familiarmente conocíamos como El Monte, vivieron mis bisabuelos hasta su
fallecimiento en los años 30 del pasado siglo, y ahí, también, en 1962 falleció
mi tío, el poeta Leopoldo Panero.
De niño, siempre me
produjo una extraña sensación cuando oía que mi abuela Máxima había nacido en Ginebra,
Suiza. No acababa de asociar en mi pequeño cerebro el porqué de aquel hecho,
que me fue explicado años después.
Mis
años de estudiante
Además del episodio
anterior, y antes de adentrarnos en mis años vividos en la ciudad suiza, tengo
que hablar de mis viajes de estudiante.
Mi padre había sido
destinado como Consejero Comercial en 1967 a la ciudad de la que hablamos, y
durante 5 años, los veranos y en Semana Santa, mi hermano Paulino y yo, estudiantes en
Madrid (nuestras hermanas Marisa y Charo vivían con nuestros padres) nos
desplazábamos a Suiza en la época de vacaciones.
Recuerdo con un
maravilloso cariño aquellos años estudiantiles y el deslumbramiento que para un
españolito de esa época producía la ciudad de Calvino.
La distancia con la España
de esos años era sideral. Nuestros
padres vivían en una de las mejores zonas de la ciudad, en Champel, en concreto
en el nº 45 de la Avenida del mismo nombre.
La casa, que hacía esquina con la calle de Miguel Servet (sí, a quien envió a la hoguera Calvino), tenía justo enfrente la parada del trolebús 33 que te llevaba hasta el mismo centro de la ciudad. Me asombraba el hecho de que ya entonces no existían los revisores. Se sacaba el billete en las máquinas de la parada y se montaba en el trolebús.
La casa, que hacía esquina con la calle de Miguel Servet (sí, a quien envió a la hoguera Calvino), tenía justo enfrente la parada del trolebús 33 que te llevaba hasta el mismo centro de la ciudad. Me asombraba el hecho de que ya entonces no existían los revisores. Se sacaba el billete en las máquinas de la parada y se montaba en el trolebús.
Todo lo que me rodeaba en
la pequeña ciudad, unos 200.000 habitantes, contrastaba con el Madrid de esos
años y me encandilaba: calles, tiendas, supermercados deslumbrantes, las
vestimentas alegres de los ciudadanos, la limpieza de las calles, la ausencia
de ruidos, el parque automovilístico moderno y con las mejores marcas, algo que
resaltaba enormemente si lo comparábamos con la pobreza del español (donde aún algunos
taxis funcionaban con bombonas de butano que llevaban en el maletero), los
trolebuses, incluso los tranvías, nada tenía que ver con el Madrid de esos
años, mucho mayor pero mucho más provinciano, como anclado en un pretérito
imperfecto, como habría dicho Castilla del Pino.
En aquel verano de 1968
ocurrió un hecho muy importante, al menos para mí. Nuestro padre nos apuntó a
los cuatro hermanos a un curso intensivo de francés que daba la MIGROS, una de
las dos grandes cadenas de alimentación suiza (la otra era la COOP), con
diversas ramificaciones, entre ellas, la cultural.
El profesor de francés que
tuvimos en aquella pintoresca clase donde había estudiantes de varias
nacionalidades (italianos, españoles, alemanes, ingleses, americanos,
japoneses…) es el mejor maestro que he conocido en mi ya larga vida. Partiendo
de cero, me enseñó la lengua de Molière con precisión y sobre todo, cariño.
Años después me enteré que nuestro instructor era español, exiliado de la
guerra civil, de la que entonces aún no se cumplían los 30 años de finalizada.
En este punto no puedo
dejar de hacer mención a los veranos de mi hermano Paulino, entonces un auténtico
hippy, que recorría Ginebra descalzo, buscando las sombras para no quemarse los
pies. Verídico.
En esos años de estudiante
recorrí bastantes rincones de Suiza, utilizando el coche de mi padre, y casi
siempre en unión de mi amiga Lourdes, a la que había conocido allí. Tengo
infinidad de fotos de esa época, pero para ilustrarla me voy a limitar a insertar
un par de ellas, una en que aparecemos los dos en Ouchy, Lausana, en la verja
de la casa, Vieille Fontaine, en la
que habitó la reina de España Victoria Eugenia, que
había fallecido en 1969. La foto es de 1970. La otra, del mismo día, tiene como
protagonista de fondo al castillo de Chillon.
Mi
destino a Ginebra
Estamos ya en 1975. Como
ya he dicho, yo estaba destinado en Las Palmas. Se convocó fuera del plazo
ordinario la oficina de Ginebra, y por circunstancias a veces difíciles de
explicar, me encontré con el destino en la mano, algo parecido a lo que muchos
años después me ocurriría con Estambul.
Mi mujer le echó mucho
valor, pues en esa época apenas hablaba francés, y fue ella, quien con la
inestimable ayuda de un gran amigo (que saldrá más de una vez en este relato), Fernando
Jiménez, persona clave en el funcionamiento de la oficina comercial,
se atrevió a coger la que sería nuestra casa durante nuestra estancia en
Ginebra.
Pensando en los niños, Eloísa
eligió una urbanización moderna en las afueras con espacio para juegos. En
concreto, en la 3ª planta del nº 7 de la Avenue François-Besson. Se encontraba
en la comuna de Meyrin, muy cercana al aeropuerto de Cointrin, así como al
CERN, a tiro de piedra de casa.
La vivienda tenía 120
metros cuadrados, tres dormitorios, un gran salón comedor, una espléndida
cocina donde cabía una mesa para comer a diario y dos baños, además de una
espaciosa terraza, desde la que se podía “vigilar” el juego de los niños en el
jardín de la urbanización.
La principal “atracción”
de la casa era, como mínimo sui generis: el refugio anti atómico que se
encontraba en los sótanos del edificio y cuyas puertas de acero blindado eran
auténticos muros como los de las grandes cajas de seguridad bancarias. Todos los
compañeros, amigos y familiares que visitaban Ginebra, lo primero que pedían
era ver el refugio anti atómico, del que disponían, por Ley, todos los
edificios suizos levantados después de la II Guerra Mundial. En este punto
tengo que confesar un grave error. Nunca se me ocurrió hacer una fotografía del
refugio.
A poco más de un kilómetro, ya en Francia, se situaba el pueblecito de Ferney-Voltaire. Con la bicicleta suiza Treestar que me compré, con cambio de marchas de tambor Sturmey Archer (como mi Humber inglesa de los años juveniles), me acercaba muchas veces en mis paseos por esos parajes. Meyrin y el campo que lo rodeaba, con algún pequeño bosque incluido, tenía la ventaja de ser muy llano.
A poco más de un kilómetro, ya en Francia, se situaba el pueblecito de Ferney-Voltaire. Con la bicicleta suiza Treestar que me compré, con cambio de marchas de tambor Sturmey Archer (como mi Humber inglesa de los años juveniles), me acercaba muchas veces en mis paseos por esos parajes. Meyrin y el campo que lo rodeaba, con algún pequeño bosque incluido, tenía la ventaja de ser muy llano.
En primavera/verano,
solíamos adquirir fresas “in situ”, cosechadas a la vista de uno. Entrábamos en
la zona acotada, y allí, íbamos recogiendo manualmente las fresas que
depositábamos en cestas dispuestas al efecto. Los niños disfrutaban de lo lindo
recogiendo fresas. En la salida pesaban las cestas (las que nos habíamos
comido, sobre todo los niños, no contaban) y de acuerdo con el peso, pagábamos.
Divertido e instructivo.
Meyrin
La comuna de Meyrin, donde
habitamos, se encontraba a unos 8 km del centro de Ginebra, a una altitud de
450 metros y con una extensión de 10 Km2. Su desarrollo se remonta a los años
20 del pasado siglo, cuando se inició la construcción del ginebrino aeropuerto
de Cointrin. La presencia del aeropuerto internacional, y luego en los años 50
la creación del CERN, que se instaló en el territorio de la comuna,
extendiéndose a la frontera franco-suiza, ha sido clave en el desarrollo de
Meyrin, elegida por las autoridades ginebrinas para convertirse en la primera
ciudad satélite de Suiza, construida según las ideas urbanísticas inspiradas
por Le Corbusier. De esta forma, Meyrin sufrió una
completa metamorfosis, pasando de ser un pequeño pueblo de 3.000 habitantes en
los años 60 del pasado siglo, a una pequeña ciudad de unos 20.000 en la época
que nosotros la habitamos, 20 años más tarde.
En la actualidad, de
acuerdo con los datos que nos proporciona la Web del ayuntamiento, su población
está compuesta por un 29% de ginebrinos, un 27% de nacionales suizos y un 44%
de extranjeros. Ya en nuestra época, casi la mitad de residentes éramos
extranjeros, fundamentalmente funcionarios de los organismos internacionales,
representaciones permanentes, así como del vecino CERN.
Más de 1.500 empresas
tienen su sede en Meyrin, entre otras Hewlett Packard, que mantiene aquí su
central europea. Destacan también Bacardi, Chopard, Cartier, Dupont de Nemours
y el Hospital de La Tour, sin olvidarnos, por supuesto, del Aeropuerto
Internacional de Ginebra o el CERN. La fuerza laboral de Meyrin está compuesta
por unas 25.000 personas, el 90% de ellas en el sector servicios.
Nuestro
día a día
Durante dos años largos, Eloísa
estuvo contratada en la Representación Permanente de España. Luego, en 1978,
decidimos que era mejor que se dedicara en exclusiva a los niños y hacer valer
su tiempo de ocio, con, entre otras actividades, tomar clases de francés.
Mariano y Marisa fueron a
una guardería muy cercana a nuestra casa, cuya directora se llamaba Mme. Pingeon.
Luego, los dos últimos años iban a un colegio de monjitas, el “Externat St.
Marie”, que se encontraba en la rue de Lausanne, frente por frente con la
Embajada.
Eloísa y yo bajábamos en coche al trabajo, aunque
si había nevada fuerte, preferíamos utilizar el magnífico transporte público de
la ciudad. Desde Meyrin al centro cogíamos el trolebús X, amplio, limpio y
rápido.
Ahora me gustaría relatar
en unas pocas líneas nuestros fines de semana ginebrinos, al menos lo que más
habitualmente solíamos hacer: en otoño e invierno, como no podía ser menos en
una ciudad rodeada de montañas, ir a la nieve, y en primavera y verano, al
campo.
En Ginebra, en cuanto uno
recorría 15 ó 20 kilómetros ya estaba en la montaña, que en buena lógica, por
su altitud, y en temporada, se encontraba nevada. Había varias estaciones a
nuestra disposición. Nosotros, solíamos ir con más frecuencia a Saint Cergue,
donde además de las pistas de esquí, se comía estupendamente, y a Les Brasses.
Nuestros hijos tomaron
lecciones de esquí, mientras quien escribe estas líneas se dedicaba, sobre
todo, a resolver problemas de ajedrez…
Inserto unas cuantas
fotografías que dan cuenta de la actividad de nuestros hijos y de la magnífica
panorámica que disfrutábamos
Lo mismo podría decir del
campo. Aquí, siempre fui más participativo. Nuestras excursiones, en los
alrededores ginebrinos, Rolle, Satigny… donde solíamos hacer barbacoas, en lo
que a mí respecta, solo tuvieron un lado negativo. En una época en que todavía
no había vídeos, me perdí más de una final de Roland Garros y de Wimbledon,
pero no me quedó otra. La jefa, Eloísa, mandaba y ordenaba que, “los niños
tenían que tomar el aire puro del campo”. Faltaría más.
Hay multitud de fotos de
nuestras salidas campestres, en grupos o individuales, de las que inserto un
pequeño ramillete. Pero sobre todo quiero resaltar una, la que se encuentra al
inicio de este capítulo, porque creo que es especial en todos los sentidos,
hasta tal punto que nunca nos pusimos de acuerdo mi mujer y yo sobre quién de
los dos tomó la instantánea; Eloísa decía que había sido ella. Yo, aún sigo
convencido que fui yo. Ocupa un lugar muy especial en mi casa de Las Rozas.
Las
compras
No me puedo olvidar de un
aspecto esencial. El avituallamiento familiar. La verdad es que en Meyrin había
de todo. No se necesitaba acercarse a Ginebra para reponer la despensa y lo
necesario para el día a día. Desde la estafeta de Correos (a través de este
servicio, que funcionaba como un reloj suizo, se pagaban todas las facturas) a
la oficina de la Union de Banques Suisses, la UBS donde teníamos cuenta. De
supermercados teníamos la MIGROS (un 3M) y la COOP, además de UNIP o una
librería de la cadena Naville. No faltaba nada.
Si de Grandes Almacenes
hablábamos, entonces había que desplazarse a la capital, bien al más
sofisticado Grand Passage, que había abierto sus puertas en 1907 o a la más
popular Placette, muy cerca de la estación de Cornavin. Tampoco puedo olvidarme
del Bon Génie, situado en la rue du Marché.
Otro lugar que
frecuentábamos, sobre todo en invierno o en días de mala climatología era el
Centro Comercial de Balexert, cubierto, de reciente creación, y en el que tenía
un hermoso local el Gran Passage. Allí solíamos pasar alguna tarde, los niños
entreteniéndose en los diversos artilugios dispuestos al efecto, y degustando
alguna que otra crepe.
Las
amistades
Ginebra era, es, una
ciudad donde además de los estamentos oficiales españoles allí establecidos (Representación
Permanente, consulado, oficina comercial, de turismo, laboral, Iberia) nos
encontrábamos con las organizaciones internacionales con sede en la ciudad, y
por ende, con muchos funcionarios españoles y de habla española, trabajando en
ellas. Por ello, nuestras amistades se nutrieron un poco de todos estos
organismos.
Como tengo que citarlos,
pues saldrán más veces, comenzaré por los más próximos, y ahí se encontraban Fernando
Jiménez (y sus dos hijos Alejandro y Ricardo), que ya he dicho era el
factótum de la oficina comercial; los Castilla, él, Fernando, agregado laboral, y
ella, Nieves,
trabajando, igual que Eloísa, en la embajada. Tenían dos hijos algo
mayores que los nuestros, Fernando y Julio. Estaban también Encarnita
y Juan
Fernández, él delegado de la Confederación de Cajas de Ahorros, con
otros dos hijos, Ana y Jorge de la edad de los nuestros, a los que se
uniría más adelante un tercero, David. Habitaban en nuestra propia
urbanización Ettore
y María José
Zamproni, él, italiano del norte, funcionario de la delegación de la
Comunidad Europea, hablaba un perfecto español; ella cordobesa. También tenían
dos niños de la edad de los nuestros, Tania y Jonathan. En ellos se daba la paradoja que él
hablaba a sus hijos, trilingües, en español, mientras que Mari Jose lo hacía en italiano.
Podría citar bastantes
nombres más, pero los que he mencionado fueron los auténticos amigos, aquellos
con los que convivimos día a día, semana a semana durante años, en comidas,
cenas, momentos especiales, reuniones en el campo o en la nieve, en definitiva,
los que nos dieron su cariño y amistad desinteresada, aquellos a los que
podíamos llamar amigos, y que aún lo siguen siendo hoy en día, pese al paso de
los años.
La
oficina comercial
La oficina estaba situada
entonces en la rue du Jeu-de-l’Arc. Frente a ella había una pequeña plaza que un
día a la semana albergaba un mercadillo de productos frescos, como mantequilla,
quesos y otros derivados de la leche, frutas y verduras.
Muchos fueron los
funcionarios (hasta 5 a la vez coincidíamos en plantilla) que conocí en los
casi 6 años que presté mis servicios en Ginebra. Espero que no se me olvide
ninguno. Desgraciadamente, muchos de ellos ya no se encuentran entre nosotros. Cuando
aterricé, el jefe era Huberto Villar, que ya había coincidido con mi
padre en los años de éste en Ginebra, Álvaro Iranzo, Juan Antonio Castro, Miguel Ángel Díaz
Mier, José Jiménez Rosado, Luis María Esteban y José Manuel Sanz Piñal.
De todos ellos tengo que
citar a Pepe
Jiménez Rosado. De la misma promoción que mi padre, era una persona
maravillosa, con una educación exquisita y un don de lenguas especial (hablaba
maravillosamente el inglés, francés e italiano). Sucedió a Álvaro Iranzo en la jefatura de
la oficina. Su saber estar, sus aires de caballero español de otra época,
marcaron sus años de estancia en la oficina. Pepe era el abuelo materno de Alberto Ruiz Gallardón, al que tuve oportunidad de conocer en
su casa recién acabada la carrera.
La casa de Pepe Jiménez
Rosado, decorada con auténtico gusto, con cuadros de firma donde
destacaban dos pequeños Monet, estaba siempre
abierta para todos, a todos nos trataba con gran cariño y por igual. Muchas
fueron las personas conocidas a las que tuve oportunidad de tratar en su casa.
De todas ellas guardo especial recuerdo del biógrafo de Alfonso XIII,
Julián Cortés Cavanillas, del que creo que dado que tanto Pepe
como Cortés Cavanillas nos abandonaron tiempo ha,
puedo contar una anécdota.
Habíamos almorzado en casa
de Pepe,
en la calle de Miguel Servet, y al final de la jornada, al
despedirnos, Pepe
me pidió que llevara a Julián Cortes Cavanillas
a su hotel. Éste era de fácil y agradable trato, y en la confianza que él había
visto entre todos los comensales, y dada la gran amistad que tenía con Pepe,
de pronto me dijo: “¿Bueno, cómo os trata Pepito mala leche?”. Indudablemente, Pepe
tenía un carácter muy fuerte y una gran personalidad, pero en todos los años
que le traté, solo le vi enfadado una única vez.
Para finalizar, cuento
otra anécdota de Pepe y la absoluta confianza que depositaba en sus
colaboradores. Me acerqué a su despacho para que me firmara un informe que
había elaborado (todos los despachos los firmaba el jefe de la oficina), y una
vez que se lo mostré, me dispuse a explicarle los pormenores del mismo. Me miró
muy serio y me dijo: “como trates de explicármelo, no te lo firmo”. Ese era Pepe Jiménez
Rosado.
Pepe era el dueño de un
perro, Brick,
ya mayor y muy bueno, del que se enamoró Eloísa. Fue el motivo por el que años más
tarde, cuando falleció nuestro dálmata Sancho, se encaprichó con un foxterrier de
pelo liso como Brick,
y así fuimos los dueños de “una pequeña bomba” llamado Odi.
La otra persona de la que
quiero hablar es Miguel Ángel Díaz Mier, muy próximo a mí en cuanto a
generación, pues éramos casi de la misma edad. Miguel Ángel, soltero, hizo muy
buenas migas con mi mujer. Era un sabio que no se daba importancia, y tenía una
bondad extrema. Hacia obras de auténtica caridad sin que nadie se enterara.
Muchas veces vino a casa a comer o cenar con nosotros y a departir de todo un poco,
desde historia medieval hasta alineaciones de fútbol (era madridista, como yo),
pues a todos lados llegaba su sabiduría. A mí, en mi trabajo, me ayudó
muchísimo, de lo que siempre le estaré agradecido.
Mención especial, como ya
he dicho, merece Fernando Jiménez Alcaraz, madrileño de pura cepa, al que conocí
en mi época de estudiante, pues ya formaba parte de la oficina comercial cuando
mi padre fue destinado a Ginebra. Fernando fue durante todo el tiempo que ha
permanecido en la oficina comercial hasta su reciente jubilación, alguien muy
especial, el auténtico factótum de la oficina, que no sabía vivir el día a día
sin él. Pero por encima de todo, fue y es un maravilloso amigo.
No me puedo olvidar de las
chicas, las administrativas, María Isabel, María Jesús, Montse…
Voy ahora a tratar de
describir la Ginebra monumental, lo que podríamos llamar Guía para el viajero o turista.
Pequeña
guía de la ciudad
En la página Web http://www.myswitzerland.com/es/ginebra.html
encontramos una fantástica guía en PDF. Cito la introducción que en ella se
hace de la ciudad:
Entre los picos cercanos de los
Alpes y la cordillera de las colinas del Jura se halla la ciudad de Ginebra, de
habla francesa, en la bahía en la que el Ródano sale del Lago Lemán. La sede
europea de la ONU y principal de la Cruz Roja se llama también "capital de
la paz", combinando una tradición humanitaria con un aire cosmopolita.
El símbolo de la «metrópoli más pequeña del mundo»
es el "Jet d'eau", un surtidor de agua de 140 metros de altura en la
orilla del Lago Lemán. En la orilla derecha del lago se hallan la mayoría de
los grandes hoteles y muchos restaurantes. En la orilla izquierda se encuentra
el casco antiguo de la ciudad, el centro de Ginebra con su barrio de compras y
comercial. Éste está dominado por la catedral St-Pierre, si bien el centro
propiamente dicho del casco antiguo es la Place du Bourg-de-Four, considerada
como la plaza más vieja de la ciudad. Muelles, paseos ribereños, abundantes
parques, callejones animados del casco antiguo así como tiendas elegantes
invitan a callejear. Una de las calles antiguas mejor conservadas es la
Grand-Rue, en la que nació Jean-Jacques Rousseau.
Las «Mouettes», una especie de taxi acuático, permiten navegar de una orilla a
otra. Asimismo hay barcos grandes que invitan a emprender cruceros en el Lago
Leman.
Ginebra es la ciudad más internacional de Suiza, ya
que es sede europea de la ONU. También la Cruz Roja Internacional controla
desde aquí sus acciones humanitarias. Ginebra no sólo es centro de congresos
sino también de cultura e historia, para ferias y exposiciones. La «Horloge
Fleuri», el reloj de flores en el Jardín Inglés (Englischer Garten) es un símbolo
de renombre mundial de la industria relojera de Ginebra.
A nivel cultural, la ciudad tiene mucho que
ofrecer. En el Grand Théâtre, la Ópera de Ginebra, se presentan artistas de
renombre internacional, y los museos más diversos, como el Musée international
de l'horlogerie, un museo de relojes con una colección de relojes de joyas y de
música o bien el Museo Internacional de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja,
que facilita informaciones sobre el trabajo de la organización humanitaria,
invitan a hacer una visita.
Un destino atractivo es el Mont-Salève, que se
halla en el cercano país vecino, Francia. En menos de cinco minutos el
teleférico lleva a los visitantes a una altura de 1100 metros, pudiendo
disfrutar de una vista singular de la ciudad, la cordillera alpina, el Jura y
el Montblanc.
Destacamos
- Jet
d’eau – el surtidor de agua de 140 metros de altura
es el símbolo visible desde lejos de Ginebra.
- Catedral
Saint-Pierre – desde la torre Norte de la basílica de tres
naves en el casco antiguo de Ginebra puede disfrutarse de una vista
singular de la ciudad y el lago.
- Palacio
de las Naciones Unidas – al
cruzar el portón enrejado de la ONU, el visitante entra en territorio
internacional.
- Museo
Internacional de la Cruz Roja – el lugar
de nacimiento de la Cruz Roja Internacional acoge el único museo dedicado
a la historia y a la labor de esta organización.
- Cruceros
en el Lago Lemán – un singular escenario de castillos y
residencias suntuosas ante panoramas idílicos de paisajes y montañas puede
admirarse desde el barco.
- Mont-Salève
– a sólo pocos minutos de la ciudad, el Mont Saléve invita a
realizar unas excursiones hermosas en un paisaje maravilloso
- El
barrio Carouge y su aire bohemio – Carouge
es una ciudad ubicada a pocos minutos de Ginebra.
La estación de Cornavin
Continúo, ya con mis
propias palabras. ¿Por dónde comenzar la visita a Ginebra? Un buen lugar podría
ser la estación de Cornavin, clásica con sabor de antaño. A dos pasos de ella
se encuentra el Hotel del mismo nombre, del que siento no haber tomado nunca
una fotografía (el mejor escribano echa un borrón), pues lo inmortalizó Hergé en una de las aventuras de Tintín, El
asunto Tornasol. A las puertas del mismo, al menos en mis años ginebrinos,
había una gran figura de Tintín que recordaba el
álbum citado.
Las calles de Mont-Blanc y
de Chantepoulet
Partiendo de la estación
de Cornavin descendemos por una de las calles más emblemáticas de la “rive droite”
de Ginebra, la rue de Mont-Blanc, con tiendas de lujo, joyerías, cines y el
gran edificio decimonónico de Correos.
El lago de Ginebra o de
Leman
La ciudad no se podría
concebir sin su maravilloso lago, de hecho Ginebra forma un solo cuerpo con el
lago. No se concibe la una sin el otro y viceversa. En Wikipedia podemos leer:
El
lago Lemán, también conocido como el lago de Ginebra (en francés:
Lac Léman o Lac de Genève), es el mayor lago de Europa
Occidental. Se encuentra situado al norte de los Alpes, entre Francia (orilla
sur) y Suiza (orilla norte incluyendo los extremos occidental y oriental).
Su
forma es muy alargada y curvada hacia el sur; mide 72 km de longitud y 12 km de
anchura. Tiene una superficie total de 582 km², de la cual el 60% (348 km²)
pertenece a Suiza y el 40% (234 km²) restante a Francia. El río Ródano se
vierte en él en el extremo este, y el lago desagua en el Ródano en su extremo
oeste. Un fenómeno característico de este lago es la elevación de sus aguas en
su parte norte con un descenso de las mismas en su parte sur y luego,
alternando, el descenso de las aguas en las costas septentrionales y el ascenso
en las meridionales. Esta curiosa "marea" llamada “dranse” se debe a
las variaciones de la presión atmosférica en la zona donde se encuentra el
lago. Unas 20.000 embarcaciones navegan por él, y se dedican principalmente a
la pesca, el transporte o el recreo.
A sus orillas están, entre las más
importantes ciudades, del lado suizo, Ginebra, Nyon, Lausana, Vevey (sede de la
multinacional Nestlé) y Montreux. Entre las del lado francés, Thonon-les-Bains
(balneario) y Évian-les-Bains (balneario
y fuente de agua mineral).
Además de las ciudades importantes
que rodean el lago, en la costa suiza se encuentra el Castillo de Chillon (cantón
de Vaud), popularizado por Rousseau y por Lord Byron. Del lado francés se halla
la localidad fortificada de Yvoire, llamada la Perla del Lemán, y el Castillo
de Ripaille.
No
se puede uno marchar de Ginebra sin subirse a uno de esos maravillosos barcos
del siglo XIX e inicios del XX y disfrutar de una jornada fascinante llegando
hasta Montreux y visitando Chillon y su increíble castillo.
Al final de la rue de Mont-Blanc
desembocamos en el lago. A izquierda y derecha a los pies del lago, se
encuentran varios hoteles de lujo, más que centenarios la mayoría de ellos,
como por ejemplo el Les Bergues. Frente a nosotros tenemos el puente que
atravesaremos más tarde. De momento, giramos a la izquierda y tomamos el
maravilloso quai de Mont-Blanc, que bordea el lago, llamado “de Genève” por los
ginebrinos, y de Leman por los franceses del lado opuesto.
En esta gran avenida
podemos ver el famoso hotel Beau-Rivage. En él se hospedaba la
emperatriz de Austria, Elisabeth cuando fue
asesinada en el embarcadero que se encuentra frente al hotel. Aquí, en ese
mismo lugar donde acaecieron los hechos tiene Sissi un monumento
elevado en su memoria.
Frente al hotel se
encuentra el mausoleo de Brunswick, bienhechor de la ciudad, que legó su
fortuna a su muerte en 1873 a la villa de Ginebra a cambio de que se le
levantara el monumento funerario que estamos contemplando. No es precisamente
un monumento de mi gusto. Lo que no cabe duda es que Carlos II, Duque de
Brunswick “disfruta” de unas vistas magníficas.
El Jet d’eau
Frente a nosotros, al otro
lado del lago, se encuentra el que podemos considerar símbolo de Ginebra, el famoso
chorro de agua, en francés, Jet d’eau, que con buen tiempo alcanza los 150
metros de altitud.
El primer Jet d’eau vio la
luz en 1886, creado por el ingeniero que tenía a su cargo el llevar el agua a
la ciudad de Ginebra. Hoy en día, el chorro lanza unos 500 litros por segundo a
la impresionante velocidad de 200 Km hora. La fuerza que mueve el chorro son
dos bombas eléctricas de 1360 CV de potencia. El peso de la masa de agua
alcanza unas 7 toneladas.
La mejor zona para admirar
el famoso surtidor son los llamados Baños de Pâquis, la “playa” de Ginebra,
aunque ciertamente el Jet d’eau es visible casi desde cualquier punto de la
ciudad.
Hasta ahora, el camino
recorrido lo hemos podido hacer a pie. Si queremos continuar por el quai de
Mont Blanc en dirección hacia la carretera de Lausana, conviene coger el coche.
La continuación del quai
de Mont Blanc lleva el nombre del que fue presidente de los Estados Unidos, Woodrow Wilson, impulsor de la Sociedad de Naciones,
cuya primera sede, antes de la construcción del gran palacio que hoy ocupa la
ONU, se encuentra justamente en este maravilloso paseo, ornado con casas y
palacetes de fines del siglo XIX y comienzos del XX.
La perle du Lac
Al finalizar el quai de
Wilson se encuentra uno de los parques más hermosos de Ginebra, La Perle du
lac. El pasear entre sus centenarios árboles, sus parterres, sus recoletas
veredas, es todo un lujo.
Remontando el lago, hay un pequeño mirador con unas vistas
idílicas donde al poeta Lamartine le gustaba ir a meditar. El parque empieza en
la calle de Lausanne. Aquí hay una fuente monumental de dos plantas que
constituye el punto central de un jardín de dalias que florece en otoño. En la
parte de abajo hay un pequeño puerto que sirve de desembarcadero a las "gaviotas
ginebrinas", las pequeñas embarcaciones que comunican ambas orillas del
río.
Palacio de las Naciones
Unidas
Cercano a este parque
tenemos el espléndido Palacio de las Naciones unidas. Es un complejo de
edificios que fue levantado entre 1929 y 1937 como sede de la Sociedad de
Naciones. En 1946 fue traspasado a la recién creada Organización de las
Naciones Unidas (ONU), convirtiéndose en 1966 en su sede europea.
Siempre, desde mi época de
estudiante, me llamó la atención este Palacio, inabarcable en su interior (allí
asistí en 1978, en su salón central al discurso que pronunció el rey Juan Carlos I) y con unos espléndidos jardines donde se
pasean, al menos se paseaban, unos sofisticados pavos reales.
Digno de mención es el
monumento al promotor de la Sociedad de Naciones, Woodrow Willson,
frente al que se encuentra un maravilloso ejemplar de un cedro del Líbano.
La “rive gauche” de la
ciudad
Hasta ahora hemos
deambulado por la orilla diestra de la ciudad. A partir de ahora vamos a
cruzar, utilizando el famoso puente de Mont-Blanc, a la orilla izquierda, donde
se encuentra el núcleo original de la ciudad, la Vieille Ville.
El Puente de Mont-Blanc es
la conexión entre dos calles principales a ambos lados de la ciudad: la rue de
Chantepoulet y rue du Mont-Blanc por la derecha, y la avenue
Pictet-de-Rochemont con el Quai Gustave-Ador por la izquierda. El primer puente
se construye en 1862 y en 1903 lo reforman, alargándolo y ensanchándolo un poco
más. En 1965 lo modificaron de nuevo añadiendo aceras para peatones, desde las
cuales se tiene una magnífica vista del Jet d’eau. En ocasiones especiales,
fiestas o actos fuera de lo habitual, el puente se puebla de las banderas de
los diferentes cantones que forman la Confederación, y que le dan, como podemos
apreciar en las fotos, un aspecto imponente.
Recuerdo la impresión que
me causaba el cruzar el puente en coche cuando estaban construyendo, a tiro de
piedra, un aparcamiento subterráneo bajo el lago. Una ingente obra de ingeniería.
Al cruzar el puente del Mont-Blanc a pie, en un crudo día de invierno, con nieve, y si soplaba lo que los ginebrinos llamaban la bis, el viento gélido que provenía de los Alpes, la sensación era terrible: por muy abrigado que uno fuera, parecía que se iba desnudo. Lo comprobé personalmente en más de una ocasión.
Al cruzar el puente del Mont-Blanc a pie, en un crudo día de invierno, con nieve, y si soplaba lo que los ginebrinos llamaban la bis, el viento gélido que provenía de los Alpes, la sensación era terrible: por muy abrigado que uno fuera, parecía que se iba desnudo. Lo comprobé personalmente en más de una ocasión.
Justo enfrente del puente
se encuentra la pequeña isla de Rousseau, un espacio para
descansar en días soleados o pasar un rato al atardecer contemplando los cisnes
que por allí merodean.
La estatua de bronce del famoso filósofo y novelista Jean-Jacques Rousseau, ginebrino de nacimiento, es obra del
escultor James Pradier, de Ginebra. En 1835 fue erigida
en l’Île Rousseau, que recibió este nombre especialmente con ese motivo. En
2012, Ginebra celebró el 300 cumpleaños del novelista.
El Mont-Salève
Aunque omnipresente, el
Mont-Salève se encuentra en realidad en Francia pero se llega cómodamente en transporte público o en coche
propio. El funicular nos llevará a 1.100 metros y al séptimo cielo. La
panorámica sobre el Lago Lemán, el Mont-Blanc y toda su región, quita el
aliento.
La Villa Diodati
Desde que la conocí por
vez primera, siempre atrajo mi atención esta misteriosa mansión que tiene una
historia propia que contar. Aquí concibió Mary Shelley a
Frankenstein. Está situada en Cologny, un elevado “mirador” desde el que se
contempla todo Ginebra a sus pies. En esta zona han tenido y tienen casa muchos
famosos. En tiempos, aquí habitaron Elizabeth Taylor y Richard Burton, y el autor de Maigret, Georges Simenon.
La placa de la fotografía
que inserto ya lo dice casi todo, pero no todo. Además de Lord Byron,
aquí, en el verano de 1816 también habitaron Percy y Mary Shelley y John Polidori. Veamos lo que dice la Wikipedia al respecto:
El
verano de 1816, en que los citados autores se reunieron a pasar sus vacaciones
en esta villa, sucedió el conocido como año sin verano, producido como
resultado de la violenta erupción explosiva del volcán Tambora, en Indonesia,
que provocó grandes anomalías climáticas en todo el mundo. El inesperado y
perseverante mal tiempo reinante, frío, húmedo y lluvioso, confinó a Lord Byron, Mary Shelley y demás en
la mansión, sin apenas poder salir al exterior. Para entretenerse, decidieron
escribir historias de terror. Así tuvieron su origen dos grandes mitos del
terror: Frankenstein y El vampiro, que serviría de inspiración entre otros al
Drácula de Bram Stoker.
Parques de la Grange y des
Eaux-Vives
El Parque de la Grange es un destacado conjunto paisajístico de 12.000 m² con un rosal por m². Creado en 1945-46, esta gigantesca rosaleda alberga más de 200 variedades distintas en medio de una excepcional armonía arquitectónica: terrazas entre las escaleras de piedra natural, estanques y pérgolas.
El parque des Eaux-Vives ofrece una vista directa al Lago Lemán.
Es uno de los parques más antiguos de la ciudad de Ginebra y se halla
directamente al lado del Parc de la Grange. La colección impresionante de
rododendros, regalada a Ginebra por los Países Bajos por su compromiso
humanitario, se amolda perfectamente a este mundo verde. La villa que se
encuentra al final del parque acoge, además, un restaurante gourmet…
Su rectorado se encuentra
en la conocida rue de Candolle. Fundada por Calvino
como la Academia en 1559, inicialmente fue un seminario teológico, donde
también se enseñó Derecho. A partir del siglo XVII se comenzaron a agregar
otras disciplinas, mientras se convertía en un centro para Ilustración
erudita. En 1873 adquirió carácter secular
ya propiamente como Universidad. Hoy desempeña un papel líder en muchos campos
-su localización en Ginebra le da una ubicación privilegiada para los estudios
en asuntos diplomáticos e internacionales-. Asimismo se la considera una de las
universidades de vanguardia en la investigación en Europa.
La brasserie Landolt
En el entorno de la
universidad se encuentra un famoso café-brasserie, el Landolt, que tuvo
como cliente habitual a Lenin mientras preparaba su revolución. Aquí pude ver
(supongo que aún sigue ahí) el nombre de Lenin grabado (supuestamente
por él mismo) en una de las grandes mesas de madera de la brasserie.
El Muro de la Reforma
En el centro del Parc des Bastions se halla el impresionante
Muro de los Reformadores. Aquí, en gigantescas estatuas podemos ver en el
centro a cuatro de los principales reformadores: Farel, Calvino, Bèze y Knox. En los costados se encuentran personalidades que
ayudaron a difundir la Reforma por Europa. Grabado en el muro se halla el lema
de Ginebra «Post Tenebras Lux» (Tras las tinieblas, la luz), una frase
destacada de la filosofía calvinista.
Place Neuve
Muy próxima al Muro de la
Reforma se encuentra esta bonita plaza, donde se ubica la estatua del general Dufour. Aquí podemos admirar el Gran Teatro, una auténtica
institución ginebrina, inaugurado en 1879, sede de una de las orquestas
sinfónicas de más prestigio mundial, la Orqueste de la Suisse Romande. Cuenta
con 1.500 plazas.
La Vieille Ville
Ubicada en una zona
elevada, la Vieille Ville de Ginebra tiene como puntos referentes a la catedral
de San Pedro (iniciada su construcción en 1160 fue convertida a partir de
1535 en iglesia protestante; cuenta con
el número más alto de capiteles románicos y góticos de la ciudad), la place
du Bourg-de-Four y la Grand Rue, su arteria principal, peatonal.
Conserva estrechas calles empedradas, entre las que uno se encuentra
transportado a tiempos pretéritos, flanqueadas por históricas casas, entre
ellas una que ocupa en la actualidad el lugar que en su día ubicó la casa original
en la que vivió Calvino, tal como podemos ver en la placa de
una de las fotos que inserto.
Tomé numerosas fotografías
de la Vieille Ville ginebrina, y me ha costado mucho el seleccionar tan solo
unas pocas para incluir en este reportaje y no cansar al lector.
Edificio "Forces Motrices" (antigua central eléctrica)
El BFM construido en 1886 está a sólo un paso del Pont de l'Ile.
Había sido concebido en primer lugar para abastecer las fuentes, los hogares y
las fábricas de la ciudad con el agua del Ródano.
La arquitectura inspirada en un estilo clásico parece
"flotar" en el río. Se trata, efectivamente, de uno de los monumentos
históricos más bellos de Ginebra, especialmente por la noche, cuando es
iluminado por originales juegos luminosos. Cuando estaba a punto de perecer
bajo la piqueta, fue declarado monumento protegido.
La rue du Rhône
Los escaparates de un centenar de comercios convierten la Rue du
Rhône en un paraíso del buen gusto. Atraen especialmente obras maestras de la relojería
creadas en Ginebra. Aquí se reúnen las marcas más célebres que portan el
emblemático “swiss made”. Entre arte relojero, moda y bisutería, completado por
las tiendas de algunos artesanos chocolateros, descubrimos en su recorrido
todas las marcas de renombre que contribuyen a la fama de Ginebra. En pocos
lugares del mundo habrá una concentración semejante de
marcas nobles.
La continuación de la rue
de la Confédération, la rue du Marché y la rue de la Croix d’Or, paralela a la rue
du Rhône, se denomina rue de Rive, unas arterias, todas, que contienen una gran
cantidad de conocidas firmas de moda, relojería y joyería, Entre los numerosos
nombres famosos que la pueblan quiero destacar uno: Davidoff. Aquí, en esta rue
de Rive, haciendo esquina con la rue de la Fontaine se encuentra la sede
central de la famosísima firma. Viene al caso que cuente una anécdota.
En mis años de estudiante,
con seguridad en el verano de 1968, ya que en ese tiempo yo no hablaba apenas
francés, entré en la tienda con la intención de adquirir algún paquete de
cigarrillos. De la forma más normal, a mí, un sencillo estudiante de 20 años,
me atendió el gran Zino Davidoff, que ante
mi mal o nulo francés de esa época, se dirigió a mí en un perfecto español. El
gran hombre (pequeño en tamaño), en esos años ya no solía acudir de forma
habitual al establecimiento, y tan solo lo hacía esporádicamente con el fin de
mantener el contacto con un mundo que él había creado. Soy de los privilegiados
que puede decir que el propio Zino Davidoff me atendió
personalmente.
Place du Molard
Esta preciosa plaza se
encuentra entre la rue du Rhône y la rue du Marché. Es un termómetro del pulso
de la ciudad, rodeada de boutiques de renombre, hoteles, cafés y grandes
restaurantes.
Durante el día, la mayoría
del espacio que ocupa, está densamente poblado de puestos de flores, que le dan
una fisonomía especial. Al caer la noche, la plaza adquiere vida propia. La
bella fuente octogonal data de 1711. Al fondo, haciendo ángulo con la rue du
Rhône, podemos ver la Torre del reloj, originalmente una dependencia militar.
Esta plaza, tanto en mi
época de estudiante como cuando residí habitualmente en Ginebra, era uno de mis
rincones favoritos de la ciudad.
Frente a la plaza, en la
rue du Marché se encuentra la Grande Boucherie du Molard. Aquí compraba
mi esposa la carne para la fondue. Normalmente, cada cliente tenía predilección
por uno de los siete u ocho carniceros que allí servían. Eloísa se dirigía invariablemente
al mismo. Las veces que la acompañé siempre quedaba prendado por el arte que
ponía el carnicero al cortar los trozos de carne. Era una auténtica obra
maestra hecha con el mayor cariño. Un espectáculo.
Creado en 1854 rellenando un antiguo puerto del lago, fue el
primer parque de estilo inglés de Ginebra. Sus caminos sinuosos, sus
bosquecillos, su césped fresco, sus árboles y su fuente monumental siguen
constituyendo hoy su principal encanto. En su antiguo kiosco de música se
realizan numerosos conciertos en las noches de verano.
Reloj de flores
En unión del Jet d’eau, el
reloj de flores es otro de los símbolos de Ginebra. Situado desde 1955 al
inicio del Jardin Anglais, y cercano al puente del Mont-Blanc, su segundero,
que mide más de dos metros y medio, pasa por ser el más largo del mundo. Los
motivos florales que adornan al reloj no solo se cambian, como se podía pensar,
en las diferentes estaciones del año, sino que se suele hacer más a menudo.
En 1859, la comunidad ortodoxa rusa obtiene el permiso de
construir esta iglesia con la ayuda financiera de Anna Feodorovna
Constancia, cuñada del Zar Alejandro I. Dostoïevski
bautizó aquí a su hija Sophie, que murió a los 3
meses de edad y fue enterrada en el cementerio de Plainpalais. Está ubicada por
encima del barrio de Eaux-Vives, y cercana al barrio de Champel, donde vivieron
mis padres.
La iglesia rusa fue construida en el lugar de un antiguo priorato
benedictino. Su arquitectura es una obra de arte del estilo bizantino
moscovita. Sus cúpulas doradas, restauradas en 1966, pueden apreciarse desde
varios kilómetros y representan un brillante punto de referencia.
Champel y
Plainpalais
Para finalizar no
me puedo olvidar de algunos nombres importantes, unidos con cariño a mi
memoria, así Plainpalais, citado por Mary Shelley en su Frankenstein, o
Champel, la zona donde vivieron mis padres y conocí de estudiante. Muy cercano
se encontraba un magnífico parque, el Parc Bertrand.
Desde la casa de mis padres, llegando hasta el final de la Avenue de Champel, se bajaba en dirección a Carouge, un paseo de una media hora. Recuerdo con nostalgia aquellas caminatas que nos llevaban a la magnífica piscina pública de Carouge.
Desde la casa de mis padres, llegando hasta el final de la Avenue de Champel, se bajaba en dirección a Carouge, un paseo de una media hora. Recuerdo con nostalgia aquellas caminatas que nos llevaban a la magnífica piscina pública de Carouge.
Carouge
Carouge merece
capítulo aparte. Es una pequeña villa de unos 20.000 habitantes, trazada a
cuadrícula, situada a orillas del río Arve y prácticamente adosada a Ginebra,
con un encanto especial. Aquí podemos encontrar tiendas de antigüedades,
estudios de artistas exponiendo sus obras, pequeños mercados, entre ellos el de
flores, frutas y verduras, calles con terrazas y casas de colores, boutiques de
moda, talleres, restaurantes… en fin, Carouge es como un barrio romántico de
Ginebra.
Alrededores de
Ginebra, Annecy
Algunas localidades
ya las he citado en estas páginas, pero antes de finalizar quiero hacer
hincapié en una maravillosa ciudad, situada a unos 40 Km de Ginebra, en
Francia, conocida como la Venecia francesa. Hablo de Annecy, sugestivo lugar,
con un soberbio lago, y unas calles que bordean los canales de un romanticismo
sin igual. En esta ciudad hice en 1980 una de mis fotos más queridas. Aquel día
nos acompañaba una ligera lluvia que a priori parecía ser un aspecto negativo a
la hora de plasmar lo que yo buscaba. Fue justamente al contrario. La foto,
tomada con un objetivo estándar, sin ningún tipo de filtro, creo que, si se me
permite la inmodestia, reproduce a través de los edificios y el canal, la
imagen de un lugar tocado por un halo de ensueño.
Patek Philippe
Estando en la capital
mundial de la relojería, no puedo dejar de dar algunos nombres célebres, con
anécdota incluida.
Un año después de
mi ingreso como funcionario del estado me encontraba destinado en Santa Cruz de
Tenerife en 1972, y en ese verano me desplacé a Ginebra (aún se encontraba mi
padre aquí destinado). Había ahorrado 25.000 pesetas, el equivalente de unos
1.500 francos suizos de entonces y se me había antojado adquirir un Patek
Philippe, de modo que me personé en el establecimiento, algo parecido a un
mausoleo decimonónico todo recubierto de paneles de madera con vitrinas de
quitar el hipo. Se me acercó un dependiente al que solo le faltaba el frac, que
tras los saludos de rigor y a solicitud mía, me entregó un catálogo con una
separata en la que venían los precios. Constaté que el reloj más barato, todos
eran en oro (dos o tres años más tarde apareció el primer Patek Philippe en
acero, el modelo Nautilus) valía 3.000 francos, el doble de la suma de que
disponía yo, de modo que no se me ocurrió mejor idea que decirle al dependiente
si no tenían relojes en plata o acero. Con ofendida actitud, pero muy
educadamente, la barbilla elevada, me contestó:
-
¡Monsieur, Patek
Philippe c’est un bijoux!
Le di las gracias,
y frente por frente llevé mis pasos a uno de los establecimientos más conocidos
de Ginebra, Bucherer, donde adquirí por la mitad de dinero, los 1.500 francos
suizos de que disponía, el Rolex que me ha acompañado desde esas fechas.
Bucherer
Si la sede de Patek
Philippe es espectacular, no le va a la zaga Bucherer.
El chocolate
Cuando se habla de
Suiza, de inmediato se piensa en estaciones de esquí, en relojes, en maquinaria
de precisión, en bancos y en seguros, pero casi, casi, antes que nada, nos
viene a la mente el chocolate. No voy a descubrir en estas líneas las
excelencias del chocolate suizo. Me sería imposible. A cambio, señalo un
establecimiento famoso en Ginebra, la Chocolaterie du Rhône, situada en el nº 3
de la rue de la Confédération. Es este un salón de té apreciado por los grandes
de este mundo, mencionado en toda guía de turismo que se precie.
Punto final
Podría seguir
escribiendo y escribiendo. Me dejo muchas anécdotas en el tintero, o hablar de
eventos como las fiestas de Ginebra en verano con unos maravillosos fuegos
artificiales con el marco del lago de fondo, o del Salón del Automóvil, uno de
los más importantes del mundo, o del día nacional de Suiza, el 1º de Agosto…
pero entonces no acabaría nunca.
Llegado a este
punto, no sé si habré sabido plasmar la Ginebra que llevo en mi corazón. En
cualquier caso, tengo muy claro que pese a la dificultad que la empresa tenía,
-retroceder en el tiempo más de 40 años-, quedo medianamente satisfecho de
haber podido llegar al final, creo que a un buen puerto. Si mis palabras no han
sido lo suficientemente elocuentes, espero que sí lo hayan sido, al menos en
parte, mis fotografías, que ayuden a ser benevolentes conmigo a mis lectores.
Juan José Alonso
Panero
Las Rozas de
Madrid, 3 de agosto de 2015
Como siempre tu descripción nos hace viajar a los lugares de tu memoria y disfrutar de los sitios así como compartir algunas vivencias.
ResponderEliminarPoco más puedo añadir salvo que la anécdota de tu hermano (yo) hippy, cualquier día de estos, después de unos 45 años, vuelve a tener vigencia.Tiempo al tiempo. En fin, felicidades, aunque ya sabes que no comparto el hecho de que des tanta información e imágenes personales. Nunca se sabe.
ResponderEliminarMagnífico relato y magníficas fotografías, tanto por su calidad en cuanto a encuadre y realización como por su aporte para conocer la forma de vida de la sociedad suiza y los españoles que allí vivían en aquella época. Digno de mención el cuadro del salón con los poderes fácticos de aquella época (Obispo y Guardia Civil junto al alcalde en la procesión del pueblo, con la bandera de España al fondo, que no podía faltar en la casa de ningún emigrante). Pero también las bicicletas con retrovisores, esas gafas de sol, la moda de la época, el elaborado muñeco (o muñeca) de nieve, las impresionantes montañas que, como comentas, estaban a un paso de la ciudad … Lo dicho: una maravilla de artículo que me apunto para cuando decida visitar la zona. Felicidades, puedes estar orgulloso de cómo te ha quedado, y muchas gracias por compartirlo.
ResponderEliminarYo puedo darte un par de anécdotas más!!!!!!!!!! En la foto en el campo con todos los niños en bañador y comiendo helado, hay una niña con cara seria y completamente vestida (yo). Estoy tan seria porque tenía la varicela y me picaba todo el cuerpo, recuerdo ese día perfectamente y la foto lo retrata, todos divirtiéndose y yo seria, sin hablar y rasca que te rasca. Con tanto picor y en el coche me dijisteis que no era para tanto y me disteis unos polvitos de talco!!!!!!
ResponderEliminarEn lo que se refiere al chocolate suizo, recuerdo el olor del mueble bar, que a mí me olía a las chocolatinas que escondías dentro y no a alcohol :)
Precioso el relato y las fotos, como siempre.
Marisa