PARÍS BIEN VALE UN SACRIFICIO
¿Se puede escribir algo nuevo sobre París? La respuesta parece evidente y es un NO categórico. Sin embargo, el título del relato que pretendo llevar a cabo parece indicar lo contrario, pues para mí queda claro que toda visión subjetiva, y la mía es una más, acerca de algo o alguien, siempre será diferente a cualquier otra, mejor o peor, en mi caso seguro que peor, pero diferente. Tampoco pretendo deleitarme a mí mismo y por ende a las pocas personas, si acaso hubiere alguna, que me lean. Mi objetivo es divertirme mientras recuerdo lo que fue una semana de estancia en la llamada ciudad de la luz, donde por cierto, y según las estadísticas, llueve 280 días al año. Una semana que fue mi primera semana, pues jamás antes, y pese a mis bastantes años, viajes y estancias en el extranjero, había pisado el suelo parisino.
Vamos pues allá, a ver si logro trasladar al papel lo que sentí en su momento cuando me encontré en la capital de Francia.
Lo primero de lo que debo dejar constancia es que casi con una seguridad del 100% jamás habría ido a París por iniciativa propia pese a lo mucho que me atraía la idea. Desde que me quedé solo hace ya ocho años, el viajar en solitario se me hace muy cuesta arriba y cada año que pasa más, de modo que casi estaba resignado a no conocer jamás París. No obstante, creo recordar que fue en el mes de septiembre de 2009, mi hermano Paulino me dijo que él y su esposa Eva iban a visitar la ciudad de la torre Eiffel y que estarían encantados de que los acompañara. Recordé los bonitos cuatro días que había pasado con ellos en Córdoba en julio de 2008 y no lo dudé un instante. Le dije que sí. Además, yo para estas cosas soy un desastre, Paulino se encargaba de la reserva de billetes de avión y hotel, y como buen programador informático que es, establecer un programa adecuado de visitas en los seis días completos que íbamos a pasar en París, desde el domingo 25 al sábado 31 de octubre de 2009.
Por mi parte y mientras se acercaba la fecha del viaje pocas cosas por no decir ninguna preparé, y me limité a comprar una buena guía de París que sabía de antemano que no iba a utilizar in situ, pues me limitaría a seguir la programación de mi hermano, aunque sí es cierto que la leí detenidamente y me enteré de muchas historias que desconocía y de los principales monumentos y lugares que había que visitar. También conté en este aspecto con la inestimable ayuda de dos buenas amigas: mi compañera de tabique de despacho Soco, que había visitado París en septiembre, es decir unas semanas antes de mi viaje, que me puso al día contándome sus experiencias, de todo aquello que debería hacer y lo que no, y de mi querida Nathalie, “enamorada” de la capital de Francia donde vivió y estudió en La Sorbona su primer año de carrera y a quien debemos, entre otras cosas, las fantásticas crepes que degustamos en Île Saint-Louis.
Con estos antecedentes, mi única preocupación consistía, en primer lugar, en saber que equipo fotográfico llevaría para plasmar en imágenes mi gran afición por el arte de Nadar (gran fotógrafo del siglo XIX). En cuanto al equipaje y lo que debería de llevar, ya lo decidiría unos días antes. Sí tenía claro algo: para una estancia de una semana en unas fechas en que aún no era invierno, pero ¡hablamos de París! era que no estaba dispuesto a viajar con un simple trolley como equipaje de mano. Si iba a viajar, lo haría con comodidad y no con escasez de medios, sino todo lo contrario y así se lo hice saber a mi hermano que en un principio parecía dispuesto a viajar con solo un equipaje de mano. Al final, y escudándose en que si yo facturaba, ya daba lo mismo que facturaran ellos también, pues viajamos todos facturando, y debo decir anticipándome a los hechos que tanto en la ida como en la vuelta la entrega de equipajes fue rápida como pocas. En este punto, un tanto a favor de la línea aérea de bajo coste EasyJet que funcionó maravillosamente en todos los aspectos.
Volviendo al material fotográfico, tenía muy claro las cámaras que iba a llevar, la Leica M3 para la fotografía en blanco y negro equipada con un objetivo estándar de 50mm, el mítico Leitz Summicron f/2 y la Contax G2 para las tomas en color, y en este caso tenía claro que iban a ser diapositivas. También estaba más que claro uno de los objetivos que iba a equipar la Contax, el increíble gran angular extremo, y no menos mítico, Zeiss Biogon 21mm f/2,8. Esta focal es perfecta para las tomas en ciudades, ya que por muy poco espacio de que se disponga, el ángulo extremo, 90º, del Zeiss Biogon lo abarca prácticamente todo. Fuera de ese objetivo no me decidía por qué otra u otras focales debería llevar. Disponía del objetivo estándar Zeiss Planar 45mm f/2, de un tele medio, el Zeiss Sonnar 90mm f/2,8 y de un zoom, el primero y único que se fabricó jamás para una cámara analógica telemétrica, el Zeiss Vario-Sonnar 35-70mm f/3,5-5,6. Al final me dije que con el gran angular y el zoom abarcaría dentro de una ciudad todo lo que necesitara y decidí pues que el zoom acompañaría al Biogon. Sacrificaba la luminosidad del Planar, pero a cambio dispondría de un pequeño gran angular de 35mm y un pequeño tele de 70mm todo en uno y con la calidad excepcional de todos los objetivos Zeiss, donde un zoom, y lo digo por propia experiencia, no tiene nada que envidiar a una focal fija.
Además de las dos cámaras profesionales y sus objetivos, cargué también con algunos filtros, parasoles, el fotómetro Leicameter y la pequeña Contax U4R digital, que realizó con creces el servicio que de ella esperaba. Todo el material fotográfico descrito lo transportaba en una bolsa profesional Lowepro, con la que me paseé por París los seis días de nuestra estancia. Aunque mi espalda protestó en numerosas ocasiones, el resultado final vistas las imágenes que tomé, al menos desde mi subjetivo punto de vista, mereció la pena sin lugar a dudas.
En cuanto al equipaje para los seis días de estancia, no escatimé en nada, pues en mi maleta de cuatro ruedas Samsonite disponía de espacio más que suficiente para que no echara de menos ninguna prenda. Incluso introduje un impermeable de plástico transparente con la esperanza de que no tendría que utilizarlo.
Vamos ahora con el título de este relato que tendrá intrigado a más de un lector si es que alguno tengo. Debo confesar que el título, nada original pues son claras las reminiscencias del famoso “París bien vale una misa” atribuído a Enrique IV, se me ocurrió a posteriori y que lo relaciono con lo que una vez de vuelta en Madrid pienso en lo que debe de ser una primera visita a París en edad adulta. Reflexionando en mi casa de Las Rozas, aunque seguramente ya le daba vueltas a la cabeza durante la estancia parisina, creo firmemente que si jamás se ha visitado París cuando se llega a una edad respetable, hay tres formas de hacerlo.
a) Con la persona amada
b) Solo
c) Quedándose en casa y viendo un buen documental de París
Estaba claro que la primera posibilidad era imposible para mí. La segunda, casi, desde el momento en que cada vez se me hace más cuesta arriba el ir solo hasta la vuelta de la esquina a algún lugar que no conozco. Parece que eso tiene mucho que ver con mi signo del zodiaco, Cáncer. Existía una tercera posibilidad que era quedarse en casa, olvidarse de París y ver un buen documental sobre esta ciudad. Esta tercera posibilidad está al alcance de casi todo el mundo y no me seducía en absoluto, porque como bien dice el refrán, “para ese viaje no se necesitan alforjas”. Queda pues claro que no elegí ninguna de las tres que he mencionado, y antes de seguir adelante con mi relato debo y quiero dejar constancia que si he conocido una maravillosa ciudad de la que me he enamorado es gracias a mi hermano Paulino y a mi cuñada Eva, que me “cuidaron” con mimo y me hicieron sentir uno más junto a ellos.
Pero dicho lo que antecede, me reitero en lo manifestado. A una ciudad como París hay que ir con la persona amada, solo o no ir. En algunos momentos de mi estancia en París me dije que me tenía que haber quedado en casa. Claro que el descubrimiento, al menos en mi caso, se hace a posteriori, cuando ya no tiene remedio.
Voy pues a relatar, casi para mí, pues dudo sinceramente de que alguien más me lea dejando a un lado mis dos “víctimas” preferidas, Celia y Soco, que cualquier día me enviaran, eso sí, educadamente, tal como ellas son, al cuerno, mi experiencia parisina día a día ayudándome de las notas que también día a día fui tomando, con el pensamiento, quizás inconsciente, de poder llevar a cabo la tarea que realizo en estos momentos.
Antes de entrar en materia, día a día, sí me gustaría dejar constancia de dos circunstancias, para mí inesperadas, que me llamaron poderosamente la atención. La primera de ellas es la increíble “vida” de París a cualquier hora del día y de la noche y en cualquier lugar. El bullicio, la animación, la vida en suma, hacen de París una ciudad maravillosa. En cualquier momento del día encuentra uno a los parisinos llenando las calles de su ciudad, terrazas al aire libre y demás espacios de esparcimiento. Me sorprendió profundamente. Hablamos de la vida de las ciudades españolas. París no tiene nada que envidiar al respecto; yo diría incluso que las supera.
La segunda sorpresa inesperada fue constatar que en todos los lugares públicos, tales como el Metro, RER, aeropuerto, museos, centros turísticos, atracciones públicas y privadas, los carteles indicativos e incluso los anuncios a través de megafonía, estaban o se hacían además de en el idioma francés, en inglés y español exclusivamente. El alemán y el italiano han pasado a la historia. Solo en algún cartel que se veía verdaderamente añoso y casi en desuso pude constatar que al francés le acompañaban el inglés y el alemán.
Domingo, 25 de octubre
Inicio mi periplo parisino en Las Rozas aún con noche cerrada. El vuelo 3904 de easyJet sale de la terminal 1 de Barajas a las 09:45. Llego al aeropuerto madrileño poco después de las 07:30 y facturo de los primeros. Paulino y Eva brillan por su ausencia pasadas ya las 08:00, de modo que un poco alarmado utilizo el móvil para saber qué ha pasado. Me cuenta mi hermano que han tenido un par de percances perdiendo todas las conexiones del Metro, pero que están a punto de llegar. Conociendo la “suerte” de mi hermano en estos trances, debería de haberme olido la tostada. Al fin llegan, facturan e iniciamos el paso por el sistema de seguridad, donde me suena la “alarma” por primera vez en un camino que continuaría más delante de nuevo en Barajas y en Bruselas en posteriores viajes de trabajo.
Después de un vuelo agradable aterrizamos en el aeropuerto Charles de Gaulle de París a la hora prevista, las 12:00 del mediodía. Tras recoger el equipaje que sale con inusitada rapidez por las bocas previstas para el caso, iniciamos una más que larga caminata por el aeropuerto hasta que después de varios intentos infructuosos de obtener los correspondientes billetes del RER (equivalente al Cercanías español) y del Metro, iniciamos nuestro camino hacia París.
Tras una hora larga de camino llegamos al TOURISME HOTEL, recomendado por mi hijo Mariano que junto a su esposa Puri lo habían “descubierto” en su estancia parisina un par de años antes. El hotel, confortable y muy agradable con un precio estupendo, tiene una situación increíble con la boca de Metro de la Motte-Piquet en la misma puerta del establecimiento. En la estación de la Motte-Piquet tienen parada las líneas 6, 8 y 10, de las más importantes de la amplia red parisina. El hotel, haciendo esquina entre los bulevares de la Motte-Piquet y Grenelle, se encuentra en una zona residencial del parisino distrito 15 a tiro de piedra de la Torre Eiffel. Con seguridad una de las claves de mi agradable y recordada visita a París fue sin duda el hotel, perfecto en todos los sentidos.
TOURISME HOTEL **
66, Avenue de la Motte-Piquet
75015 PARIS
e-mail : tourismehotel@wanadoo.fr
Teléfono: (00 33) 01 47 34 28 01
Tras los trámites de rigor y dejar las maletas en nuestras respectivas habitaciones, recorremos los alrededores plagados de restaurantes de todo tipo en busca de uno donde comer. Teniendo en cuenta la hora ya un poco avanzada para los estándares franceses, elegimos un restaurante tailandés con buena pinta, el THAI PACIFIC, situado en el 110 Bd. de Grenelle.
- THAI PACIFIC, 110 Bd. de Grenelle, 75015 PARIS, Tel: 01 45 78 87 88.
Tras una agradable comida iniciamos lo que a la postre sería un paseo de ¡casi 10 kilómetros! distancia perfectamente medida gracias al artilugio que lleva mi hermano en el brazo y que es parte de su “equipo” de las marchas senderistas.
Recorremos a buen paso, (yo llevando al cuello dos nombres míticos, otrora el summun en fotografía y rivales de por vida: mi Leica M3 y la Contax G2, más la pequeña digital), un precioso itinerario que nos lleva al pie de la Torre Eiffel pasando entre otros lugares emblemáticos, por Les Invalides, el río Sena, el Puente d’Alexandre III, la Place de la Concorde, el Jardin des Tuileries, el Museo del Louvre, el Ponte Neuf…
Cuando volvemos a “casa” es ya noche cerrada. Tras un breve descanso decidimos cenar en un Mac Donald situado frente al hotel.
Lunes, 26 de octubre
Tras una noche reparadora en la confortable habitación del TOURISME HOTEL, inicio mi primer día completo en París degustando, en unión de mi hermano y mi cuñada, el desayuno en el saloncito del hotel dispuesto al efecto. Esta primera comida de la mañana será idéntica todos los días y estaba compuesta por un zumo de naranja, café o, en mi caso té con leche y media baguette con mantequilla y mermelada. Aproveché la ocasión que la dieta me prohibía en Madrid para degustar sin tasa todos los elementos descritos. Lo único de que seguí prescindiendo, pero eso es ya una costumbre de años, fue del azúcar, de modo que como todos los días junto al té con leche venían tres o cuatro terrones perfectamente cerrados, seguí desde el primer día la costumbre que había adquirido en Madrid durante los desayunos de media mañana de ofrecerle a Celia el sobre de azúcar que me correspondía y que ella guardaba cuidadosamente.
Sentado a la mesa, cojo los terrones y me los guardo en el bolsillo de mi camisa. Mi hermano se asombra.
- ¿Qué demonios haces? me pregunta Paulino mirándome como si hubiera visto a un extraterrestre.
- Ya ves, los guardo para una amiga.
- ¿Cómo?
- Lo que oyes. Yo no los tomo, y para dejarlos aquí, pues los guardo, e igual que hago en Madrid todos los días en el desayuno de media mañana, se los entrego a Celia que se los lleva a sus niños.
- Desde luego, estás más loco de lo que pensaba, me dice Paulino.
No obstante su respuesta, más de un día se unieron a mis terrones, ofrecidos por ellos, alguno de mi propio hermano o cuñada que no llegaron a utilizar.
Más tarde y ya en Madrid, Celia me diría que a sus niños les habían encantado los terrones, una forma de tomar el azúcar a la que no estaban habituados.
Una vez hecha esta disquisición alimenticia, iniciamos, siguiendo por supuesto la programación elaborada por Paulino, el recorrido de los lugares emblemáticos de la capital francesa. Antes, y en la estación de Metro de La Motte-Piquet adquirimos los “Navigo” (equivalente a nuestro Bono Metro) que nos iba a permitir movernos por toda la red del metropolitano parisino a nuestro antojo.
El Moulin Rouge
Salimos de la boca del Metro y casi de inmediato me topo de frente con una fachada mágica que sin embargo, a esa hora de la mañana, poco me decía, aunque me fue imposible quitarme de la cabeza la historia del local que tenía ante mis ojos, y en el que alguien llamado Toulouse-Lautrec forjó parte de su leyenda.
Tras las fotos de rigor, iniciamos nuestro recorrido por un barrio famoso:
Montmartre
La gran mayoría de los turistas que visitan esta zona de París suelen utilizar el teleférico dispuesto al efecto para salvar la inmensa pendiente que lleva al Sacré-Coeur y una vez en lo alto iniciar el descenso visitando el barrio. Pues bien, nosotros, con seguridad debido a la pasión de mi hermano y cuñada por el senderismo, no hicimos nada de eso. Subimos poco a poco, pero sin apenas descanso, las cuestas que conforman esta emblemática parte de París.
Iniciamos nuestra andadura por Montmartre, y una de las primeras calles por las que transitamos lleva por nombre “Lepic”. En ella tomo una fotografía de una pastelería, “Patisserie Orientale”. Más tarde y ya en Madrid descubro que en esa calle se encuentra el famoso bar que sale en la no menos famosa película “Amelie”. Sin embargo, por más que buscamos el bar expresamente, no lo encontramos.
Ascendemos las empinadas cuestas de sus calles y entre antiguos molinos y bellas casas decimonónicas descubrimos la que habitó entre 1886 y 1888 Vincent Van Gogh.
Lapin Agile
Poco más adelante nos topamos con el famoso “Lapin Agile, cabaret artistique”, el cabaret más antiguo de París situado en la colina de Montmartre, en el número 22, de la calle Saules, en el distrito 18. Fue salvado de la demolición por Aristide Bruant a principios del siglo XX. En su época de mayor esplendor fue frecuentado entre otros por Utrillo, Max Jacob, Picasso y Modigliani.
Al fin, coronamos nuestro “Tourmalet” particular cruzando la meta en el impresionante Sacré-Coeur.
Sacré-Coeur
El emplazamiento que ocupa esta basílica es realmente privilegiado. Pese a la escasez de perspectiva, aprovecho el ángulo extremo del Zeiss Biogon para realizar con la Contax un par de fotografías que creo, modestamente, que no me quedaron nada mal.
Entramos en la iglesia, que en su interior no me impresionó en demasía, y ya una vez en el exterior disfrutamos con el maravilloso espectáculo de la vista que desde allí se contempla de París, un verdadero lujo que habrá podido admirar todo aquel que haya visionado la citada “Amelie”. Tengo además la fortuna de que París se encuentra a esa hora a contraluz, lo que con un poco de pericia y bastante suerte me permite tomar un par de bonitas imágenes y olvidarme por unos segundos de la inmensa muchedumbre que me rodeaba.
Iniciamos el descenso previo paso por la famosa Place du Tertre repleta de pintores y puestos callejeros y pasamos ante el estudio que entre otros ocupó Picasso, el famoso Bateu-Lavoir.
Bateu-Lavoir
Conocido al principio como La casa del trampero, fue rebautizado por Picasso y sus compañeros en 1904 como Bateau-Lavoir (barco-lavadero) porque su estructura de madera recordaba a los barcos amarrados a las orillas del Sena y utilizados como lavaderos.
Terminamos nuestro recorrido por Montmartre en la Place des Abbesses, mucho más tranquila que la de Tertre, donde admiramos la bonita entrada art nouveau de la estación de Metro, por cierto, la más profunda de París, 40 metros bajo el nivel de la superficie. Abandonamos Montmartre para dirigirnos al cementerio del Père Lachaise, aunque antes hacemos parada para comer en un restaurante indio, L’ETOILE DU KASHMIR, previamente “localizado” por Paulino, donde damos cuenta de un magnífico almuerzo a un precio fantástico.
- L’ETOILE DU KASHMIR, 63 rue du Charonne, 75011 Paris. Tel : 01 43 55 57 60
Cementerio del Père Lachaise
Por fin llegamos a un lugar por el que sin conocerlo sentía auténtica obsesión, y aquí debo confesar que mi obsesión no era compartida en absoluto por mi cuñada y muy poco por mi hermano que solo sentía curiosidad por la tumba de un tal Jim Morrison, personaje, lo confieso, que a mí no me decía y sigue sin decirme nada en absoluto. De hecho, y no me importa confesar mi ignorancia supina al respecto, no sabía a ciencia cierta quién era este Jim Morrison; a lo más que me aproximaba era a la vaguedad de que se trataba de algún cantante famoso ya desaparecido, pero que, repito, no ubicaba en absoluto.
Pese a no compartir mi interés por el Père Lachaise, debo agradecer a Eva y Paulino que me acompañaran al mundialmente conocido cementerio. La contrapartida es que ante la falta de entusiasmo de mis hermanos, me tuve que limitar a un somero paseo sin poder investigar a fondo el último lugar de descanso en este mundo de muchos famosos, y tan solo pude visitar las tumbas de Eloísa y Abelardo (que estaban restaurando), la de Frederic Chopin y la de Marcel Proust, la única que dije que no era “negociable” y que hasta que no la encontrara no me marchaba.
Paseo en barco por el río Sena
Regresamos ya tarde al hotel y tras un breve descanso, decidimos dar un paseo por el renombrado río parisino. Antes de relatar nuestro paseo, debo decir que desde el primer día hasta el último disfrutamos en nuestra estancia de un tiempo excepcional, sin una sola gota de lluvia, con un sol espléndido y unas temperaturas absolutamente anormales para la época del año en que nos encontrábamos y que oscilaron entre los 15 y los más de 20 grados en muchos casos.
Hecho este inciso, una cosa es disfrutar de buen tiempo y otra cometer la equivocación de no darnos cuenta de la humedad de un río en la noche y casi en el mes de noviembre. Afortunadamente íbamos bien abrigados, pero Paulino y yo perdimos la mejor ocasión de que dispusimos para sacar a “pasear” a nuestras gorras que, previsores, habíamos traído a París.
El paseo nocturno de una hora de duración por el Sena es francamente romántico y, me repito, ya lo sé, pero no puedo dejar de escribirlo, ideal para disfrutarlo con la persona amada, situación en la que yo no me encontraba precisamente. Disfruté, o por mejor decir, disfrutamos del bonito paseo en uno de los bateaux-mouches situados en la cubierta del barco casi hasta el final del recorrido, donde el frío y la humedad, a más de las cabezas descubiertas y sin pelo de Paulino y quien escribe, nos obligó a refugiarnos en el interior de la cubierta.
Tras un recorrido a pie que a mí me pareció kilométrico, acabamos cenando de nuevo en el Mac Donald, rápido y económico, situado frente al hotel.
Martes, 27 de octubre
Había que elegir un día para visitar el que probablemente es el monumento más famoso de París y decidimos que cuanto antes mejor, así que determinamos que hoy sería el día.
La Torre Eiffel
Cuando salimos del hotel íbamos dispuestos a “perder” dos o tres horas en esta visita, pero cuando llegamos a la explanada de la Torre y vimos las dos enormes colas que pese a la temprana hora estaban ya formadas, acabamos aceptando que no nos quedaría otra alternativa que dedicar la mañana al completo a la visita del posiblemente más fotografiado lugar turístico de Francia.
Nos colocamos en una de las colas, que al igual que en Disneyland te indicaban de forma orientativa el tiempo aproximado de espera hasta llegar a los elevadores de la torre, y creo recordar que tras 1 ½ horas nos introdujeron en los ascensores, y previa parada en la segunda planta (donde descendieron unas pocas personas), alcanzamos nuestro destino final en la planta tercera. Salimos y nos unimos a la abigarrada muchedumbre que transitaba en torno a los cuatro lados de los pasillos que formaban un auténtico mirador.
La primera impresión que tuve de París desde la altura donde me encontraba fue grandiosa. Era como ver un mapa a escala perfectamente trazado. Sin lugar a dudas ayudaba mucho el maravilloso tiempo climatológico que disfrutábamos y que permitía una visión clara y nítida que me dio ocasión para realizar unas cuantas fotografías desde esa privilegiada atalaya.
En el transcurso de nuestros paseos por la tercera planta de la Torre, mi hermano y cuñada hicieron amistad con un agradable matrimonio venezolano con el que en principio quedaron para una posible cena que nunca se llegó a consumar.
“Perdida” la mañana al completo en la Torre Eiffel, nos encaminamos a nuestro hotel, relativamente cercano, y decidimos almorzar en el vecino restaurante LE ROI DE COUSCOUS, donde como no podía ser menos dimos cuenta de un magnífico Couscous.
- LE ROI DE COUSCOUS, 112 Bd. de Grenelle, 75015 PARIS, Tel: 01 45 79 96 25.
Place des Vosgues
Tras una siesta moderada, y siguiendo la programación de Paulino, nos dirigimos a esta maravillosa plaza.
La Place des Vosgues ha sido para mí una de las más agradables y, lo confieso, inesperadas sorpresas, por desconocimiento, de París. Con un trazado cuadrangular casi perfecto y un aire romántico especial acentuado por el color otoñal de las hojas de sus árboles y el cuidadoso esmero que muestran sus edificios, algunos de ellos con dos o tres siglos a sus espaldas, esta plaza con soportales, es una auténtica delicia. Da la impresión cuando uno se encuentra en ella de estar en otro mundo muy lejos del bullicio de París.
Al tesoro que en sí representa la propia plaza, tuvimos la suerte de que esa tarde/noche se uniera la casualidad de poder admirar bajo uno de los soportales cómo ensayaba a capela un coro de 15 ó 20 personas canciones medievales francesas. Un lujo de otra época.
Abandonamos este precioso lugar ya de noche cerrada y nos dirigimos a uno de los más pintorescos barrios de París: Le Marais.
Barrio Le Marais
Le Marais es un precioso y pintoresco barrio, otrora zona residencial y hoy en día corazón de las comunidades gay y judía, que se extiende desde el Ayuntamiento hasta la plaza de la Bastille. Siguiendo un plan trazado por Paulino recorrimos a pie sus calles con antañones sabores y algún edificio de la época de “Los tres mosqueteros”, y pudimos comprobar que efectivamente las dos comunidades citadas están presentes por doquier. En cuanto a los gay, nos cruzamos con algún que otro miembro que me trajo a la memoria más de un personaje de “Muerte en Venecia” de Visconti. No conozco de primera mano, ni casi de segunda, el madrileño barrio de Chueca, pero tengo mis dudas de que por ella circulen algunos de los ejemplares, con bastantes más años que los que yo acarreo, que pude vislumbrar en Le Marais: verdaderamente más que estrafalarios.
En una de las muchas librerías que abundan en este bonito distrito parisino, con auténtica personalidad, adquirí dos joyas fotográficas a un precio de ganga, 5 euros cada una de ellas: “Un dimanche à Paris” y “Un dimanche à La Tour Eiffel” con fotografías en blanco y negro que van desde el último cuarto del siglo XIX a mediados del siglo XX.
Finalizamos nuestra jornada turística de hoy con una visita a la Place de la Bastille, lugar histórico donde los haya, aunque desde el punto de vista arquitectónico no dice demasiado.
Llegamos al hotel ya tarde, pasadas las ocho de la noche. Eva y Paulino habían decidido cenar en su habitación unos quesos que habían adquirido en el cercano supermercado MONOPRIX, de modo que antes de irme a la cama visité en solitario el ya habitual Mac Donald.
Miércoles, 28 de octubre
Habíamos decidido que hoy miércoles y mañana jueves lo dedicaríamos a ver museos aprovechando el bono que durante dos días nos permitía visitar todos los que nos fuera posible, de modo que teníamos previsto adquirir estos bonos en el primer lugar elegido.
Notre-Dame
El lugar elegido fue la mítica catedral de París. Pese a que llegamos muy temprano, creo recordar que el reloj pasaba ligeramente de las 9 de la mañana, la cola formada para subir al campanario del que fue “hogar” de Esmeralda y Cuasimodo alcanzaba ya fácilmente los 50 metros, de modo que la espera se alargó sobre 1 ½ horas, casi como en la Torre Eiffel. La larga espera hasta que la cola comenzó a moverse (la taquilla no abría hasta las 10:00) dio un poco para todo. Hicimos amistad con una joven pareja, chico y chica, de Madrid a los que casualmente, ¡qué pequeño es el mundo! volvimos a encontrar el último día de nuestra estancia parisina, que también era el de ellos, para coincidir de nuevo en el aeropuerto, pues regresaban a Madrid en el mismo vuelo que nosotros.
Tras la larga espera comenzamos la subida en espiral que parecía no terminar nunca entre el agobio de no poder parar, porque si lo hacías detenías a todo el grupo que te seguía, y la ligera claustrofobia que producía el ir encajonado entre piedras centenarias. No obstante el ligero mal rato, el premio final merecía la pena con creces.
La visión de París desde lo alto de Notre-Dame es fantástica, diferente a la que se disfruta desde la Torre Eiffel, ni mejor ni peor, sencillamente diferente. Yo la disfruté más que la de la Torre, probablemente porque no dejaban de venirme a la cabeza las historias que de jovencito, casi niño, había leído en la obra de Victor Hugo homónima de la catedral de París y veía por todos lados a Cuasimodo y sobre todo a Esmeralda, encarnada en las versiones cinematográficas de la novela en Gina Lollobrigida y en Lesley-Anne Down, casi más en esta última (preferencias personales) que en la actriz italiana, con seguridad la Esmeralda más conocida de las varias versiones que se han hecho.
Ya en lo alto y en el exterior pude realizar varias fotografías, alguna de ellas, debo reconocerlo, copiándole la idea a mi hijo Mariano, como la de la gárgola que aparece en primer plano con París al fondo.
Una vez en “tierra firme” entré en el recinto catedralicio, y en este punto quiero hacer un alto para resaltar lo que para mí significó el interior de la catedral parisina.
Nada más traspasar las enormes e históricas puertas de Notre-Dame tuve la misma impresión que me sucedió un lejano día de julio de 1992 cuando tuve el privilegio (compartido por muy pocos de mis contemporáneos en los últimos 20 años) de quedar absorto ante la grandeza del interior de Santa Sofía, en Estambul. Digo privilegio porque la que fue basílica, después mezquita y gracias a Ataturk se convirtió en museo, sufre desde hace innúmeros años un proceso de restauración interna que conlleva el montaje de un inmenso andamiaje que va desde el suelo hasta la mismísima cúpula. La primera vez que entré en Santa Sofía, recién tomado posesión de mi destino como Agregado Comercial de España en Estambul en 1990, sufrí una profunda decepción ante el inmenso andamio que destrozaba (y creo que sigue “destrozando”) el interior de Santa Sofía. Un buen día de julio de 1992, entré en la antigua basílica como hacía siempre que pasaba por sus alrededores y el tiempo me lo permitía y nada más traspasar la última puerta que daba entrada a su interior quedé materialmente anonadado. Habían desmontado totalmente el descomunal andamio, restaurado ya el costado izquierdo del edificio, y aún no lo habían vuelto a montar en el lado derecho para proceder de igual forma que en el sinistro. Creo que permaneció así, si mal no recuerdo, un par de meses. La sensación que tuve de “hormiga humana” cuando me vi dentro de aquella inmensidad, diáfana, mandada levantar por Constantino en al año ¡¡¡537!!! de nuestra era no se puede describir. Quizás sea la misma sensación que tenga el capitán de un pequeño barquichuelo en la inmensidad del océano. Indescriptible.
Pues bien, algo parecido me pasó en Notre-Dame. Quedé materialmente anonadado ante la grandiosidad y la pureza de líneas góticas, casi románicas, limpias, sencillas y al mismo tiempo majestuosas.
Visité la catedral detenidamente deleitándome en cada rincón, y admiré, cómo no, su famoso rosetón y las maravillosas vidrieras que lo acompañan, pero para mí, lo fundamental fue la visión de conjunto, la grandiosidad y pureza a la vez lo que me dejó marcado, tan marcado, que este momento que describo, y soy consciente de que casi con seguridad absoluta me convierto en un “bicho raro” diferente al común de los turistas al escribir estas líneas, fue para mí el más emocionante de la semana que pasé en París.
Île Saint-Louis
En lo que fue el histórico corazón de París deambulamos sorbiendo su encanto, impregnándonos de la belleza externa de Notre-Dame circundada por el río Sena así como de los famosos libreros que tienen sus puestos en uno de los costados del río.
Paseamos por sus estrechas calles y degustamos unas maravillosas crepes acompañadas de una excelente sidra en LE SARRASIN ET LE FROMENT. La idea de las crepes en este lugar de París me la había sugerido Nathalie, recalcándome que eran las mejores, no solo de la capital francesa, sino las mejores que ella había jamás degustado.
- LE SARRASIN ET LE FROMENT, Crêperie, 84/86 rue St Louis en l’Isle. 75044 PARIS, L’Ile St Louis. Tel: 01 56 24 32 06
En Île Saint-Louis me ocurrió un episodio cuanto menos pintoresco. Yo, entre monumento y monumento no dejaba de “explorar” los diferentes puestos de souvenir que salían a nuestro paso pensando en adquirir algunos pequeños recuerdos para mis hijos y amigos/as. Sin embargo, no acababa de ver nada que me convenciera pensando en mis nietos. Aquí, en una de las bonitas y estrechas calles del corazón de París, tropecé con una preciosa tienda, “L’ARCHE DE NOE”, dedicada a juguetes y objetos infantiles. Sin dudarlo entré un instante mientras mi hermano quedaba en el exterior fotografiando con su cámara digital todo aquello que le salía al paso, bien fueran casas, edificios, aceras, escaparates, etc. Mi cuñada Eva entró conmigo.
Hasta ese momento de nuestra aventura parisina prácticamente no había tenido que hacer uso de la lengua de Voltaire, además de que Paulino, que es el que llevaba la voz cantante en todos los asuntos de intendencia, también habla francés. Sin embargo, en L’ARCHE DE NOE iba a tener la oportunidad de entablar una larga y amena conversación con una elegante dama francesa, rubia, de unos 50 años, que tras las primeras palabras preliminares de saludo, así como indicarle lo que deseaba para mis nietos Eloísa e Iñaki, continuamos con una animada conversación acerca de París, de su belleza que me había enamorado, etc. La dama francesa estaba sorprendida por lo bien que, según ella, hablaba yo el francés, y se debió de sorprender aún más cuando me preguntó que de dónde era y le dije que español. Entonces me indicó que conocía Madrid y que le había gustado muchísimo, que era muy bonito, etc. etc. Seguimos hablando banalidades, y ella me dio a entender muy educadamente que podía sugerirme varios lugares que a lo mejor no había visitado de París y que merecían la pena. Aunque no lo dijo explícitamente, me pareció entender en sus palabras (a lo mejor las malinterpreté) que podría acompañarme si lo deseaba. Por cortesía le pregunte de qué parte de Francia era ella; me dijo que del País Vasco. Casi en plan de pregunta retórica, añadí yo, “del País Vasco francés, claro”. Su contestación fue la que me dio pie para finalizar nuestra conversación, eso sí, muy educadamente. Me dijo: “bueno, para nosotros no hay País Vasco francés o español; solo País Vasco”. Punto final.
Con los obsequios adquiridos salimos a la calle mi cuñada y yo, Eva diciéndome que menuda charla había mantenido con la francesa. Claro está que no sabía el contenido de la misma, que una vez ya en unión de mi hermano, les relaté. Cuando llegué al final, Paulino dijo; eso te pasa por enrollarte, ya ves que “todos ellos son iguales”, aquí y en España.
Museo de las Alcantarillas (Musee des Égouts)
Debo confesar que el empecinamiento de mi hermano por visitar este museo me sorprendió solo a medias, ya que creo conocer lo suficientemente a Paulino para saber de sus gustos un tanto sui generis. También tengo que confesar, ya que trato de ser sincero en todas mis manifestaciones, que fui al museo de las alcantarillas literalmente arrastrado, ya que pensaba que antes que ese museo habría mil cosas más que ver en París. Ahora bien, una vez pasado el “trance”, confieso, y es mi tercera confesión en el mismo párrafo, que es todo un lujo, un “must” como dicen los anglosajones, poder responder a quien me pregunta por los monumentos visitados en la capital de Francia, lo siguiente:
- Pues verás, estuve en la Torre Eiffel, Notre-Dame, el cementerio del Père Lachaise, un paseo por el Sena, el Sacré-Coeur, el Louvre, el museo D’Orsay… el museo de Las Alcantarillas…
Enunciado el último lugar visitado, el “preguntador” queda literalmente descolocado. Nadie, absolutamente nadie de quienes hasta ahora me han preguntado, ha visitado el museo de Las Alcantarillas, de modo que al fin y a la postre, esta visita fue todo un éxito.
Descendiendo al terreno mortal, el recorrido por las “alcantarillas de París” fue más bien anodino y eso sí, para disgusto de mi hermano que esperaba algo más fuerte, solo algo maloliente.
En este apartado debo reseñar que camino del museo, al que llegamos a pie procedentes de L’île Saint-Louis, una gitanilla de unos 15 años trató de timarnos mediante un procedimiento que no le dio ningún resultado. Debió de verme a mí cargado con mis cámaras y seguramente pensó que ahí tenía al panoli perfecto, así que se me acercó rápidamente, y ya a mi altura, se agachó al suelo y aparentó recoger una sortija “bien gorda” de supuesto oro que me entregó antes de que me diera cuenta, como dando por hecho que se me había caído. Yo que soy lento en reaccionar hasta extremos increíbles, y quienes me tratan de cerca lo saben bien, en esta ocasión fui expeditivo. Según me la entregaba, se la devolví sobre la marcha apartándome al mismo tiempo y diciéndole, ya a dos o tres pasos de ella, que no era mía, sin intercambiar más palabras y siguiendo mi camino sin darle más importancia ni más opciones a la gitanilla. Este mismo timo, cuyo objetivo final sigo sin comprender (¿De qué se trata? ¿De aprovechar la indecisión de la supuesta víctima para aligerarle de peso? ¿De tratar de engañarle con la supuesta sortija de oro para, aprovechando la “codicia” de la víctima obtener una recompensa…?) lo presenciamos también en los alrededores del Arco del Triunfo con otras supuestas víctimas.
Antes de finalizar con este capítulo dedicado al museo de Las Alcantarillas tengo que dejar por escrito que Paulino quedó un tanto frustrado por no haber podido visitar también las catacumbas de París, que en contra de lo que se pueda pensar no son de los primeros tiempos del cristianismo, como es el caso de las romanas, sino de los siglos XVIII y XIX. Mi cuñada Eva y yo nos opusimos. Con un “must” teníamos suficiente.
Museo del Louvre
La jornada de este miércoles 28 de octubre la finalizamos en el posiblemente más famoso museo del mundo.
Para visitar el Louvre sucede lo mismo que con el museo del Prado. Harían falta muchos días de los que el turista ocasional no dispone, de modo que hay que contentarse con una visita rápida que la mayoría de las veces no permite calibrar la importancia y grandeza de lo que uno visiona. A mí me sucedió esto, no obstante lo cual tengo en la retina varias imágenes que me impactaron.
- Por supuesto, ¡faltaría más! no pudimos sustraernos a admirar el que posiblemente sea el cuadro más famoso del orbe, la Gioconda de Leonardo da Vinci. Lo de admirar, en este caso concreto es casi un eufemismo, ya que para saber en qué lugar del museo se encuentra la Mona Lisa tan solo hay que seguir al grupo más multitudinario que uno se encuentre en el interior del museo. La muchedumbre y el ruido que se congrega ante este cuadro es indescriptible. Dichosos aquellos que pueden admirarlo en solitario.
- La Venus de Milo, que poco ganaría con algún comentario mío que no dejaría de ser banal.
- La sección egipcia del museo, realmente impresionante.
- Diana cazadora. Puede que diga un disparate, pero a mí, fue esta escultura romana lo que más me impactó de todo lo que pude admirar en el Louvre. Verdaderamente maravillosa.
- Sin palabras quedé también ante la pequeña joya de Vermeer, La dentellière (La encajera).
- Sinceramente, sin ser un entendido ni mucho menos, más bien un pobre ignorante que se deja llevar solo por su gusto personal, la distribución de las diferentes escuelas de pintura me pareció un auténtico batiburrillo.
Termino el apartado dedicado al Louvre repitiendo lo dicho al comienzo. Con seguridad no habré sabido apreciar las maravillas del museo al que solo dedicamos unas tres horas, cuando probablemente se necesitarían varias semanas para poderlo degustar mínimamente.
Sí quiero dejar aquí constancia que desde uno de los ventanales del museo tuve la fortuna de realizar con mi pequeña Contax digital (la única cámara que llevé al museo) una preciosa fotografía de la pirámide sita en el patio exterior al atardecer con unas rojizas nubes de fondo
El final de esta jornada, al que llegamos agotados de verdad, tuvo un colofón que podría calificar como chusco. Me explico.
Reventados por la jornada vivida, donde literalmente exprimimos el tiempo, pensamos que un buen final sería una apetitosa cena en una pizzería próxima al hotel que tenía una aceptable pinta. El nombre de este establecimiento situado en el Boulevard Grenelle es PIZZERÍA GRENELLA, y si lo indico en mi relato es por si da la casualidad de que tengo algún lector, y siguiendo con las casualidades se le ocurriera entrar en él. Que no lo haga.
Nosotros entramos, y para hacer el cuento corto, tras sentarnos en una mesa, cuando se nos acercó el supuesto maître, italiano por su acento (lo cual nada quiere decir en contra de tan gran pueblo; en todas partes encontramos gente grosera y mal educada) con muy malos modos sin venir a cuento, comienza a tomar la comanda y nada más decirle yo (que hablo solo por mí y no por mis hermanos) que deseo una pizza, no recuerdo de qué, y nada más, el buen fulano va y dice que él no sirve solo una pizza para tres. Confieso que mi francés no es como el de mis hijos que lo aprendieron antes casi de saber andar, pero es lo suficientemente bueno, modestia aparte, para poder mantener cualquier conversación por intelectual que esta sea, o si se tercia una buena discusión sobre fútbol.
Tuve la inmensa la suerte de disfrutar de un profesor increíble en la Ginebra de finales de los años 60 del pasado siglo, un español exiliado a causa de la guerra civil, que me enseñó la lengua francesa como jamás, ni en el bachillerato ni en la universidad, me enseñó su materia cualquier otro profesor o catedrático, de modo que, sin falsa modestia, mi francés era bastante mejor que el del maître italiano por muchos años que llevara viviendo en París.
Posiblemente el buen camarero estaba ese día de mala uva por alguna razón y deseaba tener algún altercado a la primera ocasión, y está claro que la ocasión se la facilitamos nosotros. Llegados al punto descrito, mi hermano se levantó como un resorte, y por una vez, yo, que soy reacio a alimentar una discusión en estas situaciones, me levanté en apoyo de mi hermano (Eva, al no hablar francés asistió un tanto atónita a toda la escena) y tras un breve intercambio de palabras con el grosero maître al que verdaderamente deberíamos de haber enviado a tomar…, cosa que no hicimos, nos marchamos sin más y sin dar ningún portazo, que podíamos haberlo hecho y no habría estado de más.
Conclusión: nos dirigimos a otra pizzería situada en la misma acera unos metros más adelante, ésta de “pobres”, regentada por “moritos”, que era una especie de self service donde no despachaban alcohol, pero donde cenamos muy a gusto. Este establecimiento está situado también en el Boulevard Grenelle, casi al lado del “maldito” y lleva por nombre GRENELLE SANDWICH, Friterie-Sandwicherie-Pizza.
Jueves, 29 de octubre
Como estaba previsto, dado que el bono que sacamos para los museos tenía una duración de dos días, en esta jornada del jueves teníamos que seguir sacando el máximo jugo al citado bono, de modo y manera que en el día de hoy había que patearse el mayor número de museos posibles.
Museo Rodin
El comienzo, a primera hora de la mañana lo estableció Paulino en el museo Rodin. A mí particularmente nunca me dijo demasiado la obra de este famoso escultor francés, probablemente porque jamás me llamaron demasiado la atención las esculturas en bronce, material en el que Rodin plasmó una gran parte de sus esculturas, entre ellas quizás la más famosa: “El Pensador”. Claro que a mí, cada vez que me viene a la memoria “El Pensador”, enseguida lo relaciono con una maravillosa fotografía que le hice a una amiga, justo hace ahora 40 años, en un maravilloso entorno, el pueblecito medieval de Ivoire, en el lado francés del lago de Ginebra. Fue una foto sin preparación. Ella se había sentado en un tocón del muelle para descansar y justo colocó su mano bajo el mentón exactamente igual que la famosa escultura de Rodin, con la mirada perdida dirigida hacia el lago, como si estuviera soñando; tal vez soñaba. Llevaba conmigo la Contax IIIa de mi padre equipada con el Zeiss Sonnar 50mm f/1,5 (hoy en día entre las cámaras de mi colección, y que aún utilizo junto con la Leica M3 para blanco y negro). En cuanto vi su postura, no lo dudé un instante: encuadré, enfoqué y disparé. Es una de mis mejores fotos.
Hecha esta digresión, debo seguir con otra. Guardamos una pequeña cola de unas diez o quince personas, se abrieron las puertas del museo a las 10 de la mañana, entramos y ¡Oh catástrofe y desolación! Paulino se había olvidado la batería de su cámara digital en el hotel. Imprecaciones, exclamaciones, maldiciones, solo le faltó mesarse los cabellos, y más aún teniendo en cuenta, que al contrario que en mi caso, él sí que tenía un grandísimo interés en este museo, ya que había hecho de esta visita uno de los motivos principales del viaje a París. Tras un breve pero intenso cambio de pareceres, por utilizar un eufemismo, entre los tres, calibrando la posibilidad de regresar al hotel a por la batería, al final decidimos continuar la visita del museo, que transcurrió entre la admiración de la obra de Rodin y las lamentaciones de Paulino. Yo realice alguna que otra fotografía con mi cámara digital, fundamentalmente a mi hermano y cuñada para que quedara constancia de su paso por el museo.
En cuanto a la obra de Rodin, aunque ya he indicado mis gustos al principio que confirmé de cerca e in situ ante “El Pensador” expuesto en el exterior del recinto en la zona ajardinada, sí debo decir a fuer de ser honesto que quedé impresionado por una escultura, la denominada “El beso”, realmente maravillosa, eso sí, esculpida en mármol.
Antes de finalizar este apartado, comentar lo cuidado y extenso del jardín (el tercero en tamaño de París) de la mansión del siglo XVIII estilo rococó que hoy hace de museo y en la que en su día habitó, y en la que murió, Rodin.
Les Invalides
Tras finalizar nuestra visita al museo Rodin, aún con las lamentaciones de Paulino en los oídos, seguimos nuestro recorrido hacia Les Invalides previo paso por el hotel “en busca” de la batería.
La visita a Les Invalides me resultó realmente interesante comenzando por el impresionante edificio que data de finales del siglo XVII y que alberga el llamado Museo del Ejército. Recomiendo vivamente la visión de su majestuosa fachada desde el Puente de Alexandre III.
Ya dentro del recinto, merece la pena la visita a l’Église du Dôme que contiene la tumba de Napoleón, así como otros célebres militares franceses.
En cuanto al museo en sí, es verdaderamente interesante, desde una amplia y magnífica muestra de la II Guerra Mundial (tres plantas del recinto), hasta una increíble colección de armaduras pasando por una maravillosa muestra de maquetas en relieve de ciudades francesas fortificadas iniciada en tiempos de Luis XIV, o por una planta dedicada a uno de los más grandes políticos y militares franceses por el que yo, particularmente, siento una gran admiración: Charles De Gaulle.
Finalizada la visita a Les Invalides, salimos del recinto prácticamente al trote a fin de poder subir (entraba en el bono) a lo alto del Arco del Triunfo en la Place de l’Étoile, rebautizada como Place Charles De Gaulle.
Arco del Triunfo
Mi visita al Arco del Triunfo quedará marcada por el pedo más estruendoso y descomunal que me ha sido dado escuchar en los últimos años. Lamentablemente, su autor, que realizó el acto de dar vida a semejante pedo casi en mis propias narices mientras coronaba delante de mí los últimos peldaños que daban entrada a la terraza del monumento, fue mi hermano Paulino. Para su suerte, la mía y la de mi cuñada que seguía mis pasos en la ascensión de la estrecha escalera, tras nosotros no subía ningún otro turista en el álgido momento en que el estrepitoso pedo vino al mundo. Afortunadamente, el olor, como suele suceder en estos casos, no estuvo a la altura, en cuanto a intensidad y “grandeza”, del ruido.
El Arco del Triunfo fue concebido por Napoleón en 1806 y finalizado por Luis Felipe en 1836. La ascensión a la terraza, situada a 50 metros de altura y desde donde se contemplan unas increíbles vistas, se hace a través de una estrecha escalera compuesta de 284 peldaños. Calculo a ojo de buen cubero que el pedo citado vino al mundo en torno al peldaño 280, es decir, a punto de vislumbrar la luz del exterior y poder admirar desde su terraza las 12 avenidas que en el Arco confluyen, siendo la más famosa de ellas la que lleva el nombre por el que es conocida toda esta zona: Los Campos Elíseos.
Ya a pie del Arco pudimos admirar la Tumba del Soldado Desconocido, allí situada desde 1921, así como los nombres de las ciudades conquistadas por Napoleón en sus campañas militares inscritos en los costados del Arco, entre ellos el de mi lugar de nacimiento: Astorga.
Terminada la visita al Arco del Triunfo, nos dirigimos más que reventados hacia el hotel pensando en almorzar en alguno de los establecimientos cercanos que lo pueblan y tras un breve descanso en nuestras habitaciones, rematar el día en el Museo D’Orsay.
De modo y manera que elegimos una creperie con muy buena pinta, CAFÉ CRÊPERIE SUZETTE, y nos sentamos. En esta ocasión fue Paulino el que desde mi modesto punto de vista dio la nota. Entendió, probablemente con razón, que el precio que nos indicaba el camarero que tomaba la comanda no se correspondía con lo ofertado en la carta situada en el exterior del establecimiento y dijo que él no se quedaba ahí para que le tomaran el pelo. Yo, sinceramente, estaba reventado y no tenía ganas por un “quítame allá esas pajas” de tres o cuatro euros, de volver a deambular en busca de otro local para almorzar a una hora ya avanzada, de modo que dije que yo me quedaba, y me quedé, solo, pero me quedé. Degusté confortablemente un par de crepes acompañadas de una buena sidra y un helado de postre.
- CAFÉ CRÊPERIE SUZETTE, 117 Bd. de Grenelle, 75015 PARIS, Tel: 01 47 83 39 71).
Por la tarde, tras una más que breve siesta nos dirigimos como estaba previsto al Museo d’Orsay.
Museo d’Orsay
Éste si era para mí, y seguro que también para mi hermano y cuñada, uno de los puntos fuertes de nuestra visita a París, y antes de seguir adelante tengo que decir que no me defraudó.
Si maravilloso es el contenido del museo, proveniente en su mayoría del antiguo Jeu de Paume, no le queda a la zaga el continente, es decir, la antigua estación de ferrocarril reconvertida para albergar una de las colecciones de pintura más importantes del mundo.
Poco puedo añadir con mis pobres conocimientos de pintura a lo que habrán escrito miles de entendidos en la materia. Únicamente consignar que quedé enamorado, de ello estaba seguro a priori, de la sala dedicada a los impresionistas, la pintura que más amo, sin poder decir qué me gustó más. Todos los lienzos, ya fueran óleos, pastel e incluso acuarelas, maravillosos, llámense sus autores Manet, Van Gogh, Renoir, Degas, Cézanne, Pissarro, Sisley, Gauguin o Monet.
Ya de vuelta “a casa”, Eva y Paulino decidieron de nuevo cenar unos quesos en su habitación del hotel, de modo que yo tomé la última comida del día solo y de nuevo en Mac Donald.
Viernes, 30 de octubre
Cuando amaneció nuestro penúltimo día de estancia en París, excepción hecha de algún lugar famoso como Versalles (en las afueras de la capital parisina) o los Jardines de Luxemburgo (que me quedé con ganas de visitar recordando la película “Charada” y sobre todo a Audrey Hepburn), habíamos visto prácticamente todo lo que hay que ver en París, de modo que decidimos que tras el “tour de force” de ayer, hoy nos lo tomaríamos con más calma y casi con un cierto relax.
Claro que para comenzar surgió “un petit problemme” que mi hermano se tomo como si se lo llevaran los demonios. Mi cuñada Eva había perdido su “navigo” y por más que lo buscó entre sus pertenencias, no apareció. Afortunadamente era prácticamente nuestro último día en París, de modo que la factura en billetes de Metro no fue aparatosa.
Comenzamos el día con un largo paseo a pie por los famosos Campos Elíseos que habíamos vislumbrado ayer desde lo alto del Arco del Triunfo donde finalizó nuestra caminata de hoy y donde me hizo una bonita foto para la posteridad mi hermano. Tras vislumbrar un sin fin de majestuosos edificios entre los que pude distinguir los nombres de algunas firmas famosas como Louis Vuitton, Montblanc, Swatch, Renault… decidimos cambiar de barrio y proseguimos nuestro paseo en el
Boulevard Houssman
Que a la hora en que lo visitamos estaba francamente abigarrado de ciudadanos que bullían por todas partes y donde pude presenciar, igual que en Madrid, Ginebra o Estambul a vendedores de castañas asadas; no en vano estábamos en pleno otoño.
En el entorno del Boulevard Houssman visitamos la Eglise de la Madeleine, con aspecto de templo greco romano que se encontraba en proceso de restauración y no me dijo gran cosa, las famosas Galerías Lafayette, con una cúpula sinceramente impresionante y la maravillosa fachada de la Ópera Garnier. Por más que miré en todas direcciones no aprecié ninguna traza del Fantasma; claro está que la hora no era la más propicia.
Se acercaba el momento de almorzar, y como teníamos más o menos localizado un lugar recomendado por los venezolanos de la Torre Eiffel, hacia allí nos encaminamos, teniendo la fortuna de pasar en nuestra marcha frente al famoso Teatro Olympia, que siempre tuve un tanto mitificado y que visto de cerca me pareció, al menos en su fachada, muy poquita cosa. ¡Lo que va de la realidad a la ficción! o en este caso, más bien al contrario.
Llegamos pues a LÉON DE BRUXELLES, donde nos hartamos materialmente de mejillones hervidos y ¡como no! “pommes frites” a discreción, finalizando con unos gofres con chocolate auténticamente sensacionales. Fue un fantástico remate de una mañana placentera.
- LÉON DE BRUXELLES
Barrio Latino
Tras la ya casi mini siesta habitual, dedicamos la tarde de este viernes al famoso Barrio Latino. Una vez “escupidos” por la boca del Metro, iniciamos nuestro recorrido en el primer punto de interés que nos salió al paso.
Arenas de Lutecia
Las llamadas Arenas de Lutecia son los restos que quedan de un antiguo anfiteatro galorromano. La verdad es que de no figurar en algunas guías turísticas pasaría totalmente desapercibido. La entrada al recinto apenas está señalada y una vez dentro del mismo (la entrada es totalmente libre) se encuentra uno en un espacio con todos los síntomas de un lugar semi abandonado casi en ruinas, donde se puede ver a niños correteando, jubilados jugando a la petanca y algún que otro perro sin aparente dueño. Desolador.
Rue Mouffetard
Continuamos nuestro periplo a pie siguiendo escrupulosamente el plan trazado por Paulino, hasta desembocar en una de las calles que más me ha impactado, no solo de París, sino de cualquier otra ciudad de las muchas que conozco, la rue Mouffetard.
Es la rue Mouffetard una calle absolutamente increíble repleta de bares, cafés, pequeños restaurantes, tiendas de souvenir, establecimientos de alimentación, puestos de quesos, chocolates, frutas, vinos, todo con un tipismo único. En uno de estos puestos adquiero un pequeño “Tintín” con sus clásicos pantalones bombachos de color marrón, su jersey azul y la inseparable gabardina. En estos momentos, mientras escribo estas líneas me mira de pie junto a la pantalla del ordenador.
Ya de noche cerrada continuamos por el Boulevard Saint Germain, donde me separo de Eva y Paulino que desean seguir deambulando por la zona, mientras yo regreso en Metro al hotel.
Hasta la hora en que hemos quedado para la cena, aprovecho para cruzar la calle y aprovisionarme en MONOPRIX de pequeños regalos pensando en mi vuelta a Madrid. Mientras hago cola para abonar los chocolates, marrons glacés y galletas de MAXIM’S (los chocolates y sobre todo las galletas tuvieron un éxito indescriptible; en cuanto a las castañas escarchadas, siguen aún en su caja, aunque creo que no por mucho tiempo, mientras tecleo este párrafo) presencio cómo un cliente con un casco de motorista, casco que es el causante del estropicio, “arrasa” con toda una montaña de botellas de champagne dispuesta en pirámide. El estruendo es de tal calibre que, además de producir el temblor del suelo del supermercado, ocasiona un auténtico revuelo entre la clientela del establecimiento. Cuando paso por caja para abonar mis artículos, todavía no se ha regularizado la situación.
De nuevo en el hotel, me reúno con Eva y Paulino para cenar unas pizzas en GRENELLE SANDWICH.
Sábado, 31 de octubre
Todo llega y también nuestro último día de estancia en París. Seguíamos con buen tiempo, ni una gota de lluvia desde que aterrizamos seis días antes en el Charles De Gaulle, aunque para hoy estaba previsto un cambio radical de tiempo. En cualquier caso, ya no nos iba a afectar demasiado.
Nuestro vuelo despegaba a las 20:05, de modo que teniendo en cuenta que volábamos en una de las llamadas compañías de bajo coste, pensamos que deberíamos de estar en el aeropuerto al menos con dos horas de anticipación, y teníamos que prever otra hora más de trayecto en el Metro y el RER, de modo que la hora límite para abandonar París la fijamos en las 17:00 y si lo podíamos hacer con otra hora más de propina (cosa que al final hicimos) mejor que mejor.
De modo y manera que decidimos darnos una vuelta a pie en dirección hacia la Torre Eiffel y más en concreto el Trocadero desde donde se contempla una maravillosa visión del icono de París, y por cuyos terrenos no nos habíamos adentrado en nuestra visita de comienzos de la semana
Village Suisse
Tomamos la Avenue de la Motte-Piquet y nos detuvimos brevemente en el Village Suisse, ubicado en los terrenos que ocupó el pabellón de la Confederación Helvética en la exposición de 1889. Próximo a nuestro hotel, es un centro comercial de anticuarios con verdaderas joyas que pudimos vislumbrar a través de las vitrinas. Las pequeñas plazas que rodeaban el recinto llevaban el nombre de conocidas ciudades helvéticas: Genève, Lausanne, Berne…
El Trocadero
Seguimos a pie nuestro camino por una zona residencial con maravillosas mansiones de finales del siglo XIX e inicios del XX, y cruzamos al otro lado del río Sena por el Pont d’Iena, desde donde alcanzamos los jardines del Trocadero, donde pudimos admirar unas Tiovivos de época verdaderamente bonitos.
En este lugar, intercambié con mi hijo Mariano varios sms donde me decía que esa noche iría al aeropuerto junto con su esposa Puri a esperarnos.
A contraluz por la hora mañanera pudimos admirar desde el Trocadero la inconfundible silueta de la Torre Eiffel que nos daba la despedida de la histórica capital de Francia. La panorámica que desde aquí se contempla es sencillamente inenarrable, razón por la cual no me extiendo más tratando de describir unos sentimientos absolutamente imposibles de plasmar en papel, al menos para alguien bastante inhábil en estas artes como yo.
Regresamos de nuestro paseo en dirección hacia el hotel por el Boulevard Grenelle, llevando sobre nuestras cabezas las estructuras de hierro del Metro parisino en su trayecto exterior y que se hizo famoso entre otras películas en la no menos famosa “El último tango en París”. En esta zona, mientras encuadraba una de mis cámaras para hacer unas tomas, me llevo la sorpresa de vislumbrar a través del visor a la parte femenina de la pareja que encontramos en Notre-Dame, que también trataba de hacer lo mismo que yo. Nos saludamos todos sonrientes pensando, supongo, lo increíble de la situación.
Tuvimos la feliz idea de elegir para nuestro almuerzo otro de los establecimientos vecinos de nuestro hotel, en este caso el Restaurant PAKIZA. Pudimos dar gracias al Cielo de que contábamos con tiempo sobrado antes de coger el RER en dirección al aeropuerto, porque en mi vida he visto nada igual. El pequeño local, al menos durante nuestra estancia, estaba servido por un solo hombre (hindú o pakistaní sin lugar a dudas) que hacía de todo: maître, camarero, cocinero y pinche. Fue una comida indescriptible por su duración, que no cronometré, pero a ojo de buen cubero no le echo menos de dos horas, y aún tenemos que dar gracias a que además de nosotros tan solo había otras dos clientes, una pareja de chicas jóvenes que habían caído en la trampa antes que nosotros. Para que quien me lea se haga una idea, terminada la botella de vino que habíamos elegido, mi hermano solicitó otra. Para nuestro asombro, el “hombre para todo” salió del establecimiento en busca de otra botella, probablemente a otro de los restaurantes próximos, ya que no le quedaba más género similar al solicitado.
Dicho lo cual, y si obviamos el tiempo infinito con que nos obsequió el “hombre para todo”, la comida fue aceptable tirando a buena, pero tengo para mí que incluso mi hermano, que para estas situaciones es imprevisible y se jactó de alabar una y otra vez la comida y al “hombre para todo”, que si hubiéramos ido con el tiempo justo habría organizado una trifulca de las suyas.
- Restaurant PAKIZA, 3 rue de L’Avre, 75015 PARIS, Tel: 01 45 75 55 26.
Aeropuerto Charles de Gaulle
Recogimos nuestras maletas que habían quedado en la consigna del hotel y nos despedimos de París tomando el camino del aeropuerto a través del Metro y el RER. Ya en el Charles De Gaulle con tiempo sobrado facturamos nuestro equipaje y esperamos pacientemente hasta que subimos al avión, vuelo de easyJet 3909, que despegó a su hora.
Antes de terminar mi relato quiero hacer constar que para no faltar a su fama de ciudad lluviosa, durante nuestra estancia en el aeropuerto y antes del despegue, París nos despidió con una breve y ligera lluvia, las primeras y últimas gotas de agua que vimos caer del cielo en toda la semana.
Tras un vuelo tranquilo aterrizamos en Madrid poco después de las 10 de la noche, donde la espera por las maletas, igual que a la ida, fue mínima. Ya en el exterior, allí estaban Mariano y Puri para llevarnos a casa. La aventura parisina había terminado.
Las Rozas de Madrid, a 22 de enero de 2010
APOSTILLA
Como apostilla a este relato, quiero dejar constancia de mi agradecimiento a Celia y Socorro, que tuvieron a bien leer en primicia "mi historia" y me dieron su opinión, que siempre valoro en grado sumo, acerca de lo que ellas pensaban que estaba bien y lo que estimaban como “políticamente incorrecto”, y que yo decidiera si les hacía caso o no.
Celia me dio su opinión verbalmente y me dijo que en general lo encontraba bien. Solo me puso un par de reparos, entre ellos el título de “París bien vale un sacrificio” que ella podía entender, me dijo, pero que quizás no todo el mundo que lo leyera lo comprendería. “¡Qué optimista eres Celia! seguramente por el aprecio que me tienes. Dudo que alguien más que tú y Soco, y quizás mi hermano y cuñada, coprotagonistas de mi relato, vayan a leerlo. Ni siquiera pongo la mano en el fuego por mis hijos”. De todas formas no me dio alternativa alguna para el título.
En cuanto a Soco, para mi asombro, pues no es muy “amante” de los correos, me remitió una larga misiva en la que dejaba constancia que se había tomado la molestia de anotar punto por punto (¡hasta 14!) aquellas partes de mi relato donde encontró algo que en su opinión no era “adecuado”, era “políticamente incorrecto” o alguna corrección de estilo. Repasé sus objeciones o sugerencias con el mismo cariño que ella se tomó al leer mi relato, y tengo que decir que tuve en cuenta muchas de estas sugerencias, entre ellas todas las “correcciones de estilo”, que le agradezco aquí en público (ya lo había hecho en privado), pues es algo que valoro en extremo. En cambio, “no me apeé del burro” en otras de sus recomendaciones, fundamentalmente aquellas partes que ella consideraba “no adecuadas” o “políticamente incorrectas”. Al igual que Celia, también había discrepado con respecto al título e incluso me proponía uno alternativo, pero no me convenció. Sigo pues a la espera.
Gracias de nuevo a las dos damas.
Las Rozas de Madrid, a 7 de febrero de 2010
A ver si esta vez queda plasmado. Querido hermano, salvo algunas cosillas que bien sabes no comparto contigo, felicidades por tu relato, absolutamente fiel a la realidad, incluido lo del cuesco o flatulencia inodora-tronadora.
ResponderEliminarSirva este comentario para dejar constancia de que hay otra persona que lee tu blog y disfruta con tus aventuras. Por favor sigue escribiendo.
ResponderEliminarPor fin!!!!!!!!!
ResponderEliminarTe ha quedado estupendo con las fotos.
Un beso,
Marisa
Absolutamente de acuerdo con Marisa, fenomenal con las fotos!
ResponderEliminarNunca hasta ahora, al ver la foto en lo alto de la torre Eiffe, me había dado cuenta del gran parecido entre Paulino y Mariano. Y eso que la foto se ve en sombras... o precisamente por ello, no sé...
PD: Mi comentario como siempre llega tarde pero ya sabes que "nunca es tarde..." :-)
Soco
Hola Juan, ante tu detalle tan caballeroso de acompañarme a comer, lo menos que puedo hacer es ponerte un comentario en tu blog. Te diré que con las fotos ha quedado mucho mejor y aunque no tengo todavía un título más adecuado, sí he estado pensando en ello. Así que aquí tienes este enlace que yo ni sabía que existía, pero como ya hemos hablado más veces... San Google siempre nos sorprende: http://es.wikiquote.org/wiki/Par%C3%ADs.
ResponderEliminarPor cierto la foto tuya con la gorra, me ha dado una idea: ¡Un español camuflado!. Bueno, ya sé que va a ser que no. Así que entre lectura y lectura de estos libros que me dejas, pensaré algo mejor. Nunca se sabe cuando se va a encender la bombilla.
Un abrazo y buen fin de semana.
La verdad que es una ciudad muy hermosa y llena de historia aparte, aunque tambien un poco cara, felicitaciones por el viaje y por haber conseguido un hotel en parís a precio razonable
ResponderEliminarBuscando información sobre Lisboa, ciudad que junto con Oporto visitaré en unas semanas, he dado casualmente con su Blog, me ha encantado su forma de narrar los viajes, la sencillez, los datos que incorpora,las alusiones a su historia y su vida personal, y sobro todo el entusiasmo y la ilusión que ha puesto en ello.
ResponderEliminarMe he leído varios viajes suyos, porque también pasaré por Salamanca y porque más adelante haré una visita a París.
Gracias por publicar su experiencias y permitirnos compartirlas.
Ah, le he agredado a favoritos, para ver nuevas entradas.
Saludos.
Buscando alguna información sobre mi Leica M3 llegué a su blog y lo felicito por su descripción del viaje a París. El mío fue en Setiembre de 2011, junto a mi compañera, y comparto mucha de sus sensaciones.Saludos desde Mendoza, Argentina.
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