domingo, 6 de mayo de 2012

EN UN LUGAR DE MADRID: PATONES


Siempre es difícil comenzar un relato, y éste no iba a ser la excepción. De hecho, y teniendo en cuenta los meses que llevaba de inactividad, sin aportar nuevas historias y fotografías a mi blog, el pequeño artículo que pretendo escribir, presenta unas cuantas dificultades. Pero vayamos al grano.

Mi cuñada Eva y mi hermano Paulino, también ellos varios meses ausentes de Madrid, sin las frecuentes visitas anteriores desde que Paulino, tras 23 años de autónomo, se reincorporó al maltratado gremio de funcionarios, decidieron aprovechar los días festivos que nos regalaba Mayo en su comienzo, para regresar a la capital de España.


PROLEGÓMENOS: ALMUERZO EN CASA, EN LAS ROZAS

Celebramos el reencuentro en mi casa de Las Rozas, aunque la cocina, como casi siempre, corrió a cargo de mi yerno Carlos, que también como casi siempre, nos deleitó con un fantástico menú, al que yo aporté las viandas (sí, Celia, acabé comprando piernas de cordero lechal) y algún que otro toque culinario, como las fresas que serví de postre, previamente arregladas por mí, porque el primer plato, gulas con huevos y patatas fritas, también fue patrimonio de mi yerno. Antes de levantarnos de la mesa, una tarta de Santiago aportada por Eva y Paulino acompañó a mis fresas.

En la tertulia que siguió a la suculenta comida, y vista la apretada agenda de mis hermanos en la semana que ya disfrutaban en Madrid, habilitamos el martes 1º de Mayo para desplazarnos a una de las joyas de la llamada Sierra Pobre madrileña, Patones. El día elegido presentaba además la particularidad, de que la previsión meteorológica parecía algo más benévola que en jornadas anteriores.

Me presenté en el apartamento de Paulino y Eva a la hora acordada, 09:30, y allí estaba dos minutos antes de la hora fijada, gracias a mi buena previsión de ir siempre con un margen de reserva “por si acaso”. El “por si acaso” en esta ocasión lleva nombre de GPS. En pocas palabras, pese a que sé perfectamente el camino de la casa de mi hermano, al llevar “desentrenado” unos cuantos meses, decidí encender el GPS y “desconectar”. Pues bien, la máquina pensante, en cuanto enfilé Bravo Murillo desde la Plaza de Castilla, me introdujo en una serie de callejas donde de pronto me vi atrapado como en una ratonera en un mercadillo ambulante. Pude, gracias a la hora mañanera, el día festivo y la casi inexistencia de otros vehículos, restablecer la situación, pero en mi desesperación, alguien tan amante del orden como quien suscribe estas líneas, acabó infringiendo la ley saltándose un par de direcciones prohibidas para poder reincorporarse a la arteria principal, Bravo Murillo.

Pasado el susto y utilizando esta vez mi cabeza, me presenté en la casa de mis hermanos a la hora acordada.

Para acceder a Patones desde Madrid, 62 kilómetros, hay que coger la A-1 hasta la salida 50, donde se toma la N-320 dirección Torrelaguna. En esta población se coge la M-102 que conduce hasta Patones. Enfilamos pues la autovía A-1 con mi hermano de copiloto. Todo lo nulo que soy yo, en cuanto a orientarme, lo es de bueno Paulino. Él, y probablemente hace bien, se fía mucho más del ser humano que de las máquinas, de modo que aunque yo, una vez más, encendí el GPS, él, mapa en mano, seguía la ruta trazada. Tuvo la “satisfacción”, seguida de risas y exclamaciones “irreproducibles” en letra impresa, de ver cómo ya cerca de nuestro destino, interpreté mal una de las indicaciones del GPS y a poco me introduzco en una finca particular.


EL APARCAMIENTO EN PATONES: TAREA DE TITANES

Llegamos a Patones de Arriba, tras atravesar a su homónimo de Abajo, exactamente a las 10:30 horas. Creo que ocupamos el último aparcamiento libre que quedaba en el pequeño espacio habilitado a tal fin en la entrada del pueblo. Aquí, y antes de seguir con mi relato, quiero escribir unas modestas indicaciones para todo aquel que desee seguir mis pasos, ya que en ninguna de las numerosas guías que consulté, incluyendo Internet, se daba orientación alguna al respecto.

Sí es cierto que las guías al uso aconsejan que no es buena idea el visitar este pueblo en fines de semana o días festivos, pero ninguna, absolutamente ninguna, advierte del infierno en que puede uno verse inmerso si no arriba a hora más que tempranera a este pueblo de la llamada Sierra Pobre de Madrid.

Como aperitivo, los dos kilómetros y medio que separan Patones de Abajo del de Arriba, están unidos por una carretera de montaña donde malamente tienen espacio dos vehículos al cruzarse, eso contando con que uno de ellos no sea uno de esos todo terreno a los que Paulino denomina “depredadores de la carretera”, porque en este último caso, hay que hacer encajes de bolillos para salir bien del trance.

Una vez que se llega a la entrada del pueblo, hay, repito, un pequeño espacio habilitado para el aparcamiento de los vehículos visitantes. Los residentes tienen, un poco más arriba, otra zona para estacionar sus automóviles. Nosotros llegamos a las 10:30. Cuando abandonamos el pueblo, sobre las tres de la tarde, el lugar donde estacioné mi vehículo me recordó a la gincana que aparece en la última plancha del álbum de Tintín, Stock de coque. Un auténtico caos, del cual escapamos con bien, milagrosamente, para enfilar la carretera que nos devolvería a la “civilización”.

Ahora bien, el recorrido del camino que nos devolvía a Patones de Abajo fue un continuo sobresalto por la ingente cantidad de vehículos con los que nos cruzamos, y que con sinceridad, no sabíamos dónde podrían encontrar un hueco, ya que cuando abandonamos el pueblo, todos los pequeños caminos de los alrededores se habían convertido en una especie de procesionaria de autos.

Primera conclusión: en fin de semana o día festivo no se puede llegar a Patones de Arriba más tarde de las 10 ó 10:30, al menos mientras no se habilite un espacio adecuado para hacer frente al numeroso cupo de visitantes en días feriados. Sinceramente no comprendo cómo no se hace algo al respecto. En mi ya larga vida, he visitado en los lugares del extranjero donde estuve destinado, varios pueblos con similares características viarias a Patones de Arriba, y en todos ellos se ha habilitado un emplazamiento digno para acoger a los visitantes. Me vienen ahora a la mente los nombres de Gruyères en Suiza, o Calico en California, entre otros.


PATONES DE ARRIBA

El inicio de nuestra visita al pueblo estuvo acompañado de un tiempo espléndido, aunque ligeramente frío y con alguna nube sobre nuestras cabezas, y sobre todo, gracias a la hora tempranera, algo que acogimos con auténtico entusiasmo: un silencio casi sepulcral en unas calles apenas transitadas por algún que otro visitante.

No obstante lo descrito en el párrafo anterior, en el recorrido a pie desde el aparcamiento de vehículos hasta la entrada del pueblo, unos trescientos metros, estuvimos acompañados por unos visitantes, creo que eran dos chicas y tres chicos, todo ellos en la treintena, de un comportamiento que no sé cómo describir para que no se me tache de elitista o clasista. Con seguridad mi amiga Soco sabría hacerlo mucho mejor que yo, y en cualquier caso, con su prudencia habitual me diría que “mucho cuidado con lo que escribes”, pero es que no puedo resistirme a plasmar en estas líneas el proceder, digno de un programa puntero de la telebasura, de los citados individuos, prototipo, lamentablemente, de una parte no desdeñable de la España actual. Incluso mi cuñada Eva, mucho más moderada que mi hermano o yo, tal vez por ser psicóloga de profesión, y por lo tanto mucho más comprensiva con la “raza humana”, pues bien, incluso Eva, mostró su aquiescencia silenciosa a las exclamaciones, sotto voce, de los hermanos Alonso. Dejamos, con buen criterio, que esa gente nos adelantara, y afortunadamente, no nos volvimos a cruzar con ellos en todo el tiempo que duró nuestra estancia en el pueblo.

Debo decir que, excepción hecha de los individuos descritos en el párrafo anterior, el resto de visitantes con los que compartimos el día, fue no solo educado, sino incluso afable y amigable en su gran mayoría, donde no faltó nunca el saludo al cruzarnos en un pequeño recodo o camino.


UN POCO DE HISTORIA

Tan solo un poco de historia para no aburrir. Unos párrafos que he entresacado haciendo un refrito de varias guías, nos dicen lo siguiente de Patones:

Se han encontrado restos arqueológicos en distintos puntos del municipio que prueban la existencia de poblamientos de diferentes épocas. Los más antiguos (Paleolítico, Edad del Hierro y Edad del Bronce), en las cuevas del Reguerillo y del Aire. En el entorno de la primera, unas excavaciones realizadas en 1974 sacaron a la luz un castro celtibérico posiblemente del siglo II antes de Cristo. Abundan también los vestigios medievales y algunos autores cifran el origen de Patones en tiempos de la Reconquista.

Las primeras noticias datan del siglo XVI. En 1555 Patones (el de arriba), era una alquería con siete vecinos dependiente de la Villa de Uceda. De finales del XVII provienen las referencias escritas a la peculiar institución del "Rey de Patones". Parece ser que las 10 ó 12 familias residentes en la localidad acataban la autoridad de un anciano al que daban el título de rey y que dicho cargo fue hereditario.

Lo cierto es que el famoso rey de Patones era una suerte de “primus inter pares”, un vecino de similar condición al resto, que asumía algunas funciones. Con el tiempo, el cargo habría pasado a ser hereditario, pero en 1750, los patones solicitaron al duque de Uceda el nombramiento de un justicia que sustituyera al rey, con lo cual consiguieron alcalde pedáneo y alguacil propio. Por aquel entonces, Patones era ya una aldea de ganaderos con una importante cabaña lanar y constituida por 50 casas.

Parece ser que en el Salón de Otoño del año 1925, había un cuadro que representaba al último rey de Patones, con capa parda hasta los pies, a modo de manto real y un sombrero calañés ciñendo sus sienes, en sustitución de la corona, guiando un borriquillo.

A mediados del siglo XIX se iniciaron las grandes obras de infraestructuras de abastecimiento de agua a Madrid (Presa del Pontón de la Oliva) y aparecieron algunos asentamientos dispersos y eventuales vinculados a ella. Patones tenía ya entonces una Casa Consistorial, Iglesia Parroquial y escuela primaria.

Ya en el siglo XX, después de la Guerra Civil y a pesar de la construcción de las carreteras que facilitaron el acceso al núcleo, los habitantes de Patones fueron descendiendo del alto al llano y construyeron sus nuevas viviendas en la vega del río Jarama, junto a la carretera M-102 que les comunica con Torrelaguna y Torremocha. Se creó así el nuevo núcleo de Patones de Abajo. El traslado se generalizó en los años 60 quedando el núcleo originario casi totalmente vacío, abandonándose los edificios, tanto públicos como privados.



RECORRIDO DEL PUEBLO


La verdad es que el recorrido del pueblo es una auténtica delicia. Ciertamente hay que tener cuidado con el calzado que se elije, que debe ser cómodo y que “agarre” bien al suelo, ya que los desniveles del lugar son constantes, y teniendo en cuenta que todo el pueblo, tanto edificaciones como calles, tienen como principal materia prima la pizarra oscura de la zona, a poco que los caminos se humedezcan por la lluvia o el rocío, el resbalón está casi asegurado.



Por cierto, y antes de seguir adelante, quien suscribe estas líneas dio con sus huesos en el suelo, tal como muestra la fotografía que mi cuñada, rápida de reflejos, logró captar antes de que el caído recuperara la línea vertical. En mi caso no fue un resbalón, sino un pequeño traspié al recular y no ser consciente de que tras de mí tenía un ligero desnivel.



Hablando de desniveles, una de las empinadas cuestas del pueblo fue propicia para que Paulino dejara escapar un sonoro pedo, hermano pobre sin lugar a dudas, del recordado parisino del Arco del Triunfo. Momento jocoso y distendido.



Un arroyo que atraviesa el pueblo y serpentea entre árboles y piedras, acentúa el carácter bucólico del mismo.

En cuanto a mi equipo fotográfico, esta vez ya solo “cargué” con una cámara, la Leica M9-P, equipada con el objetivo estándar, el Summicron 50mm f/2, y mi última adquisición, el Super Elmar f/3,4 de 21 milímetros, un gran angular extremo, que es la focal ideal para los lugares con espacios limitados, estrechos, reducidos. Además, llevaba la pequeña Contax digital, pero como esa cámara tiene el tamaño de un paquete de cigarrillos, casi me olvido de que la llevo encima, “por si acaso”. `


Durante nuestro recorrido por el casco urbano pudimos constatar que los habitantes de Patones, aquellos que podríamos designar como residentes, son en realidad solo los propietarios o encargados de los restaurantes y casas rurales de hospedaje. El resto de ciudadanos que pululaba en esta mañana de un 1º de Mayo, éramos todos visitantes ocasionales, turistas, madrileños con seguridad en la inmensa mayoría.


Nuestro paseo por el pueblo, de abajo arriba y de arriba abajo, fue completo y se extendió por espacio de casi tres horas. Creo que lo recorrimos todo, y buena muestra de ello son las fotografías que acompañan a este texto, 1/5 parte de las que tomé. He seleccionado las que he creído más adecuadas, aunque el autor de la obra no siempre suele acertar en sus gustos. En cualquier caso, creo que esta veintena de fotos dan una idea de la belleza del lugar.


En una de las dos tiendas de souvenirs del pueblo, la que se encuentra en la parte alta del mismo (la otra, mayor, pero más ruidosa está ubicada en la misma entrada, frente a la iglesia) adquirí unos cuantos imanes para el frigorífico, de recuerdo. El propietario de la misma, tuvo la deferencia de regalarme el sombrero con el que figuro en una de las fotos, que incluyo a modo de testimonio de mi paso por este bello pueblo de la llamada Sierra Pobre de Madrid.


Advertidos en Internet, y percatados in situ a partir de las 12 del mediodía que el pueblo se iba llenando de gente minuto a minuto de una forma abrumadora, casi en oleadas, y habiendo echado un ojo durante nuestro recorrido a diversos restaurantes, nos decidimos al fin por reservar en uno que nos pareció adecuado, tanto por su carta, como por el precio del menú, así como por haber leído en Internet que era uno de los más demandados: La Cabaña, sito en la calle Azas, paralela a la calle Real y junto a la cual son las dos vías principales del pueblo. Nuestra elección fue un acierto pleno. Incluyo en este relato una fotografía de la carta del restaurante, así como la tarjeta de visita del mismo.


LA IGLESIA DE SAN JOSÉ


Antes de dirigirnos a reponer fuerzas al lugar elegido, las 13:30 era la hora de nuestra reserva, y sobrándonos algo de tiempo, visitamos la iglesia de San José, desacralizada, y que en la actualidad alberga la oficina de turismo del lugar. No pudimos hacerlo a nuestra llegada, ya que, probablemente debido a lo temprano de la hora, se hallaba cerrada. En este lugar, atendido por una funcionaria muy amable, nos proporcionaron un plano, no solo de Patones, sino del conjunto de pueblos que forman la llamada Mancomunidad de El Embalse del Atazar. En una pequeña sala dispuesta al efecto pudimos visionar una película de unos 15 minutos, francamente interesante acerca de la historia y el presente de la comarca. Al finalizar la película nos encaminamos a La Cabaña.


ALMUERZO EN “LA CABAÑA”

Vayamos ahora con la comida, una auténtica delicia que plasmó en unas fotos para el recuerdo mi cuñada Eva.


Mi hermano y yo elegimos el mismo menú, migas con huevo frito de primero y carrillada ibérica de segundo. Ambos platos, suculentos. En cuanto a Eva, se decantó por las patatas revolconas como entrada y luego el plato del pastor, consistente en chuletas de cordero, chorizo y migas. En el postre los tres fuimos diferentes, flan de huevo en mi caso, cuajada con miel de Patones mi cuñada y leche frita Paulino. Vino de la casa y dos botellas de agua mineral para mis hermanos y, servidumbre de la conducción, cerveza sin alcohol en mi caso. Todo ello a un precio de 20 euros por cabeza en un ambiente acogedor, dentro de un recinto muy bien decorado con no más de ocho o diez mesas y un servicio impecable, rápido, educado y muy profesional. Todo un acierto nuestra elección que recomendamos vivamente.


REGRESO A MADRID

Terminado que hubo nuestro almuerzo, al salir al aire libre constatamos el súbito cambio de tiempo que se había producido en el lugar, donde ahora el cielo se había cubierto por completo, llovía ligeramente y arreciaba el frío. Paulino y yo todavía tuvimos humor para fumarnos al calor de los soportales de la iglesia de San José, él un purito y yo mi habitual Camel sin filtro, mientras mi cuñada se dirigía a nuestro vehículo donde esperó nuestra llegada.

Como ya he descrito con anterioridad lo que supuso nuestra salida de Patones hacia Madrid, no me extiendo más acerca de las dificultades de la carretera.



Sí tengo que decir que indudablemente fuimos afortunados en ser los tres madrugadores, ya que la climatología nos favoreció y pudimos visitar un precioso pueblo en unas condiciones climáticas magníficas, a lo que se unió la escasa gente que nos acompañó en las primeras horas de esta mañana de un primero de Mayo.

Regresamos a Madrid sobre las cuatro de la tarde con lluvia durante el camino. Hice una parada en la casa de mis hermanos para dar cuenta de un té y seguir disfrutando de una compañía cariñosa y reparadora, y que en el caso de personas como yo, habituados a la soledad, siempre es más que bienvenida, aunque a veces, quienes nos rodean, puedan pensar lo contrario.

Fin de la historia y hasta la próxima. “¿Y qué será lo próximo?”. Esa misma pregunta me la hizo la güera semanas atrás en nuestro diario paseo en Metro y Cercanías a la salida del trabajo. Pues bien, aquí dejo por escrito mi respuesta a modo de compromiso:

“Estoy preparando una serie de relatos que se llamará Mis Ciudades y que consistirá, esa al menos es mi intención en estos momentos, en una descripción de mis vivencias, acompañadas de fotografías mías, de las diversas ciudades en las que he residido, como Santa Cruz de Tenerife, Las Palmas de Gran Canaria, Madrid, Ginebra, Los Ángeles, Estambul… o con las que he tenido una relación más que estrecha, como por ejemplo, Astorga o Sevilla. Mi pensamiento es comenzar por la que ya casi considero mi ciudad: Madrid”.

Las Rozas de Madrid, 4 de Mayo de 2012.

3 comentarios:

  1. Excelente relato, incluyendo la anécdota jocosa, y fantásticas fotografías, como siempre. Me apunto la recomendación de la hora por lo del aparcamiento, que ya estaba hace 10 años y, por lo que veo, sigue igual.

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  2. Me ha encantado y con ganas de onocer este maravilloso lugar.
    Las fotos preciosas, no podía esperarmenos de tí.
    Un beso,
    Marisa

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  3. Si me pudiera teletransportar para llevar allí me encantaría pasar en Patones algún que otro fin de semana de relax. Parece un lugar realmente idílico tal como lo describes y las fotos son estupendas!

    Sin más que añadir quedo a la espera del próximo viaje y consiguiente relato ;-)
    Soco

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