viernes, 31 de agosto de 2012


HOSPITAL DE ÓRBIGO
Un centenario y ¿una leyenda?


 

CENTENARIO DE VILLA BLANCA. HOSPITAL DE ÓRBIGO


Nota previa: aunque lógicamente mi blog está abierto a cualquier lector, advierto a los que se adentren en este espacio, que este artículo en concreto, aunque a la postre puede resultar interesante para alguno de mis potenciales lectores, va sobre todo dirigido a la familia.

Viernes, 27 de julio de 2012. Ficho la salida del ministerio a las 14:30, casi una hora antes de lo que habitualmente suelo hacer. Inicio un fin de semana diferente, sobre todo si atendemos a la monotonía de mi vida, casi tan regular como la marcha de un reloj suizo. Pasaré los próximos tres días en Hospital de Órbigo, León, a dos pasos de mi ciudad natal, Astorga.

En la parada del tren de Cercanías, en Aravaca, me despido de la güera. Celia comienza hoy sus vacaciones veraniegas. Llego a casa 20 minutos más tarde. Me cambio de ropa, recojo el troley con el equipaje, previamente preparado, y el equipo fotográfico, compuesto por la Leica M9-P y dos objetivos, el 50mm. f/2 Summicron y el gran angular de 21mm f/3,4 Super Elmar. Añado además, uno de mis trípodes. Inicio mi viaje en coche a las 16:30. Voy a unirme a la celebración del “centenario de Villa Blanca”.


Tras un viaje tranquilo, 310 kilómetros sin atascos en la autopista, pese a la fecha señalada, y el pago del peaje que fue de 10,55 euros, llego a mi hotel, previamente reservado por mi hija Marisa, a las 19:40.

Antes de seguir adelante quiero hacer una especial referencia al hotel. Sus coordenadas son las siguientes:


Bed&Breakfast EL CAMINERO
C/ Sierra Pambley, 56
24286 Hospital de Órbigo (León)
Teléfonos: 987 38 90 20 y 619 87 00 69


Sus propietarios, Maika y Jesús, me trataron, nos trataron, a mí, a mi hija Marisa, mi yerno Carlos y mis nietos Eloísa, Iñaki y Blanca, como si fuéramos de la familia, y no hay ninguna exageración en lo que escribo. Dispusimos de unas habitaciones fantásticas en una casa rural restaurada, con dos siglos de existencia, y disfrutamos de unos desayunos sin parangón. Como aditamento especial, tuvimos la compañía de un maravilloso mastín leonés, Lug, de 80 kilos de peso, que hizo las delicias de mis nietos.


Por su parte, mi hijo Mariano con su esposa Puri y mis otros dos nietos, Macarena, y el recién nacido Alejandro, aún sin llegar al mes, se alojaron en una casa rural, Molino Galochas, a cinco kilómetros de Hospital de Órbigo (http://www.molinogalochas.com/). Esa primera noche, Mariano vino a recogerme y me invitaron a cenar con ellos en su hotel, en un paraje ideal, casi de cuento de hadas. Marisa llegaría en la mañana del sábado.

Vamos a adentrarnos en lo que fue la celebración del “centenario de Villa Blanca”, un evento muy especial para dos familias unidas por un tronco común, los Suárez y los Alonso.


¿QUÉ ES Y QUÉ SIGNIFICA VILLA BLANCA PARA LAS FAMILIAS ALONSO Y SUÁREZ?

Voy a tratar de explicarlo de la forma más directa posible y sin circunloquios, aunque tengo unas enormes dudas de llegar a buen puerto. Al menos, voy a intentarlo.


El 12 de octubre de 1912, Arturo Paramio Fernández de Arellano compró la finca de Villa Blanca, que constaba de una casa solariega y una gran extensión de terreno, con salto de agua incluido, y que permitió la puesta en marcha de la que fue la primera fábrica de fundas de paja de España, proveedora de la gran mayoría de cavas catalanes o de los vinos de jerez.

Ahora me voy a permitir transcribir literalmente dos párrafos de la hoja conmemorativa del “Centenario de Villa Blanca”:

“…Es una conmemoración familiar, pequeña y modesta, pero importante para los que estamos aquí, porque la fábrica que estuvo funcionando en este lugar fue importante para este pueblo –Hospital de Órbigo-, pues dio trabajo a muchas personas y, también, ha sido y es importante para esta familia, en el pasado y en el presente.

En el pasado, porque La Fábrica fue un éxito comercial… En el presente, porque aquí hemos disfrutado los veranos de nuestra infancia, igual que antes lo hicieron nuestros padres y seguimos con nuestros hijos y nietos, pues Villa Blanca era, además de fábrica, el lugar donde pasaba el verano toda la familia. Gracias a Villa Blanca existen entre nosotros, miembros de varias ramas de un tronco común, vínculos afectivos más fuertes que los lazos familiares que nos unen, vínculos que no hubieran existido sin este lugar de encuentro y convivencia”.



Arturo Paramio Fernández de Arellano, farmacéutico en Hospital de Órbigo, había descubierto lo que nadie hasta entonces: las grandes posibilidades de la paja de centeno para ser utilizada en el envase de las botellas de vidrio. Si la paja de trigo era el alimento predilecto del ganado, la de centeno, muy pobre, solo se utilizaba para mullir el suelo y lecho de las cuadras. La idea que puso en marcha el boticario, -que en sus experiencias bioquímicas había comprobado que esta paja era más flexible que ninguna y más sana, ya que rechazaba toda clase de enfermedades parasitarias, que abundaban, por ejemplo, en la paja de arroz, la más utilizada en España hasta entonces-, derivaba de observar que la usaban como embalaje en las vinateras de jerez, las cavas catalanas y las sidras asturianas. La fábrica, que en sus mejores tiempos fue la más importante de España, acabó cerrando en 1970. La había “matado” el cartón, sustituto eficaz de las fundas de paja y la madera.

Aunque la fábrica cerró, la casa solariega y la finca, siguieron adelante con el cariño y el cuidado que le prodigaron los herederos de Arturo Paramio Fernández de Arellano, y así ha seguido hasta este año de 2012 en que celebramos su centenario.

¿Cuál es la relación de los actuales miembros de las familias Alonso y Suárez con Arturo Paramio? Veámosla y así podremos atar esos cabos sueltos que alguno de nosotros tenía.

Arturo Paramio Fernández de Arellano era hijo del primer matrimonio de Elisa Fernández de Arellano y Ochoa de Uriarte. Elisa casó en segundas nupcias con Paulino Alonso Lorenzana, también farmacéutico. Paulino y Elisa fueron mis bisabuelos paternos y el tronco común del que nacen los Alonso y los Suárez.

Elisa heredó la finca de Villa Blanca de su hijo Arturo, fallecido soltero y sin descendencia, antes que ella.

El matrimonio Alonso-Fernández de Arellano tuvo cuatro hijos, Paulino (farmacéutico también, como su padre, además de abogado), Blanca, Elisa y Emilio (fraile agustino).

Paulino Alonso Fernández de Arellano se casó con Anunciación Luengo Gusano (y en segundas nupcias con Pilar de la Riva Gusano). Ellos fueron mis abuelos paternos y los abuelos (bisabuelos y tatarabuelos) de los Alonso que este final de julio nos reunimos en Villa Blanca.

La otra rama de la familia, los Suárez, se entronca con los Alonso mediante el matrimonio de Isaac Suárez García con Elisa Alonso Fernández de Arellano. Isaac Suárez, ya el tío Isaac, no solo se integró en la familia mediante su matrimonio con Elisa Alonso,  sino que a su regreso de Argentina, se implicó activamente en la fábrica de fundas de paja y la dirigió muchos años. Ellos son a los Suárez Alonso lo que Paulino y Anunciación son a los Alonso Luengo.

Hasta aquí, sucintamente, el cómo llegó hasta nuestra familia la finca que conocemos como “Villa Blanca” en el término municipal de Hospital de Órbigo.

Ya he dejado escrito que la finca la adquirió Arturo Paramio en 1912. Tengo ante mí copia de la escritura notarial de esa compra venta. El vendedor es Don Ángel Martínez Domínguez, pero éste no fue el primer propietario. Santiago Villamil, más conocido por Franganillo, personaje de leyenda, fue el primitivo dueño de la finca y quien edificó en su día “Villa Blanca”


LA HISTORIA DEL INDIANO SANTIAGO VILLAMIL, “FRANGANILLO”, PERSONAJE DE LEYENDA.

Veamos ahora la historia de la finca anterior a 1912, y que podría ser motivo de una novela. De hecho, mi tío Luis Alonso Luengo -que a más de magistrado y miembro de la llamada “escuela de Astorga” en unión de mis también tíos carnales Juan y Leopoldo Panero y de Ricardo Gullón, “presumía” sobre todo de ser cronista oficial de su ciudad natal, Astorga-, nos relata los antecedentes de “Villa Blanca” en una de sus novelas, “La invisible prisión”. Examinemos algunos párrafos de la misma:

Cabeza loca en su primera juventud, Santiago Villamil, fue su conducta, por aquellos años, comidilla y asombro de la pacífica y amurallada ciudad de Astorga. (...) Había en el mozo un ansia alocada de no se sabía qué. Atrabiliario y fanfarrón, jugaba alegremente en las timbas que de tapadillo funcionaban en ciertos figones de los arrabales. Bebía en las ventas de las cercanías, mezclado con mozas de partido y arrieros que hacían la ruta de Galicia y, por un quítame allá esas pajas discutía a gritos y se desafiaba impulsivo. Era alto y fuerte...

(…) se enamoró con impetuosa fogosidad de Blanca Juana Manrique, de 18 años, espigada y fina, con una negra melena, rizada y brillante. (...) La oposición familiar exaltó a Blanca Juana, que se entregó con delirio a aquel su primer amor. (...) Una mañana, Blanca Juana salió de misa de alba en la catedral y no volvió. Se había dejado raptar por Santiago.

Una historia, que llevó al padre de Santiago a perseguirlo, le obligó a casarse y le dio la última oportunidad al entregarle dinero para que estudiara Derecho en Valladolid. En la capital castellana perdió el dinero en el juego por lo que, después de vagar por la ciudad, acabó marchando como grumete a “hacer las Américas”.

Al conocer la noticia, su padre cayó fulminado por una hemiplejia, de cuyas secuelas murió.

(…) A los seis años, en la Banca de Astorga comenzaron a recibirse con cierta regularidad fuertes sumas de dinero que remitía Santiago Villamil a nombre de Blanca Juana Manrique. Los giros estaban impuestos en puntos muy diversos. Unas veces en La Habana; otras en Puerto Príncipe, algunas en remotos puertos de África.

Narra pues la novela, la historia de Santiago Villamil, un indiano de vida borrascosa, tipo romántico a tono con la época, que había zarpado rumbo a América sin Blanca Juana Manrique, con la que, como hemos leído, se había casado después de raptarla y a la que enviaba desde aquellas tierras fuertes sumas de dinero. Blanca Manrique no aceptó el dinero que ordenó poner en una cuenta a nombre de Santiago Villamil.

Cierto día, pasados muchos años, y sin previo aviso, el indiano Villamil se presenta en Astorga cargado de riquezas, e inicia la construcción de una magnífica casa en Hospital de Órbigo. Así nació Villa Blanca.

Una novela, la de mi tío Luis Alonso Luengo, que se desenvuelve entre lo lírico y lo costumbrista al relatar la historia de amor, soledad, ruina y muerte de Santiago Villamil en su magnífica mansión de Villa Blanca, mansión sobre la que se depositó un maleficio que llenó el ambiente de sombras y de misterio.

En este personaje de novela -aunque real como hemos visto, que oí mencionar muchas veces de niño a mi padre y a mi tía abuela Blanca Alonso Fernández de Arellano, que vivía con nosotros-, está el origen de Villa Blanca. ¿Qué otro nombre le podía poner Santiago Villamil sino el de su amada? Villa Blanca fue edificada por Santiago Villamil, más conocido por Franganillo, probablemente con la esperanza de recuperar a una esposa que cuando se vio ante él, después de tantos años, parece ser que lo único que hizo fue, tras saludarle, darse media vuelta y marcharse… eso sí, llorando.

De aquella época y aquel personaje, que convirtió el enorme terreno que circundaba Villa Blanca en un auténtico jardín botánico, con diferentes especias de árboles traídos de los numerosos lugares que recorrió, ya solo queda una impresionante sequoya más que centenaria. 


De la colección de árboles exóticos que Franganillo había reunido, además de la sequoya, sobrevivió hasta hace unos pocos años un magnífico cedro del Líbano. Hubo que talarlo una década atrás a consecuencia de una enfermedad, pero queda el tocón de su tronco como recuerdo.



Antes, en 1993, en otra de nuestras reuniones familiares –ésta no tan numerosa, solo una treintena de personas- tenemos una foto de familia al pie del histórico árbol. En el centro de las dos imágenes –una tomada por mí y la otra por mi hijo Mariano- podemos ver a mis tíos Luis, Socorro y Manolo Ballesteros, que aún vivían en esa época. En las fotografías, además de mi esposa Eloísa y mis hijos Marisa y Mariano, también están presente mis hermanas gemelas, Marisa y Charo.


La historia real de Santiago Villamil, acaba con el suicidio de Franganillo, del que no sé si aún he dicho, que en casa, oí comentar, además de todo lo que llevo escrito, que fue “negrero”, es decir, que parte de su fortuna, si no toda, la hizo con el tráfico de esclavos. Un personaje, pues, de leyenda…

Santiago Villamil dejó dispuesto que se le enterrara junto al “sexto castaño” que entonces había en el jardín de Villa Blanca. Suponemos que sus restos aún descansan en ese lugar, hoy en día junto a la carretera de acceso a la finca.

Como “nota a pie de página”, no quiero dejar de mencionar que desde que tuve uso de razón, siempre vi en la casa de mis padres una maravillosa cómoda de marquetería, con vitrina superior, que recuerdo muy bien, pues, de niño, y con la “permisividad materna”, me encantaba jugar a abrir y cerrar los numerosos cajoncillos que se escondían tras la gran tapa del chiffonier. Esa cómoda, según oí relatar, la trajo Franganillo de Cuba y fue a parar a mi tía abuela Blanca.

Para dar una idea del mueble al que me refiero, y puesto que está unido a esta historia, adjunto a mi relato dos fotografías realizadas por mi padre. La de blanco y negro, es de marzo de 1959 y la tomó mi padre en nuestra casa de la calle del Teniente Martín Bencomo, en Santa Cruz de Tenerife. La fotografía en color data de 1970 y está realizada en la casa de mis padres en Ginebra, durante la época de su destino en la ciudad suiza. Como se puede apreciar, el entorno que circunda a la cómoda ha variado. “Nuestro mueble”, majestuoso realmente, por su tamaño y presencia, sigue protagonizando la escena.





Hasta aquí los antecedentes. Vayamos ahora al presente y esos dos días, 28 y 29 de julio, que disfrutamos entre 80 y 90 miembros de la familia, celebrando el centenario de Villa Blanca.


LA CELEBRACIÓN

Sábado 28 y domingo 29 de Julio.

Iniciamos la jornada, de acuerdo con el programa previsto, con una misa de campaña en el jardín de Villa Blanca a las 11:30, junto a la majestuosa sequoya.





A partir de ese momento y durante el transcurso de todo el sábado, mientras seguían llegando participantes, todo fue fiesta y alegría, incluyendo baños en la piscina, y alguna que otra caída fortuita, con ropa incluida, al agua. Disfrutamos de un estupendo catering y tras la comida, siguió la velada hasta altas horas de la noche, con una espléndida barbacoa. Los niños particularmente, se deleitaron con la libertad que les proporcionaba la gran extensión del jardín. Como se suele decir en estos casos, “disfrutaron como enanos”.




Pude tomar unas fotos de los asistentes al evento alrededor del mediodía del sábado 28. Desgraciadamente, a esa hora aún no habían llegado todos los invitados, entre ellos, mi hija Marisa, de modo que ni ella ni los suyos están en esa toma. Sí estarán en otra fotografía que realicé al día siguiente, domingo 29, en la cual, ya faltan algunos de los presentes el día anterior, y a cambio, se han unido los trabajadores que fueron en su día de la Fábrica de Fundas de Paja. Se les ve en primera fila con sus bolsas de regalo que la familia les ofreció como un pequeño homenaje. En el extremo de la derecha, el alcalde de Hospital de Órbigo, que nos honró con su presencia.





UN CORTO RECORRIDO POR HOSPITAL DE ÓRBIGO


A primera hora del domingo, y antes de dirigirme de nuevo a Villa Blanca, me di un corto paseo por los alrededores del famoso puente del Órbigo, el ayuntamiento, la iglesia parroquial de San Juan Bautista…





El Puente del Órbigo

De construcción medieval, hay autores que lo consideran de origen romano, ya que de su margen izquierda parte el camino que conducía de León a Astorga.


El puente, se levanta sobre el río Órbigo que le da su nombre, uniendo las localidades de Puente de Órbigo -donde sobresale la espadaña de la Iglesia del Puente, coronada por nidos de cigüeña, como podemos apreciar en alguna de mis fotografías- y Hospital de Órbigo. Es paso indispensable del llamado camino francés en peregrinación a Santiago de Compostela.


En 1434 se convierte en el escenario del Passo Honroso, torneo caballeresco, posiblemente último de sus características, cuya crónica nos llega de manos de Don Pero Rodríguez de Lena, Notario Real de Castilla a mediados del siglo XV.



Don Suero de Quiñones

Tomo “prestada” parte de la página Web del Ayuntamiento de Hospital de Órbigo, que narra de forma clara y concisa, mucho mejor de lo que podría hacerlo yo, el famoso torneo:


El 9 de Agosto de 1951 se restaura el puente del Órbigo y se coloca este monolito conmemorativo del más famoso hecho de armas de la Edad Media. Sobre la piedra, quedan reseñados los nombres de todos los caballeros que, en unión del mantenedor don Suero, rompieron las 300 lanzas a las que se comprometió el hijo del Conde Luna. Y estos fueron:


DON SUERO DE QUIÑONES
Lope de Estúñiga
Diego de Bazán
Pedro de Nava
Suero Gómez
Sancho de Rabanal
López de Aller
Diego de Benavides
Pedro de Ríos
Gómez de Villacorta.


Ni que decir tiene la importancia y la resonancia que en el siglo XV tuvo esta hazaña de Caballería. Pensemos sólo que, hasta Cervantes en "Don Quijote de la Mancha" hace mención a este hecho de armas: "...digan que fueron burlas las Justas de Suero Quiñones del Passo, las empresas de Luis de Faces contra don Gonzalo de Guzmán, caballero castellano, con otras muchas hazañas hechas por caballeros cristianos, tan auténticas y verdaderas, que torno a decir que el que las negase carecería de toda razón y buen discurso". Eso decía don Quijote al referirse al caballero leonés.

Llegaron caballeros de todas las partes del mundo cristiano. En los 30 días que duran las justas, pelean, con los 10 mantenedores, ni más ni menos que 68 aventureros, franceses, italianos, portugueses, alemanes, españoles,... Berrueta nos dice que "unos venían impulsados por el humor caballeresco, otros por la envidia, algunos por el odio y alguno por el deseo de acabar con la vida de don Suero, el caballero siempre noble y bueno...". Pasan damas de alto linaje que para rescatar su guante hacen penar y padecer a sus caballeros, que deben luchar para recobrarlo. Pasa don Gutierre de Quijada, que años más tarde, matará a don Suero y así vengará su odio hacia el joven Quiñones.

Transcurren los días entre fiestas y torneos sin que nadie sufriera daños. La poderosa familia de los Luna no reparó en gastos para que su paladín, don Suero pudiera realizar la más grande hazaña de caballería que conocieran aquellos tiempos... y surge la tragedia: al llegarle el turno al caballero aragonés Esberto de Claramonte, la lanza de don Suero Gómez "entrole por el ojo hasta los sesos..." matándole en el acto. Fue el único hecho luctuoso del Passo. Todo esto y mucho más, representa este mojón, que parte en dos nuestro querido Puente.


No quiero finalizar este apartado sin mencionar de nuevo a mi tío Luis Alonso Luengo y su libro “Don Suero de Quiñones, El del Passo Honroso”.


FIN DE FIESTA

El domingo 29 de julio, una vez consumada la celebración junto a los trabajadores que en su día formaron parte de la fábrica, en la que intervinieron con unas emotivas palabras mis primos Pepe Alonso Cobos y Coqui Aramburu Suárez, así como el alcalde de Hospital, y tras un sabroso piscolabis (a mí, el abundante desayuno de El Caminero no me permitió ingerir casi vianda alguna) inicio el camino de regreso a casa a las 14:45. Llegué a Las Rozas a las 17:40. Había disfrutado, y nunca mejor dicho, de dos maravillosos días que compartí con mis hijos, nietos, familiares, primos, sobrinos… a alguno de los cuales no veía desde hace años.


No quiero dar fin a este relato sin mencionar a las “almas” de esta celebración. Ellas, las cuatro, han sido las artífices de que este fantástico evento se haya podido llevar a cabo. Marisa Diez de la Lastra, esposa de mi primo Pepe Alonso Cobos, y Coqui Aramburu Suárez, por el lado de la generación “madura”, y Ana Alonso Diez de la Lastra y Eva Rascón Suárez por los jóvenes. Ellas son las “culpables” de que, de ahora en adelante, todos recordemos estos dos días con el mayor cariño.




Además del evento en sí, quiero destacar la sala que en la casa principal del complejo, Villa Blanca, y justo a la entrada de la misma, se ha dispuesto como museo. El trabajo que han realizado en este lugar las promotoras de la idea es digno de encomio: fotografías, -entre ellas, una desde mi punto de vista, tanto técnico como humano, maravillosa, en la que aparecen mi abuelo Paulino y el tío abuelo Isaac, y que reproduzco en este relato por gentileza de mi prima Marisa- documentos de la época, relación de los miembros de la familia en una especie de árbol genealógico… hasta incluir dos fundas de paja originales provenientes de la fabrica. Realmente fantástico.


Para terminar, un par de párrafos personales. Quien escribe estas líneas, no disfrutó, como la mayoría de mis primos, de los veranos de Villa Blanca. Como ya he relatado en otras partes de mi blog, viví mis primeros 15 años en Santa Cruz de Tenerife, donde tenía destino mi padre, funcionario del Estado, de modo que La Laguna fue para mí lo que para mis primos fue Villa Blanca.

No obstante, en el transcurso de los años y las consiguientes visitas realizadas a esta finca, con mis padres, con mi esposa Eloísa, con mis hijos, y ahora con mis nietos, he aprendido a amar este lugar, que como bien dice la hoja del centenario, es el nexo de unión de los Alonso y los Suárez. ¡Ojalá no sea ésta la última celebración a la que asista!



Las Rozas de Madrid, 18 de agosto de 2012














domingo, 6 de mayo de 2012

EN UN LUGAR DE MADRID: PATONES


Siempre es difícil comenzar un relato, y éste no iba a ser la excepción. De hecho, y teniendo en cuenta los meses que llevaba de inactividad, sin aportar nuevas historias y fotografías a mi blog, el pequeño artículo que pretendo escribir, presenta unas cuantas dificultades. Pero vayamos al grano.

Mi cuñada Eva y mi hermano Paulino, también ellos varios meses ausentes de Madrid, sin las frecuentes visitas anteriores desde que Paulino, tras 23 años de autónomo, se reincorporó al maltratado gremio de funcionarios, decidieron aprovechar los días festivos que nos regalaba Mayo en su comienzo, para regresar a la capital de España.


PROLEGÓMENOS: ALMUERZO EN CASA, EN LAS ROZAS

Celebramos el reencuentro en mi casa de Las Rozas, aunque la cocina, como casi siempre, corrió a cargo de mi yerno Carlos, que también como casi siempre, nos deleitó con un fantástico menú, al que yo aporté las viandas (sí, Celia, acabé comprando piernas de cordero lechal) y algún que otro toque culinario, como las fresas que serví de postre, previamente arregladas por mí, porque el primer plato, gulas con huevos y patatas fritas, también fue patrimonio de mi yerno. Antes de levantarnos de la mesa, una tarta de Santiago aportada por Eva y Paulino acompañó a mis fresas.

En la tertulia que siguió a la suculenta comida, y vista la apretada agenda de mis hermanos en la semana que ya disfrutaban en Madrid, habilitamos el martes 1º de Mayo para desplazarnos a una de las joyas de la llamada Sierra Pobre madrileña, Patones. El día elegido presentaba además la particularidad, de que la previsión meteorológica parecía algo más benévola que en jornadas anteriores.

Me presenté en el apartamento de Paulino y Eva a la hora acordada, 09:30, y allí estaba dos minutos antes de la hora fijada, gracias a mi buena previsión de ir siempre con un margen de reserva “por si acaso”. El “por si acaso” en esta ocasión lleva nombre de GPS. En pocas palabras, pese a que sé perfectamente el camino de la casa de mi hermano, al llevar “desentrenado” unos cuantos meses, decidí encender el GPS y “desconectar”. Pues bien, la máquina pensante, en cuanto enfilé Bravo Murillo desde la Plaza de Castilla, me introdujo en una serie de callejas donde de pronto me vi atrapado como en una ratonera en un mercadillo ambulante. Pude, gracias a la hora mañanera, el día festivo y la casi inexistencia de otros vehículos, restablecer la situación, pero en mi desesperación, alguien tan amante del orden como quien suscribe estas líneas, acabó infringiendo la ley saltándose un par de direcciones prohibidas para poder reincorporarse a la arteria principal, Bravo Murillo.

Pasado el susto y utilizando esta vez mi cabeza, me presenté en la casa de mis hermanos a la hora acordada.

Para acceder a Patones desde Madrid, 62 kilómetros, hay que coger la A-1 hasta la salida 50, donde se toma la N-320 dirección Torrelaguna. En esta población se coge la M-102 que conduce hasta Patones. Enfilamos pues la autovía A-1 con mi hermano de copiloto. Todo lo nulo que soy yo, en cuanto a orientarme, lo es de bueno Paulino. Él, y probablemente hace bien, se fía mucho más del ser humano que de las máquinas, de modo que aunque yo, una vez más, encendí el GPS, él, mapa en mano, seguía la ruta trazada. Tuvo la “satisfacción”, seguida de risas y exclamaciones “irreproducibles” en letra impresa, de ver cómo ya cerca de nuestro destino, interpreté mal una de las indicaciones del GPS y a poco me introduzco en una finca particular.


EL APARCAMIENTO EN PATONES: TAREA DE TITANES

Llegamos a Patones de Arriba, tras atravesar a su homónimo de Abajo, exactamente a las 10:30 horas. Creo que ocupamos el último aparcamiento libre que quedaba en el pequeño espacio habilitado a tal fin en la entrada del pueblo. Aquí, y antes de seguir con mi relato, quiero escribir unas modestas indicaciones para todo aquel que desee seguir mis pasos, ya que en ninguna de las numerosas guías que consulté, incluyendo Internet, se daba orientación alguna al respecto.

Sí es cierto que las guías al uso aconsejan que no es buena idea el visitar este pueblo en fines de semana o días festivos, pero ninguna, absolutamente ninguna, advierte del infierno en que puede uno verse inmerso si no arriba a hora más que tempranera a este pueblo de la llamada Sierra Pobre de Madrid.

Como aperitivo, los dos kilómetros y medio que separan Patones de Abajo del de Arriba, están unidos por una carretera de montaña donde malamente tienen espacio dos vehículos al cruzarse, eso contando con que uno de ellos no sea uno de esos todo terreno a los que Paulino denomina “depredadores de la carretera”, porque en este último caso, hay que hacer encajes de bolillos para salir bien del trance.

Una vez que se llega a la entrada del pueblo, hay, repito, un pequeño espacio habilitado para el aparcamiento de los vehículos visitantes. Los residentes tienen, un poco más arriba, otra zona para estacionar sus automóviles. Nosotros llegamos a las 10:30. Cuando abandonamos el pueblo, sobre las tres de la tarde, el lugar donde estacioné mi vehículo me recordó a la gincana que aparece en la última plancha del álbum de Tintín, Stock de coque. Un auténtico caos, del cual escapamos con bien, milagrosamente, para enfilar la carretera que nos devolvería a la “civilización”.

Ahora bien, el recorrido del camino que nos devolvía a Patones de Abajo fue un continuo sobresalto por la ingente cantidad de vehículos con los que nos cruzamos, y que con sinceridad, no sabíamos dónde podrían encontrar un hueco, ya que cuando abandonamos el pueblo, todos los pequeños caminos de los alrededores se habían convertido en una especie de procesionaria de autos.

Primera conclusión: en fin de semana o día festivo no se puede llegar a Patones de Arriba más tarde de las 10 ó 10:30, al menos mientras no se habilite un espacio adecuado para hacer frente al numeroso cupo de visitantes en días feriados. Sinceramente no comprendo cómo no se hace algo al respecto. En mi ya larga vida, he visitado en los lugares del extranjero donde estuve destinado, varios pueblos con similares características viarias a Patones de Arriba, y en todos ellos se ha habilitado un emplazamiento digno para acoger a los visitantes. Me vienen ahora a la mente los nombres de Gruyères en Suiza, o Calico en California, entre otros.


PATONES DE ARRIBA

El inicio de nuestra visita al pueblo estuvo acompañado de un tiempo espléndido, aunque ligeramente frío y con alguna nube sobre nuestras cabezas, y sobre todo, gracias a la hora tempranera, algo que acogimos con auténtico entusiasmo: un silencio casi sepulcral en unas calles apenas transitadas por algún que otro visitante.

No obstante lo descrito en el párrafo anterior, en el recorrido a pie desde el aparcamiento de vehículos hasta la entrada del pueblo, unos trescientos metros, estuvimos acompañados por unos visitantes, creo que eran dos chicas y tres chicos, todo ellos en la treintena, de un comportamiento que no sé cómo describir para que no se me tache de elitista o clasista. Con seguridad mi amiga Soco sabría hacerlo mucho mejor que yo, y en cualquier caso, con su prudencia habitual me diría que “mucho cuidado con lo que escribes”, pero es que no puedo resistirme a plasmar en estas líneas el proceder, digno de un programa puntero de la telebasura, de los citados individuos, prototipo, lamentablemente, de una parte no desdeñable de la España actual. Incluso mi cuñada Eva, mucho más moderada que mi hermano o yo, tal vez por ser psicóloga de profesión, y por lo tanto mucho más comprensiva con la “raza humana”, pues bien, incluso Eva, mostró su aquiescencia silenciosa a las exclamaciones, sotto voce, de los hermanos Alonso. Dejamos, con buen criterio, que esa gente nos adelantara, y afortunadamente, no nos volvimos a cruzar con ellos en todo el tiempo que duró nuestra estancia en el pueblo.

Debo decir que, excepción hecha de los individuos descritos en el párrafo anterior, el resto de visitantes con los que compartimos el día, fue no solo educado, sino incluso afable y amigable en su gran mayoría, donde no faltó nunca el saludo al cruzarnos en un pequeño recodo o camino.


UN POCO DE HISTORIA

Tan solo un poco de historia para no aburrir. Unos párrafos que he entresacado haciendo un refrito de varias guías, nos dicen lo siguiente de Patones:

Se han encontrado restos arqueológicos en distintos puntos del municipio que prueban la existencia de poblamientos de diferentes épocas. Los más antiguos (Paleolítico, Edad del Hierro y Edad del Bronce), en las cuevas del Reguerillo y del Aire. En el entorno de la primera, unas excavaciones realizadas en 1974 sacaron a la luz un castro celtibérico posiblemente del siglo II antes de Cristo. Abundan también los vestigios medievales y algunos autores cifran el origen de Patones en tiempos de la Reconquista.

Las primeras noticias datan del siglo XVI. En 1555 Patones (el de arriba), era una alquería con siete vecinos dependiente de la Villa de Uceda. De finales del XVII provienen las referencias escritas a la peculiar institución del "Rey de Patones". Parece ser que las 10 ó 12 familias residentes en la localidad acataban la autoridad de un anciano al que daban el título de rey y que dicho cargo fue hereditario.

Lo cierto es que el famoso rey de Patones era una suerte de “primus inter pares”, un vecino de similar condición al resto, que asumía algunas funciones. Con el tiempo, el cargo habría pasado a ser hereditario, pero en 1750, los patones solicitaron al duque de Uceda el nombramiento de un justicia que sustituyera al rey, con lo cual consiguieron alcalde pedáneo y alguacil propio. Por aquel entonces, Patones era ya una aldea de ganaderos con una importante cabaña lanar y constituida por 50 casas.

Parece ser que en el Salón de Otoño del año 1925, había un cuadro que representaba al último rey de Patones, con capa parda hasta los pies, a modo de manto real y un sombrero calañés ciñendo sus sienes, en sustitución de la corona, guiando un borriquillo.

A mediados del siglo XIX se iniciaron las grandes obras de infraestructuras de abastecimiento de agua a Madrid (Presa del Pontón de la Oliva) y aparecieron algunos asentamientos dispersos y eventuales vinculados a ella. Patones tenía ya entonces una Casa Consistorial, Iglesia Parroquial y escuela primaria.

Ya en el siglo XX, después de la Guerra Civil y a pesar de la construcción de las carreteras que facilitaron el acceso al núcleo, los habitantes de Patones fueron descendiendo del alto al llano y construyeron sus nuevas viviendas en la vega del río Jarama, junto a la carretera M-102 que les comunica con Torrelaguna y Torremocha. Se creó así el nuevo núcleo de Patones de Abajo. El traslado se generalizó en los años 60 quedando el núcleo originario casi totalmente vacío, abandonándose los edificios, tanto públicos como privados.



RECORRIDO DEL PUEBLO


La verdad es que el recorrido del pueblo es una auténtica delicia. Ciertamente hay que tener cuidado con el calzado que se elije, que debe ser cómodo y que “agarre” bien al suelo, ya que los desniveles del lugar son constantes, y teniendo en cuenta que todo el pueblo, tanto edificaciones como calles, tienen como principal materia prima la pizarra oscura de la zona, a poco que los caminos se humedezcan por la lluvia o el rocío, el resbalón está casi asegurado.



Por cierto, y antes de seguir adelante, quien suscribe estas líneas dio con sus huesos en el suelo, tal como muestra la fotografía que mi cuñada, rápida de reflejos, logró captar antes de que el caído recuperara la línea vertical. En mi caso no fue un resbalón, sino un pequeño traspié al recular y no ser consciente de que tras de mí tenía un ligero desnivel.



Hablando de desniveles, una de las empinadas cuestas del pueblo fue propicia para que Paulino dejara escapar un sonoro pedo, hermano pobre sin lugar a dudas, del recordado parisino del Arco del Triunfo. Momento jocoso y distendido.



Un arroyo que atraviesa el pueblo y serpentea entre árboles y piedras, acentúa el carácter bucólico del mismo.

En cuanto a mi equipo fotográfico, esta vez ya solo “cargué” con una cámara, la Leica M9-P, equipada con el objetivo estándar, el Summicron 50mm f/2, y mi última adquisición, el Super Elmar f/3,4 de 21 milímetros, un gran angular extremo, que es la focal ideal para los lugares con espacios limitados, estrechos, reducidos. Además, llevaba la pequeña Contax digital, pero como esa cámara tiene el tamaño de un paquete de cigarrillos, casi me olvido de que la llevo encima, “por si acaso”. `


Durante nuestro recorrido por el casco urbano pudimos constatar que los habitantes de Patones, aquellos que podríamos designar como residentes, son en realidad solo los propietarios o encargados de los restaurantes y casas rurales de hospedaje. El resto de ciudadanos que pululaba en esta mañana de un 1º de Mayo, éramos todos visitantes ocasionales, turistas, madrileños con seguridad en la inmensa mayoría.


Nuestro paseo por el pueblo, de abajo arriba y de arriba abajo, fue completo y se extendió por espacio de casi tres horas. Creo que lo recorrimos todo, y buena muestra de ello son las fotografías que acompañan a este texto, 1/5 parte de las que tomé. He seleccionado las que he creído más adecuadas, aunque el autor de la obra no siempre suele acertar en sus gustos. En cualquier caso, creo que esta veintena de fotos dan una idea de la belleza del lugar.


En una de las dos tiendas de souvenirs del pueblo, la que se encuentra en la parte alta del mismo (la otra, mayor, pero más ruidosa está ubicada en la misma entrada, frente a la iglesia) adquirí unos cuantos imanes para el frigorífico, de recuerdo. El propietario de la misma, tuvo la deferencia de regalarme el sombrero con el que figuro en una de las fotos, que incluyo a modo de testimonio de mi paso por este bello pueblo de la llamada Sierra Pobre de Madrid.


Advertidos en Internet, y percatados in situ a partir de las 12 del mediodía que el pueblo se iba llenando de gente minuto a minuto de una forma abrumadora, casi en oleadas, y habiendo echado un ojo durante nuestro recorrido a diversos restaurantes, nos decidimos al fin por reservar en uno que nos pareció adecuado, tanto por su carta, como por el precio del menú, así como por haber leído en Internet que era uno de los más demandados: La Cabaña, sito en la calle Azas, paralela a la calle Real y junto a la cual son las dos vías principales del pueblo. Nuestra elección fue un acierto pleno. Incluyo en este relato una fotografía de la carta del restaurante, así como la tarjeta de visita del mismo.


LA IGLESIA DE SAN JOSÉ


Antes de dirigirnos a reponer fuerzas al lugar elegido, las 13:30 era la hora de nuestra reserva, y sobrándonos algo de tiempo, visitamos la iglesia de San José, desacralizada, y que en la actualidad alberga la oficina de turismo del lugar. No pudimos hacerlo a nuestra llegada, ya que, probablemente debido a lo temprano de la hora, se hallaba cerrada. En este lugar, atendido por una funcionaria muy amable, nos proporcionaron un plano, no solo de Patones, sino del conjunto de pueblos que forman la llamada Mancomunidad de El Embalse del Atazar. En una pequeña sala dispuesta al efecto pudimos visionar una película de unos 15 minutos, francamente interesante acerca de la historia y el presente de la comarca. Al finalizar la película nos encaminamos a La Cabaña.


ALMUERZO EN “LA CABAÑA”

Vayamos ahora con la comida, una auténtica delicia que plasmó en unas fotos para el recuerdo mi cuñada Eva.


Mi hermano y yo elegimos el mismo menú, migas con huevo frito de primero y carrillada ibérica de segundo. Ambos platos, suculentos. En cuanto a Eva, se decantó por las patatas revolconas como entrada y luego el plato del pastor, consistente en chuletas de cordero, chorizo y migas. En el postre los tres fuimos diferentes, flan de huevo en mi caso, cuajada con miel de Patones mi cuñada y leche frita Paulino. Vino de la casa y dos botellas de agua mineral para mis hermanos y, servidumbre de la conducción, cerveza sin alcohol en mi caso. Todo ello a un precio de 20 euros por cabeza en un ambiente acogedor, dentro de un recinto muy bien decorado con no más de ocho o diez mesas y un servicio impecable, rápido, educado y muy profesional. Todo un acierto nuestra elección que recomendamos vivamente.


REGRESO A MADRID

Terminado que hubo nuestro almuerzo, al salir al aire libre constatamos el súbito cambio de tiempo que se había producido en el lugar, donde ahora el cielo se había cubierto por completo, llovía ligeramente y arreciaba el frío. Paulino y yo todavía tuvimos humor para fumarnos al calor de los soportales de la iglesia de San José, él un purito y yo mi habitual Camel sin filtro, mientras mi cuñada se dirigía a nuestro vehículo donde esperó nuestra llegada.

Como ya he descrito con anterioridad lo que supuso nuestra salida de Patones hacia Madrid, no me extiendo más acerca de las dificultades de la carretera.



Sí tengo que decir que indudablemente fuimos afortunados en ser los tres madrugadores, ya que la climatología nos favoreció y pudimos visitar un precioso pueblo en unas condiciones climáticas magníficas, a lo que se unió la escasa gente que nos acompañó en las primeras horas de esta mañana de un primero de Mayo.

Regresamos a Madrid sobre las cuatro de la tarde con lluvia durante el camino. Hice una parada en la casa de mis hermanos para dar cuenta de un té y seguir disfrutando de una compañía cariñosa y reparadora, y que en el caso de personas como yo, habituados a la soledad, siempre es más que bienvenida, aunque a veces, quienes nos rodean, puedan pensar lo contrario.

Fin de la historia y hasta la próxima. “¿Y qué será lo próximo?”. Esa misma pregunta me la hizo la güera semanas atrás en nuestro diario paseo en Metro y Cercanías a la salida del trabajo. Pues bien, aquí dejo por escrito mi respuesta a modo de compromiso:

“Estoy preparando una serie de relatos que se llamará Mis Ciudades y que consistirá, esa al menos es mi intención en estos momentos, en una descripción de mis vivencias, acompañadas de fotografías mías, de las diversas ciudades en las que he residido, como Santa Cruz de Tenerife, Las Palmas de Gran Canaria, Madrid, Ginebra, Los Ángeles, Estambul… o con las que he tenido una relación más que estrecha, como por ejemplo, Astorga o Sevilla. Mi pensamiento es comenzar por la que ya casi considero mi ciudad: Madrid”.

Las Rozas de Madrid, 4 de Mayo de 2012.