martes, 3 de junio de 2014


Por tierras de Extremadura

Tenía pensado titular este relato “La ruta de los templarios”, ya que ese era el que la Hermandad de Jubilados de los ministerios de Comercio, Economía y Hacienda, había elegido para nuestra excursión. Luego, una vez finalizado el viaje, estuve a punto de denominar esta historia con otro encabezamiento, en concreto, “Si hoy es martes, esto es Bélgica”, título de un film de cierto éxito en los años 70 del pasado siglo. Lo explicaré todo a su debido momento. Finalmente, me decidí por el que consideré más lógico y que es el que figura al principio de esta historia.
 
 

Antecedentes

Para comenzar, vayamos a los antecedentes. Visité por primera vez Extremadura en mis vacaciones de 2005. Me alojé en la Hospedería del Monasterio de Guadalupe, que hizo de base durante una semana para las visitas que efectué a Mérida, Cáceres, Trujillo y el monasterio de Yuste, entre otros lugares, así como, por supuesto, Guadalupe. Incluyo a modo testimonial algunas fotos de ese viaje.
 


Miércoles, 21 de mayo
A las 08:30 de un día lluvioso, todos los expedicionarios estamos ya sentados en un autobús con algunos años ya en sus ruedas, de modo que surge algún que otro problema técnico, como asientos que no encajan o calefacción/aire acondicionado que funciona malamente. Con diez minutos de retraso iniciamos el viaje. Éramos 50 los pasajeros del autobús, con mayoría abrumadora de señoras (si no me equivoco, tan solo cinco representantes del género masculino). Nos acompaña como guía, Noemí, de la misma agencia de viajes con la que realizamos nuestra excursión por tierras de Soria.
 

La primera parada técnica no tiene lugar en Navalmoral de la Mata, como en principio estaba previsto, sino en un área de servicio de El Gordo, si mal no recuerdo. Aquí también surge algún problema, ya que el personal que nos atiende es muy escaso. Se produce alguna que otra protesta, y cuando reiniciamos la marcha, entre unas cosas y otras –el tiempo continúa jugando en nuestra contra, con lluvias ocasionales, en algún caso de gran fuerza- seguimos acumulando retrasos.

Mérida
Durante el viaje hacia la antigua Augusta Emerita, Noemí nos da unas breves nociones históricas acerca de este importante enclave romano en la Península Ibérica. Poco después de las 13:00 horas arribamos a Mérida. Llueve ligeramente.
Aquí, en la antigua capital de la Lusitania, y hoy de la autonomía extremeña, estaba prevista solo la visita al Museo Nacional de Arte Romano. El hecho de no poner los pies en el maravilloso anfiteatro, causa alguna que otra decepción en varios excursionistas. Yo, que en 2005 pasé todo un día en esta ciudad, comprendo perfectamente la desilusión causada a estos compañeros de viaje. Mérida no es solo el Anfiteatro y el Museo. Así a vuela pluma, recuerdo la Alcazaba, la Casa de Mitreo, la Cripta de Santa Eulalia, el Acueducto…
Museo de Arte Romano

¿Qué se puede decir de esta maravilla? Ya en 2005 saqué la impresión de que si realmente deslumbrante era el contenido del museo, no le iba a la zaga, guardando todas las distancias, el continente, obra de Rafael Moneo. El museo se creó en 1975, con ocasión del Bimilenario de la ciudad, y su nueva sede se inauguró en 1986.


El edificio, obra como ya hemos dicho del arquitecto español Rafael Moneo, se enclava en los aledaños del Teatro Romano, y está conectado al mismo por un pasaje subterráneo. Las dimensiones de la nave principal rememora la grandeza de la arquitectura pública romana en la que se inspira.

 
Mi grupo (nos dividimos en dos, de 25 componentes cada uno), tuvo una guía fuera de serie, realmente sensacional, Carmen, de una edad parecida a la mía. Dejo como testimonio unas pocas fotografías, incluyendo alguna de la diosa Ceres y otra de Afrodita.

Lamentablemente, por premuras de tiempo, nuestra visita, que se había iniciado poco después de las 13:00 horas, se extendió a algo más de una hora, de modo que marchamos del museo pasadas las dos y cuarto de la tarde.
 

Comida en el Hotel Tryp Medea
Almorzamos en el comedor de este hotel a las 14:30. Lo hice muy bien acompañado en una mesa de cuatro, con Jorge, su esposa Pilar y Trini. Una hora más tarde iniciamos nuestra marcha hacia Zafra. Durante el trayecto, la vocal de cultura de la Hermandad, Maribel Martínez, nos ilustra copiosamente acerca de la historia de la Orden del Temple.

Zafra

Llegamos a esta ciudad poco después de las cinco de la tarde. Para aprovechar el tiempo, y antes de tomar posesión de nuestras habitaciones en el fantástico Parador Nacional, palacio de los Duques de Feria –a mí me correspondió la 218-, iniciamos la visita de la ciudad acompañados por la guía local, Justa, joven, simpática y eficiente.

Zafra, 15.000 habitantes, conocida también como la Sevilla Chica, me pareció una espléndida ciudad, título que obtuvo en 1883. Podría decir que tiene un aire muy andaluz, pero ¿existen grandes diferencias entre los maravillosos pueblos andaluces y los no menos preciosos extremeños? Zafra basa su influencia regional en su gran importancia como núcleo ferial así como centro de industrias agroalimentarias.

 
Durante unas dos horas y media recorrimos la ciudad, visitando los enclaves más importantes de la misma. Para no cansar al hipotético lector, haré una sucinta relación de los puntos que me parecieron más importantes.

Comenzaré por el recoleto convento de Santa Clara, fundado por el señor de Feria en el siglo XV y declarado Monumento Nacional, enriquecido con numerosas obras de arte, entre las que destaca, sin lugar a dudas, el retablo mayor barroco, con la imagen gótica de la Virgen del Valle con el Niño, del siglo XV, tallada en alabastro. Aquí también se encuentran los sepulcros de los fundadores, con sus tallas yacentes en el mismo material.

 
Las monjas, de clausura, tienen a la venta los productos artesanales que elaboran, de gran fama, y de los que se surtió una parte importante de las excursionistas.
Visitamos a continuación la Plaza Grande, con soportales, cuyo origen se remonta al siglo XV, aunque los edificios que la rodean pertenecen a los siglos XVII y XVIII. De aires mudéjares, su finalidad era lúdica y de carácter señorial, tal como muestran los escudos heráldicos de algunas fachadas.

 
La Plaza Chica se encuentra unida por un pasaje a la Grande. También de fuerte inspiración mudéjar, con soportales con arcos de ladrillo sobre columnas de piedra, viene siendo el centro de la ciudad desde el siglo XIV. Aquí se encuentra el Palacio de Justicia, de estilo neoclásico.

Tampoco podemos olvidarnos del Ayuntamiento, instalado en el antiguo convento franciscano de la Cruz, cuyo claustro se conserva. En él, hicimos tiempo para esperar a la apertura del siguiente punto a visitar:

 
La Colegiata de la Candelaria, de una larguísima nave única, siglo XVI, de estilo gótico tardío. Posee un retablo mayor barroco, capillas churriguerescas y lienzos de Zurbarán.

Por último, quiero citar la más emblemática edificación de Zafra, precisamente el lugar donde íbamos a alojarnos, el Parador Nacional, el palacio de los Duques de Feria. Su parte más antigua y destacada, el Alcázar, que data del siglo XV, es una construcción defensiva gótica de planta cuadrada perfilada por ocho torreones y la torre del homenaje. Nuestra guía local, Justa, consiguió que la dirección del hotel nos permitiera acceder a los torreones del recinto, desde donde se disfruta una visión memorable de Zafra. Aproveché para tomar algunas fotografías, entre ellas, la que abre este relato.

 
Una vez tomada posesión de mi habitación –la 218, como ya he dicho-, en unión de Elena, Jorge y Pilar, así como otros cinco compañeros –entre ellos, dos matrimonios con los que ya había compartido alguna otra excursión- marchamos hacia el lugar que Justa nos había recomendado para cenar, La Marquesa, todo un acierto, tanto por su decoración sui generis –el suelo es de cristal transparente, a través del cual se pueden apreciar varios pozos que producen la sensación inequívoca de que caemos en ellos- como por la calidad de la cena que elegimos, a base de raciones, ensaladas con queso de cabra y nueces, un incomparable surtido de ibéricos, jamón, lomo, salchichón, croquetas variadas y salmorejo. Lo regamos todo con abundante cerveza.

De regreso al Parador, por las silenciosas y desiertas calles de la ciudad, me detengo en la de Cerrajeros, donde justo en el número 7, mi yerno Carlos me había señalado que tenía casa su abuela materna, ausente en estas fechas de la ciudad. Una preciosa fachada con balconada adorna el edificio. 
 
 
Ya en mi habitación del hotel, constato con verdadero alivio, que la grifería del baño es tradicional. Es decir, no tendré que hacer ningún curso especial de ingeniería para poder ducharme. 

Jueves, 22 de mayo
Tras una noche plácida en el dormir, y después del adecuado aseo, agradeciendo una vez más la clásica grifería del baño, bajo pronto al comedor para el desayuno, que como suele ser habitual en los paradores nacionales, fue abundante y sustancioso, aunque debo decir que me pareció, en relación con el último parador nacional que visité –Ronda, en 2011- que el nivel había descendido algo. Además, aquellos viajeros que tardaron más en bajar al comedor –no olvidemos que éramos 50- tuvieron ciertas dificultades para surtirse. Yo, por ejemplo, aún pude hacer acopio de pestiños y churros, pero 10 minutos más tarde, ya brillaban por su ausencia.
 
Avería en el autobús
A las 09:00 horas, estábamos todos los excursionistas en el lugar indicado, donde, en principio, ya debería haberse encontrado nuestro autobús. La espera se va prolongando sin que aparezca el coche, mientras surgen diferentes rumores y algún que otro enfado. El móvil de nuestra guía Noemí echa humo… Hay algún momento en que parece que todo se va al traste. Finalmente, con más de media hora de retraso, aparece el autobús. Como no soy experto en la materia, no puedo aclarar con verosimilitud la causa de la avería, que en cualquier caso, quedó solventada por el chófer, de modo que partimos hacia el siguiente lugar a visitar con tres cuartos de hora de retraso, en concreto, a las 09:45.
 
Una pequeña digresión
Aquí, en este punto, y antes de seguir adelante, quisiera hacer un inciso. Ya en su momento, cuando estudié el programa de viaje, me pareció francamente apretado: el miércoles 21, Madrid – parada técnica en Navalmoral de la Mata – Mérida, visita al museo de Arte Romano, almuerzo – Zafra. Jueves 22, Fregenal de la Sierra, visita de la ciudad – Jerez de los Caballeros – Trujillo, almuerzo y visita de la ciudad – regreso a Madrid, con parada técnica a medio camino.

 
A lo apretado del programa se unieron diversos retrasos, bien por motivos meteorológicos, avería del autobús u otras causas. El hecho es, que, por ejemplo, la visita a Jerez de los Caballeros, punto principal que daba título a este viaje como “La ruta de los Templarios”, quedó reducido a una visión panorámica de la ciudad, y cuando digo visión panorámica, es visión panorámica, pues no nos bajamos siquiera del autobús. Desde dentro del coche pudimos admirar la bonita perspectiva de la ciudad y las explicaciones que acerca de la Torre Sangrienta nos proporcionó Maribel Martínez.
 
 
Los avatares descritos son los que me llevaron a hablar al principio de este relato, que en cierto modo, nuestro viaje me recordó a la película ya citada, “Si hoy es martes, esto es Bélgica”, cuyo argumento se basa en el recorrido que un grupo de excursionistas estadounidenses se propone hacer de toda Europa, en una semana, viajando en autobús.

No sé cómo se planificó este viaje, pero en cualquier caso, pienso honradamente, que la agencia de viajes debería de haber constatado la cuasi imposibilidad material de cumplir con el itinerario previsto, no solamente por lo más que apretado del recorrido a efectuar –ciertamente, el punto neurálgico-, sino teniendo en cuenta, además, otras consideraciones, tales, por ejemplo, como la edad de los viajeros. Aunque la mayoría de nosotros se encontraba en perfectas condiciones, ninguno era ya lo que se dice un chaval… Las edades iban desde los 60 bien cumplidos hasta cerca de los 90. 

Fregenal de la Sierra

 
Sigo ya con el relato de nuestro viaje, de manera cronológica. Este bonito pueblo serrano era nuestro siguiente destino. Aquí, donde nos espera un guía muy agradable, Javier, un chico joven con el que había estado en contacto Maribel Martínez, arribamos sobre las 10:30.
 

Fregenal de la Sierra muestra en sus casas y calles una clara influencia andaluza. Esta histórica villa templaria, 5.000 habitantes, es cuna, entre otros personajes ilustres, de Arias Montano y de Juan Bravo Murillo. Los restos de este último, aquí reposan, en la iglesia de Santa Ana.

Guiados por Javier, recorrimos sus iglesias, sus calles, sus casas de estilo neoclásico y patios con auténtico sabor andaluz.
 
 

Por mi cuenta, y en plan free lance, descubrí algún que otro rincón, tal vez deteriorado por el paso del tiempo, pero con un indudable sabor romántico.

 
Lamentablemente, y debido a la premura de tiempo, la visita se tuvo que reducir casi a la mitad. Creo recordar que a las 12:00 del mediodía, y tras esperar a unos cuantos viajeros que se retrasaron adquiriendo productos típicos del cerdo, arrancó nuestro autobús en dirección a la siguiente ciudad a visitar:
 
Jerez de los Caballeros
Ya he mencionado las vicisitudes que nos condujeron a que nuestra visión de esta preciosa ciudad –eso me pareció desde mi asiento del autobús- se circunscribiera a una fugaz parada en el aparcamiento de autobuses, desde donde, como ya he dejado escrito, Maribel nos proporcionó en breves palabras los hechos históricos que acaecieron en la denominada Torre Sangrienta, donde según la tradición, fueron degollados los caballeros templarios que se resistieron a la disolución de la orden dictaminada por el papa Clemente V en 1312.

Tras unas tres horas de viaje, con sol y nubes, y en alguna que otra ocasión lluvia torrencial, llegamos a nuestro último punto del itinerario previsto.

Trujillo

 
La verdad es que se me hace muy difícil el describir una ciudad que ya me enamoró en 2005 y lo ha vuelto a hacer ahora. Trujillo, 10.000 habitantes, merece sobradamente el título ganado de cuna de conquistadores. Nativo de esta villa es el más famoso de todos, el conquistador del Perú, Francisco Pizarro, pero también vinieron al mundo aquí, Orellana, García de Paredes, Francisco de las Casas…
 

Hicimos nuestra entrada en la Plaza Mayor de la villa a las tres de la tarde, tras varios intentos de encontrar el camino correcto en los alrededores de la ciudad. Aún me pregunto, yo, que no soy precisamente muy amigo de la tecnología moderna, por qué nuestro autobús no disponía de un simple GPS.

 
A las 15:15 iniciamos nuestro almuerzo en el restaurante El Hueso, aledaño a la Plaza Mayor. Dimos cuenta de unas excelentes migas extremeñas, de una aceptable moraga (lomo de cerdo a la brasa) y de flan de huevo casero con nata, de postre. Vino clarete de la zona.
 

A las 16:30 finalizamos la comida, y se nos citó para una hora más tarde a fin de iniciar el regreso a Madrid. Al lector que hasta aquí haya llegado, no necesito decirle la imposibilidad de hacerse una mínima idea de los tesoros que encierra esta ciudad en 60 minutos.
Cuando aquí estuve en 2005, dispuse de todo un día, y así, tras pasear a gusto y sin restricción de tiempo alguno, pude visitar los espléndidos monumentos que la villa guarda.

Comencemos por la maravillosa Plaza Mayor, cuyo desarrollo comenzó en el siglo XV. En el siglo siguiente, y a consecuencia del vigor que la villa adquiere, la plaza se rodea de edificios monumentales, tales como palacios con balcón de esquina, típicos de esta ciudad, y ejemplos de arquitectura popular con soportales de arquería. Preside la plaza la estatua ecuestre de Francisco Pizarro, realizada en bronce por el escultor Charles Rumsey en 1929. Pesa seis toneladas y media y se asienta sobre granito de la vecina población de Santa Cruz.
 
En el ángulo noroeste de la plaza, y entre los siglos XIV y XVI, se levanta la iglesia de San Martín, mezcla de estilo gótico y renacentista, de sobrio exterior, coronada por dos torres.

Entre sus viejas calles se encuentra la iglesia de Santiago, del siglo XIII, con remodelaciones del XVIII. Tampoco podemos olvidarnos de la Alberca y el Aljibe Árabe.
En la plazuela de Santa María, antiguo centro de la villa intramuros, se sitúa la casa natal del conquistador de Perú, del siglo XV, que actualmente acoge el Museo Francisco Pizarro.
 

Bordeando la muralla se asciende hasta el Castillo, que eleva sus sólidas paredes rematadas por cuadradas torres, y desde donde se contempla una amplísima vista panorámica. Recuerdo perfectamente mi visita al interior del alcázar en 2005. Construido por los árabes en el siglo IX, fue ampliado en el siglo XII, y en el XV se le añadió el segundo recinto fortificado.

Sin duda alguna, la joya de Trujillo es la iglesia de Santa María la Mayor, construida sobre una de las dos mezquitas del Trujillo árabe. Las obras de este templo se iniciaron en el siglo XIII en estilo románico, aunque básicamente, su estilo es gótico del siglo XV. El interior de la iglesia es de tres naves cubiertas con bóvedas de crucería. El Retablo Mayor es uno de los tesoros de este templo. Su acabado es de fines del siglo XV y fue realizado por Fernando Gallego

 

En esta ocasión, aunque disponiendo solo de una hora, disfruté la misma al máximo, ya que con mi cámara en mano, la Leica M9-P con dos objetivos, el estándar de 50mm y el super gran angular de 21mm, me paseé a gusto por la Plaza Mayor, subí las empinadas cuestas que llevaban a la cumbre, con el Castillo a un lado y la iglesia de Santa María la Mayor al otro. Desde estas alturas, la visión panorámica que se disfruta de la ciudad, con la Plaza Mayor a nuestros pies, no tiene parangón. Una delicia.

 
Regreso a Madrid
A las 17:30 en punto, buenos chicos obedientes, todos estábamos en el interior del autobús, que partió rumbo a la capital de España. En el camino de regreso, no podía dejar de pensar, que pese a los pequeños avatares negativos ocurridos, la excursión había sido positiva. Al menos eso pensaba yo, que me lo había pasado muy bien.

También anidaba en mi cerebro, aunque al benévolo lector le cueste creerlo, la final de la Copa de Europa de fútbol, que dos días más tarde, el 24 del mes de mayo, tendría lugar en Lisboa entre el Real Madrid, mi equipo, y el vecino capitalino, el Atlético de Madrid. La ilusión y el miedo se mezclaban por igual. Mentiría si dijera otra cosa. Al final, y tras mucha, muchísima angustia, pude sonreír con la obtención de la X Copa de Europa, pero esa es otra historia.
Después de una parada técnica sobre las siete y cuarto de la tarde, nuestro autobús aparcó a las puertas del ministerio a falta de cinco minutos para las nueve de la noche (aunque, ciertamente, aún era de día). Salí zumbando hacia la estación de Metro de Cuzco, y en Príncipe Pío cogí el tren de cercanías para Las Rozas. Poco antes de las diez de la noche estaba en casa.
 
Juan José Alonso Panero

Las Rozas de Madrid, sábado, 31 de mayo de 2014

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