ASTORGA EN FAMILIA
El
viernes 22 de agosto a las nueve de la mañana tomaba la carretera de La Coruña en dirección a
Astorga. Mi hijo Mariano y su esposa Puri, me habían invitado a pasar con ellos
este largo fin de semana en una casa rural que habían reservado en Brimeda, a 4 kilómetros de
Astorga. Ellos salieron hacia allí el jueves 22 en unión de mis nietos Macarena
y Alejandro,
así como mis consuegros Pura y Julio; yo lo hice un día más tarde.
Procuraré
plasmar lo mejor que sepa estos tres días que disfruté en mi lugar de
nacimiento. Vaya por delante, como saben aquellos sufridores que me suelen
leer, que no inserto casi nunca fotografías familiares. Me limito a acompañar
mis letras con aquellos paisajes de los lugares visitados. Pocas excepciones he
hecho, y las pocas que he llevado a cabo han
coincidido con acontecimientos familiares, celebraciones, reuniones,
etc. Así pues, éste que voy a describir ahora, es uno de esos momentos. Y como
no hay dos sin tres, y no habría lugar para un artículo específico de otro
hecho relacionado con la familia, aprovecho la ocasión para insertar como
prólogo, tres fotografías de la celebración de mi cumpleaños el pasado mes de
julio con la familia prácticamente al completo.
Viernes, 23 de agosto
Inicio
el viaje desde mi casa de Las Rozas a las 09:00 y tras un apacible y tranquilo
trayecto, el navegador GPS me introduce en Astorga; para mi sorpresa, por la
trasera de la casa de mis abuelos, y cuando vengo a darme cuenta, oigo una voz
que me dice que he llegado a mi destino, justo cuando vislumbro delante de mí
el vehiculo de mi hijo Mariano aparcado frente a la casa rural La Zapateta. Si por mí fuera, nulo
como soy en orientarme, levantaría un monumento a la moderna tecnología, sin la
cual estaría absolutamente perdido.
Tomo
posesión de la magnífica habitación con un no menos estupendo baño privado que
me han adjudicado, y tras deshacer el pequeño trolley, nos dirigimos a Astorga.
Me
abrazo con mis hermanas Marisa, Charo y mi cuñado, que se alojan en el Hotel
Gaudí, y que llevan ya varios días en Astorga para los actos que se celebran en
la que fue casa de mis abuelos, organizados por la Cátedra Leopoldo Panero que dirige mi cuñado Javier de la Rosa.
Comemos,
demasiado (alubias con almejas y lengua, en lo que a mí respecta), en El Abuelo,
frente a La Mallorquina. De
postre, más de uno se decantó por unos increíbles tocinos de cielo, de los que,
para “rematar la faena”, me regaló una caja mi hermana Marisa. Luego, damos un
paseo hacia la Casa
de Tera, donde tomamos café e infusiones en compañía de mi prima Odila
y sus hijos, Ricardo,
y Arturo
y su esposa María.
Precioso el jardín, con una fuente romántica desde donde se vislumbra la
catedral.
Clausura
de los actos de la Cátedra Leopoldo
Panero
Pienso
que este es el lugar para insertar, junto a las fotos que tomé en el día de hoy
de la casa de mis abuelos, tras la restauración y acondicionamiento realizados
por el Ayuntamiento, una instantánea para mí muy querida, hecha en 1993, y que
fue portada del libro de Andrés Martínez Oria, Jardín Perdido, La aventura vital
de los Panero.
Las comparaciones siempre son odiosas, de modo que no
voy a emitir mi opinión. Está claro que para los que conocimos y vivimos ese
hogar, lo que hoy pueden ver los visitantes nada tiene que ver, o casi, con la
casa original, cuyo halo romántico creo que se puede apreciar en mi foto de
1993. Ahora bien, quiero añadir que la intervención del Ayuntamiento astorgano
evitó, a fin de cuentas, la casi segura desaparición de la casa.
Tras
un somero descanso en la casa rural, regresamos a Astorga para la clausura, a
las 20:00 horas de los actos organizados por la Cátedra Leopoldo Panero.
El salón de actos, donde antaño estaban algunos de los dormitorios de la casa,
estaba absolutamente lleno. No cabía un alfiler. Allí saludé a mucha gente,
entre ellos al anterior regidor de la ciudad y principal impulsor del
reacondicionamiento de la casa de mis abuelos, mi “casi” tocayo Juan José
Alonso Perandones, uno de los intervinientes en el acto, a la Concejala de Cultura del
Ayuntamiento Mercedes
Rojo, a Andrés Martínez Oria, cronista de Valderrey, a
mis primos María
y Luis,
a Fernando,
a Odila,
a Ricardo,
Arturo
y María…
Presentados
por la actual alcaldesa de la ciudad, Victorina Alonso, interviene en primer lugar Juan José
Alonso Perandones, que diserta acerca de la correspondencia
epistolar mantenida entre Leopoldo Panero y Ricardo Gullón. Palabras
certeras y momentos brillantes, con alguna que otra sorpresa en hechos que yo
desconocía.
La
intervención de Javier
de la Rosa ,
que versó sobre su relación con la familia Panero, fue, sinceramente,
espectacular. Mi cuñado siempre me sorprende gratamente, pero en este caso me
faltan palabras para describir su intervención, que cerró con la declamación de
unos versos de mi tío Leopoldo Panero.
El
acto se clausuró con la lectura, por parte de varios intervinientes, de versos
de mis primos Juan
Luis y Leopoldo Mª Panero.
Puri, Mariano y yo regresamos a
Brimeda, donde tras una frugal cena, descansamos hasta el día siguiente.
Sábado, 24 de agosto
Visita
a la Casa Panero
Vaya
por delante, para que no haya confusiones, que las fotos interiores de la casa
que inserto en este relato son de 1972 y 1973, cuando la actual "Casa Panero" era la casa de mis abuelos. Son contemporáneas de la película "El desencanto", que se rodó mayoritariamente en esta casa y se estrenó en 1976.
Por
la mañana, en unión de mi hijo Mariano, la visito con calma y tranquilidad.
En ella se encuentra expuesta parte de la obra cedida por mi cuñado Javier de la Rosa , tanto
propia, como de otros autores de reconocido prestigio, principalmente artistas
canarios, en total unas 400 piezas, repartidas entre Astorga (aquí se han
dispuesto aquellas telas y esculturas consideradas más históricas) y Valderrey,
donde se han ubicado las obras más vanguardistas. Mis hermanas, Charo
y Marisa,
se han encargado de la distribución y colocación de todas las piezas. Entre los
cuadros expuestos en la que ya se denomina “Casa Panero”, hay uno para mí muy
querido, un paisaje romántico realizado por mi madre Mª Luisa Panero, y que recuerdo
de haberlo visto siempre en el hogar paterno.
El
paseo por la casa, convertida hoy en día en museo, me gustó. Creo que, salvo
algún pequeño detalle, las cosas se han hecho con gusto. Fui recorriendo, paso
a paso con Mariano,
todos aquellos lugares para mí tan queridos, y que yo veía con “otros ojos”… abajo,
las enormes paneras,
la entrada con el escudo en piedra al fondo,
la señorial
escalera,
el gran comedor,
al que “vigila” el precioso reloj inglés,
la salita
de los retratos familiares (varios de ellos adornan hoy mi casa de Las Rozas),
el salón,
la sala de billar y la biblioteca;
un rincón con un reloj de pared
que hoy sigue marcando las horas en mi casa,
la capilla, de nuevo ornada con
elementos sagrados…
Sinceramente, la donación de obras pictóricas y
escultóricas, realizada por mi cuñado en agosto de 2012, le ha vuelto a dar
vida a la casa.
¿Cómo
era esa casa en vida de mis abuelos? Solo los que la vivieron lo pueden saber.
Las fotos que inserto en este relato, a fin de que el lector que hasta aquí
haya llegado tenga una somera idea, las realizó mi padre, Francisco Alonso Luengo, en 1972
y 1973 (las dos de 1993, son mías), como ya he apuntado unos renglones más
arriba.
En una de ellas, la de la galería que servía de distribuidor a los
dormitorios, aparece mi madre al fondo. Mis abuelos, Máxima y Moisés, habían fallecido en
1952, y aunque la casa siguió abierta y con vida hasta finales de los años 80
del pasado siglo, con el transcurso del tiempo fue deteriorándose, hasta que en
1993, fallecida ya la generación anterior, entre mi prima Odila, mis hermanos Marisa,
Charo
y Paulino,
y quien firma estas líneas (con la inestimable ayuda de mi esposa Eloísa),
la cerramos definitivamente.
Comida
en Villa Blanca
Poco
antes de las dos de la tarde recogimos a mis hermanas y a Javier y nos dirigimos a
Hospital de Órbigo en dos coches, Puri y Mariano, mis consuegros y Maca y Alejandro.
Nuestros
primos, Pili
Alonso y Enrique Celma nos habían invitado a pasar la
tarde en Villa Blanca. Recordé la reunión multitudinaria que allí tuvimos dos
años atrás para celebrar el centenario de la finca.
En esta ocasión fuimos unos
pocos (allí estaban Maribel y Fernando, Enrique hijo y Laura con Cayetana…), pero como se suele
decir “echamos la tarde” apaciblemente al pie de la Secuoya gigante, mientras
los niños correteaban por la pradera… Previamente, habíamos dado cuenta de unas
fantásticas ensaladas elaboradas por Enrique con, entre otros frutos, aguacates de
su propia cosecha, cosa fina, y una ventresca cocinada por Enrique hijo.
Rematamos con helados, dulces y pastas… y abundante vino que pudimos ingerir
los que no conducíamos.
Cena
en Santa Coloma de Somoza
Nos
costó arrancar, pero no nos quedaba más remedio, ya que a las 20:00 horas
teníamos otra invitación, de mis sobrinos Arturo y María para que conociéramos la preciosa casa
que se habían construido en Santa Coloma de Somoza, a un par de kilómetros de
Castrillo de los Polvazares. Allí estaban ya esperándonos, además de los
anfitriones, mi prima Odila y su otro hijo, el mayor, Ricardo,
al que siempre me cuesta llamar sobrino, pues tiene tan solo un año menos que
yo. Nos sentamos en torno a una gran mesa para dar cuenta de una cena
fantástica a base de tortilla de patatas, empanada gallega y la maravillosa
chacina de la comarca, regado todo con vino en abundancia y finiquitado de
nuevo con más dulces…
Domingo, 25 de agosto
Tras
mi habitual desayuno con las irresistibles mantecadas (“caían” tres todas las
mañanas), recogimos nuestras pertenencias y poco antes del mediodía
abandonábamos La Zapateta.
Ya
en Astorga, empleamos el tiempo en adquirir unas cajas de mantecadas y en
pasear por los lugares más emblemáticos, catedral, palacio de Gaudí,
Ayuntamiento… y como la ciudad estaba en fiestas, las de Santa Marta, pudimos
disfrutar de alguna actividad especial, como por ejemplo los Gigantes y
Cabezudos, que hicieron las delicias de Maca y Alejandro.
Comimos
de nuevo en el Abuelo, a hora inusual para españoles, 13:30, y esta vez de
forma algo más moderada. En lo que a mí respecta, una increíble ensaladilla
rusa y unas croquetas auténticamente caseras, con helado de postre, y, puesto
que había que conducir, Coca Cola en lugar de vino.
Tras
las despedidas de rigor, mis hijos y consuegros seguían para Galicia, puse el
coche en marcha a las tres de la tarde, y tras recorrer los 315 kilómetros que
me separaban de Las Rozas (peaje incluido de 12,35 €, igual que a la ida) en un
apacible viaje, a las 18:05 estaba en casa.
Nota: para los curiosos, un dato que siempre he indicado. Mis fotos de 2014 están tomadas con una Leica M3 (las de blanco y negro) y una Leica M9P digital (las de color) con 2 objetivos Leica de 21 y 50mm. Las realizadas por mi padre en 1972 y 1973, con una Contax IIIa y un objetivo Zeiss Sonnar 50mm f/1.5. La mía del “Jardín Perdido” de 1984 y las de 1993, con una Contax RTS I y 2 objetivos Zeiss de 28 y 50mm.
Juan José Alonso
Panero
Las
Rozas, 6 de septiembre de 2014
Muy bonitas las fotos!!! Por cierto todo muy regado con vino...jajajaja.
ResponderEliminarUn Beso,
Marisa
Magníficas fotografías, tanto las actuales como las históricas, sobre todos para aquellos a los que nos gustan las casas y objetos con historia. Sin duda, toda una suerte haber podido disfrutar de todo ello y poder seguir haciéndolo ahora con el legado de todo aquello, encarnado en los nietos con los que posas tan orgulloso. Con el tiempo seguro que ellos sabrán también la suerte que han tenido por tener unos abuelos como los suyos.
ResponderEliminarUn abrazo.
Eduardo.
Bellísima entrada, querido Juan José. Qué recorrido más bello... ¡Abrazos!
ResponderEliminarAntonio J. Quesada