sábado, 6 de septiembre de 2014


ASTORGA EN FAMILIA




El viernes 22 de agosto a las nueve de la mañana tomaba la carretera de La Coruña en dirección a Astorga. Mi hijo Mariano y su esposa Puri, me habían invitado a pasar con ellos este largo fin de semana en una casa rural que habían reservado en Brimeda, a 4 kilómetros de Astorga. Ellos salieron hacia allí el jueves 22 en unión de mis nietos Macarena y Alejandro, así como mis consuegros Pura y Julio; yo lo hice un día más tarde.

Procuraré plasmar lo mejor que sepa estos tres días que disfruté en mi lugar de nacimiento. Vaya por delante, como saben aquellos sufridores que me suelen leer, que no inserto casi nunca fotografías familiares. Me limito a acompañar mis letras con aquellos paisajes de los lugares visitados. Pocas excepciones he hecho, y las pocas que he llevado a cabo han  coincidido con acontecimientos familiares, celebraciones, reuniones, etc. Así pues, éste que voy a describir ahora, es uno de esos momentos. Y como no hay dos sin tres, y no habría lugar para un artículo específico de otro hecho relacionado con la familia, aprovecho la ocasión para insertar como prólogo, tres fotografías de la celebración de mi cumpleaños el pasado mes de julio con la familia prácticamente al completo.





Viernes, 23 de agosto

Inicio el viaje desde mi casa de Las Rozas a las 09:00 y tras un apacible y tranquilo trayecto, el navegador GPS me introduce en Astorga; para mi sorpresa, por la trasera de la casa de mis abuelos, y cuando vengo a darme cuenta, oigo una voz que me dice que he llegado a mi destino, justo cuando vislumbro delante de mí el vehiculo de mi hijo Mariano aparcado frente a la casa rural La Zapateta. Si por mí fuera, nulo como soy en orientarme, levantaría un monumento a la moderna tecnología, sin la cual estaría absolutamente perdido.

Tomo posesión de la magnífica habitación con un no menos estupendo baño privado que me han adjudicado, y tras deshacer el pequeño trolley, nos dirigimos a Astorga.



Me abrazo con mis hermanas Marisa, Charo y mi cuñado, que se alojan en el Hotel Gaudí, y que llevan ya varios días en Astorga para los actos que se celebran en la que fue casa de mis abuelos, organizados por la Cátedra Leopoldo Panero que dirige mi cuñado Javier de la Rosa.



Comemos, demasiado (alubias con almejas y lengua, en lo que a mí respecta), en El Abuelo, frente a La Mallorquina. De postre, más de uno se decantó por unos increíbles tocinos de cielo, de los que, para “rematar la faena”, me regaló una caja mi hermana Marisa. Luego, damos un paseo hacia la Casa de Tera, donde tomamos café e infusiones en compañía de mi prima Odila y sus hijos, Ricardo, y Arturo y su esposa María. Precioso el jardín, con una fuente romántica desde donde se vislumbra la catedral.

Clausura de los actos de la Cátedra Leopoldo Panero

Pienso que este es el lugar para insertar, junto a las fotos que tomé en el día de hoy de la casa de mis abuelos, tras la restauración y acondicionamiento realizados por el Ayuntamiento, una instantánea para mí muy querida, hecha en 1993, y que fue portada del libro de Andrés Martínez Oria, Jardín Perdido, La aventura vital de los Panero.



Las comparaciones siempre son odiosas, de modo que no voy a emitir mi opinión. Está claro que para los que conocimos y vivimos ese hogar, lo que hoy pueden ver los visitantes nada tiene que ver, o casi, con la casa original, cuyo halo romántico creo que se puede apreciar en mi foto de 1993. Ahora bien, quiero añadir que la intervención del Ayuntamiento astorgano evitó, a fin de cuentas, la casi segura desaparición de la casa.

Tras un somero descanso en la casa rural, regresamos a Astorga para la clausura, a las 20:00 horas de los actos organizados por la Cátedra Leopoldo Panero. El salón de actos, donde antaño estaban algunos de los dormitorios de la casa, estaba absolutamente lleno. No cabía un alfiler. Allí saludé a mucha gente, entre ellos al anterior regidor de la ciudad y principal impulsor del reacondicionamiento de la casa de mis abuelos, mi “casi” tocayo Juan José Alonso Perandones, uno de los intervinientes en el acto, a la Concejala de Cultura del Ayuntamiento Mercedes Rojo, a Andrés Martínez Oria, cronista de Valderrey, a mis primos María y Luis, a Fernando, a Odila, a Ricardo, Arturo y María

Presentados por la actual alcaldesa de la ciudad, Victorina Alonso, interviene en primer lugar Juan José Alonso Perandones, que diserta acerca de la correspondencia epistolar mantenida entre Leopoldo Panero y Ricardo Gullón. Palabras certeras y momentos brillantes, con alguna que otra sorpresa en hechos que yo desconocía.

La intervención de Javier de la Rosa, que versó sobre su relación con la familia Panero, fue, sinceramente, espectacular. Mi cuñado siempre me sorprende gratamente, pero en este caso me faltan palabras para describir su intervención, que cerró con la declamación de unos versos de mi tío Leopoldo Panero.

El acto se clausuró con la lectura, por parte de varios intervinientes, de versos de mis primos Juan Luis y Leopoldo Mª Panero.

Puri, Mariano y yo regresamos a Brimeda, donde tras una frugal cena, descansamos hasta el día siguiente.


Sábado, 24 de agosto
Visita a la Casa Panero



Vaya por delante, para que no haya confusiones, que las fotos interiores de la casa que inserto en este relato son de 1972 y 1973, cuando la actual "Casa Panero" era la casa de mis abuelos. Son contemporáneas de la película "El desencanto", que se rodó mayoritariamente en esta casa y se estrenó en 1976.


Por la mañana, en unión de mi hijo Mariano, la visito con calma y tranquilidad. En ella se encuentra expuesta parte de la obra cedida por mi cuñado Javier de la Rosa, tanto propia, como de otros autores de reconocido prestigio, principalmente artistas canarios, en total unas 400 piezas, repartidas entre Astorga (aquí se han dispuesto aquellas telas y esculturas consideradas más históricas) y Valderrey, donde se han ubicado las obras más vanguardistas. Mis hermanas, Charo y Marisa, se han encargado de la distribución y colocación de todas las piezas. Entre los cuadros expuestos en la que ya se denomina “Casa Panero”, hay uno para mí muy querido, un paisaje romántico realizado por mi madre Mª Luisa Panero, y que recuerdo de haberlo visto siempre en el hogar paterno.

El paseo por la casa, convertida hoy en día en museo, me gustó. Creo que, salvo algún pequeño detalle, las cosas se han hecho con gusto. Fui recorriendo, paso a paso con Mariano, todos aquellos lugares para mí tan queridos, y que yo veía con “otros ojos”… abajo, las enormes paneras,
la entrada con el escudo en piedra al fondo,
la señorial escalera,
el gran comedor,
al que “vigila” el precioso reloj inglés,
la salita de los retratos familiares (varios de ellos adornan hoy mi casa de Las Rozas),


el salón,


la sala de billar y la biblioteca;
un rincón con un reloj de pared que hoy sigue marcando las horas en mi casa,
la capilla, de nuevo ornada con elementos sagrados…
Sinceramente, la donación de obras pictóricas y escultóricas, realizada por mi cuñado en agosto de 2012, le ha vuelto a dar vida a la casa.


¿Cómo era esa casa en vida de mis abuelos? Solo los que la vivieron lo pueden saber. Las fotos que inserto en este relato, a fin de que el lector que hasta aquí haya llegado tenga una somera idea, las realizó mi padre, Francisco Alonso Luengo, en 1972 y 1973 (las dos de 1993, son mías), como ya he apuntado unos renglones más arriba.
En una de ellas, la de la galería que servía de distribuidor a los dormitorios, aparece mi madre al fondo. Mis abuelos, Máxima y Moisés, habían fallecido en 1952, y aunque la casa siguió abierta y con vida hasta finales de los años 80 del pasado siglo, con el transcurso del tiempo fue deteriorándose, hasta que en 1993, fallecida ya la generación anterior, entre mi prima Odila, mis hermanos Marisa, Charo y Paulino, y quien firma estas líneas (con la inestimable ayuda de mi esposa Eloísa), la cerramos definitivamente.




Comida en Villa Blanca

Poco antes de las dos de la tarde recogimos a mis hermanas y a Javier y nos dirigimos a Hospital de Órbigo en dos coches, Puri y Mariano, mis consuegros y Maca y Alejandro.

  
Nuestros primos, Pili Alonso y Enrique Celma nos habían invitado a pasar la tarde en Villa Blanca. Recordé la reunión multitudinaria que allí tuvimos dos años atrás para celebrar el centenario de la finca.




En esta ocasión fuimos unos pocos (allí estaban Maribel y Fernando, Enrique hijo y Laura con Cayetana…), pero como se suele decir “echamos la tarde” apaciblemente al pie de la Secuoya gigante, mientras los niños correteaban por la pradera… Previamente, habíamos dado cuenta de unas fantásticas ensaladas elaboradas por Enrique con, entre otros frutos, aguacates de su propia cosecha, cosa fina, y una ventresca cocinada por Enrique hijo.
Rematamos con helados, dulces y pastas… y abundante vino que pudimos ingerir los que no conducíamos.
Cena en Santa Coloma de Somoza

Nos costó arrancar, pero no nos quedaba más remedio, ya que a las 20:00 horas teníamos otra invitación, de mis sobrinos Arturo y María para que conociéramos la preciosa casa que se habían construido en Santa Coloma de Somoza, a un par de kilómetros de Castrillo de los Polvazares. Allí estaban ya esperándonos, además de los anfitriones, mi prima Odila y su otro hijo, el mayor, Ricardo, al que siempre me cuesta llamar sobrino, pues tiene tan solo un año menos que yo. Nos sentamos en torno a una gran mesa para dar cuenta de una cena fantástica a base de tortilla de patatas, empanada gallega y la maravillosa chacina de la comarca, regado todo con vino en abundancia y finiquitado de nuevo con más dulces…


Domingo, 25 de agosto

Tras mi habitual desayuno con las irresistibles mantecadas (“caían” tres todas las mañanas), recogimos nuestras pertenencias y poco antes del mediodía abandonábamos La Zapateta.


Ya en Astorga, empleamos el tiempo en adquirir unas cajas de mantecadas y en pasear por los lugares más emblemáticos, catedral, palacio de Gaudí, Ayuntamiento… y como la ciudad estaba en fiestas, las de Santa Marta, pudimos disfrutar de alguna actividad especial, como por ejemplo los Gigantes y Cabezudos, que hicieron las delicias de Maca y Alejandro.


Comimos de nuevo en el Abuelo, a hora inusual para españoles, 13:30, y esta vez de forma algo más moderada. En lo que a mí respecta, una increíble ensaladilla rusa y unas croquetas auténticamente caseras, con helado de postre, y, puesto que había que conducir, Coca Cola en lugar de vino.



Tras las despedidas de rigor, mis hijos y consuegros seguían para Galicia, puse el coche en marcha a las tres de la tarde, y tras recorrer los 315 kilómetros que me separaban de Las Rozas (peaje incluido de 12,35 €, igual que a la ida) en un apacible viaje, a las 18:05 estaba en casa.

Nota: para los curiosos, un dato que siempre he indicado. Mis fotos de 2014 están tomadas con una Leica M3 (las de blanco y negro) y una Leica M9P digital (las de color) con 2 objetivos Leica de 21 y 50mm. Las realizadas por mi padre en 1972 y 1973, con una Contax IIIa y un objetivo Zeiss Sonnar 50mm f/1.5. La mía del “Jardín Perdido” de 1984 y las de 1993, con una Contax RTS I y 2 objetivos Zeiss de 28 y 50mm.

Juan José Alonso Panero

Las Rozas, 6 de septiembre de 2014

3 comentarios:

  1. Muy bonitas las fotos!!! Por cierto todo muy regado con vino...jajajaja.
    Un Beso,

    Marisa

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  2. Magníficas fotografías, tanto las actuales como las históricas, sobre todos para aquellos a los que nos gustan las casas y objetos con historia. Sin duda, toda una suerte haber podido disfrutar de todo ello y poder seguir haciéndolo ahora con el legado de todo aquello, encarnado en los nietos con los que posas tan orgulloso. Con el tiempo seguro que ellos sabrán también la suerte que han tenido por tener unos abuelos como los suyos.
    Un abrazo.
    Eduardo.

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  3. Bellísima entrada, querido Juan José. Qué recorrido más bello... ¡Abrazos!
    Antonio J. Quesada

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